23 de noviembre de 2012

El ecologismo usurpado

En sus relaciones con la Naturaleza, se puede afirmar con certeza que el ser humano civilizado ha roto prácticamente toda oportunidad de volver a participar del equilibrio natural que un día gozó. Con este modo de vida de crecimiento y desarrollo ilimitado, ha creado un distanciamiento tal con el medio natural, que es más que probable que éste sea ya irreversible. Y es que pretender esquilmar la Naturaleza como si de un pozo sin fondo se tratara sin pensar que ésta sufrirá ninguna alteración es una idea cuando menos estúpida. Sin embargo, todas las acciones tienen por lo común una raíz, y estas no son menos. La inevitable crisis ecológica no es más que una consecuencia directa de la crisis de las conciencias.

Alertados por el posible desastre, hace unas décadas, el ecologismo acudió como una vía de apoyo en lo que pretendía ser la panacea para todos los problemas ecológicos. Pero no se podía esperar gran cosa cuando éste fue pautado por los estados y las multinacionales. Lejos de admitir que la raíz del problema estaba en el sistema de valores y en el modo de vida impuesto, se difundió la idea de que lo principal era cambiar los métodos, haciéndolos más saludables, contaminando menos y buscando fuentes alternativas de energía. En definitiva, hacer un mundo sostenible sin cambiar los pilares que han llevado irreparablemente a esta situación. No se mencionaba por ningún lado los problemas de la sobrepoblación, las inmensas desigualdades sociales, la repercusión tecnológica, el pésimo reparto de los recursos, la ganadería industrial, el desequilibrio natural o la aniquilación de miles de especies. Y por supuesto menos sobre los problemas de la economía del crecimiento, el control social y la alienación de las masas, la distorsión de los valores morales, el adoctrinamiento educativo, etc.etc. Es decir, el objetivo principal era básicamente seguir creciendo económicamente pero de una forma más limpia. Pero, ¿de qué sirve tener un mundo exterior limpio si por dentro estamos contaminados hasta la médula? ¿Qué sentido tiene mejorar las condiciones ambientales para unos cuantos, mientras la mayoría de las personas sigue condenada a la miseria y al hambre? El ecologismo debe de ser un puente de retorno del ser humano en sus relaciones con la Naturaleza y las distintas formas de vida o no será siempre más que una falacia al servicio de los estados y de su idea enfermiza de desarrollo infinito.

Pese a las buenas intenciones que pudieran surgir en ciertos sectores del movimiento ecologista con vistas a poner remedios a la catástrofe alcanzada, al ponerse el grueso de éste al servicio del sistema, es absorbido por intereses ajenos que lejos de comprender la dimensión real del problema, lo convierten en una oportunidad de negocio más, una forma de crear ideas innovadoras para difundir una imagen renovadora pero a la vez conservadora, que respete a su vez los preceptos meramente reformistas y burocráticos. La moda verde se ha extendido entre el mundo corporativo y es aprovechada como filón para multiplicar los beneficios, sin que hayan comprendido que la protección del medio-ambiente es totalmente incompatible con el modo de vida que nos han impuesto. Por otra parte, el recurso de acudir a la técnica y a la ciencia como forma de ayuda que logre resolver todos los problemas es tan necio como ineficaz, pues ignora el hecho de que es precisamente el desmedido uso de éstas lo que ha llevado a la crisis de las conciencias y por ende, a la crisis ecológica. Pero lo peor no es eso: el mundo hipertecnologizado del que solo se aprovecha una mínima parte de la población mundial está desaprovechando energía y recursos que bien podrían paliar una buena parte de la miseria, el hambre y las guerras provocadas por el exceso de consumo.

