14 de diciembre de 2013

Huir de la muerte

Pocos humanos modernos afrontan la muerte con naturalidad. De hecho, existe una clarísima intencionalidad de negación de la muerte en la sociedad civilizada en general y más concretamente en la occidental. ¿Por qué pasa esto? La respuesta es sencilla, si se niega la muerte, que no es más que una fase natural por la que todo ser orgánico ha de pasar, es porque se da un culto a la vida desmesurado. Consecuentemente, ante este error, solo queda temer la muerte y por tanto morir mal, morir en soledad y con sufrimiento añadido.


La evolución humana del sedentarismo a la urbanidad, y posteriormente hacia el avance de la tecnología y la ciencia para lograr una vida repleta de comodidades y seguridad, han motivado una serie de cambios profundos en favor del culto por la vida, así como del culto por la eterna juventud o el culto al cuerpo. El resultado de todo esto es un total desconocimiento, mito, rechazo y miedo irracional ante el hecho de la muerte. Dado que a ningún animal humano -ni tampoco al resto de animales- le gusta vivir con miedo, éste ha inventado miles de maneras para huir de la muerte, en vez de afrontarla con naturalidad.


Así, ha avanzado en medicina para alargar la esperanza de vida y retrasar la muerte, ha fomentado el valor físico del cuerpo en detrimento del valor psicológico de la mente e incluso ha llegado a querer vencer a la muerte con técnicas avanzadas de crionización pero que resultan al mismo tiempo tan inciertas como antinaturales. Todo con la intención única de burlar a la muerte cuando todos los humanos saben que llegará el día que tendrán que morir. Suena absurdo querer burlar algo que se sabe de antemano inevitable. Y suena absurdo también temerlo toda la vida hasta el punto de que se convierta en miedo irracional.


Sin embargo, han existido y existen otras sociedades que sí que han sabido afrontar la muerte de la forma más natural, principalmente porque no se suele dar en ellas este culto por la vida, pero también porque en estas sociedades existe un contacto más directo con la propia naturaleza y sus procesos, y por ende existe una facilidad mayor de comprensión y aceptación de la muerte. Bien es cierto que las circunstancias también son un atenuante para que muchos de estos grupos de personas puedan asimilar mejor el momento del fin. Por ejemplo, los ancianos de las ancestrales tribus nómadas eran conscientes de que llegado su momento de su muerte no eran más que una carga para el grupo, con lo que fácilmente aceptaban detenerse y no caminar más .


Con el sedentarismo, esta práctica ya no tendría razón de ser, pero la consciencia humana hicieron que otras sociedades postcivilizadas aprendieran a afrontar la muerte sin miedo, tal es el caso de algunos pueblos orientales en donde los ancianos que saben llegado su momento se dejan morir en paz. Por lo general, los pueblos orientales han dado durante su historia una importancia espiritual no solo a la vida, sino también al momento de su muerte.


Con el paso del tiempo y el triunfo de los mitos que se instauraron con la civilización, la aceptación de la muerte se tornó en algo innecesario y no solo eso: algunas instituciones religiosas contribuyeron decisivamente a incrementar el miedo a la muerte aprovechando el poder que daba esta sobre las masas más ignorantes. Así, este miedo se ha ido transmitiendo de generación en generación y si bien en la actualidad la religión tradicional no actúa directamente para incrementar el miedo, son las otras formas de culto modernas que hemos expuesto las que lo hacen de una forma mucho más engañosa.


A nivel social, los medios de interactuación entre las personas no contemplan la aceptación de la muerte como algo natural y se rechaza instintivamente toda alusión hacia ella hasta el punto de ser tabú para casi todo el mundo. Por otra parte, la permanente búsqueda del placer o la ilusión de la felicidad contribuye a incrementar el rechazo.


A nivel institucional, la mayoría de los gobiernos echan por tierra cualquier iniciativa encaminada a cambiar nuestra perspectiva ante la muerte para poder morir mejor. Increíblemente, son pocos los seres humanos los que tienen la libertad absoluta sobre cuándo y cómo desean morir porque los prejuicios religiosos continúan vigentes hoy en día y más específicamente la idea de que “solo Dios tiene el poder de decidir cuándo nacemos y cuando morimos”. La eutanasia está prohibida en la mayoría de países supuestamente avanzados básicamente por la misma razón, lo que lleva al paciente moribundo a tener casi siempre un final trágico y no libre de alguna forma de sufrimiento. Para colmo, el miedo a la muerte que se alberga durante toda la vida y del cuál todo el mundo intenta huir pero nadie logra escapar, se intensifica cuando llega el final precisamente porque sabemos que está llegando el final, incluso en personas que creen que tras la muerte no hay nada.


En la juventud, a pesar de que ya sepamos que como seres vivos que somos algún día moriremos, nos enseñan a apartar todos los pensamientos sobre la muerte y a verlos como pensamientos negativos. La muerte queda como algo tan lejano y distante que no debe perturbar nuestras vidas. El suicidio, salvo en casos excepcionales, no es ninguna forma de aceptación consciente de la muerte, sino más bien el fruto de la desesperación que motiva la presión social.


Dejar de tener miedo a la muerte y afrontarla sin tabús se torna una tarea harto complicada en una sociedad como ésta pues las condiciones no son nada propicias para ello, dada la cantidad de sustitutos artificiales que existen y que se multiplican día a día; solo quizás una vuelta a nuestras raíces podría hacer cambiar nuestra perspectiva ante el momento del fin. Mientras tanto, seguiremos sin saber morir.

28 de noviembre de 2013

Falsedad

Todo en vuestras vidas es falsedad y os diré porqué:

Vivís una vida de excesos, placeres, lujos, envidias y competición a costa del sufrimiento de millones de seres, humanos o animales. Vivís en busca de la felicidad a costa de la condena de otros. Lo sabéis y os da igual.

Cambiáis de móviles cada seis o doce meses, pero...
si alguien os dice que vuestros móviles provienen en gran parte de un brutal régimen esclavista y del genocidio de millones de personas en el Congo no solo os da igual, sino que lo llamáis reaccionario o agorero.

Coméis animales casi a diario, pero...
si alguien os dice que vuestro bocadillo de jamón proviene del peor régimen esclavista de la historia y causa el mayor holocausto de animales os da igual y seguís comiendo como si no os  importara. Si alguien dice que los peces que os coméis sufren lo mismo que si vosotros fuerais ahogados en el agua, lo llamáis radical.

Teméis más que nada en el mundo ser inadaptados sociales, pero...
si alguien os dice que vuestro culto por el progreso y la tecnología está destruyendo a pasos agigantados los ecosistemas vitales del planeta, destruyendo millones de individuos y especies, humanas y animales, también os da igual, miráis para otro lado y seguís con vuestras vidas.

