14 de julio de 2012

Nacionalismo y deporte

Desde tiempos inmemoriales los seres humanos se han constituido en pueblos, grupos o culturas. Dentro de cada uno, cada individuo tiene su propia identidad, pero a la vez comparte aspectos comunes con el resto de individuos que componen dicho grupo, tales como la lengua, las costumbres, los rasgos físicos, etc. En la era moderna, las revoluciones burguesas y el crecimiento de los pueblos estableció el concepto de nación como idea máxima para delimitar geográfica y socialmente cada pueblo, creando las fronteras que habían de separarlos, los ejércitos que debían defenderlos y los símbolos que diferenciaban a cada uno de ellos. Es en este período cuando empiezan a aparecer los primeros movimientos independentistas como en Italia o Alemania, reclamando nuevos territorios como nación, y en donde surgen fuertes sentimientos de apego hacia lo propio. En sí, estos sentimientos de apego no tienen aparentemente nada de malo. Sin embargo, y a colación de lo que queremos reflexionar en este escrito, la historia demuestra que éste sentimiento a menudo tiende a una pasión desmesurada, que en el peor de los casos se torna en fanatismo.

Históricamente, el fervor nacionalista ha sido una pieza clave en el ámbito militar y político. Los estados que se declaraban en guerra necesitaban el apoyo incondicional de sus súbditos si querían salir victoriosos y para ello debían inculcar en las masas la idea de que el amor a la patria estaba por encima de todo. El extremo de ésta idea culminó en Alemania con la ideología nazi, en la que millones de alemanes fueron embaucados por la sinrazón de un partido y de un hombre que tenía el afán de conquistar el mundo. Pasado el período de guerras mundiales, guerras frías y las llamadas “guerras contra el terrorismo”, el mundo actual se encuentra en una aparente calma bélica. Aún así, el sentir nacionalista nunca decae. Si bien en el ámbito político se mantiene viva la presencia de grupos políticos ultraderechistas en muchos países, con fuertes tendencias nacionalistas, en el ámbito en donde se ha impuesto de manera abrumadora es en el deporte. Como fenómeno de masas y susceptible de ser controlado por los estados, se convierte en el vehículo más adecuado para conservar e incluso extender el sentir nacionalista en vista a futuras contiendas bélicas.

Los mundiales de fútbol y los campeonatos por continente, como la Eurocopa, son sin lugar a dudas el evento deportivo que goza de mayor repercusión a nivel mundial y por ende mayor demostración del sentimiento nacionalista. Diferentes rivales que representan cada nación se enfrentan entre sí con el objetivo de afianzar más su prestigio a nivel mundial. Los nacionalistas han encontrado el momento perfecto para la aceptación social de sus sentimientos. Además, muchos otros considerados no nacionalistas se suman de forma contagiosa a este sentir generalizado adoptando -sin quererlo en un principio- sentimientos iguales. Al ser un fenómeno de masas, el nacionalismo se masifica y en consecuencia el deporte se convierte en la herramienta que lo justifica ante cualquier ataque o crítica. Centrándonos en nuestro país, cuando España ganó inesperadamente su primer mundial, la fiebre nacionalista se extendió por todo el territorio. Todo el mundo podía exhibir la bandera sin miedo a ser criticado por ello, por la calle, en su coche, en su terraza, en cualquier sitio. El fenómeno nacionalista ya no solo es político o social, ahora y sobre todo, es deportivo.

No obstante, hay que decir que el sentir nacionalista no solo se presenta en el deporte rey. Hay otros deportes que sin saber muy bien el porqué, también son propensos al fervor nacionalista cuando se produce el despunte de un deportista español, como en el ciclismo con Induráin y sus cinco tours, en el tenis con Rafa Nadal o el automovilismo con Fernando Alonso. Incomprensiblemente, personas no aficionadas a estos deportes se suman -como si de una epidemia se tratara- a este fervor por el único hecho de que un español destaca sobre el resto, en una supuesta muestra de orgullo hacia su país.

Ya a nivel internacional, otro momento en que el nacionalismo emerge -aunque quizás en menor medida- es en las Olimpiadas. Aquí, el resto de deportes son nuevamente objetivo de los sentimientos nacionalistas que aprovechan cualquier oportunidad para expresar su devoción hacia el equipo de turno o deportista individual que compite. Lejos de ser una forma de cohesión internacional entre los pueblos y de fomentar la idea del deporte como un mero juego, las Olimpiadas suponen para los estados una forma de alimentar la lucha perpetua entre ellos por conservar y engrandecer el prestigio nacional y por seguir perpetuando el sentimiento nacionalista. Además son, ante todo, una oportunidad de negocio para las grandes empresas que se dan cita en ellas.

No es casual la relación que hemos tratado de establecer entre el deporte y el sentir nacionalista. Las competiciones deportivas son una muestra del instinto de lucha inherente al ser humano en todas las épocas. Representantes deportistas de los países se enfrentan en una lucha simbólica, como si de una guerra se tratase, en un esfuerzo perseverante por conservar la identidad nacional. A su vez, millones de aficionados salen en masa como si fueran hordas de un ejército en una demostración de tensiones, expresando sentimientos de odio, alegría, ira, pasión, etc. Alienados e idiotizados por los estados, son utilizados como ovejas de un rebaño para perpetuar la lacra del nacionalismo.

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