29 de julio de 2017

La exploración del espacio como ejemplo de la ambición y el egoísmo humano

De entre las numerosas atracciones tecnológicas modernas, la que se utiliza para la conquista del espacio en todas sus formas es una de las que más dinero invierte pero más recursos gasta y en consecuencia despilfarra. Sin embargo, la industria aeroespacial goza del respaldo de gran parte del conjunto de la sociedad moderna urbanizada, embaucada en la explicación de que la necesidad de descubrir el mundo espacial, incluso aunque dicho mundo esté incalculablemente lejos de nosotros y por tanto nos sea totalmente desconocido, es legítima y prioritaria. No obstante, la exploración espacial representa varios frentes y varios niveles de juicio moral, que han seguido más o menos un orden cronológico según la evolución del conocmiento humano, desde la simple curiosidad por observar las estrellas, hasta el afán de conocimiento más allá de los cuerpos celestes (incluida la búsqueda de supuesta vida remota), pasando por el ambicioso proyecto y realidad de la conquista y explotación de los recursos extraplanetarios por las diferentes potencias mundiales. Los dos últimos frentes tienen el problema de que requieren siempre un grado mayor de tecnología, grado que se vuelve más y más costoso y que no parece tener límite, dada la inmensidad del cosmos.

Antaño, todas las culturas, incluso las pertenecientes a los pueblos primitivos, han mostrado cierto interés por lo que nos envolvía, aquellos cuerpos celestes que cumplían desde siempre una regularidad de aparición y movimiento y que albergaban sin duda alguna una gran influencia sobre la vida en la Tierra y las condiciones atmosféricas, tales como la Luna y el Sol y en menor medida, las estrellas y otros cuerpos celestes menos frecuentes de ver. Pero dicho interés no pasaba de una simple curiosidad en la mayor parte de los casos y en la comprensión de cómo influían los astros a las diferentes formas de vida, tanto vegetal como animal; pero nada más allá. Descubrimientos posteriores que demostraban científicamente la verdad sobre los movimientos de la Tierra respecto al Sol, la Luna y otros planetas que forman el sistema solar, requirieron el desarrollo de la tecnología con la invención de aparatos que permitieran observar largas distancias que la vista no podía alcanzar, cuyo ejemplo más importante es el telescopio. Pero si por un lado el telescopio permitía saber más cosas sobre el lugar del hombre en el universo, a la vez abría la puerta para nuevas investigaciones que requerían mayores adelantos tecnológicos. Desde que comenzaron estos descubrimientos el alcance no fue muy significativo, pero la entrada en el siglo XX y tras el auge del industrialismo, la carrera aerospacial despega de forma considerable con la creación de la industria que lo sustenta y lo desarrolla de forma definitiva. Es entonces cuando  la curiosidad o el mero interés popular se convierten en afán de conocimiento, ambición y secretismo.

En la década de 1950 la sociedad estadounidense desarrolla una fiebre sin igual en relación al mundo del espacio, más concretamente en el interés por el fenómeno ovni cuyo contagio y extensión tuvieron mucho que ver los propios medios de comunicación. Enseguida se asoció ovni con seres extraterrestres pues a pesar de que no tienen porqué tener ninguna relación a la gente le atraía pensar que un ovni fuera algo no planetario y qué mejor que un ser alienígena que nos visita no se sabe para qué. A partir de ahí los cada vez más aficionados podían inventar todo tipo de historias y rumores sobre los cada vez más frecuentes avistamientos alimentados a su vez por un claro carácter de sugestión y por la expansión de la aviación, que multiplicaba rápidamnente los diferentes tipos de objetos que surcaban los cielos. Quizás este fenómeno de masas motivó a los científicos a la búsqueda de vida extraterrestre sin la intervención del mito, los medios o los falsos rumores. La ciencia debía ir por delante en la investigación para transmitir un mensaje de seriedad y firmeza en este campo. Pero para ello era necesario invertir grandísimas sumas de dinero con el objeto de construir enormes telescopios que pudieran ayudar sobre todo a captar señales a millones de kilómetros de la Tierra. Si bien es cierto que la ciencia realiza todo tipo de investigaciones para el estudio de los planetas y los astros, la que concierne a la búsqueda de señales de vida extraterrestre es sin duda la mayor de ellas y la que por tanto más tiempo y dinero se destina.

Los recientes estudios sobre el descubrimiento que potentes telescopios han realizado sobre planetas similares al nuestro que distan millones de años luz han aumentado el interés social por las probabilidades de encontrar vida extraterrestre, un interés que ya no es solamente fruto de la fiebre de un fenómeno social sino el estudio avalado por los científicos, a pesar de que quizás fue dicho fenómeno social quién impulsó a la ciencia a ir más allá. Para el sentido de este artículo poco importa quién fomentara ese interés llevado al negocio, ya sea mitológico o científico. Lo que importa es que la humanidad ha vivido miles de años sin interés alguno por la vida extraterrestre y solo un fenómeno social extendido en las ciudades masificadas han despertado este interés. Todas las alusiones surgidas tras el fenómeno ovni a inscripciones y dibujos pertenecientes a las culturas antiguas no son más que interpretaciones modernas que no salen de la mera especulación. Sin duda este fenómeno convertido en gran negocio podría dar para escribir líneas y líneas con el objeto de desarmar las supuestas pruebas que ufólogos y seguidores de las teorías de la conspiración han maquinado para atraer y sugestionar a millones de personas susceptibles de serlo, pero no es lo que nos ocupa. 

En referencia a encontrar rastros de vida en otros planetas con condiciones similares a la Tierra por parte de algunos científicos cabe destacar el nivel de derroche de este trabajo por lo incierto que resulta. Comenzando por la improbabilidad de que se origine la vida, pues que sepamos solo se ha originado en el lugar en el que nos encontramos en formas simples bajo condiciones concretas y que solo han evolucionado a formas complejas después de miles de millones de años. Pero aún en el caso de que se haya originado la vida simple de una forma parecida a la nuestra, ¿quién sabe en qué estado evolutivo se hallaría esa forma de vida? Y aún en el caso de que se encontrara en un estado evolutivo avanzado, ¿por qué iba a ser siquiera parecido a nosotros? ¿por qué tendemos a pensar que el estado evolutivo normal es el del desarrollo de la inteligencia? Demasiadas preguntas tan inciertas todas que extralimitan la curiosidad o el deseo de conocimiento. Conocer está bien, pero ha de ser con conciencia y razón.

Lo que se plantea aquí es la necesidad real que tiene el ser humano de encontrar vida extraterrestre, sea inteligente o no, cuando aún no se han descubierto más de la mitad de las especies que pueblan nuestro planeta, cuando cada vez menos gente se interesa en cómo funcionan los sistemas naturales -aquellos pocos que aún quedan intactos o han sufrido en menor medida el impacto humano-. Resulta una frivolidad que crezca tanto el interés en encontrar señales de vida remotas en detrimento del interés por la conservación natural que tanto daño está haciendo el modo de vida que llevamos, incluido el propio afán por encontrar vida más allá de las estrellas. Lo que decimos es que el hecho de satisfacer este deseo resta interés -además de recursos- por otros que se nos antojan mucho más prioritarios.Y esto no responde más que a ese defecto del egoísmo humano forjado desde el inicio de la civilización y tan fomentado por la modernidad. 

Pero la exploración del espacio conlleva otras utilidades mucho más siniestras y ocultas que las propiamente científicas, como la implantación de satélites orbitales para el control de las comunicaciones y el funcionamiento digitalizado de millones de aparatos tecnológicos, tales como móviles, radares, GPS, mapas interactivos, televisiones digitales, información meteorológica, es decir para todas aquellas necesidades inventadas para hacer del mundo un lugar hipercontrolado y artificializado. Lo peor es que estos satélites son instalados y manejados por las grandes potencias emergentes y su uso, cuya exclusividad y secreto es algo conocido, forman parte de la guerra espacial por el control de las comunicaciones en donde la confrontación entre EEUU-Europa vs China-Rusia-India se torna cada vez más evidente.

No obstante la ambición humana por el interés económico juega aquí un papel quizás más perverso que el afán militar o político por el control de las comunicaciones, aunque al mismo tiempo nada sorprendente. Ya son numerosas empresas multinacionales las que planean cómo explotar los recursos energéticos de la Luna o de algunos planetas del sistema solar con el objetivo de transportarlos a la Tierra. Algunos se frotan las manos con esta posibilidad al parecer próxima a ser muy real dada la inmensidad de posibilidades que tiene extraer recursos de lugares vírgenes que aún no han sufrido visita humana alguna. Esto además aumentaría las posibilidades de colonización directa por parte de humanos a planetas como Marte -algo que según llevan anunciando también está muy próximo- e incluso los viajes interestelares en naves nodriza, investigaciones que seguro también se llevan a cabo y que nos dejan la duda de si los más poderosos del planeta planean todo esto como posible vía de escape ante un futuro desalentador e inhabitable en la Tierra motivado por la imposición evolutiva de un modo de vida inmensamente destructivo. 

La llamada conquista del espacio es un ejemplo evolutivo que parte del inicio de una simple curiosidad hasta el extremado interés por conocer, justificado únicamente por el avance tecnológico y seguramente causante de la "necesidad" de conocer cosas que nos extralimitan. El poder tecnológico imbuye la falsa idea de que el hombre es un ser omnipotente que todo lo puede, fomentando el sentimiento materialista y antropocéntrico que impera en nuestros días. Este sentimiento antepone todo lo que puede llegar a hacer el ser humano sin importar los medios utilizados y las consecuencias que puedan derivarse para lograrlo, olvidando la verdadera cualidad humana que es el desarrollo de la conciencia, el respeto por todo aquello que le rodea y el cultivo del espíritu en detrimento de lo material.