Creéis ser libres, pero...
si alguien os dice que sois víctimas de un poder superior que controla vuestro carácter, vuestro comportamiento, vuestros movimientos y vuestra vida entera, que trata de haceros sujetos pasivos, sumisos y hedonistas no solo os da igual sino que lo negáis como los necios.

En definitiva, vivís en el autoengaño permanente. Lo sabéis y os da igual. Y no solo eso, os engañan y os da igual, engañáis y os da igual.

Y estos son vuestros excesos, los que provocan más muerte, más sufrimiento, más destrucción:

Estudiáis y trabajáis para un sistema corrupto y competitivo, tragáis publicidad como si fuera algo normal, compráis y compráis objetos inútiles, vais de turismo rural o playero simplemente porque está de moda, con vuestros todoterrenos, coches, tablets, portátiles y demás parafernalia tecnófila, aparatos, que sí, son muy atractivos e innovadores, pero son inmensamente más destructivos. Y por eso el resultado de vuestra vida es destructivo.

Seguís engullendo platos basura llenos de químicos, celebráis barbacoas que no son más que un culto a la esclavitud, contamináis el aire con vuestra manía de llegar más rápido a los sitios, en aviones o en coches, lo mismo da, os rendís infantilmente a todas las innovaciones tecnológicas sin plantearos las consecuencias de esta invasión, degradáis vuestro cerebro tragando horas y horas de televisión y de videojuegos y por si no fuera poco acudís a los bares o a las terrazas en verano para enaltecer lo extraordinario que es el ser humano, en vez de decir la verdad: el ser humano es arrogante, depredador y destructivo; despreciáis la gran obra de la Madre Naturaleza, mientras os lleváis por delante a millones de seres que nada tienen que ver con vuestro modo de vida, mientras avergonzáis más y más a la esencia humana.

¿He dicho excesos?

En realidad son crímenes.

Pero la más grande de todas las falsedades es la de aquellos que pretenden hacer la revolución mandándose guasaps con sus teléfonos móviles.

No sois conscientes de que ya no sois humanos, sino autómatas controlados por máquinas.

Por todo lo dicho, el sujeto que suscribe esto, no importa quién sea ni si es uno más de todo este teatro, os advierte:

Todo en vuestras vidas es falsedad,
porque todo alrededor de vuestras vidas es esclavitud, violencia y sufrimiento…

…¡y os da igual!

15 de noviembre de 2013

La presión social

Hay quienes dicen que la humanidad puede aún cambiar de rumbo si realmente tiene voluntad para hacerlo. Otros dicen que por lo general las personas no cambian, salvo excepciones. La primera afirmación es muy general, algo vaga y además ambigua porque habla de un futuro incierto y de una tendencia que pasaría por alto muchos factores decisivos. La segunda afirmación es algo más específica, se refiere a los individuos en concreto por lo que no tiene mucha validez si se quiere aplicar al conjunto de los mismos, porque ¿qué importancia tiene que unos pocos individuos cambien si la mayoría no lo hace? Independientemente de la veracidad de tales afirmaciones, que más bien serían interpretaciones subjetivas de la realidad, ninguna de ellas aporta nada significativo al análisis exhaustivo de la delicada situación del ser humano en relación al entorno en el que vive y el resto de individuos que habitan la Tierra por culpa de su osadía.


Si a quienes les importan estas cosas empezaran a analizar las causas radicales de la situación actual llegarían a la conclusión de que son varios los factores decisivos por los cuáles se puede afirmar que una masa de individuos homogénea no manifiesta cambios trascendentales en el curso de sus respectivas vidas. Aunque en realidad, sólo habría un factor único y este es el de la presión social. Efectivamente, en la sociedad de masas, casi la totalidad de las acciones humanas están guiadas e influenciadas drásticamente por la presión social y es esta la que motiva el hecho de que las personas tiendan a permanecer estáticas e inmutables en cuanto a sus hábitos o comportamientos esenciales. Se podría decir que esta influencia no abarca al cien por cien de las personas, pero el tanto por ciento mínimo de las consideradas excepciones y que sí experimentan cambios o bien éstos no llegan a ser nunca revolucionarios o bien son engullidos por el sistema social y por tanto desvirtuados en su esencia primaria.


La presión social ha evolucionado en un ambiente propicio para ello y a un ritmo siempre ascendente a medida que las sociedades de masas se hacían más grandes y complejas. Se encuentra presente en prácticamente todos los lugares del mundo y se da constantemente, pero su presencia no es advertida por casi nadie. Cuanto más grande, urbanizada y masificada es una sociedad, al mismo tiempo de que su desarrollo tecnológico es más complejo y avanzado, la presión a la que se ven sometidos los individuos que componen dicha sociedad se hace cada vez más intensa. Así, desde el mundo laboral hasta el mundo del entretenimiento, los individuos se ven obligados a actuar según la norma impuesta si no quieren ser relegados a la inadaptación o la miseria y todo por una cuestión anacrónica de supervivencia que a menudo es justificada. Pero lo peor no es eso. Dado que la norma social es exclusivista y reduccionista, desde que nacemos desarrolla un peligroso proceso que consiste en reprimir los valores más enteramente humanos al sobconsciente, lo que lleva al individuo a seguir a la masa en todos los ámbitos de la vida sin llegar a plantearse hacia dónde lo dirige ésta.


La presión social arrastra a los individuos hacia ideas conformadas como el progreso, la innovación tecnológica o el supuesto orden estatal. Pero no solo eso, también sirve para neutralizar cualquier posible tendencia opuesta a dichas ideas, es decir, la presión social impide que los individuos recuperen la cordura y puedan llegar a juzgar sus actos por medio de una nueva moral libre de cualquier condicionamiento impuesto por la masa.


Para demostrar que esto no es solamente una hipótesis que me he inventado se hace imprescindible poner algunos ejemplos que ratifiquen el poder de la presión social.


El más extendido de todos los ejemplos sería el que se refiere a la presión social en el mundo laboral. Cuando alguien se vé obligado a aceptar un trabajo que va en contra de sus ideales, la presión social es la responsable de que dichos ideales no perturben la importancia de dicha decisión. Pero la mayoría de las personas ni siquiera llegan a plantearse si el trabajo al que aspiran va en contra de sus ideales porque la presión social ha anulado cualquier posible presencia de dichos ideales.


En otro contexto, cuando alguien es cuestionado por sus hábitos alimenticios por comer animales y dado que el consumo de carne concretamente es un consumo de masas, salvo excepciones contadas, ese alguien se dejará llevar por la propia masa y seguirá consumiendo animales, incluso aunque manifieste dudas morales al respecto. En este caso, no es que esta persona carezca de voluntad o fortaleza psicológica para cambiar sus hábitos, sino que su voluntad es anulada por la presión social y el mayor de los miedos sería el de la inadaptación o el aislamiento. El culto por la belleza y la eterna juventud son potenciados por presión social. Las modas pasajeras, el referente del estatus y lo material, la presión del grupo, etc. son otros claros exponentes. En realidad, todas y cada una de las tomas de decisiones que se vean influidas por la masa son susceptibles de pasar por la guillotina de la presión social.