La crisis de la energía fósil es otra cara más de la moneda. Pero si lo llaman crisis es por su posible agotamiento, más que por el despilfarro que provoca y las formas de vida que extermina a su paso. Estas formas de energía, que suponían una auténtica mina de oro para las empresas, debido a su fácil obtención y transporte, su bajo coste y su aparente inagotabilidad, fue una forma fácil de hacer beneficios en poco tiempo, sin importar para nada el daño que pudiera causar. La presunta escasez del petróleo, que podía haber servido para empezar a plantearse otras fuentes de energía más limpias y sostenibles, no solo supuso un impedimento sino que fue un regalo para multiplicar los beneficios. Así, descubiertas ya muchas alternativas, el objetivo de las grandes multinacionales de la energía era impedir su estudio y comercialización. Como siempre, el beneficio manda sobre cualquier cosa. Aún así, petróleo queda para un rato, aunque éste será cada vez más difícil de extraer, pues se encuentra en lugares muy profundos bajo el mar. El daño al planeta será mayor y los precios seguirán subiendo. Y por si fuera poco el imparable ascenso poblacional no hará otra cosa que aumentar la demanda: más personas, más tecnología, más energía, más contaminación, más agotamiento de los recursos. Es una cadena lógica.

Ante este panorama, el ecologismo de estado no sirve más que para poner algún que otro parche mientras que los problemas de fondo son desestimados. Nuevamente, el sistema se encarga de engullir cualquier movimiento que cuestiona sus métodos y lo moldea a su imagen y semejanza para convertirlo en otra oportunidad de crecimiento. Así, surgen las grandes multinacionales del ecologismo, bancos de socios que son controlados íntegramente por los propios estados, estableciendo las normas a seguir siempre en la misma dirección que las normas del mercado. Realmente este es el ecologismo de bandera.

Uno de los preceptos interesadamente difundidos es el del conservacionismo de especies, lo que podríamos entender como una forma un tanto egoísta de conservar la Naturaleza para poder seguir explotándola. Este precepto se ocupa solo de las especies en su sentido abstracto, pero no de los individuos, algo del todo incongruente. Pero debemos incluso matizar que se preocupa exclusivamente de las especies en peligro de extinción y solamente por este hecho. En este sentido, esta mentalidad supuestamente ecologista es claramente antropocéntrica, pues solo se preocupa de la conservación de ciertas partes del planeta pensando exclusivamente en el futuro del progreso humano, salvo el caso de las especies protegidas. Así, incomprensiblemente no rechaza la caza selectiva de otras especies consideradas “invasoras”, ni la que se practicada por deporte de las especies animales, por ejemplo.

En otra cuestión que no tiene mucho que ver pero que también dice mucho del falso ecologismo, uno de los principales problemas que afectan al medioambiente -sino el que más- y que aquél ha olvidado por completo es el de la ganadería industrial. El crecimiento imparable desde la Segunda Guerra Mundial del consumo de carne en todo el mundo motivó el aumento de la producción a escalas descomunales y el empeoramiento de las condiciones  provocó el consecuente desastre ecológico. Solo la ganadería industrial produce más dióxido de carbono que todos los transportes juntos. Además, produce gran cantidad de gases igual o más contaminantes como el metano de los animales o el ácido nitroso asociados con el calentamiento global y la disminución del ozono. Por otra parte, contribuye a su vez a la degradación del suelo, y la contaminación de las aguas subterráneas, ríos y mares. Finalmente, la ganadería industrial desaprovecha una inmensidad de los recursos del planeta en forma de grano y agua que bien podrían alimentar a una gran parte de la población mundial en riesgo de hambre. Y por si no fuera poco, las previsiones según la FAO no son nada halagüeñas, pues se prevé que el consumo de carne siga in crescendo. La conclusión que podemos extraer de esto es que son demasiados los intereses que explican el porqué el ecologismo no ha abordado ya este problema real con soluciones reales.

Con todo lo dicho, una visión diferente del verdadero ecologismo -practicada ya por grupos minoritarios- sería aquella que rechazara en primer lugar cualquier disposición tendente a ser absorbida y en consecuencia controlada por los estados, que no son más que un obstáculo permanente para redefinir el camino que debe seguir la protección del medioambiente y sus formas de vida. En segundo lugar, se haría necesario establecer los lazos de unión de la defensa de la ecología con los aspectos sociales y demográficos, además de replantear como medida indispensable los principios éticos universales asociados a la ecología, no como ciencia, sino como elemento clave que permita avanzar en la transformación social y como puente hacia la esencia de lo natural, de lo humano.  En tercer lugar, debemos recordar con insistencia que la llamada crisis ecológica es una consecuencia directa de los valores que rigen nuestras conciencias, y que si no tratamos de modificar éstos antes que nada, todas las prioridades que se quieran establecer para hacer un mundo más limpio serán absorbidas una vez más por los mismos vicios del sistema.

