10 de noviembre de 2012

La borrachera tecnológica

Otro de los dogmas que se han impuesto en la sociedad de masas sin que nadie se haya dado cuenta es el que se refiere a la necesidad primaria de todo avance tecnológico. Tan joven como la idea del progreso, al cual está estrechamente ligado, el avance tecnológico surgió de forma explosiva y paralela a la Revolución Industrial, y con el tiempo ha ido adquiriendo un inmenso poder. Es conocido el dicho de que la tecnología sirvió y sirve aún para hacernos la vida más cómoda, con la inclusión de supuestas ventajas en las tareas más básicas. Sin embargo y a la vez, también sirve para inventar una infinidad de nuevas necesidades que paradójicamente eran innecesarias antes de su propia invención. En la actualidad, el dicho se ha convertido en una devoción, y aún se vanaglorian todas las ventajas que supuestamente acumula, pero pocas son las veces que se mencionan las consecuencias, no tanto a nivel individual, sino sobre todo a nivel social. En esta crítica no nos centraremos en el problema de la adicción tecnológica de individuos concretos, sino la que afecta al conjunto de la sociedad, a lo que llamaremos tecnofilia social.

Desde la máquina hasta la robótica, pasando por la automatización o la informática, cualquier forma de técnología crea una atracción irresistible e irreversible en la necesidad de inventar primero e innovar después. La explosión industrial trajo consigo la invención de innumerables nuevas máquinas y aparatos que en principio tenían una utilidad práctica más que otra cosa. Otros inventos -no sabemos si inventados con un fin en sí mismos-, además tienen la cualidad de crear fatales relaciones de dependencia y restringir libertades en los individuos. No es lo mismo un frigorífico que una televisión; una lavadora que una videoconsola. En estos ejemplos encontramos evidentes diferencias entre ellos, pero todos comparten una característica común, la de que a medida que se innova, se hacen cada vez más complejos, accesibles solo para las mentes más preparadas y capaces. Una de las diferencias más notables es el grado de dependencia que resulta en cada uno de ellos. Así, la tecnología del entretenimiento experimenta los mayores grados de dependencia y por tanto mayor pérdida de libertad. Este grado de adicción que esconde esta industria es tan potencial como peligroso y además constituye un instrumento inequívoco de control social.

Inventadas ya miles de máquinas y aparatos, el avance tecnológico se centra primordialmente en la innovación, es decir, en el perfeccionamiento del aparato en cuestión para su mayor sofisticación. Pero la innovación es un recorrido que no tiene fin. Con la puesta en marcha de una nueva idea innovadora que supuestamente cubre una necesidad más en un producto ya inventado, se crean diez o más añadidas, lo que hace crecer el sistema de forma geométrica, y siempre manteniendo un poder de atracción y tentación sin igual entre los consumidores que constituyen la meta final en el proceso.

El ejemplo más claro de complejidad técnica es el de la informática, ya que si bien es ideada en un principio para simplificar las posibilidades en todos los ámbitos, a la vez crea un mundo virtual controlado por los números y cada vez más indescifrable para la mayoría. Así, consigue que solo unos pocos sean quienes la comprendan en su totalidad y sean a la vez quienes la manejen a su antojo. Esta herramienta también permite al sistema un mayor control de los individuos, ya que hoy en día los datos de cualquier persona pueden estar almacenados en cualquier ordenador. Enfocada en un primer momento para el trabajo militar, institucional y corporativo, es relanzada posteriormente para el uso doméstico, en el que definitivamente desarrolla todo su potencial.