La presión social es un monstruo que anula y a la vez aliena las conciencias humanas; la presión social sirve de condicionamiento y sumisión sin que nadie tenga que dirigirla, de hecho, la presión social nunca es dirigida por nadie, pero es inmensamente más poderosa que cualquier intento de control humano: inhibe las posibilidades de análisis crítico, de pensamiento   trascendental, de desarrollo de las virtudes humanas; la presión social es algo etéreo que nadie puede ver ni sentir, y de ahí el gran peligro que esconde.


Aún así, la presión social no es infalible, contiene fisuras que pueden hacerla evitable al menos en parte, pero todo intento de vencerla ha de ser de forma individual, puesto que la razón de ser de la presión social y su capacidad de desarrollo es la masa y solo la masa, mientras que individualmente la presión social pierde todo su sentido. Aún así, entablar una lucha contra la presión social es todo un reto para aquellos que quieran trascender ésta época oscura de dominación humana contra todo lo que le rodea, pero no sólo es posible, sino necesario.

29 de octubre de 2013

Objeción laboral

Sin duda el trabajo hoy en día se ha vuelto una forma de tener a las personas sumisas y sin vía de escape. No deja de asombrarme que incluso, aún en plena época de precariedad laboral, alguien consigue un mísero trabajo de un mes, o 15 días y se alegra por ello diciendo “es lo que hay” mientras otros le congratulan con la típica frase “menos es nada”. ¿Realmente debemos alegrarnos por esto? sabiendo como sabemos que no nos lleva a ninguna parte y que no hacemos otra cosa que contribuir a perpetuar la precariedad y el esclavismo, ¿debemos encima dar gracias? Claro, ante la supuesta falta de alternativas, y ya que uno necesita el dinero para vivir, puede parecer comprensivo que uno deba agarrarse al trabajo basura que le ofrecen y que le salvará momentáneamente del desahucio o la mendicidad. Pero en el fondo no es más que una forma de autoengaño.


Aunque no es la temporalidad el problema más importante del degradante sistema laboral. Ni mucho menos. Lo es más la dependencia, el esclavismo y el obstáculo permanente que supone el trabajo actual hacia el progreso moral.


El trabajo nos hace dependientes de un sistema económico basado en el consumismo irracional, en el que se produce para consumir y se consume para producir, una rueda vacía de contenido y absurda en su totalidad. Dado que no hay alternativas a trabajar de otra forma distinta, el trabajo se vuelve dependiente para todo el mundo, las condiciones son acatadas a raja tabla y el conformismo se apodera de las personas. Además, este sistema basado en la importancia de lo material en detrimento de lo espiritual, prima siempre los trabajos basados en la producción industrial y tecnológica sobre los trabajos más humanos.


El sistema económico está controlado por grandes multinacionales, cada vez más poderosas, que fomentan desde arriba la clave del sistema productivista basado en la competición entre las empresas, el interés y el beneficio económico. Así, si uno quiere entrar en el juego y montar su propio negocio debe ser competitivo o no llegará a ningún lado. Mientras, el trabajador medio es reducido a una mera pieza de un enorme puzzle que pierde todo sentido de ser y es relegado al engaño permanente y al esclavismo latente.  


Otro dato importante es que resulta imposible hallar una ética en el mundo laboral. Pero no nos referimos a una ética de trato humano entre empresario y trabajador, algo que de existir resulta falso, sino a una ética que cuestione la naturaleza de ciertos trabajos por su tendencia a la degradación espiritual. Lógicamente, trabajos como el de policía, abogado, juez o político, publicista, matarife o técnico nuclear son trabajos legales y necesarios en una sociedad tan compleja como ésta, en donde viven hacinadas millones de personas controladas por la ley y el orden de los estados represores y las multinacionales sin escrúpulos, pero aún así no dejan de ser trabajos degradantes e irracionales.


¿Cuál debería ser la respuesta ante este panorama? La objeción laboral. Evidentemente, entiéndase que ésta no puede hacerse de forma absoluta, pues nadie que viva en una ciudad puede dejar de trabajar ya que se necesita dinero para vivir. Pero sí se puede llevar a cabo de forma parcial o reducir parte de nuestra dependencia hacia el sistema laboral.


En primer lugar, hay que empezar por desengañarse ante las asociaciones de trabajadores y los sindicatos que no dejan de ser empresas que han entrado en el sucio juego de la competición. En segundo lugar, admitiendo que hay niveles éticos en el mundo laboral, siempre tendremos la posibilidad de rechazar los trabajos más degradantes. En tercer lugar, hay formas de reducir nuestra necesidad de trabajo, tan fácilmente como reduciendo nuestras necesidades de consumo, viviendo una vida más sencilla, más espiritual, menos materialista, practicando el desapego e incluso reduciendo nuestra descendencia. Así, podremos subsistir trabajando muchas menos horas anuales, trabajando en empleos de media jornada o en empleos autónomos o fuera de la legalidad -que sean ilegales no quiere decir que sean indignos, sino que no entran dentro de los límites que quiere poner el corrupto sistema legal; aún así, no nos confundamos, los trabajos ilegales no son ninguna solución-.


Por último y más importante, la objeción laboral no deja de ser una parte esencial de una acción revolucionaria más amplia y que incluye todos los ámbitos de la vida en sociedad y su necesaria transformación. Así, fomentar el trabajo tradicional, menos industrial, sin jerarquías, dando prioridad al intercambio por servicios entre comunidades, es sin duda una forma de mejorar las condiciones laborales y no reducirlas a un complejo sistema burocrático. Las relaciones laborales al margen del sistema y de la urbanidad son esenciales y se encaminan hacia otra forma futura de vida en sociedad que nada tiene que ver con ésta.

17 de octubre de 2013

El apoyo mutuo frente a la lucha del más fuerte

Recuerdo que la primera vez que leí “El apoyo mutuo” de Kropotkin no capté la idea principal. De hecho, fue uno de esos libros que lees sin apenas interés por el hecho de leerlo en una  época bastante inmadura y caótica. Es por ello que esta clase de libros merecen una segunda relectura cuando tu vida ha dado un giro significativo. El libro en cuestión es un tratado que merece la atención de todos aquellos que tratan de comprender un poco más sobre la naturaleza humana, si bien, creo necesario añadir que quizás la teoría del apoyo mutuo no es tan trascendental cuando se aplica a los humanos como cuando se aplica a los animales, y es que desde este espacio hemos tratado de poner argumentos y explicar por qué esta especie se ha salido decididamente de la norma del equilibrio natural y aunque sigue siendo un animal más, lo es de una forma harto especial.