10 de noviembre de 2012

La borrachera tecnológica

Otro de los dogmas que se han impuesto en la sociedad de masas sin que nadie se haya dado cuenta es el que se refiere a la necesidad primaria de todo avance tecnológico. Tan joven como la idea del progreso, al cual está estrechamente ligado, el avance tecnológico surgió de forma explosiva y paralela a la Revolución Industrial, y con el tiempo ha ido adquiriendo un inmenso poder. Es conocido el dicho de que la tecnología sirvió y sirve aún para hacernos la vida más cómoda, con la inclusión de supuestas ventajas en las tareas más básicas. Sin embargo y a la vez, también sirve para inventar una infinidad de nuevas necesidades que paradójicamente eran innecesarias antes de su propia invención. En la actualidad, el dicho se ha convertido en una devoción, y aún se vanaglorian todas las ventajas que supuestamente acumula, pero pocas son las veces que se mencionan las consecuencias, no tanto a nivel individual, sino sobre todo a nivel social. En esta crítica no nos centraremos en el problema de la adicción tecnológica de individuos concretos, sino la que afecta al conjunto de la sociedad, a lo que llamaremos tecnofilia social.

Desde la máquina hasta la robótica, pasando por la automatización o la informática, cualquier forma de técnología crea una atracción irresistible e irreversible en la necesidad de inventar primero e innovar después. La explosión industrial trajo consigo la invención de innumerables nuevas máquinas y aparatos que en principio tenían una utilidad práctica más que otra cosa. Otros inventos -no sabemos si inventados con un fin en sí mismos-, además tienen la cualidad de crear fatales relaciones de dependencia y restringir libertades en los individuos. No es lo mismo un frigorífico que una televisión; una lavadora que una videoconsola. En estos ejemplos encontramos evidentes diferencias entre ellos, pero todos comparten una característica común, la de que a medida que se innova, se hacen cada vez más complejos, accesibles solo para las mentes más preparadas y capaces. Una de las diferencias más notables es el grado de dependencia que resulta en cada uno de ellos. Así, la tecnología del entretenimiento experimenta los mayores grados de dependencia y por tanto mayor pérdida de libertad. Este grado de adicción que esconde esta industria es tan potencial como peligroso y además constituye un instrumento inequívoco de control social.

Inventadas ya miles de máquinas y aparatos, el avance tecnológico se centra primordialmente en la innovación, es decir, en el perfeccionamiento del aparato en cuestión para su mayor sofisticación. Pero la innovación es un recorrido que no tiene fin. Con la puesta en marcha de una nueva idea innovadora que supuestamente cubre una necesidad más en un producto ya inventado, se crean diez o más añadidas, lo que hace crecer el sistema de forma geométrica, y siempre manteniendo un poder de atracción y tentación sin igual entre los consumidores que constituyen la meta final en el proceso.

El ejemplo más claro de complejidad técnica es el de la informática, ya que si bien es ideada en un principio para simplificar las posibilidades en todos los ámbitos, a la vez crea un mundo virtual controlado por los números y cada vez más indescifrable para la mayoría. Así, consigue que solo unos pocos sean quienes la comprendan en su totalidad y sean a la vez quienes la manejen a su antojo. Esta herramienta también permite al sistema un mayor control de los individuos, ya que hoy en día los datos de cualquier persona pueden estar almacenados en cualquier ordenador. Enfocada en un primer momento para el trabajo militar, institucional y corporativo, es relanzada posteriormente para el uso doméstico, en el que definitivamente desarrolla todo su potencial.