12 de junio de 2017

La invasión de los coches (mil millones de vehículos en el mundo)

El vehículo privado representa todo un símbolo para las sociedades modernas y de hecho podría afirmarse que ostenta con diferencia el mayor grado de valor del conjunto de la sociedad moderna, en torno al cuál se ha forjado una inmensa cultura en apenas unos decenios. Del lado de la industria y el lobby automovilístico el vehículo privado aporta señales constantes de bienestar económico, tecnológico y laboral, definiéndolo ellos mismos como el motor de la economía. Para los consumidores o la sociedad en general el coche aporta mucho más que una utilidad práctica: es señal de clase, valor, riqueza, indicador económico, poder, libertad e independencia. Así pues, no es de extrañar que la industria automovilística sea en la actualidad una de las más poderosas e influyentes del mundo, augurada por un crecimiento constante del parque total de vehículos. A partir de aquí entramos en materia con el objeto de desgranar con detalle lo que se esconde detrás de esta industria.

Efectivamente el parque automovilístico supera ya los mil millones de coches (en adelante hablaremos de coches en vez de vehículos, dado que el símbolo del vehículo privado es el coche), concretamente se han superado los 1.200 millones de coches en todo el mundo (aunque esta cifra incluye otro tipo de vehículos como camiones usados con fines exclusivamente de transporte de mercancías, la inmensa mayoría son coches).

De los principales países del mundo, se puede decir que EEUU ostenta el récord de más coches por habitantes (más de 300 millones de coches en total, lo que casi supone uno por habitante). China es el país que más coches fabrica, por tanto el que más crecimiento tiene anualmente, con más de 25 millones cada año y subiendo (aunque por su enorme población de 1.400 millones de personas apenas tiene una densidad de uno por cada diez habitantes: unos 150 millones en total). India le sigue muy de cerca en crecimiento y en número total. En cuanto a los demás países sorprende que España sea uno de los primeros países europeos en crecimiento (de 2 a 3 millones por año, rondando ya los 30 millones) y que Italia sea el primero en densidad (más de un coche por cada dos habitantes, aunque seguido de cerca por el resto de países europeos como Alemania y Francia). Cifras por supuesto aproximadas y extraídas de fuentes de internet no siempre fiables. Pero lo que de verdad importa es que hay en el mundo más de 1.200 millones de coches en circulación, que cada año esta cifra aumenta en unos 80-100 millones y que dicha cifra aumenta a su vez cada año y que de seguir la tónica supondría superar los 2.000 millones en unos 15 o 20 años y los 4.000 millones para el año 2.050, aunque lógicamente estas cifras están sujetas a ciertas variables que podrían darse como un empobrecimiento de la clase media o un más que posible colapso de la sociedad.

Lo más increible de estas cifras es el ritmo de crecimiento de coches en todo el mundo. Aunque en internet no se encuentran datos muy precisos, al parecer se fabrican y venden unos 80 millones de coches al año y que en unos cinco años esta cifra pueda llegar a los 100 por el incremento que se está dando en países emergentes como China, India o Brasil. No obstante estas cifras no indican el incremento real del total de vehículos en el mundo ya que no cuentan las bajas, un dato que ha sido imposible averiguar. Pero si nos ponemos a suponer que el número de bajas está en la mitad de altas, es decir, unos 40 millones, podemos suponer un incremento de 40 millones al año, lo que supondría superar los 2.000 millones en unos 20 años, siempre y cuando la economía se mantenga estabilizada, algo cada vez más improbable dada la tendencia de la sociedad globalizada hacia un cada vez más cercano agotamiento de los recursos.

Para que los coches puedan circular no solo hace falta una poderosa industria que los fabrique y los venda. A la industria que fabrica coches hay que unirle la industria del petróleo, cuyo objeto principal de su producto es este medio de transporte, y además una parte de la industria de las obras públicas, dado que para que millones de coches puedan circular hacen falta miles de carreteras. Por supuesto, no es necesario decir que todas estas industrias están claramente relacionadas. Y cada una de ellas deja una huella ecológica inmensa. Dejando al margen la industria petrolífera que abarca un campo más amplio de actuación y que abastece a otros medios de transporte, es importante centrarse en la relación entre las obras públicas y la industria del coche. 

Los gobiernos gastan una enorme suma de dinero en la red de carreteras y autopistas necesarias para que millones de vehículos puedan circular. El ritmo creciente de coches en circulación ha obligado a construir muchas más carreteras. Y como dicho crecimiento ha afectado sobre todo a las ciudades, grandes poblaciones y sus periferias, supone que la intensidad del tráfico sean una consecuencia lógica, ya que la construcción de carreteras está afectada por un límite espacial y sin embargo la venta de coches aumenta sin que ninguna barrera se interponga. La acumulación de coches en las principales carreteras de entrada y salida de las ciudades, así como las circunvalaciones, provoca embotellamientos y atascos kilométricos en muchas zonas urbanas todos los días laborales. Dado que la inmensa mayoría de coches son conducidos por una sola persona y dado que la inmensa mayoría de personas tienen los centros de trabajo lejos de sus casas, la intensidad del tráfico en las horas punta es inevitable. 

Por tanto en las ciudades y sus alrededores se produce la mayor concentración de coches y de contaminación de CO2 a la atmósfera, pero el tráfico afecta también a largas distancias nacionales y transnacionales a diario de vehículos de mercancía así como conductores en busca de placer en época vacacional, lo que obliga a la construcción de miles de carreteras secundarias que conectan las grandes ciudades con las zonas costeras más demandadas, así como zonas de turismo rural. El transporte de mercancías transnacional supone que miles de camiones recorran a diario autopistas y carreteras para transportar productos a lugares que distan miles de kilómetros con el consiguiente gasto de energía y más contaminación, en vez de favorecer la producción local para evitar tanto desplazamiento. Pero es evidente que el sistema económico es quién ha posibilitado que esto sea así, potenciando que los medios de transporte sean cada vez más rápidos y eficientes.

A nivel social la industria del coche ha creado una influencia brutal sobre las personas, invirtiendo para ello altísimas sumas de dinero en publicidad, aprovechando la supuesta necesidad de transporte privado en las ciudades crecientes pero al mismo tiempo creando toda una cultura en torno al coche que parece ahora indispensable para el buen funcionamiento de la economía y el bienestar de la sociedad. Cualquier persona puede acceder a un coche utilitario para moverse por la ciudad a un precio asequible pero al mismo tiempo la diversidad de marcas y tipos de coche hacen que las diferencias de precio sean significativas, un hecho necesario para fomentar la pertenencia a una clase superior por tener un coche mejor y más nuevo además de la envidia que afecta a quién no lo tiene aún. Los diseñadores de coches estudian continuamente las necesidades de los consumidores y adaptan sus nuevos modelos a las mismas. A veces una simple innovación en un modelo o una nueva campaña publicitaria hace subir las ventas de forma considerable, lo que provoca que ambas partes queden satisfechas. Nada más engañoso porque este continuo nunca tiene fin, y tan pronto están satisfechas como insatisfechas, lo que promueve más compras en un intervalo de tiempo menor, algo que la propia obsolescencia del producto también ayuda, pues es sabido que esta norma es esencial para que el sistema económico de oferta y demanda pueda seguir funcionando.

Todo esto permite que la industria automovilística sume cada año pingües beneficios -a pesar de la crisis del 2008 que hizo que las ventas se estancaran, en 2015 han vuelto a subir-, dando trabajo a menudo estable a millones de personas y que a su vez actúe de motor para el resto de sectores económicos que de alguna forma dependen de ella. Sin embargo, debemos decir que todo esto tiene un coste social que no es tenido en cuenta por casi nadie. El uso del coche en la ciudad se hace universal, hasta el punto que muchas personas hacen de él su forma de vida y no pueden separarse de él. Algunas ciudades de EEUU están diseñadas exclusivamente para el tráfico rodado y permiten de forma normalizada que los ciudadanos hagan toda su vida en el coche cuando no están en el trabajo o en casa, contribuyendo decisivamente al sedentarismo de gran parte de la población. La costumbre antinatural de la velocidad se hace una constante en las nuevas generaciones que ya han nacido en un mundo infectado de coches por todas partes, hasta el punto que mucha gente se vuelve adicta a ella y no sorprende que sea la causa número uno de los accidentes de tráfico. El estrés y los nervios que provocan los atascos es una tónica general a la que se acaba acostumbrando todo conductor y que nadie es capaz de poner solución alguna. El resultado es que muchos conductores tienden a una considerable agresividad al volante.

Los accidentes de tráfico cuyas causas principales son los dos aspectos mencionados, es decir, la velocidad y las distracciones provocadas por estrés o agresividad, son asumidas por la sociedad y las autoridades como un mal inevitable del progreso que solo puede ser mitigado mediante campañas de sensibilización a los conductores -no siempre efectivas-. Aunque  el objetivo principal de dichas campañas es reducir el número de víctimas también lo es el de reducir el enorme gasto económico derivado de los accidentes. Sin embargo,  otra forma de ver los inevitables accidentes de tráfico en vez de daños colaterales, es como hechos incontrolados del progreso tecnológico que deja consecuencias indeseables y dramáticas, en este caso, víctimas absurdas de la velocidad que no deberían dejar su vida atrapadas entre hierros. Pero como sucede siempre, se enseña que el progreso es más importante que este hecho y como tal se reduce a un mero resultado porcentual que no afecta a que éste siga su curso. En referencia a los accidentes de tráfico cabe destacar la impactante cifra aproximada de 1,25 millones de muertos al año en todo el mundo y otros tantos millones de heridos.