Pero empecemos desde el principio: como digo, la teoría del apoyo mutuo es aplicable, como bien dice Kropotkin, a todos los animales conocidos incluyendo los microorganismos y es, según demuestra con innumerables ejemplos, más importante en la evolución que la famosa lucha por la existencia teorizada por Darwin y profetizada por sus seguidores más fervientes (esto no negaba que la lucha por la existencia no se diera, sino que no era tan importante como al apoyo mutuo). No deja de ser sorprendente que más adelante el propio Darwin le diera también un valor significativo a la existencia de la cooperación entre los individuos. La cuestión es que la teoría de la lucha entre las especies por la supervivencia y el corolario supuesto de que los más aptos eran siempre los más fuertes fue la que gozó de más popularidad en el ámbito científico. Por desgracia y como asegura Kropotkin, esto era un trampolín para justificar la lucha del más fuerte en la especie humana -ya que después de Darwin quedó demostrado que el ser humano también era un animal-, es decir, la lucha de los fuertes frente a los débiles, del opresor frente al oprimido, de la clase poderosa contra la clase pobre, o lo que fue llamado darwinismo social.


Sin embargo, mucho antes de Darwin y Kropotkin, la teoría de la competitividad biológica humana fue formulada por Hobbes en su Leviatán, justificando la lucha del hombre por el hombre y la necesidad de establecer mediante el contrato social la intermediación de un ente poderoso -el estado- destinado a frenar los instintos naturales para el normal desarrollo de la vida en sociedad. Esta teoría, que no es más que un alegato de toda forma civilizada en contra del primitivismo, fue a su vez el primer paso para la aparición de los primeros estados modernos. No hace falta decir que Hobbes solo tuvo en cuenta la lucha perpetua del hombre por el hombre, obviando el apoyo mutuo que más tarde Kropotkin demuestra no solo para el hombre sino también para su ascendencia evolutiva, el resto de los animales.


Si según Kropotkin la teoría del apoyo mutuo es tan antigua como su opuesta y por tanto es tan aplicable a la naturaleza humana al igual que su opuesta o más, ¿cómo es que no gozó de tanta aceptación o mayor consideración que la teoría principal de Darwin? Uno de los principales motivos es básicamente cronológico: la teoría de Darwin fue formulada al menos treinta años antes que la de Kropotkin y por tanto llevaba una ventaja en su posterior desarrollo. La otra principal razón es que, si bien ambas teorías simplemente explicaban en el siglo XIX lo que llevaba operando en la historia durante miles de años, la teoría que justificaba la ley del fuerte sobre el débil en el ser humano les daba suficientes motivos a los poderosos para justificar filosóficamente que la vida es una lucha continua entre los individuos y que los más aptos siempre son los que mejor se adaptarán al medio. Dado que los darwinistas adoptaron erróneamente la teoría de Darwin al ser humano sin tener en cuenta los factores sociales resultó una bomba explosiva que afianzaba la competitividad tan en boga por la aparición del capitalismo y no solo eso, servía al mismo tiempo para lograr una pulimentación gradual de la ideología de la dominación del fuerte sobre el débil.


La explicación de esta teoría y su conclusión ideológica, tan afianzada hoy al mundo moderno, suponía la culminación perfecta para los planes de los poderosos; mientras, la teoría del apoyo mutuo era ignorada y olvidada por ser opuesta a los intereses del capitalismo y del industrialismo reinantes. Digamos que el apoyo mutuo, como bien argumenta Kropotkin, se da tanto más en los seres humanos cuanto más primarias, sociales, cercanas y sencillas son las sociedades y menos cuanto más complejas se vuelven éstas. A pesar de lo cuál, A Kropotkin le faltó profundizar esta relación esencial, ya que su alegato adolece, al igual que el darwinismo social, de no tener en cuenta los factores de socialización, tan significativos o más que el comportamiento biológico, ya sea este basado en la competitividad o en el apoyo mutuo.


Efectivamente, la socialización es la base de la maleabilidad humana, aquél ejercicio práctico que puede hacer encumbrar cualquier base biológica e incluso llevarla a extremos irracionales -como ocurrió con el nazismo- , y al mismo tiempo reprimirla al máximo poniendo en peligro toda forma de recuperación: este sería el ejemplo del apoyo mutuo, una condición humana natural que ha sufrido un proceso inversamente proporcional al desarrollo de la lucha por la existencia. Y no es para nada casualidad que mientras que en el reino animal el equilibrio se mantiene gracias precisamente al apoyo mutuo demostrado por Kropotkin, dicho equilibrio tiende al caos por culpa directa del excepcional desarrollo competitivo del ser humano, cuya consecuencia más manifiesta es la tendencia arrogante y prepotente a la dominación del medio, la base del antropocentrismo más abyecto.


Por lo tanto, si bien la gran obra del anarquista ruso es la justificación científica que demuestra que la naturaleza humana es abierta y diversa y ni mucho menos cerrada como han pretendido de hacernos creer los neodarwinistas, esta se torna insuficiente a la hora de explicar las causas de la represión social de una teoría en detrimento de la otra, algo que sí que hizo de forma más satisfactoria Rousseau previamente y los primitivistas modernos como Fredy Perlman o David Watson. Tales explicaciones que de forma radical -a la raíz- tratan de comprender el comportamiento humano teniendo en cuenta tanto los factores biológicos como los sociales, son esenciales para encontrar un diagnóstico de la situación. Quizás, Kropotkin, en su afán de demostrar el apoyo mutuo en todos los individuos de forma harto optimista, olvida, a medida que avanza en su obra de forma cronológica, la gran complejidad de la mente humana y su fácil tendencia a la corruptibilidad, llegando entre otras exageraciones a atribuir errónea y condescendientemente las relaciones comerciales capitalistas a otra especie de apoyo mutuo.


Habría que concluir pues que si bien el apoyo mutuo es el factor más significativo en el reino de los animales, al ser puramente instintivo, en el ser humano, el cuál se desvía por motivo de sus excepcionales cualidades para perfeccionar la vida en sociedad, tal instinto queda relegado gradualmente por culpa de la propia vida en sociedad y esto explicaría por qué aparecen y triunfan los sistemas de jerarquías, el poder religioso y militar en favor de las guerras, la degradación laboral mediante los regímenes esclavistas, la incapacidad histórica del ser humano a la moderación y su tendencia al hedonismo más extremo, su incapacidad de controlar el aumento demográfico o a desarrollar sus mayores virtudes morales.


Si Kropotkin pudiera ver cómo el industrialismo de hoy -todavía en ciernes en su época y que ya pudo vaticinar-, junto al urbanismo creciente y la hipertecnologización del mundo moderno han reprimido aún más la probada teoría del apoyo mutuo en el ser humano, quizás se desdijera en muchos de sus argumentos. Sus ejemplos de apoyo mutuo vinculados a las guildas medievales y las asociaciones obreras y humildes del XIX serían las últimas formas auténticas -aunque cada vez más aisladas y atacadas- de manifestaciones de cooperación y solidaridad entre las personas. Hoy en día, el urbanismo imperante y cada vez más absorbente entre las sociedades dependientes unas de otras y sobre todo el infantilismo tecnológico se encargan de ahogar cualquier intento de recuperar la verdadera esencia del apoyo mutuo.









