28 de agosto de 2012

Telebasura: alto riesgo de nocividad


No es la cuestión del uso que se le da a la televisión lo que pretendemos plasmar en esta reflexión, sino su misma existencia como elemento clave de anulación de conciencias. Tampoco entraremos en la disyuntiva de si fue creada con ese propósito -algo realmente posible- o si una vez inventada fueron descubiertos sus amplios poderes de atracción y por tanto de persuasión, manipulación, idiotización y adicción, bien aprovechados por los poderes fácticos y sus intereses. El caso es que la caja tonta pronto superó con creces el poder de la radio, básicamente por su característica visual, que hacía más factible si cabe la posibilidad de manipulación. Hoy en día se ha convertido en un elemento esencial en la sociedad postmoderna, indispensable en casi todas las casas y negocios, encargada de crear y extender una realidad y pensamiento global único. Cuando alguien no sabe qué hacer, las estadísticas dicen que la mayoría de la gente optará por encender la televisión antes que abrir un libro.

Perol invento televisivo llega dentro de un contexto ideal para su posterior desarrollo, es decir, se da cuando las sociedad de masas y urbanizadas avanzan hacia su máximo esplendor, y no antes, simplemente porque en un ambiente rural donde las relaciones eran tan diferentes, no era necesaria. Esto demuestra a las claras el hecho de que este invento resulta inseparable del modelo capitalista, y de que es una consecuencia más del mismo, pero también el hecho de su tendencia idiotizante, que la elevó al altar de la nocividad mental. Por tanto, no es una cuestión de cómo usamos la televisión como argumentan algunas voces escépticas, sino de que, como invento inmanente a un sistema económico y social tan dogmatizado, el potencial que esconde es de dimensiones inimaginables, tanto que mientras continúe un sistema como tal, la televisión jamás podrá tener un uso diferente al que ya posee. Así, las argumentaciones que ofrecen los que se limitan a cuestionar el uso televisivo aludiendo a una televisión patrocinadora de la cultura o la ciencia, en contra de programas basura, no se dan cuenta de que es el propio sistema y el modo de vida los que alimentan este tipo de programas y su elevada demanda. Prentender cambiar el uso televisivo sin ni siquiera cuestionarse el modo de vida para iniciar el camino del cambio es una pérdida de tiempo y una forma de autoengañarse.

¿Cuál es exactamente el potencial nocivo televisivo? Si reconocemos algo que muchos hacen pero pocos critican de forma radical, como es el hecho de la telebasura, hallamos una fuerte tendencia al atontamiento del público por el alto contenido de programas basura del tipo de los cotilleos de famosos de tres al cuarto, cuya vida se muestra tan trascendental como estúpida, reality shows en los que sujetos desconocidos se encuentran en una casa donde son grabados por cámaras para que el público pueda ver las tonterías que hacen y lo guarros que son, o programas-concursos en los cuáles el público protagonista es puesto en escena para que despliegue sus mejores recursos, ganando un absurdo momento de fama para el regocijo del público bajo condición de hacer un supuesto buen espectáculo o el peor de los ridículos. Estos son solo unos ejemplos de programas basura que atentan directamente contra la dignidad humana, empobreciendo el espíritu, buscando crear el morbo y un sensacionalismo barato entre los espectadores, tratando de sorprenderlo constantemente y mantenerlo atraído hacia asuntos intrascendentes para la vida real. Además, para conseguir una atracción mayor del público, explotan exageradamente contenidos sexuales, violentos, supersticiosos o de humor negro, sin importarles el incumplimiento de los horarios infantiles. Al fin y al cabo, esto demuestra también que es necesario inculcar la atracción televisiva desde las más tempranas edades.

El resto de la mayor parte de programas tan sólo confirma la esencia de la telebasura: telediarios oficiales encargados de mostrar información parcial e interesada, sin importar el canal donde sean emitidos; series hiperadictivas que se hacen con el firme propósito de enganchar al sujeto al que son dirigidas, mediante tácticas bien estudiadas; y entre medias de todo, incluso en la emisión de películas, comerciales o independientes, el bombardeo incesante de estúpidos anuncios publicitarios que hacen gala de todo su poder omnipresente, y hacen más nocivo si cabe el gran invento lavacerebros del siglo XX.

Los programas que se salvan, los cuáles casi con seguridad se podrían contar con los dedos de una mano sin riesgo a equivocarnos demasiado, son relegados a la televisión pública -solo por el hecho de que sea pública- emitidos en las horas de siesta -véase los documentales de naturaleza-, por la mañana o de madrugada. Otros tienen el peligro de la doble moral, en los que bajo un aparente contenido cultural o científico, esconden evidentes intenciones de apología al dogma del desarrollo económico y al sistema técnico-industrial. En honor a la verdad, debemos citar que existe también una televisión local que ofrece otra perspectiva muy diferente de la convencional, pero que por desgracia hoy por hoy representa una minoría. Como suele ocurrir, “el pez gordo se come al chico”.

¿Sería concebible un mundo en el que la televisión fuera innecesaria? Hemos tratado de aproximarnos levemente hacia la idea de que este instrumento es básicamente una forma de anularnos y de limitar nuestras capacidades de cambio, por eso desde aquí reivindicamos una reformulación no en el uso, sino en la necesidad real que tenemos de inventos nocivos como este, que solo sirven a los intereses del estado y del capital. No vale con quejarse de las tonterías que se dicen en la telebasura o de si es un lavacerebros. Es necesario convertir esas quejas en críticas valientes, constructivas y directas. A su vez  hay que desarrollar actitudes consecuentes enfocadas a plantar cara de una vez a inventos que atentan de forma descarada contra toda libertad, difundiendo que es perfectamente posible vivir sin televisión, y animar a su no uso, o mejor, a deshacernos de tan pernicioso aparato.

Cuando hablamos de la necesaria transformación social, no sólo nos referimos a exigir más derechos laborales o económicos, sino a cambiar de raíz todo nuestro modo de vida, cuyos hábitos han sido convertidos tantas veces en vicios que nos obstaculizan a la hora de buscar la verdad. Vivimos en una realidad de fantasía cargada de un sinnúmero de tentaciones que nos infantilizan y nos estancan a la hora de emprender los requisitos necesarios para darle la vuelta a las cosas. Debemos admitir que nuestra escala de valores está en verdadera crisis, y para salir de ella necesitamos cambios de urgencia. La televisión podrá llenar nuestras vidas de falsas expectativas y sueños, pero jamás nos ayudará a madurar como especie.

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