Los accidentes conllevan una serie de gastos en cuestión de reparaciones a familiares por parte de las autoridades, tanto físicas como psicológicas, pero a su vez suponen la inversión de enormes sumas dinero en materia de seguridad automovilísitica para paliar dichos accidentes, algo que supone otra de las trágicas paradojas del mundo moderno, por la que unos cuantos salen beneficiados por el dolor de otros muchos. En las guerras pasa algo parecido, empresas relacionadas con el armamento y la seguridad salen siempre beneficiadas de la muerte de millones de personas. ¿Daños colaterales o crímenes del progreso?

A nivel ecológico el aumento del número de coches en circulación y de las carreteras se traduce en una pérdida y destrucción irreparable del espacio natural así como de miles de organismos que viven en él. La industria de la minería que abastece de materia prima a la indsutria del coche es una de las mayores derrochadoras de recursos, de destrucción de hábitats, erosión y desertificación de los suelos, agotamiento del agua, fomento del esclavismo infantil humano así como provocadora directa de conflictos bélicos y por tanto de desplazamiento forzado de millones de humanos. Le sigue de cerca la industria energética, en especial la del petróleo, causante de numerosas campañas militares de los países occidentales en Orienete Próximo. La otra parte negativa es la enorme cantidad de residuos que producen la fabricación de coches y que acaban en los ríos o mares, así como de partículas contaminantes a la atmósfera que mezclada con otros gases afectan cada vez más a millones de organismos incluidos los humanos, en especial los que habitan en núcleos urbanos aunque también alcanza a los que viven en zonas rurales.  

Si la parte que se refiere a la fabricación de vehículos por parte de las respectivas industrias que lo abastecen se torna inmensamente destructiva, la parte que se refiere al uso del mismo por los usuarios no le queda lejos ni mucho menos. La contaminación atmosférica es la parte que más afecta a los propios humanos receptores de dicha contaminación, pero solo es la parte más visible y últimamamente más tenida en cuenta. La consecuencia más destructiva y exterminadora de la velocidad contranatura del vehículo a motor es la muerte en carretera de millones de animales de todos los tamaños pertenecientes a numerosas especies y poblaciones. 

Tan solo en un país como España se calculan aproximadamente 10 millones de animales asesinados por los coches al año, y decimos asesinados sin ningún tipo de reparo porque la incipiente construcción de carreteras en espacios salvajes que albergaban la morada de los animales que lo poblaban para el tráfico rodado de humanos constituye uno de los mayores crímenes contra la naturaleza y al mismo tiempo una contribución nefasta a la pérdida de biodiversidad y reducción de poblaciones silvestres. Sin embargo se me antoja que esta cifra no incluye a insectos, lo que sería muchísimo más elevada. La forma en que son matados animales inocentes ajenos a la expansión de la especie dominante es cruel y rastrera porque mueren aplastados, destripados y despellejados sin que nadie se moleste en recoger sus restos en un gesto de desprecio por la vida que no debe tener parangón alguno en la historia de la humanidad, más si cabe que los otros tantos millones de animales esclavizados para comerse, pues al menos mueren por un motivo, aunque este es claramente innecesario. Los animales salvajes obligados a cruzar carreteras en su rutina de buscar alimento o socializarse con otros miembros de su especie han visto como se ha estrechado su hábitat cada vez más y las alambradas que se instalan en algunas carreteras para su supuesta protección a menudo sirven también de una muerte atroz por atrapamiento. La cifra total de animales que dejan la vida en la carretera en todo el mundo debe ser incalculable y sin duda constituye otro de los numerosos ecocidios perpetrados por el "necesario progreso humano" contra la vida natural.   

Lejos de reflexionar sobre los alcances reales del problema, algunos sectores de la sociedad empiezan a plantear posibles soluciones del tráfico rodado. Pero su motivo es básicamente que resultan muy contaminantes para los ciudadanos. No se tienen en cuenta ni el problema que se deriva de su fabricación, sin duda mucho más grave, ni las terribles consecuencias que tiene para otros animales habitantes del planeta porque en cualquier caso ambos problemas están sucediendo lejos de las ciudades. Así pues, las supuestas soluciones solo abordan problemas que atañen a los ciudadanos que además son demandantes insaciables de más coches porque la industria solo busca beneficios sin tener en cuenta los costes sociales o ecológicos. Y por ello una vez más se demuestra que este sistema está tremendamente enfermo de egoísmo incluso en el diágnóstico de algunos de sus síntomas. Pero al fin y al cabo las autoridades actúan supeditadas al enorme poder de las grandes industrias.

El desarrollo del coche se impuso como un hecho ineherente al progreso, por tanto resultó ser algo supuestamente positivo para la sociedad, sin darle la oportunidad a ésta de plantearse los costes del mismo, los riesgos de su peligrosidad y los males ecológicos derivados de su fabricación excesiva. Esto forjó una ideología que defendía el coche como un bien necesario y útil en las ciudades. Así pues, cien años después se sigue venerando al coche como un bien supremo,  en vez de plantear un debate en la sociedad sobre la supuesta necesidad del coche como símbolo de un sistema económico creciente y no como un instrumento mortal así como perjudicial para la salud humana -y animal, como hemos demostrado-, extremadamente antiecológico y derrochador de recursos. El símbolo del sistema social marcado por el materialismo y el progreso ha demostrado ser un invento maldito y destructivo, un arma que mata millones de animales, incluidos humanos (probablemente muchos más que cualquier arma al uso). 

Una vez más en este espacio no tenemos posibles soluciones para este gran problema porque de haberlas pasarían por un cambio tan radical y global que creemos de una tendencia improbable dado que chocaría con los intereses de la industria, las autoridades y los propios usuarios inconscientes del verdadero problema. Y porque además, la historia de la humanidad ha demostrado que la voluntad humana nunca ha provocado cambios de significancia alguna sino que son aspectos externos a ella los que han provocado dichos cambios. 

Tan solo la consciencia individual de las personas que se hallan en el camino de recuperar la cordura podría hacerles replantearse cosas como renunciar al uso del coche por ser un invento nefasto; decisión que formaría parte de un todo integral que cuestiona al mismo tiempo el disparatado modo de vida urbano y tecnologizado.  


5 de mayo de 2017

Crítica de "Colapso" de Jared Diamond

No es habitual en este espacio hacer críticas ni reseñas sobre ensayos o cualquier otro género literario. Sin embargo esta vez merece la pena hacer la excepción. Recientemente me he leído un libro que tenía pendiente desde hace tiempo, se trata de Colapso. Por qué unas sociedades perduran y y otras desaparecen, de Jared Diamond. Pero he de decir que, después del valorado por muchos, incluido el que habla,  Armas, gérmenes y acero, el presente libro, publicado hace ya más de diez años, se me ha antojado en general bastante decepcionante. Y es precisamente por esta razón, y por la nada sorprendente influencia que tiene Diamond en el mundo académico y procientífico, por la que veo necesario rebatir este libro. 

A mi juicio el estudio tiene dos partes fundamentales, que según el autor guardan una estrecha relación: en la primera se habla de las sociedades del pasado que tras alcanzar un vigoroso esplendor, desaparecieron supuestamente tras sufrir un colapso en su modo de vida. Y en la segunda se establecen posibles analogías y diferencias entre la sociedad actual civilizada -o globalizada- con estas sociedades. Entre medias y como una parte diferenciada, se habla a su vez de sociedades actuales que supuestamente también han sufrido colapsos y de otras pocas que supuestamente han tenido éxito. 

Bien, en primer lugar es importante matizar porqué utilizo el término "supuestamente". Esto es porque cuando uno lee que todas estas sociedades del pasado en las que se habla colapsaron, según Diamond, por cinco factores clave que se reptien casi siempre, le queda cierta duda, máxime cuando la mitad de dichos factores tienen que ver con la voluntad de todos los miembros de la sociedad entre sobrevivir o desaparecer, como si la propia sociedad llevara las riendas de su destino y así pudiera tener éxito o fracasar. A priori los factores medioambientales pueden parecer ciertos y según la mayoría de los estudios arqueológicos debió de darse al menos en algunas de ellas un desequilibrio entre población y recursos naturales o una sobreexplotación de los mismos que inevitablemente llevó al desastre. Lo que quedaría por saber es si estos hechos -no decisiones grupales, como pretende hacernos convencer el autor- fueron causa directa de la acción humana. Rastreando por la red, uno encuentra el libro "Cuestionar el colapso", una obra escrita por varios antropólogos en la que se desmontan con otros argumentos que dichos colapsos no fueron motivados directamente por causas humanas -como el de la isla de Pascua- e incluso que algunos de ellos no pueden catalogarse siquiera de colapsos sino de transformaciones o expulsiones -como es el caso de los mayas o los anasazi del sudoeste de Norteamérica-.