2 de octubre de 2013

Descubriendo internet

Hoy la tecnología ha revolucionado la mente de las personas, pero también las ha depravado muchísimo más que cualquier otra forma alienante de masas, ya que tiene además el imperceptible efecto contrario al de su nocividad: su atracción irremediable hacia el infinito. Una de las atracciones más irresistibles de la tecnología de masas es sin duda la nueva forma de comunicación: la red de redes, la internet. Pero, ¿qué es realmente la internet?

Muchas cosas se han hablado sobre internet, casi todas ellas han sido elogios y pocas o casi ninguna crítica constructiva, ni mucho menos en forma de advertencia. He aquí una de ellas.

Empezaremos delimitando la internet como sistema de comunicación: internet es ante todo una forma concreta de comunicación propia y exclusiva de la sociedad de masas. Internet es la continuación del invento del telégrafo primero, del teléfono después y la inclusión de la radio, la televisión y la prensa escrita todo junto; internet es la culminación de la comunicación a distancia en un mundo cada vez más numeroso, más móvil, más exigente y más complejo. Debemos reafirmar que internet engloba todas las formas anteriores pues sirve para todo. Como forma de comunicación, internet ha cambiado y en cierta parte sustituido las tradicionales formas de comunicación, siendo el cara a cara la más antigua de todas. Por tanto, internet ha sido creada en un contexto motivado en primer lugar, por una sociedad superpoblada, en segundo lugar, por una sociedad globalizada y en tercer lugar, por una sociedad altamente tecnologizada.

El incremento de la necesidad de comunicación a distancia surge de forma tímida en la revolución industrial en primer término y de forma explosiva a la tecnológica en segundo. Por tanto es un producto paralelo e inherente a la modernidad. Pero, ¿cómo son en esencia las nuevas formas de comunicación a distancia? ¿qué les diferencia de la comunicación tradicional, más cercanas y auténticas? Claramente todo. En primer lugar, la comunicación tradicional, previa a la revolución tecnológica y la gran explosión demográfica es más auténtica porque el único medio es el del lenguaje directo: de hecho, no hay ningún medio entre emisor y receptor. Estas formas tradicionales son más propias de comunidades no excesivamente grandes y más bien aisladas en donde no hay necesidad de comunicarse a distancia. Sin embargo, a medida que las ciudades se hacen más extensas y se masifican, la necesidad de comunicación se hace mayor y solamente hay que esperar el avance de la tecnología para que se vayan sucediendo innovaciones cada vez más perfeccionadas que han desembocado en internet, pero que ni mucho menos han terminado todavía.

¿Qué cambia realmente con esta nueva forma de comunicación? Ciñéndonos expresamente a las formas de comunicación propiamente dichas, y por tanto excluyendo la radio y la televisión, que si bien permiten de forma circunstancial la recepción del interlocutor, son medios creados para la intervención y apropiación exclusiva del emisor, de ahí su carácter claramente peligroso por manipulador y persuasivo, podemos afirmar que cambian radicalmente toda forma de comunicación tradicional por la incorporación del medio tecnológico, gracias al cual es posible dicha comunicación “como por arte de magia”. Al mismo tiempo, el medio contribuye a la degradación en esencia de la comunicación, ya que suprime el cara a cara y potencia el poder de manipulación y engaño. El otro gran hándicap lo hallamos en el hecho de que esta forma de comunicación es inherente únicamente a la sociedad de masas y puesto que la sociedad de masas ha desembocado en la creación de seres autómatas que se guían por patrones degradantes e irracionales, el uso invasivo y omnipotente de internet contribuye a la perpetuación de este tipo de sociedades.

Suele pasar que ante innovaciones tan asombrosas como lo fueron el telégrafo y poco después el teléfono las personas reaccionen maravilladas hacia su faceta cuasi mágica y no se paren a analizar las causas de dichos cambios por un lado ni las posibles consecuencias que pueda acarrear por el otro. Imbuidos forzosamente en la idea de que el progreso es la única meta posible, estos cambios autojustificados por una cuestión de supuesta necesidad son lanzados como verdaderas proezas del ser humano moderno, y adquieren el carácter de incuestionables. Ahora nadie duda de que internet es un gran avance, muchos incluso hablan de que las redes sociales tienen la ventaja de que son inmensamente más democráticas que la televisión, es posible que sí, pero no resuelve en modo alguno la transición hacia una vida más sencilla y tradicional tendente a reestablecer el equilibrio natural. Además, no es la cuestión del derecho global y las facilidades de acceso cibernético lo que planteamos aquí, sino la esencia misma de la comunicación como tal y de sus efectos en las relaciones de las personas.

Tampoco pretendemos reducirlo a una cuestión de elección de uso, que no deja de ser algo circunstancial. Evidentemente, uno puede usar internet de una forma u otra, pues es exactamente esto lo que ofrece la red: una inmensa multitud de posibilidades que responde a una cantidad cada vez más numerosa de usuarios. Efectivamente, hay mucha más información, pero más riesgo de saturación y de malas interpretaciones; más libertad de expresión, pero más posibilidad de control por parte de quienes en definitiva tienen la red bajo su control (Facebook es un ejemplo de esto). No obstante, hay que añadir que el uso general de internet como paralelo al uso tecnológico se ha tornado exclusivo, invasivo y omnipotente, por el cual ya nadie puede escapar a él aunque quisiera. No deja de ser paradójico que un sujeto como el que suscribe esto haga una crítica a un medio que usa por la llana razón de que ya no tiene otro.

El otro punto negro y quizás más relevante que nos deja el uso invasivo de la red de redes es el que afecta más a los medios por los que se desarrolla: igual que el teléfono en su momento, la internet ha sido posible únicamente gracias a la revolución tecnológica. Sin ella, internet no se habría inventado nunca. La revolución tecnológica ha derivado en mayor complejidad, desenfreno y atracción irracional, y ha dejado de lado la sencillez y la moderación. Resulta obvio afirmar que el uso de internet solo es posible con un ordenador, al igual que la evolución del teléfono de más simple a más complejo -el móvil o celular-, pero es necesario recordar al mismo tiempo que estos aparatos son fabricados con materiales especiales y escasos cuya obtención es causante de interminables guerras, esclavitud y destrucción de hábitats y comunidades enteras de humanos y animales; y que además requieren un proceso de especialización del trabajo complejo que empieza desde la extracción de los minerales de forma penosa, hasta su comercialización en el mercado, su engaño publicitario y la compra final del consumidor.

De esto extraemos un corolario trascendental, mal que les pese a muchos, pero la verdad sea dicha: si la tecnología está destruyendo a pasos agigantados los ecosistemas vitales del planeta por culpa de su carácter invasivo y su descontrol en forma de barbarie, la red de redes, la internet, no escapa a esta nefasta osadía de la humanidad.