En un libro titulado “La religión de la tecnología”, escrito por David F. Noble, se hace una más que acertada comparación de la nueva religión en la que ha derivado la tecnología con los cultos más propios del pasado, hasta el punto de que ésta supera ya sin duda cualquier dogma de fé de las formas tradicionales. Lo que parecía haberse superado tan solo era una burda transformación. El ser humano efectivamente tropieza dos veces con la misma piedra como se , pues tras la emancipación religiosa tradicional se sumerge de nuevo en otra forma de culto más, el del progreso tecnológico, más dañino si cabe que las religiones tradicionales, pues en este no hay casi ya posibilidad no solo de elegir una vida fuera de ella, sino de su propio cuestionamiento. Así, con el siguiente ejemplo ilustramos lo que queremos decir: “Un niño que se encuentra en una tienda repleta de chucherías ha perdido a su madre; en efecto, el ser humano es ese niño y la tienda es la tecnología: éste, al igual que el niño, no tiene a nadie que le diga cuándo debe parar”. Tal es la desmesura de la tecnología actual, la cual dista mucho de aquella concepción moderada con la que la juzgaban en la sociedad de la Grecia clásica. La tecnología actual deja de ser medio para convertirse en objeto en sí misma, y así, ha desbordado el cauce por el que fluía lentamente, amenazando con crear un mundo totalmente artificial donde las múltiples posibilidades ya nadie puede vaticinar.

Pero debemos hacer énfasis en un asunto crucial: el abuso dogmático de la técnica deja una huella de dimensiones cósmicas sin parangón alguno, que a menudo los tecnófilos más acérrimos no quieren ver y hacen como si fuera irrelevante. Pero no lo es, pues las consecuencias son catastróficas, no solo por el expolio del medio natural, sino también y sobre todo por el ocaso gradual en el plano espiritual, fabricando individuos automatizados y dependientes, que sin ser obligados a llevar un modo de vida ligado a las máquinas, hace inviable cualquier alternativa libre de ellas. Dado su carácter incuestionable de su posición no neutral y excluyente, la técnica ha permitido al poder, esquilmar el medio natural para su “necesario avance” justificando una vez más el fin por los medios. Poco importaba el daño natural hacia miles de formas de vida de las diferentes especies, tanto vegetales como animales, (incluso humanas), así como la contaminación del aire, mares o ríos. Pero como ya hemos dicho, el daño más mortífero se lo ha llevado nuestras conciencias, conectadas a la inexorable noción de que la alta tecnología es el bien supremo, la solución a todos nuestros problemas -un mito que siglo y medio después no solo ha solucionado los problemas sino que los incrementa a pasos agigantados-, pero incapaces de ver su carácter dogmático, su tendencia a rechazar cualquier examen crítico, ni de adivinar sus consecuencias futuras. Nada. Solo la devoción más infantil, la veneración más religiosa. Tal es el tamaño de su poder.

El futuro tecnocrático ya está en marcha y hablando en términos religiosos, “salvo milagro”, no hay nada que lo pueda parar. Los intentos vanos que algunos intelectuales demuestran diciendo que es una cuestión de uso, y que una futura sociedad libre del sistema capitalista y de sus vicios debe seguir avanzando tecnológicamente -sin percatarse de que una cosa y otra son inseparables-, son tan solo formas de autoengaño. Pero mientras todo esto ocurra, y mientras estemos a tiempo, desde este espacio queremos hacer honor al movimiento luddita, cuando se cumplen dos siglos de su revolución y hacer así una pequeña contribución para desmontar el mito. Autores poco leídos como Lewis Mumford, Marcuse, Ellul, Kaczynski, David F. Noble o John Zerzan ya lo han advertido de forma muy elocuente: la tecnología como forma de dominación, siempre al servicio del poder, nos aleja cada vez más de la naturaleza, hasta tal extremo que el hombre moderno ya no sería capaz de reconocerse en el medio natural. Cientos de miles de años de adaptación al entorno que le dio la vida y que le vio crecer han sido tirados por la borda en un corto período de tiempo por la invasión tecnológica.

Como nota final queremos añadir algo: el hecho de criticar la informática o la tecnología en su conjunto no implica necesariamente no poder usarla y hacerlo no es ninguna incoherencia. Uno nace y es educado -o adoctrinado- dentro de un modo de vida con el que puede comulgar o no, y precisamente por el carácter omnipresente de la tecnología, la elaboración de análisis enfocados a cuestionar el propio modo de vida conlleva en ocasiones su irremediable uso.