Cabe decir que a pesar de su abundante documentación, sorprende, no de forma muy positiva, el estilo sobradamente subjetivo y pasional del que abusa Diamond. Así, uno no se explica que previamente a esta primera parte se dedican tantas páginas a una parte de la sociedad actual estadounidense, como es el estado de Montana -ni más ni menos que 60 páginas del libro-, al parecer por lo que bien que conoce la zona y la cantidad de amigos que tiene allí. Tampoco es explicable que se dediquen apenas 25 páginas al imperio y ocaso de los mayas mientras a los noruegos de Islandia, Groenlandia y otras islas británicas se les otorgue la friolera de más de 150 páginas. Evidentemente, aunque esto sea algo secundario para el contenido del libro, no deja de ser una decisión arbitraria del autor que deja sin aclarar.

En cuanto a la segunda parte fundamental, y dejando de lado la parte en la que se habla de las supuestas sociedades actuales que han tenido éxito, algo muy relativo y discutible -tal es el caso de Japón- porque ¿quién nos asegura que las sociedades del presente, mayormente dependientes de la globalización, no están en riesgo de colapso? o que de forma arbitraria son presentadas por Diamond como sociedades con un medioambiente frágil, tal es el caso de Australia o China, como si fueran sociedades susceptibles al colapso -cuesta creerlo en el caso de China-, Diamond quiere hacernos mostrar a modo de conclusión que las diferencias y analogías de la sociedad actual globalizada en relación a las sociedades del pasado deberían ser analizadas y estudiadas para no caer en sus mismos errores y con el simple objeto de que perdure la primera. Y he aquí la gran decepción del libro en la que merece extenderse. (Al fin y al cabo, las interpretaciones antropológicas sobre diferentes sociedades, a menudo contrapuestas, pueden ser tomadas en serio o puestas en duda por los lectores a juicio de estos, pero no dejan de ser especulaciones sobre el pasado. Sin embargo el presente es más fácil de analizar y en parte, comprender). 

Diamond insiste reiteradamente en la capacidad o no de aquellas sociedades para enmendar sus errores y sus fatales consecuencias que les llevaron al fracaso. Sin embargo, esto contrasta con su libro anterior Armas, gérmenes y acero, en donde se aseguraba que las sociedades estaban marcadas por un determinismo histórico dominado por los factores materiales y no culturales -yo dudo si los factores materiales no son culturales, y quizás una oposición más acertada sería la de factores ideológicos-. Pero sigamos con el volumen que nos interesa: esta supuesta voluntad de las sociedades por dirigir su propio rumbo se confirma cuando Diamond de forma claramente prosistema lo traslada a la sociedad actual defendiendo a multitud de empresas que según él tendrían la capacidad de revertir la esencia del sistema del crecimiento y el desarrollo ilimitado solamente modificando sus prácticas medioambientales, con el fin de contaminar menos o extraer recursos causando un menor impacto. Sin más, ya está. A su vez, los gobiernos y los consumidores, a su modo, también pueden influir en que estas prácticas mejoren. Una de las cosas que más chocan es cuando afirma que una de las prácticas que podrían hacer los consumidores, además de quejarse o rechazar ciertos productos, es elogiar a las empresas cuando éstas lo hacen bien, como si fuera poco darles tanto dinero comprando sus productos.

Las referencias que cita se refieren a la industria petrolífera, la de los metales, la de la madera y la de la pesca, efectivamente, unas de las que más daño hacen al medioambiente. Faltaría quizás la industria de la carne, una de las más destructivas. Después de señalar los daños ocasionados por éstas de forma bastante fiel a la realidad, nos recuerda insistentemente y de forma "optimista" cómo deberían hacer las cosas para que los daños no fueran tales o fueran menores. Para ello nos presenta ejemplos excepcionales de empresas que han desarrollado una política medioambiental ejemplar y que debería servir como modelo para el resto, además de la implantación de normativas por parte de las autoridades encargadas de poner límites a la explotación de los recursos y que ya funcionan en algunos países. Para él esto sería suficiente. Otros expertos insisten más en transformar las fuentes de energía de combustibles a energías limpias y renovables, lo que según ellos solucionaría una parte del problema (pero solo una parte). 

Pero lo que realmente esconde esta posición claramente condescendiente es una intención generalizada por parte de ecólogos, biólogos, climatólogos y otros científicos de salvar la civilización a toda costa. Para ellos, el medioambiente tiene algún valor, pero solo si sirve a la humanidad. Una visión realmente antropocéntrica. La esperanza de la que tanto habla Diamond en el libro supone un futuro civilizado más suave, menos invasivo. Es por eso que en esta clase de libros se habla de una esperanza relativa, una esperanza con condiciones. Solamente se alude a los problemas medioambientales -que  es verdad que son muchos y graves-, algo menos a los problemas demográficos y nada en absoluto a otros problemas de tipo estructural de la propia sociedad. 

Ni por asomo se aluden a los problemas intrínsecos del propio modo de vida. No se habla de la degradación de la propia naturaleza humana civilizada, la mera consideración del individuo exclusivamente como un ente consumista, superficial y vacío. No se mencionan en estas obras la total artifialización de la sociedad por medio de la tecnología, la pérdida de la comunicación tradicional. Ni tampoco la masificación en megaciudades cada vez más vastas y los problemas inherentes a éstas. No se habla de la inevitable jerarquización de las relaciones laborales y empresariales en una sociedad altamente compleja donde todo está controlado por máquinas y sujetos-máquinas, así como de la especialización vertiginosamente cambiante de las innovaciones o de lo que Diamond denomina esta vez sí acertadamente proceso autocatalítico (pag.249 de Colapso) en relación a los avances tecnológicos. Tampoco se dice nada sobre la extremada alienación de la sociedad civilizada, del infantilismo al que se relega al individuo urbanizado, siempre inmerso en el exceso, la envidia, la tentación de consumir, el vicio y la estupidez. Por último, tampoco se alude a la falta de moral que hace sostener una sociedad de este tipo cuyo ejemplo más aberrante es el de mantener a millones de esclavos animales en condiciones deplorables y condenados a la violencia y la muerte porque todo el mundo lo consiente. Aquí Diamond demuestra importarle muy poco los animales marinos con su posicionamiento a favor de una industria de la pesca controlada, pero básicamente como el grueso de la humanidad: si los animales terrestres les importan poco, los que habitan el mar no les importan nada. 

En una parte del libro, Diamond admite que es impensable que los gobiernos propongan métodos para reducir el consumo y dado que los consumidores no lo harán por sí mismos, y que como se expone, el nivel de consumo de los países tercermundistas se está equiparando en mayor medida a los primermundistas, el impacto en la naturaleza cada vez será mayor. ¿Qué importancia tendría que las empresas contaminaran menos o fueran menos destructivas si cada vez tuvieran que extraer más recursos o fabricar más productos porque cada vez hay más gente en el mundo consumiendo como lo hace el Primer Mundo? Por lo tanto, ¿de qué serviría que un gran número de empresas implantaran medidas medioambientales o que las normativas fueran más estrictas si la población seguiría aumentando a la vez que lo haría el impacto en el medio? Lo mismo podría decirse si supuestamente las energías renovables sustituyeran a las energías convencionales no renovables. 

Peor aún, si la esperanza de Diamond se cumple y todas estas empresas mejoraran supuestamente sus prácticas medioambientales, se acabaría la gravedad del asunto al menos de forma temporal, con lo que ya no habría razón para preocuparse y los niveles de consumo podrían multiplicarse sin que el ecologismo interfiriera. Esto es lo que podría llegar a pasar si el problema se enfoca únicamente desde un punto medioambiental. Si no se consideran otros puntos de vista de índole social, moral y fundamentalmente estructural, la sociedad seguirá sujeta a los dictámenes del progreso y el crecimiento ilimitado y por mucho que se intenten postergar los ataques al medio natural, el inevitable aumento desproporcional de la población y su impacto acabarán por destruir la mayor parte de dicho medio. 

14 de marzo de 2017

El progreso, un proceso contra natura

Desde tiempos remotos, el ser humano ha progresado, incluso en la larga y supuestamente estática época primitiva también lo hizo, aunque más lentamente. Todos y cada uno de los pasos que hemos ido dando han ido siempre en esa dirección y todos y cada uno de ellos han posibilitado cambios que a su vez posibilitaban más cambios. La era primitiva fue larga y lenta, los cambios se producían de forma gradual, los humanos que había eran nómadas y recolectores y eventualmente cazadores. Durante cientos de miles de años llevaron una economía básica de supervivencia, migraban con lentitud buscando mejor clima o tierras, explorando zonas vírgenes y vivían en pequeños grupos de población aislados unos de otros. Así, la población crecía muy lentamente, pero crecía, el cerebro se desarrollaba poco, pero se desarrollaba. Y aunque fuera lentamente, de alguna forma el ser humano primitivo empezaba a transformar el ambiente, como ejemplo baste decir que numerosas pruebas antropológicas sugieren que la especialización de la caza pudo motivar probablemente la extinción de grandes mamíferos del Pleistoceno como los mamuts.

Llegado el Neolítico ocurrió el primer gran cambio significativo: la economía pasó de ser de subsistencia a una economía productivista en pocos milenios, con ello cada vez más grupos se hicieron sedentarios, estableciéndose en poblados cada vez más grandes. Sin duda esto hizo aumentar la población y el contacto entre grupos, que por un lado motivó la transmisión cultural, pero por otro, trajo los primeros grandes conflictos entre clanes, que empezaban a competir por tierras, animales y esclavos. Poco a poco, pero cada vez más rápido, las sociedades se volvieron más complejas y las más grandes y avanzadas derrotaban a los grupos aún tribales, aún mayoritarios, absorbiendo a sus miembros en forma de esclavos. Así, surgieron a su vez sistemas de jerarquía cada vez más fuertes y eficaces y con ello, en poco tiempo, los grandes imperios con sus pertinentes conquistas.

