4 de agosto de 2012

Las sociedades de masas

La época que vivimos en la actualidad está caracterizada en gran parte por dos factores históricos elementales que son los que han dado lugar a la formación de las sociedades de masas: el primero es el que consiste en la transformación del modo de vida rural al modo de vida de las ciudades, lo que condujo a un sistema de centralización y a la vez a la masificación del cada vez mayor número de personas habitantes en ellas; el segundo factor sería  lo que se conoce como explosión demográfica que entenderemos como el crecimiento masivo de la población en un corto periodo de tiempo en comparación con la vida total de la civilización. La formación y el crecimiento de las ciudades tuvo un carácter progresivo que iba en relación directa con el crecimiento de la población. Así, si al principio se trataba de ciudades pequeñas con gran aglomeración de gente, más adelante se hizo necesaria la dispersión de las mismas para poder albergar al imparable crecimiento de la población, creando las megaciudades actuales.

Tradicionalmente, los grupos poblacionales previos a la civilización gozaban de la relación directa de sus miembros debido al reducido número de sus grupos. Por otra parte, se lograba una comunicación plena y familiar, en donde todos podían conocerse y establecer lazos entre ellos, aunque esto no implicara que forzosamente todos tuvieran que llevarse bien. Asimismo, los pueblos previos a la explosión industrial también resistían a la imparable extensión de las ciudades y podían conservar ésta forma de comunicación directa, antes del gran éxodo rural. El gran salto hacia la civilización condujo  progresivamente a la formación de las primeras ciudades, y si bien éstas eran pequeñas en relación con las actuales, constituyó sin duda el primer síntoma de aglomeración de habitantes en un espacio relativamente pequeño. Surgen así las primeras sociedades de masas.

Durante varios milenios, el crecimiento de la población fue gradual y menos significativo. La mayor parte de la misma vivía aún en el campo lejos de las principales ciudades. Pero con la llegada de la Revolución Industrial llega el éxodo rural y las ciudades aumentan en número y en tamaño hasta la actualidad. La inmensa mayoría de la población mundial se concentra en las principales ciudades, las cuales se dispersan de tal forma que llegan a constituirse en auténticas megaciudades, y éstas congregan ya a millones de personas.

Este salto crucial en la evolución del hombre trae cambios radicales en cuanto a las nuevas relaciones sociales. Entre tantos millones de individuos se hace materialmente imposible que entre ellos se conozcan los unos a los otros y si bien las nuevas tecnologías permiten establecer nuevas formas de comunicación a distancia, éstas no permiten la cercanía que se disfrutaba en los pueblos tradicionales e incluso en las actuales tribus indígenas que a día de hoy sobreviven a la expansión de la civilización. Pero una de las características fundamentales y que mejor definen las sociedades de masas en cuanto al funcionamiento de las mismas es precisamente la sorprendente tendencia a la maleabilidad de sus miembros.

Las nuevas formas de comunicación, junto con el avance tecnológico han  propiciado nuevas formas de comportamiento entre los individuos. Así, las relaciones directas imposibles entre tantos millones de personas dejan paso a la delegación en intermediarios y representantes que son los que dirigen y organizan el conjunto de las vidas que forman las sociedades. Estas, caen en una lógica relajación al saber que sus mayores problemas son puestos en manos de otros individuos supuestamente más capaces, como son los gobiernos, las instituciones, las corporaciones, etc. que son los encargados de guiar al rebaño de individuos que conforman la comunidad. Esta relajación se generaliza y provoca la alienación del conjunto de individuos que en consecuencia se mueven siguiendo patrones de conducta extendidos entre la mayoría como un conjunto de convenciones y normas sociales y que son las que determinarán las nuevas relaciones sociales.

Sin embargo, ésta aproximación general sobre el funcionamiento de las masas de una sociedad quedaría un tanto incompleta si no se mencionara la importancia que tiene el control de las propias masas y su carácter maleable al que aludíamos antes. Diversos autores en la historia como Gustave Le Bon han tratado de demostrar la idea principal de que el comportamiento de un individuo de forma aislada es muy diferente a como se comporta en una masa. Son varios los motivos que explicarían la fundamentación de esta teoría y que son los desencadenantes principales de la masa como ente con vida propia, entre los cuales destacan la presión social, la sugestionabilidad, el contagio, la falsa sociabilidad, etc. El individuo que es arrastrado por una masa es susceptible de caer en tentaciones y estímulos que se le ofrecen en forma de supuestas ventajas que adquiere dentro de ella y que aisladamente no se le presentarían. Por ello, la facilidad de arrastre que tiene un fenómeno de masa responde al predominio de los aspectos emocionales en detrimento de los racionales.

Aparentemente, una masa abierta es una masa desorganizada en cuanto a que no sufre ningún control por parte de ningún grupo superior. En estos casos, la mayoría de las veces tiende a la desintegración de sus formas en otras diferentes sin notar apenas los cambios, con lo que sus efectos no suelen ser relevantes. Sin embargo, históricamente, los poderes fácticos han sabido aprovechar con intenciones interesadas y nada positivas el poder que suponía para el crecimiento de sus gobiernos e imperios la apropiación de las masas como arma infalible para la expansión y el mantenimiento de los mismos. Como ejemplo histórico, nos remitiremos al control que durante siglos ha ejercido la Iglesia infundiendo el miedo entre los feligreses con el único objetivo de obtener su sumisión. El famoso “pan y circo” de la época romana respondía también a evidentes intentos de “control de masas”, -en lo que siglos después y más recientemente se llamó en España el “pan y toros”- , que traducido quiere decir, “tú dales comida y diversión y los tendrás en tu mano”. Dentro del plano político del siglo XX, el nefasto origen de la ideología nazi, permitió a Hitler ganarse a las masas alemanas inspirándolas en el odio sobre las razas “inferiores”. Pero estos no son más que unos cuantos ejemplos de los muchos que podrían citarse del control de masas, y no solo se hallan limitados al terreno de la política y la religión. Actualmente, el control de las masas se ha extendido como una epidemia hacia ámbitos sociales, culturales, deportivos, tecnológicos, ecológicos, etcétera.

En conclusión, comprender las causas del origen y formación de los fenómenos de masas y la naturaleza de los grupos que pretenden ejercer su control, se ha convertido en una cuestión de vital importancia para los intereses de los grandes poderes que pretenden adueñarse del mundo como si éste les perteneciera. A su vez, por la parte contraria, la misma importancia tiene para aquellos grupos con un mínimo de sentido común que tengan las luces necesarias para anticipar y alertar de las nocivas intenciones que dichos poderes tienen reservadas a la mayor parte de la población mediante el control de la misma y que solamente pueden venir de las mentes más perversas y retorcidas. Querer pretender la transformación social sin llegar a entender la importancia que tiene dentro del mismo sistema el “control de las masas” como un pilar clave para su perpetuación, es un grave problema de ceguera que impide ver la realidad en la que estamos inmersos. El control de las masas es la forma más sutil que han encontrado los más poderosos para dominar las conciencias y del cuál se han sabido aprovechar; el último escalafón en la pirámide de la dominación y esclavitud humana; un crimen contra la libertad y la autonomía personal de dimensiones inconmensurables.

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