Por todo esto, consideramos necesario un cuestionamiento de internet como parte integrante de la destructividad tecnológica del medio si queremos construir un mundo más respetuoso con el entorno natural en el que vivimos. Pero también un cuestionamiento que vaya directo a su esencia como forma de comunicación exclusiva de la sociedad de masas, que inevitablemente conduce a la degradación de la comunicación auténtica y verdadera. El invento de internet no solo no contribuye a atajar las miles de deliberaciones perpetradas por la especie humana, sino que las aumenta día a día.


14 de septiembre de 2013

La cuestión del sufrimiento en los animales

Muchas personas argumentan que los humanos sufrimos más que los animales a los que esclavizamos y que por eso no hay razón alguna para defender sus derechos. En este mismo sentido, hay otros que afirman que el ser humano moderno se ha convertido o le han convertido en un esclavo más, por lo cuál tampoco habría razón para liberar a los animales también esclavizados o al menos habría que hacerlo después de liberar a los humanos. ¿Hay algo de cierto en estas afirmaciones o en realidad no dejan de ser antes una autojustificación? ¿Hasta qué punto sufren unos y otros? ¿Cómo es posible medir el sufrimiento de los seres vivos y en base a ello hacer comparativas? Efectivamente, no hay, que se sepa, ningún método moderno para medirlo, pero sí hay señales evidentes que nos ayudan a decidir definitivamente quiénes sufren más.

Que los animales sufren cuando son esclavizados de por vida e incluso en el momento en que son matados es algo que casi nadie duda, a pesar de que son pocos los que quieren saber hasta qué punto alcanza ese sufrimiento y si de verdad es evitable. En base a esto, argumentar que es indiferente el nivel que alcance dicho sufrimiento porque los humanos siempre sufrimos más es digno de tener en cuenta. ¿De verdad sufrimos más? Comparemos: ciñéndonos a los animales esclavizados en centros de explotación exclusivamente, podemos afirmar que mientras estos nacen encerrados y mueren encerrados, la inmensa mayoría de humanos, salvo los presos -pero esta sería otra cuestión- viven en un ambiente supuestamente libre o al menos eso creen la mayoría. Pero el encierro no es la única causa del sufrimiento, de hecho no es la más importante. Un animal de granja es expuesto a vejación, humillación, separación de sus crías, tortura, maltrato, mutilación de sus miembros, hacinamiento y por último asesinato. ¿Qué humano padece estos horrores sin al menos ser denunciado por otros humanos? Muchos dirán que en la historia se han producido horrores como estos, y que incluso en la actualidad se seguirán produciéndose, pero incluso estos hechos son denostados por casi todo el mundo como hechos degradantes. ¿Por qué entonces no lo serían los que se perpetran contra los animales con el consentimiento de la mayoría de los que los consumen?

Algunos intelectuales e incluso filósofos -Shopenhauer fue uno de ellos- han argumentado que el hombre moderno ha descubierto un mundo lleno de “magia y de color”, un mundo lleno de posibilidades pero que al mismo tiempo le ha sumido en el vacío y en el aislamiento y por ello sufre sin remedio. En realidad esto no es del todo cierto: el mundo que se le ofrece al humano moderno es un mundo de atracción e influencia desenfrenada, creadas en parte por el poder para hacer personas sumisas y falsamente felices, con el objetivo final de reducir su sufrimiento, ya que el sufrimiento lleva a pensar y a preguntarse de dónde viene dicho sufrimiento. Si, como dicen estos intelectuales, una gran parte del ser humano moderno (queremos incluir aquí no solo a los occidentales, sino a todos los no occidentales que están tendiendo irremediablemente a la modernidad) está sumida en el sufrimiento, hace ya tiempo que esta gran mayoría se hubiera rebelado de forma altamente organizada contra lo que realmente le hace sufrir. Precisamente, el mundo hedonista predominante trata de minimizar los casos de sufrimiento y en los que los haya excepcionalmente, tratarlos como una falta de adaptación social. Por tanto, no hay en realidad tanto sufrimiento extendido como dicen y el que hay es tratado por los psicólogos del sistema para recuperar al sujeto a readaptarse a la sociedad.

Aducen algunos que el sufrimiento del humano moderno se debe a la esclavitud y dependencia a la que somos sometidos, a la falta de libertad y autonomía. Es esta una esclavitud exclusivamente psíquica. Sin embargo, esta falta de libertad auténtica ha sido sustituida por una supuesta libertad distorsionada que sume al sujeto que la padece en un estado de falsa libertad, pero que para él es verdadero; por tanto, en apariencia, este sujeto no tiene motivos para el sufrimiento y de hecho, por lo general, no sufre porque no es consciente de su propia condición de esclavo. La falta de libertad o esclavitud que padecen los animales de granja no es supuesta ni ha sido sustituida por otras falsas libertades, por lo que los motivos para el sufrimiento son reales y de hecho, hay señales inequívocas de sufrimiento por esta razón.

Cuando se recurre al argumento oportunista de que millones de humanos en la historia -y otros tantos en la actualidad- fueron esclavizados para la explotación laboral, se hace para justificar que al fin y al cabo los humanos han sufrido y sufren por igual. Hablamos claro está de una esclavitud predominantemente física. No nos interesan aquí exponer los factores históricos que propiciaron los regímenes esclavistas ni sus causas, sino nuevamente hacer la comparativa entre el sufrimiento derivado de el esclavismo humano y el animal. Claramente la balanza se inclina a favor del esclavismo que padecen los animales por el grado de incomprensión añadida. Dado que un humano que es esclavizado, salvo que sea un niño, sabe de antemano el porqué de su condición, ningún animal podrá comprenderlo jamás, lo que hace que el sufrimiento sea aún mayor. Por otra parte, si bien el esclavo humano de la antigüedad no tenía apenas esperanza de ser liberado alguna vez, a medida que la historia fue evolucionando la esclavitud ha sido condenada y abolida en la mayoría de los países del mundo, lo que hacía que dichas esperanzas de liberación fueran en aumento, algo que no ocurre con ningún animal esclavizado, aún en el caso de que se avanzara para abolir la esclavitud animal.