El progreso estaba ya lanzado, se empezaban a formar las primeras ciudades, cunas de los primeros imperios: Sumeria, Fenicia, Mesopotamia, Persia, Egipto. Después, vendrían Grecia, Roma  y poco más tarde el Imperio español, holandés y francés. La población se contaba ya por millones en todo el mundo y el saqueo de los recursos naturales empezaba ya a hacer mella en el medio natural.

Pero no fue hasta entrado el siglo XIX cuando acaeció el segundo gran cambio significativo con la llegada de la era industrial y del petróleo, haciendo del progreso la auténtica razón de ser de la humanidad. Las ciudades se hacían inmensas, albergando a millones de individuos que formaban las primeras sociedades de masas. Los estados -naciones se consolidanan como garantes del orden y la ley, además de ejercer todo el poder sobre los ciudadanos. El trabajo en cadena preeminentemente industrial se imponía en los países post-imperialistas y la economía de libre mercado establecía el dinero como la primera razón para crecer de forma ilimitada. La población mundial se duplicaba en pocas décadas llegando a la astronómica cifra de siete mil millones de la actualidad. Es en esta época cuando el progreso se extiende y se justifica como si fuera el propósito por el cuál el ser humano ha colonizado la Tierra. Incluso se llegó a decir al princpio que el progreso traería la paz y la prosperidad a todo el mundo, acabando con la miseria y con las guerras y todavía hay muchos que así lo creen. Sin embargo, hoy, solo unos pocos pueden darse cuenta del inmenso daño que está provocando la imperante ideología del progreso y el crecimiento económico. 

El progreso no solo no ha traído  la paz y prosperidad que se prometió, sino todo lo contrario. El progreso ha creado el capitalismo, un sistema que todo lo basa en el beneficio económico ilimitado, cuyo "mayor logro" es la sobreexplotación de los recursos naturales de los países colonizados, creando en pocas décadas desorbitadas desigualdes entre las personas y condenando al hambre y los perpetuos conflictos armados a sus habitantes. Pero el progreso no solo mata por hambre o guerra a millones de personas que han tenido la mala suerte de nacer en el lugar colonizado, sino que mata indirectamente a los habitantes de los países ricos creándoles enfermedades por alimentación basura y adictiva, mediante el consumo de drogas de todo tipo, incluidas las tecnológicas o por accidentes, presentados como daños colaterales del progreso. 

Por desgracia,  el impacto negativo del progreso no solo repercute en el humano sino también en el resto de seres vivos no humanos. El progreso ha condenado a la violencia y muerte sistemática de millones de animales que se consumen para comer u otros usos, pero sobre todo para comer. Claro, cuando se prometió paz para todos, no se referían a los animales. Y por último, y sin salir del impacto en el medio natural, el progreso es el responsable directo de la destrucción diaria de miles de hectáreas de espacio natural, con las funestas consecuencias que esto tiene para millones de organismos, tanto del mundo vegetal como animal e incluso humano no civilizado. Con todo, millones de personas siguen viviendo engañadas en pos del progreso, responsables del crimen natural y paradójicamente ignorantes de que están cavando su propia tumba y la de sus futuros hijos.

Tras esta breve exposición de lo que ha supuesto el fenómeno maldito del progreso, pasaremos a argumentar porqué esta tendencia tan poderosa no solo es peligrosa y destructiva para el resto de seres vivos sino que va contra natura, es decir, se extiende en contra de la naturaleza. Para ello expondré varias premisas que lo demuestran:

En primer lugar, cabe decir que el progreso se ha forjado con los siglos haciéndose cada vez más fuerte y poderoso, embaucando a millones de humanos en su osadía. Sin embargo, en la naturaleza ninguna especie animal y menos vegetal ha desarrollado jamás un comportamiento parecido, la evolución, como ya afirmó el biólogo Stephen Jay Gould, no tiene ninguna dirección concreta, solo supone cambio, ni progresa ni retrocede, al menos en términos generales. Es evidente que el ser humano se ha salido claramente de esta tendencia con esa carrera desbocada hacia la sobreexplotación. Así pues, el progreso de la humanidad como fenómeno predominante está en claro conflicto con la evolución de las especies y la selección natural.

Otro factor contra natura del progreso es el desbocado incremento de la población humana, siendo el factor demográfico quizás el resultado más notable del mismo y que además justifica el círculo vicioso que esconde este fenómeno social. Ningún ser vivo ha crecido jamás tanto en número como para crear un desbarajuste serio en el planeta, modificando las condiciones esenciales para la vida, incuido el clima. Tan solo las bacterias y los virus podrían ser más numerosos, incluso los insectos, pero aún siendo los primeros organismos parasitarios su elevado número no provoca ni mucho menos el impacto destructivo que provoca el ser humano en la Tierra (a no ser que nuestra especie fuera considerada una clase de virus). Esto se entiende porque el ser humano en su desarrollo intelectual se ha salido de la cadena trófica natural en la que estaba inmerso cuando era más animal que humano, y si bien antes tenía depredadores que de alguna forma mantenían a raya su número, ahora carece de ellos, convirtiéndose con ello solo en depredador. Además, los animales depredadores apenas se alimentan de unas pocas especies sin modificar el ambiente en absoluto, mientras que el depredador humano se alimenta de cientos de especies diferentes transformándolo todo a su antojo, provocando con ello la destrucción indirecta de otras especies de animales y cuando no es por alimento es por decenas de necesidades superfluas. Son muchos biólogos los que hablan de esto como la sexta gran extinción masiva y a diferencia de las otras grandes cinco extinciones del pasado, es muy probable que la causa de la actual esté relacionada con el modo de vida de una sola especie, la humana.

El aumento generalizado de la media de vida es otro factor claro que va contra la naturaleza y muchos de los que lean esto pondrán el grito en el cielo.  Si lo hacen es porque son defensores a ultranza del progreso, ya que solo éste ha logrado que se vivan más años y en especial el progreso de los últimos doscientos años con el avance de la medicina convencional y la tecnología. Pero ni la medecina convencional ni la tecnología son hechos naturales sino artificiales y aumentar la media de vida bajo estos medios no tiene ningún mérito, es como hacer trampas. Por otro lado, el aumento de la media de vida ha contribuido claramente al aumento poblacional. El ser humano vive más años en general, pero ¿a costa de qué? ¿y para qué? En la antigüedad la media de vida apenas llegaba a los cuarenta años y nadie estaba preocupado por ello, a pesar de que algunos se salían de la media y podían llegar hasta los setenta u ochenta años. Solo cuando la ideología del progreso ha sido motivo de culto la gente ha empezado a preocuparse por cumplir más años, e incluso los más visionarios y alocados de alcanzar un día la inmortalidad del cuerpo. En la naturaleza ningún ser vivo ha superado jamás su media de vida ni se ha preocupado en hacerlo, porque de hecho a la naturaleza no le conviene en absoluto que algo así les sucediera a muchas especies, iría contra natura. Nuevamente solo una se ha salido de la norma general. 

Valores tan ligados al progreso como la búsqueda de  la felicidad son exclusivamente humanos, en la naturaleza nadie se preocupa de ser feliz, ni siquiera de tener una vida colmada de placeres. De hecho, hay pruebas de que lo opuesto al placer, el dolor, es un motivo mayor de evolución (no de progreso) ya que ayuda a la supervivencia y perpetuidad de las especies. En la naturaleza, los seres vivos luchan permanente y únicamentemente por estos dos factores y una especie que buscara la felcidad permanente no podría durar mucho y de hecho la única que lo hace parece querer estar buscándose un final triste y rápido. Ciñéndonos a los animales como únicos seres que podemos afirmar con seguridad que tienen conciencia, es evidente que buscan huir del dolor y en muchas ocasiones buscan estados de tranquilidad, juego y placer, pero estos estados no entran en conflicto con los estados de alerta o protección necesarios para la supervivencia. De hecho, la mayor parte del tiempo lo ocupan en buscar alimentos y en aparearse, los dos factores claves para la supervivencia y la perpetuación de la espcie. Tanto se ha alejado el ser humano de la naturaleza que ya no la teme, y peor aún, ya no tiene que preocuparse de su supervivencia, por lo que puede dedicarse a buscar cosas triviales como la felicidad permanente o la diversión sin límites pero siempre como partes subordinadas al progreso, el motor que lo hace posible. La pregunta es, ¿le ayudará esto a sobrevivir mucho tiempo?  

Por último, pero en clara relación con las anteriores, el progreso de la humanidad ha contribuido y contribuye de forma unánime a la destrucción de la naturaleza, y cada vez en mayor medida, dado que cada vez hay más humanos en el planeta y cada vez más humanos se suman al consumo desmedido de Occidente. La ideologíoa del progreso ha logrado extender la absurda creencia de que miles de millones de humanos pueden vivir para siempre al ritmo que lo están haciendo y para ello, se ha valido de ideologías subordinadas como el materialismo, el consumismo y el ya mencionado hedonismo. Pero este ritmo de vida supone el exterminio de millones de organismos tanto animales como vegetales, en lo que algunos ecólogos se refieren a ello como una pérdida irreversible de la biodiversidad de la Tierra, necesaria para que los ecosistemas vitales sigan funcionando. Es decir que para que millones de humanos puedan vivir como lo están haciendo ahora muchos más millones de seres vivos tienen que morir e incluso malvivir hasta morir.