En un libro titulado “La religión de la tecnología”, escrito por David F. Noble, se hace una más que acertada comparación de la nueva religión en la que ha derivado la tecnología con los cultos más propios del pasado, hasta el punto de que ésta supera ya sin duda cualquier dogma de fé de las formas tradicionales. Lo que parecía haberse superado tan solo era una burda transformación. El ser humano efectivamente tropieza dos veces con la misma piedra como se , pues tras la emancipación religiosa tradicional se sumerge de nuevo en otra forma de culto más, el del progreso tecnológico, más dañino si cabe que las religiones tradicionales, pues en este no hay casi ya posibilidad no solo de elegir una vida fuera de ella, sino de su propio cuestionamiento. Así, con el siguiente ejemplo ilustramos lo que queremos decir: “Un niño que se encuentra en una tienda repleta de chucherías ha perdido a su madre; en efecto, el ser humano es ese niño y la tienda es la tecnología: éste, al igual que el niño, no tiene a nadie que le diga cuándo debe parar”. Tal es la desmesura de la tecnología actual, la cual dista mucho de aquella concepción moderada con la que la juzgaban en la sociedad de la Grecia clásica. La tecnología actual deja de ser medio para convertirse en objeto en sí misma, y así, ha desbordado el cauce por el que fluía lentamente, amenazando con crear un mundo totalmente artificial donde las múltiples posibilidades ya nadie puede vaticinar.

Pero debemos hacer énfasis en un asunto crucial: el abuso dogmático de la técnica deja una huella de dimensiones cósmicas sin parangón alguno, que a menudo los tecnófilos más acérrimos no quieren ver y hacen como si fuera irrelevante. Pero no lo es, pues las consecuencias son catastróficas, no solo por el expolio del medio natural, sino también y sobre todo por el ocaso gradual en el plano espiritual, fabricando individuos automatizados y dependientes, que sin ser obligados a llevar un modo de vida ligado a las máquinas, hace inviable cualquier alternativa libre de ellas. Dado su carácter incuestionable de su posición no neutral y excluyente, la técnica ha permitido al poder, esquilmar el medio natural para su “necesario avance” justificando una vez más el fin por los medios. Poco importaba el daño natural hacia miles de formas de vida de las diferentes especies, tanto vegetales como animales, (incluso humanas), así como la contaminación del aire, mares o ríos. Pero como ya hemos dicho, el daño más mortífero se lo ha llevado nuestras conciencias, conectadas a la inexorable noción de que la alta tecnología es el bien supremo, la solución a todos nuestros problemas -un mito que siglo y medio después no solo ha solucionado los problemas sino que los incrementa a pasos agigantados-, pero incapaces de ver su carácter dogmático, su tendencia a rechazar cualquier examen crítico, ni de adivinar sus consecuencias futuras. Nada. Solo la devoción más infantil, la veneración más religiosa. Tal es el tamaño de su poder.

El futuro tecnocrático ya está en marcha y hablando en términos religiosos, “salvo milagro”, no hay nada que lo pueda parar. Los intentos vanos que algunos intelectuales demuestran diciendo que es una cuestión de uso, y que una futura sociedad libre del sistema capitalista y de sus vicios debe seguir avanzando tecnológicamente -sin percatarse de que una cosa y otra son inseparables-, son tan solo formas de autoengaño. Pero mientras todo esto ocurra, y mientras estemos a tiempo, desde este espacio queremos hacer honor al movimiento luddita, cuando se cumplen dos siglos de su revolución y hacer así una pequeña contribución para desmontar el mito. Autores poco leídos como Lewis Mumford, Marcuse, Ellul, Kaczynski, David F. Noble o John Zerzan ya lo han advertido de forma muy elocuente: la tecnología como forma de dominación, siempre al servicio del poder, nos aleja cada vez más de la naturaleza, hasta tal extremo que el hombre moderno ya no sería capaz de reconocerse en el medio natural. Cientos de miles de años de adaptación al entorno que le dio la vida y que le vio crecer han sido tirados por la borda en un corto período de tiempo por la invasión tecnológica.

Como nota final queremos añadir algo: el hecho de criticar la informática o la tecnología en su conjunto no implica necesariamente no poder usarla y hacerlo no es ninguna incoherencia. Uno nace y es educado -o adoctrinado- dentro de un modo de vida con el que puede comulgar o no, y precisamente por el carácter omnipresente de la tecnología, la elaboración de análisis enfocados a cuestionar el propio modo de vida conlleva en ocasiones su irremediable uso.

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