Otro argumento que se sostiene a veces no tiene que ver con la comparativa entre humanos y animales sino entre animales domésticos y animales salvajes. Dichos argumentos aluden a que en la naturaleza se presenta un alto índice de violencia y por tanto de sufrimiento entre los animales salvajes, que incluso supera al sufrimiento que padecen los animales domésticos, y se llega a decir que en tal caso estamos haciendo un favor a los animales domésticos al tenerlos “protegidos” de la crueldad del medio natural. Claramente, estos argumentos son nuevamente sesgados y autojustificatorios. En primer lugar, ningún ataque perpetrado por cualquier depredador es deliberado, sino que obedece a una cuestión de supervivencia. Al no ser deliberado, no hay posibilidad de tortura gratuita, ni de sadismo, ni de esclavitud, por lo tanto el sufrimiento de la presa se reduce al máximo. El esclavismo que lleva a cabo el ser humano contra los animales es deliberado desde su nacimiento hasta su muerte, lo que eleva la prueba de sufrimiento a dosis muy elevadas. En segundo lugar, las estadísticas nos dicen que un altísimo porcentaje de los animales salvajes morirán de muerte natural, y que tan solo un índice mínimo sufrirá un ataque que le podrá provocar a la presa, en todo caso, como ya hemos probado, un sufrimiento mínimo antes de la muerte.

Como hemos tratado de demostrar, hay sólidas evidencias de que el sufrimiento de los animales domésticos consta de pruebas irrefutables en su comparativa con humanos y con otros animales no domésticos, y por tanto, si anteponemos la ayuda a los más débiles o desfavorecidos en función del grado de sufrimiento que padecen y si rechazamos cualquier consideración especista que hiciera discriminar a otros seres en razón de su especie, claramente llegaríamos a la conclusión de que los animales domésticos, al ser los animales que más sufrimiento soportan son quienes más ayuda necesitan.

27 de agosto de 2013

Objeción fiscal

Este tipo de objeción está muy unida al uso de las cuentas bancarias, la propiedad de bienes  inmuebles y del trabajo asalariado, pues es por medio de tales por donde el gobierno recauda la totalidad de los impuestos.


Muchas personas que se consideran de izquierdas admiten que la recaudación de impuestos es un bien necesario, siempre y cuando éstos sean destinados para bienes comunes o públicos, tales como las infraestructuras, la sanidad o la educación. En la práctica esto es así en parte, pues jamás ha habido gobierno alguno que haya transigido en esta dirección exclusivamente. El primer fin de los impuestos es y ha sido siempre el mantenimiento del ejército y en menor medida de la policía, ya que históricamente todo gobierno siempre ha necesitado de un cuerpo represivo que sirviera para su defensa ante un pueblo descontento y potencialmente insurrecto. El segundo fin es y ha sido siempre el poder religioso, que en Occidente ha sido siempre la Iglesia Católica, como institución que ejerce aún una influencia hacia la pasividad y el conformismo de las masas que interesan al propio estado. En un segundo plano, los gobiernos deciden hasta qué punto el resto de usos públicos son de interés propiamente público o estatal para decidir sobre la cantidad de impuestos que se destinan a cada uno de ellos. Otra cuestión aparte es la transparencia de los destinos fiscales -algo que un gobierno jamás otorgará- y la necesaria equidad de los mismos en proporción a los bienes económicos de cada ciudadano, que no deja de ser algo secundario. La evasión de impuestos y la corrupción es una cuestión circunstancial que no afecta a la esencia del sistema, ya que son actos que perturban el normal desarrollo del mismo.


El objetivo primero del sistema fiscal como tal es el mantenimiento del estado como fuerza de control social, de represión y de anulación de los individuos. Como tal, el estado siempre tendrá las riendas de dicho sistema, siendo la participación ciudadana una irrealidad ya que iría en contra de sus propios intereses. El objetivo final del sistema fiscal es ofrecer a las masas un estado general de satisfacción y el de dar la sensación de que se están haciendo las cosas para su propio beneficio, para lo cual es importante mantener un buen sistema de sanidad que supuestamente mantenga sanas a las personas físicamente y un sistema de educación que las adoctrine en la dirección que más convenga al estado.


Pero lo que nos interesa aquí es cómo podemos evadir en la práctica los impuestos por objeción ética y sobre todo por una cuestión de rechazo estatal. Por supuesto, la evasión fiscal que hacen las grandes fortunas no entran dentro de esta categoría ya que estas fortunas de por sí van contra toda ética al ser símbolos del capitalismo más feroz. Si echamos la vista al principio decíamos que la forma habitual que tiene el gobierno de recaudar impuestos es por medio de los trabajos y de los bancos, ya que así no hay forma de que ningún trabajador escape a la deducción de los impuestos que le corresponden pagar. La otra forma es por la declaración de la renta dependiendo de cada país en donde se regulan los impuestos que paga cada cuál en función de sus ingresos y de sus gastos. Nos encontramos aquí con que, dado que los impuestos se deducen de las nóminas de los trabajadores y de las cuentas bancarias, para hacer una verdadera objeción fiscal habría que eludir en primer lugar el trabajo legal y asalariado; en segundo lugar, evitar el uso de las cuentas bancarias y en tercer lugar, la propiedad de bienes inmuebles.


Por ello, la verdadera objeción fiscal solo sería posible si estuviera incluida como parte integrante de una transformación social integral, en donde una tendencia hacia la autosuficiencia permitiera el abandono gradual del dinero como medio de cambio, el trabajo asalariado, el recurso de los bancos y que a la vez favoreciera el intercambio o el trueque, así como la bioconstrucción sencilla y libre de deudas.







11 de agosto de 2013

Objeción a los bancos

Los bancos representan una evolución lógica del dinero como medio de intercambio, ya que se encargan de administrar su constante e inevitable tendencia a la acumulación. Si bien el dinero, que por fuerza se debió inventar antes que los bancos, daba una sensación real de poder y estatus proporcionalmente a quién más tenía, fueron éstos posteriormente quienes se hicieron oficialmente con este poder, creando lugares físicos y custodiados para su administración. Los préstamos hipotecarios son su gran negocio, siendo esta la mejor forma de tener esclavizadas a las personas, aprovechando que todas ellas necesitan una casa para vivir. Los bancos, como centros de administración del dinero contribuyen a la vez a afianzar la dependencia de las personas hacia el sistema monetario, y son sin duda la piedra angular de dicho sistema. La objeción que se debe plantear es, por tanto, la de su propia existencia.


Al mismo tiempo se nos plantea un gran problema para llevar a cabo la objeción a los bancos. Entre el banco y el dinero reside una relación evidente: en tanto exista el dinero como forma de dar valor a las cosas, sea en moneda, papel o electrónico, lógicamente deberán existir lugares que al menos lo guarden. Por desgracia, aplicando el mismo argumento, el propio hecho de tasar los objetos, motiva que los bancos se lucren mediante el crédito para las posesiones más grandes, costosas y esenciales, como las casas. Esto nos dice que ya de por sí no tiene sentido alguno querer acabar con los bancos o al menos hacer objeción si no lo hacemos al dinero, pues una cosa lleva inevitablemente a la otra; digamos que son dos cosas correlacionales. A pesar de lo cual, objetar a los bancos o reducir nuestra colaboración para con ellos es mucho más fácil que tratar de reducir nuestra dependencia del dinero. Centrémonos en los dos usos mayoritarios de los bancos.