A pesar de que pueda paracer que el progreso permite a la gente llevar una vida normalizada o al menos así lo creen sus defensores, los más engañados, es sin duda un modo de vida no solo destructivo con el resto de organismos sino consigo mismo, un modo de vida claramente suicida y algunos expertos ya han hablado de que si todo sigue como hasta ahora, las posibilidades de una extinción humana aumentan drásticamente. Aunque siendo objetivos no sería tan grave, se estima que cada año se extinguen entre 10.000 y 50.000 especies. Con todo, es necesario decir que todavía ningún biólogo ni paleontólogo ha corroborado que ninguna especie se haya extinguido jamás por un comportamiento claramente autodestructivo, sino por circunstancias totalmente ajenas a ellas. 

Expuestas esta serie de premisas a modo de conclusión surgirían varias preguntas sobre el progreso, ¿Es esta tendencia ihenerente al ser humano? Si queda demostrado que desde tiempos remotos el ser humano ha progresado, entonces la respuesta es sí -incluso en los períodos que lo haya hecho muy lentamente-. ¿Es por tanto el progreso inherente a la naturaleza humana? Probablemente lo sea. ¿Podría escapar de él? Actualmente no puede, y solo en un futuro remoto en el que el modo de vida actual haya desaparecido y solo quedaran unos pocos humanos, éstos podrían a voluntad llevar una vida libre de progreso, agrupados en sociedades minúsculas y sencillas que apenas dejen impacto en el medio natural y sin ánimo alguno de crecimiento, a pesar de que siempre existiera la posibilidad de que éste volviera a ganar la partida y todo volviera a empezar. 

Aunque se salga del tema en cuestión, cabría añadir porqué la humanidad no puede actualmente escapar al progreso. En primer lugar porque la inmensa mayoría de personas creen firmemente en que el progreso es la razón de ser del ser humano e incluso de que en algún momento traerá la paz a todo el mundo. En segundo lugar porque todas esas personas no están capacitadas para ver la relación entre el progreso y la destrucción del medio natural, ni mucho menos lo pernicioso que resulta aquel para todos los ámbitos de la vida y en tercer lugar porque los pocos que lo pueden ver solo proponen soluciones que inciden en las causas próximas y no en las causas primarias. En cuarto lugar, porque incluso aunque una parte importante de la humanidad reconociera las causas primarias, abordarlas supondría un choque brutal con el modo de vida impuesto, si no un colapso inevitable del propio sistema y lo que pasara después nadie puede saberlo. 

Es importante añadir a su vez otra cuestión y es la diferencia entre la ideología del progreso, forjada con los años, que es la que actualmente mueve el mundo de los humanos y el hecho del conocimiento. Aunque pueda parecer que desde siempre ha acompañado al progreso, el conocimiento, que se puede decir también es inherente al ser humano, por tanto a su naturaleza, podría desarrollarse independientemente del progreso en un futuro de sociedades minúsculas y sencillas, dirigido únicamente hacia la naturaleza y el ambiente que nos rodea en general. Por tanto, y aunque esto formaría parte de otro escrito, habría que dejar clara la diferencia entre lo que es el conomiento ilimitado marcado por el progreso y auspiciado por la tecnología, que es el que se ha impuesto por la fuerza y el conocimiento sencillo dirigido únicamente hacia el medio natural. 


  

27 de enero de 2017

La ciencia moderna desafía las leyes naturales

De entre las ideas más disparatadas que nos brinda la modernidad, al menos hay una que se burla del orden natural por el que se desarrollan los seres vivos de este planeta y esta es la idea de superación de la muerte, cuyo equivalente más fantasioso es la idea de inmortalidad del ser humano. Una idea que nace de un deseo, el no querer morir. Esta vez ni siquiera podemos hablar de que la ciencia empieza especulando sobre una teoría antes de cribarla por el método científico, pues es así como se desarrollan casi todas las teorías probadas por la ciencia, por lo menos aquellas que tratan de explicar un hecho o un fenómeno. Porque la negación de la muerte no tiene un carácter especulativo, sino más bien antinatural, pues es sabido y demostrado que una de las características fundamentales de todos los seres vivos es el hecho de la mortalidad. Así, este nuevo deseo de ciertos científicos contradice una teoría crucial que se supone ya ha demostrado la propia ciencia. Aunque se puede decir que esto es una tónica ya repetida en muchas ocasiones.

Este deseo antinatural se manifiesta principalmente en el ámbito de la medicina, en donde se investiga la forma de "curar el envejecimiento" (menos osado sería hablar de retrasar el envejecimiento, una expresión que tal vez sí pudiera encajar en el orden natural). Esta investigación alberga implícito el deseo de inmortalidad ya mencionado, pues si se lograra curar el envejecimiento, entonces el ser humano no moriría nunca, al menos de forma natural, se entiende. No entraremos en las bases de dicha invetigación que solo competen en realidad a los científicos que las desarrollan, pero sí podemos aventurarnos a decir porqué aparecen, de dónde vienen. 

Es evidente que no vienen de la religión, antítesis de la ciencia, pues siempre ha insistido en la inmortalidad del alma, pero no del cuerpo, es decir, que las creencias religiosas de alguna forma también han tocado esta cuestión, aunque la ciencia no ha podido demostrarlo dado que dicha inmortalidad se remontaba a una figuración supraterrenal o sobrenatural. Ahora la ciencia pretende alargar la vida humana tanto como sea posible curando el envejecimiento y ya que se pone, alargarla eternamente, pero no en un terreno supraterrenal sino terrenal, pues es el único plano en donde es capaz de demostrar hechos contrastados. 

¿Y por qué no se quiere morir? Podríamos enumerar muchas razones que estarían en franca consonancia con el contexto de sociedad moderna actual, pues es obvio que todas las ideas que surgen en la mente humana tienen relación con la forma de vivir. Durante miles de años, prácticamente desde el surgimiento de la civilización como tal, el ser humano ha inventado formas varias de alargar la vida retrasando el envejecimiento. Una fue la veneración hacia la juventud y la belleza, periodo de la vida en donde el ser humano goza de todo esplendor y fuerza antes de iniciar su descenso irremisible. Para ello se han transmitido entre generaciones multitud de historias y leyendas venerando la belleza como símbolo de virtud y éxito. En la era moderna, el culto al cuerpo se hace una realidad, la industria contribuye con el lanzamiento de cientos de productos para perfeccionar el cuerpo cada vez más mientras que la ciencia alarga la vida física con sus avances en medicina y tecnología. Todo esto permite el aumento poblacional, el alargamiento en la esperanza de vida y en consecuencia, el aumento de una población envejecida.

A pesar de los pesares, todo intento de alargar la juventud mediante historias legendarias o artimañas industriales no era más que una falacia temporal, pues todos sabían que más tarde o más temprano, el envejecimiento era algo inevitable y la muerte la etapa final. Resulta irónico también que el hecho de la muerte se haya convertido en un tabú del que pocos desean hablar al margen de las creencias religiosas que por qué no decirlo, transmitían una sensación de tranquilidad a los creyentes, por el hecho de estar convencidos de que la muerte no era el final, y que si habías sido bueno o habías sido redimido de tus pecados irías al cielo por toda la eternidad. Muy recientemente, la ciencia, negando las creencias religiosas, ha afirmado públicamente que tras la muerte no hay nada, ni dios, ni cielo ni tampoco infierno. En consecuencia la cantidad de no creyentes o ateos ha ido  en ascenso pero al mismo tiempo la tranquilidad con la que se iban los creyentes ha sido sustituida en detrimento del miedo a lo desconocido, pues resulta difícil para todos los humanos imaginarse una sensación de no respirar ni sentir absolutamente nada, esa sensación de vacío que debe venir tras la muerte. 

Ni la certidumbre religiosa, francamente dudosa, ni la incertidumbre de la que no puede escapar la ciencia han ayudado para la aceptación de la muerte como un suceso crucial que forma parte de nuestra naturaleza como animal que somos. Y sin embargo, la ciencia que estudia la historia más antigua, la antropología, ha aportado pruebas fehacientes de que en eras primitivas de la humanidad, la muerte era aceptada como algo natural sin miedo alguno, solo quizás con resignación, pues el hecho de vivir en la naturaleza y creerse un animal más dentro del orden natural era la razón que hacía comprender el sentido del ciclo natural por el que todo ser vivo ha de pasar. Dichas pruebas pueden incluso comprobarse en las tribus indígenas actuales en las que los más ancianos se dejan morir en su deseo de no ser una carga para la tribu nómada. En los animales también se puede observar cierto abandono o aceptación del final, si bien es aventurado asegurar que son conscientes de su propia muerte. El alejamiento evolutivo de la naturaleza por parte de los humanos motivado por las nuevas circunstancias materiales y sociales motivó la extensión de la idea de trascendencia del ser humano sobre el resto de seres vivos y por ende el rechazo de las leyes naturales que aún así lo definen culminando en ideas absurdas de eternidad de la vida. 

Por suerte, esta posibilidad tan solo es eso, una posibilidad todavía hoy tan remota en el tiempo que ni siquiera merecería la pena ser valorada. Pero aunque lo fuera, dicha posibilidad no está teniendo en cuenta el contexto actual en el que vivimos, ya que si el alargamiento de la vida y los avances médicos han conseguido que la población aumente de forma considerable en apenas siglo y medio, a pesar de que la muerte siga ganando la partida, la posibilidad del logro de superación de la muerte, estaríamos hablando en poco tiempo de un planeta plagado de humanos y agotado de recursos u otras formas de vida, en definitiva, un planeta hostil y vacío. Otras expectativas de superación de la muerte como la criogenización  son aún más nefastas dado su carácter selectivo que podrían ofrecer en un futuro -de momento solo se puede hablar de su carácter fraudulento ya demostrado por algunos escépticos-, y es que si la ciencia logra superar la idea de reanimación no puede garantizar la calidad de vida de una persona que despierta en un futuro remoto totalmente diferente al actual, por no hablar de que la criogenización sería solo posible para las clases sociales más adineradas.

Pero al margen de la posible reanimación futura de un cuerpo muerto congelado, el hecho de que algunos se planteen la superación de la muerte por cualquier método e incluso dediquen gran parte de su esfuerzo y su trabajo en estudiarlo es algo que resulta inquietante ya que desafía la naturaleza humana negando su propia animalidad. Además, en el contexto actual que vive la humanidad podría llegar a resultar incluso insultante pensar en alargar la cantidad de años que pueda vivir un humano antes que mejorar su calidad de vida, tan penosamente degradado por la era industrial que tanto prometió hacerlo en sus inicios. Ni la era industrial  ni la tecnología han logrado hacer progresos en este aspecto, sino más bien todo lo contrario. La fe en el progreso ha hecho creer a la gente la ecuación "a más personas más calidad de vida", y esos avances en medicina de los que tanto se ha presumido han posibilitado el aumento desproporcionado de la población y su aglutinación en masas ingentes de humanos rodeadas de máquinas llamadas ciudades.  

Por otra parte, la ciencia moderna está acaparando una influencia y reputación cada vez mayor en el pensamiento de gran parte de la sociedad incluso ante las ideas más osadas y especulativas, del mismo modo que lo hacía la religión hace siglos y aún hoy, confirmando cierta tendencia dogmática por parte de muchos científicos que se creen garantes de toda forma de conocimiento. A pesar del eterno debate tan controvertido que ha suscitado durante años la oposición entre religión y ciencia en cuanto a tratar de explicar lo inexplicable, parece que la ciencia moderna lleva el mismo camino que su antagonista en cuanto a crear cierto poder de convencimiento entre las nuevas generaciones más ligadas a ella que a las creencias religiosas.

Finalmente, se debe destacar que la razón antropocéntrica tiene un gran peso a la hora de no desear la muerte, pues esta idea forjada por milenios de alejamiento de la naturaleza y distinción con respecto al resto de animales no humanos ha hecho que muchos quieran trascender su propia existencia pretendiendo ser lo que no son. La no aceptación de la muerte no es más que una transgresión del ciclo natural de la vida.

16 de diciembre de 2016

En navidad, más derroche, más estupidez, más falsedad

Como cada año, la sociedad del supuesto bienestar acoge con los brazos abiertos ese período en el que todos parecen volverse un poco más dementes de lo que están, pues son unas fechas en las que no saben hacer otra cosa ni capacidad tienen para ello. Empujados por la inercia, la gran masa urbanita se dispone frenéticamente a comprar cuantas cosas pueda, ya sea en forma de objetos para regalar o comida para reventar, en estas fechas todo vale. La navidad se ha convertido en otro fenómeno de masas que se ha instaurado en nuestras vidas sin que hayamos podido hacer nada por impedirlo. Las excusas más recurridas son los niños y el placer, dos aspectos sagrados en el humano moderno de hoy en día.

A pesar de que originariamente el motivo de la navidad era exclusivamente religioso, hoy en día va perdiendo fuerza, pues la idea de un dios supremo que nos salvará a todos está siendo sustituida por el valor que se da al aspecto material. Hoy existen otros dioses para venerar como la televisión, el móvil o los videojuegos, es decir, inventos tecnológicos que enganchan fácilmente. Si bien la celebración de la navidad tradicional se centraba más en las reuniones familiares con sus pertinentes cenas, las panderetas en los villancicos y los regalitos de reyes o papá noel, según el lugar, en lo que apenas venía a durar unos días, la navidad moderna se centra ante todo en cuestiones comerciales, fomentando las compras desmedidas y adelantándose más en el tiempo para multiplicar las ganancias. Han conseguido que la navidad sea la gran mentira a la que todo el mundo acaba postrándose, incluso los que reniegan de ella.

Aquí todos sacan su provecho. En primer lugar las grandes empresas, monstruos ávidos de incrementar las ventas y los beneficios, lanzando sublimes campañas de publicidad, a la cual más estúpida y retorcida, como la nueva moda del “black friday” para dar comienzo a la locura, un sutil invento "made in USA" que a velocidad del rayo se ha extendido a toda Europa, confirmando que de la cultura yanqui se importan solo los aspectos más perniciosos o que en el fondo Europa y EEUU son dos sociedades que operan bajo las mismas leyes del mercado y que se copian la una de la otra. De la forma que se quiera mirar, esta nueva campaña representa lo estúpidos que nos estamos volviendo al permitir que las grandes multinacionales gobiernen nuestras vidas como si de dioses se trataran. 

Se permite todo lo que nos vende el sistema y por lo tanto se es condescendiente con él. Permitimos que las empresas nos engañen con millones de anuncios en todas partes, anuncios creados para que compremos más de lo que necesitamos, para hacernos adictos a las compras, para crearnos ideas antihumanas y antinaturales como la felicidad perpetua o el placer por encima de todo, incluso a costa del sufrimiento de terceros. Permitimos que el gobierno nos engañe a su vez con sus discursos pro-navidad, con importantes sorteos para ganar dinero de millones de personas que se les ha contado el cuento de que el dinero da la felicidad o si no, ayuda. El resultado es que los sorteos navideños solo sirven para confirmar adictos a estos juegos o para crear falsas esperanzas. Permitimos de igual forma que los medios de manipulación nos emboten la cabeza con información navideña a todas horas, el bombardeo de anuncios en las horas más seguidas de televisión, las referencias de cientos de programas al supuesto espíritu navideño, la inclusión de cientos de películas naviedeñas.  

Con todo, el problema del consumismo no solo es el hecho de consumir desenfrenadamente creando fanáticos de las compras. Constituye además un problema de aspecto planetario. En primer lugar, un desproporcionado gasto de recursos naturales, con las terribles consecuencias para el medioambiente y quienes lo pueblan; en segundo lugar, la acumulación de materiales deshechables motivada entre otras cosas por la insensatez de consumidores que reducen cada vez más el tiempo de uso de los objetos que compran necesitando cada vez más, aunque en realidad sea el propio sistema el que promueve esta conducta inconsciente mediante métodos de incitación al consumo y obsolescencia programada; en tercer lugar, la contaminación de dichos deshechos a la tierra, aire, mares y ríos; en cuarto lugar, el deshecho de toneladas de alimentos y de miles de litros de agua.   

Sin embargo y a pesar de esta desfachatez de la que nadie se acuerda, lo tradicional de la navidad no parece haber perdido su sentido, pues todo el mundo sigue reuniéndose para celebrarla y es aquí en donde se siente esa falsedad de la que todos parece que estén orgullosos, ese cinismo que no tiene límites. De un lado porque ya muchos consolidados ateos siguen celebrando una fiesta originariamente religiosa, contradiciendo uno de sus más férreos principios; claro, critican la religión tradicional ya anticuada pero veneran el progreso, la modernidad, ¡qué incongruencia!. De otro lado porque todos parecen olvidar en estos días las penas sufridas durante el año, los varapalos que les dan en la empresa, la presión a la que nos someten, los engaños que nos regala el sistema como la misma celebración de la navidad; y si todos hacen por olvidar las penas propias para qué hablar de las penas ajenas que suceden en el mundo fruto de un sistema drásticamente devorador como el nuestro. ¿O acaso se piensa la gente todavía que lo que está ocurriendo en Siria o en el Congo es un hecho independiente a la sociedad occidental? 

El lado más siniestro de la navidad es aquello que nos recuerda ”lo maravillosa que es la humanidad”, lo que lleva a olvidar todo el horror que dejamos a nuestro paso y del que nadie quiere saber nada. Esto tiene que ver con la arrogancia que nos caracteriza. El hecho de carecer de total remordimiento y empatía hacia las mayores víctimas de la navidad, que son, como en el resto del año, los animales.

Muchas de estas personas se manifiestan indiferentes a los hechos, pero ni en navidad ni en el resto del año les importa un bledo trocear la parte de un animal que ha sido vejado y esclavizado mientras deleitan su paladar riendo frases estúpidizantes de cuñados, nueras o primos. Otros, seguro que menos, en el resto del año mostrarían cierta empatía o deferencia hacia los animales que suelen comerse -aunque digan que lo hacen ocasionalmente o lo están dejando-, pero no tienen reparos en sumarse al frenesí navideño de corderos, pavos, terneras, langostinos o salmones, lo mismo da, sobre todo por el qué dirán, confirmando una tendencia enfermiza a la condescendencia familiar o grupal. Sin embargo, todas estas personas afirmarían odiar la violencia y la esclavitud, pero la navidad es la navidad y ante todo es la diversión de ellos y el correcto encauzamiento de los niños para engañarles y obtener nuevos obedientes prosistema. Los que malviven en los campos de concentración de animales "son un mal menor, necesario para el progreso".  

La auténtica verdad que nadie quiere reconocer es que en navidad se celebra el asesinato y esclavitud de los animales que se ponen a la mesa, y por esto la navidad es una patraña infame que confirma nuestra hipocresía, nuestro cinismo, nuestro perversidad, el avance imparable de una sociedad podrida tanto por dentro como por fuera. En definitiva, la especie humana no solo destruye y extermina todo lo que le rodea, sino que se regodea de ello y celebra con arrogancia que todo lo que hace es normal, pero cada vez está más cerca el momento en que tanta arrogancia se volverá en su contra.  

Así pues, si aún consideras que te queda algún resto de cordura en este mundo demencial, actúa con coherencia y no celebres la gran mentira de la navidad, no pongas adornos, no compres regalos, no acudas a las cenas a comer restos de animales, no engañes a tus hijos con patrañas navideñas, cena en tu casa como un día cualquiera.  

29 de noviembre de 2016

Ecologismo y veganismo van de la mano

Muchas personas de hoy en día están empeñadas en marcar diferencias donde no las hay. Un ejemplo se da en dos movimientos que se consideran en auge desde hace unos años o incluso décadas. Dos movimientos que reaccionan ante consideraciones no estrictamente humanas y que ideológicamente abarcan un terreno muchísimo más amplio como es la peotección de la naturaleza en la que también se incluiría al ser humano como especie. Portadores de teorías como la defensa y protección del medioambiente uno y la defensa de los derechos animales el otro, ambas formas de defensa que a priori puedan ser distintas no son más que la parte integrante de un todo. Porque al fin y al cabo, ¿qué es el medio ambiente si no la naturaleza y qué es la naturaleza si no la conjunción en equilibrio de todas sus formas de vida? Y por otro lado, ¿qué son los animales si no una parte esencial de la vida natural?

El primer error parte posiblemente de una mala interpretación de esta cuestión objetiva, que con el tiempo deriva en reacciones subjetivas que son las que marcarán el rumbo del movimiento y posterior desvirtuación. Así surge el movimiento ecologista, el cual cometió el error de olvidar una parte esencial de su cometido en honor a la teoría que portaba. Mientras su labor se centró en cuestiones como el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono, el problema de la contaminación del aire y la tierra, el envenenamiento de ríos y mares, el agotamiento de los recursos naturales, etc., desde sus inicios se hizo con un enfoque únicamente antropocéntrico, es decir, se abordaban estos problemas en defensa exclusiva del ser humano y su futuro y no en defensa de la propia naturaleza. Y es por esto que el ecologismo oficial, omitiendo su cometido inicial, es antropocéntrico en casi todas sus formas, solamente se preocupa de estos problemas porque amenazan la vida humana en la Tierra, no por defender la naturaleza como un bien en sí mismo que se debe salvaguardar. En consecuencia, los animales nunca contaron en la defensa del ecologismo, salvo aquellos que se catalogaban como “especies en peligro de extinción”, pero éstos tan solo eran unos pocos pues no podían abarcar a todos dado el creciente número de especies que entraban en esa catalogación. Así se preocupaban de las ballenas, las focas o el lince ibérico, pero ¿y qué pasa con el resto de animales dignos de preocupación?

¿Por qué el ecologismo oficial nunca se preocupó del resto de animales en peligro, no de extinción sino de vida? Es obvio, porque ese “tipo de ecologismo” se preocupaba solamente de las especies y no de los individuos que las componen, algo a lo que llaman conservacionismo y otros, no menos acertadamente, especismo. El ecologismo se interesó por la conservación de especies en peligro de extinción y no de los individuos, un peligro que se ha dado exclusivamente por causa humana y no natural: ni las ballenas ni los linces ni el lobo ibérico estuvieron jamás en peligro antes de que el ser humano invadiera su territorio y redujera su población; (es más, se advierte cierta dosis de cinismo -además de especismo- cuando se prioriza en ciertas especies salvajes sobre otras que o bien ya han desaparecido y ni se les recuerda o bien pertenecen a categorías menos espectaculares o agradables como insectos o peces).

Pero no es el propósito de este artículo echar por tierra el conservacionismo de especies, pues analizado en profundidad éste no carece de sentido y lógica, siempre que se defienda en pos de la naturaleza y no exclusivamente del ser humano; sin embargo, el ecologismo debería preocuparse en su totalidad no solo de las especies en peligro de extinción, sino también de sus individuos, aunque éstos no estén en esta situación. Al fin y al cabo, tan atropello natural es el hecho de la destrucción de ecosistemas enteros con la consecuente destrucción de especies como la opresión histórica de animales para beneficio humano -cuyo eufemismo sería domesticación-, hecho este último que también ha creado a lo largo de la historia la desaparición de especies salvajes en detrimento de especies domésticas. Es esta la característica moral que también debería incluirse en toda forma de protección a la naturaleza.

En base a esto el ecologismo oficial sí que tendría razones sólidas para incluir a las especies domésticas en sus programas de la misma forma que se interesa por las especies salvajes. Su pretexto sería que los animales domésticos nunca estarán en peligro de extinción por su propia condición de domésticos, pero la respuesta es que dado que estos animales fueron en su momento sometidos y transformados con los años en seres que nada tenían que ver con su estado salvaje, esto quiere decir que esta condición ha sido impuesta por el ser humano en contra de su voluntad y por tanto en contra de la naturaleza. El hecho de que sean domésticos y de que no se encuentren en peligro de extinción no quita que sean todavía parte de la propia naturaleza.

Por lo tanto, “un ecologismo que buscara la verdad” debería defender la naturaleza contra los continuos atentados humanos y dado que los animales domésticos son todavía parte de la misma, el ecologismo debería defenderlos por igual. Con todo, este interés no debería sustituir en la práctica el interés por el conservacionismo de especies.

En el lado opuesto y a pesar del desafortunado olvido del movimiento ecologista por los animales domésticos, quienes defienden el veganismo como forma de lucha deberían tratar de entender esta cuestión en vez de rechazar de plano el ecologismo aduciendo que ambos movimientos persiguen objetivos distintos, pues no lo hacen, como se pretende demostrar. Ambos movimientos deberían luchar por todos los animales en general como parte esencial de un todo independientemente de si están en peligro de extinción o no lo están, de si son salvajes o domésticos, de si están oprimidos o si viven en libertad.  

Sin embargo, en la práctica la tendencia del movimiento por el veganismo o por los derechos de los animales camina en otra dirección. El hecho de englobar la lucha por la liberación de los animales oprimidos dentro de otras luchas sociales como la emancipación de la mujer o las minorías raciales no es ni acertado ni oportuno, ya que son más las divergencias que convergencias. Por el contrario, los animales domesticados siguen siendo parte de la naturaleza, pues todos sabemos que aún conservan gran parte de sus instintos salvajes y su liberación sería la primera etapa para volver hacia un estado salvaje futuro. De ahí que resulte más coherente hablar de liberación animal antes que igualdad.

Con esto queremos decir que los animales domesticados, a pesar de llevar miles de años domesticados, están mucho más cerca de su estado natural que de su estado humano, por eso tendría más sentido incluirlos en la defensa de la naturaleza que en luchas estrictamente humanas. Es más, la comparación que muchas veces se hace con este tipo de luchas carecen de sentido y fundamento, pues animales y humanos recorremos una gran distancia en materia de evolución. Por supuesto, nuestras necesidades estrictamente fisiológicas son prácticamente iguales -tal vez diferimos en cuestiones culturales- y por eso se denuncia su lamentable situación de opresión o su uso como recurso; pero no debemos confundirnos, el objetivo sería devolverles a su estado salvaje y a una vida en libertad lejos del ser humano, incluidos los animales de compañía, a pesar de que gocen de una mejor situación que los animales destinados únicamente para consumo humano.

Es evidente que en la práctica este proceso duraría muchísimo tiempo, al igual que la propia abolición de todas las formas de opresión hacia los animales, pero esto es algo secundario, lo importante es que esta consideración contribuiría satisfactoriamente a dejar claro cuál es el objetivo final y en qué orden de cosas está encuadrado. La liberación de los animales oprimidos y su posterior vuelta a la naturaleza estaría enmarcada en una lucha más amplia que incluiría la liberación de la Tierra de la transformación y destrucción humana, y aunque suene paradójico, incluida la propia especie humana, que a pesar de su cerrazón por convertirse en un ser exclusivamente artificial preso de sus ideas materialistas, no puede negarse que tenga su origen en la naturaleza y que por tanto forme parte de ella, al menos todavía, pues su vertiginosa transformación hacia un mundo futuro desconocido amenazan la razón de ser de su propia naturaleza..

Así pues y a modo de resumen, es importante dejar claro que ambos movimientos defienden cuestiones que son partes integrantes de un todo mayor que las engloba y que por tanto en el fondo podría decirse que son iguales. Pero para ello, deben abandonar sus prejuicios que les hacen caminar por direcciones erradas y que les impide ver la esencia de aquello por lo que están luchando. Un movimiento que defendiera la naturaleza salvaje como un bien en sí mismo englobaría la lucha por la liberación de todos los animales oprimidos y a la vez la lucha en defensa de la ecología contra los atentados humanos, y como tal sería un movimiento más coherente, más efectivo y más fuerte.