Cuando se dice que “las hipotecas nos esclavizan” estamos hablando de forma literal. El problema es que es muy difícil escapar al gran negocio de los bancos: los créditos. Cualquiera podría prescindir de un coche, una moto o un avión privado, objetos que requieren casi siempre de la concesión de un préstamo bancario, pero nadie puede escapar de la necesidad de una casa, a no ser que quiera vivir debajo de un puente. Alguien podría decir que sí que hay una forma de escapar al hecho de hipotecarse, y esta es la del alquiler. Craso error, pues al fin y al cabo el arrendador está hipotecado y si bien es cierto que el arrendatario no está acudiendo al banco a solicitar una hipoteca está contribuyendo a que otros lo hagan.  En otras palabras, a no ser que sea el estado o un organismo inferior quienes nos alquilen la casa, fomentar los alquileres fomentaría al mismo tiempo las hipotecas y no solo eso, también la especulación.  Conclusión, la objeción hipotecaria, sea o no directa, parece que a priori no es factible. No obstante, existe ya la posibilidad de que uno se haga su propia casa no convencional por un precio tan bajo que no necesitaría más que ahorrar unos años y conseguir evitar así hipotecarse.


Veamos ahora la otra función de los bancos: la custodia del dinero.


El desigual reparto de la riqueza, de los salarios y por tanto del dinero como medio de cambio de los productos, implica que haya personas que acumulen mucho y otras poco. Así, quienes acumulan mucho, ahorran ese dinero en los bancos porque saben que al menos allí estará seguro. Quienes, por el contrario, viven al día, no solo no pueden ahorrar sino que apenas tienen para vivir. Con todo, puede darse el caso de personas que ganen mucho y que tampoco ahorren porque lo gastan todo hasta el punto de que lo único que tienen son deudas (“el dinero llama al dinero”).  Para estos últimos sería fácil evitar los bancos directamente si vivieran de alquiler, pero aún así lo tienen difícil porque casi todos los trabajos, la oficina de desempleo o el sistema de pensiones funcionan mediante el ingreso del salario en una cuenta bancaria, y si bien uno está en su derecho de reclamar el pago en metálico, las trabas que te suelen poner son numerosas, y esto es lo que obliga a abrir una cuenta en el banco o no poder deshacerse de ella. Aún así, mientras uno no tenga ingresos de ningún tipo, puede perfectamente sacar el poco o mucho dinero que tenga en el banco y guardarlo como antaño se hacía, debajo de la almohada. Obviamente, si es poco no pasará nada, pero siendo mucho, la inseguridad de robo es patente y esto hace que la gente tienda a buscar la seguridad del banco.


Por esto queremos decir que la objeción a los bancos carece de sentido si no se objeta al mismo tiempo al uso mismo del dinero, pero también hacia el nivel de consumo, ya que si una persona que trabaja poco porque no hay trabajo y por tanto tiene pocos ingresos a lo largo del año, apenas consume y por tanto vive al día; en este caso apenas necesitará de los bancos. ¿Cuál es la mejor forma entonces de objetar a los bancos? Trabajar lo justo, reducir al máximo el consumo y no ahorrar, por ejemplo, donando el dinero que nos sobre a aquellos que más lo necesiten.




26 de julio de 2013

El sistema educativo como adoctrinamiento

Hoy día se suele contemplar la educación como una de las partes esenciales en el desarrollo de las personas y el sistema educativo como uno de los servicios públicos básicos. No es de extrañar por tanto que el proceso de socialización tenga tan buenos resultados. Este consiste especialmente en crear individuos aptos para la sociedad existente. Es en la educación en donde empieza este proceso y en donde se afianza la conducta deseada de los niños que posteriormente serán adultos. Es en esta fase en donde empieza el complejo proceso del control social.


Ya desde la escuela nos van marcando cómo será nuestra vida futura. Las señales son evidentes: asignaturas como matemáticas están ideadas con el fin de preparar al sujeto hacia el mundo empresarial y de las finanzas. No era suficiente con que alguien aprendiera a contar, sumar o restar, también había que enseñarle a multiplicar y dividir, operaciones básicas para una economía formalista y productivista. Por supuesto, a medida que el sistema tecnoindustrial  avanzaba en complejidad, asignaturas como matemáticas, física o química también debían avanzar y enredar a las personas en un mundo de abstracciones ¿Coincidencia? Ni por asomo.


Otra de las pruebas palpables de adoctrinamiento desde la niñez es el inglés, lengua universal que ha sido impuesta arbitrariamente por los países anglosajones al resto del mundo; tanto que hoy en día en cualquier país el inglés está sobrevalorado. Pero lejos de enseñarnos otra lengua de forma opcional como medio para fomentar la interacción cultural, lo que nos repiten exclusivamente una y otra vez es que el inglés te abre muchas más puertas para el mundo laboral. Es decir, no hay señal más explícita para imbuirnos una idea tendente a mantener el statu quo. No es por hacer una defensa apasionada del castellano, pero dicha lengua contiene sobradamente una mayor riqueza estilística que el chapurreante inglés. Aún así, esta no es la cuestión. Para los que hayan tenido la suerte de nacer aprendiendo dos lenguas y una es el inglés, mejor para ellos, pero darles ventajas a estos en detrimento de los que simplemente no desean aprender una segunda lengua distinta a la suya, es una forma de imposición por la fuerza.


Llegado a un punto crucial en el proceso de enseñanza, al alumno se le da la opción de elegir entre ciencias o humanidades. No es casualidad que en el ámbito de las ciencias se enseñe a los alumnos a perfeccionar experimentos mediante el método científico, y que apliquen su objeto en su vida diaria, es decir, que sean exactos, lógicos, meticulosos y utilitarios, que son las claves para el buen desarrollo de las profesiones más técnicas y exigentes. Una sociedad que no admite errar a sus individuos es una sociedad que se autoengaña y que pretende ser lo que no es. En cuanto a las asignaturas de humanidades prevalece la oficialidad, las versiones sesgadas, el ensalzamiento del estado, la patria o el ejército y la omisión descarada de los problemas relativos al sistema capitalista, al mundo del trabajo en cadena, al culto tecnológico e industrial y sus consecuencias medioambientales y un largo etc. Así, el sistema doctrinal aprovecha estas ventajas parcialmente para su conveniencia de crear autómatas capacitados para los empleos mejor considerados y pagados, y dejando al margen a los sobrantes, relegados a ocupar los puestos más precarios e insalubres, el desempleo o en los peores casos, la marginalidad o la delincuencia.


Con todo, el gran descalabro viene cuando el infante supera la primaria y empieza a ser encauzado directamente en el mundo laboral y empresarial. Obviamente, un mundo competitivo, artificializado y tecnologizado hasta la médula precisa un gran equipo de ingenieros, arquitectos, informáticos, contables y empresarios, carreras además con abundantes y prometedoras salidas laborales. Por el otro lado, en lo que respecta a las ciencias sociales, las pocas salidas que es sabido ofrece el mundo laboral son reservadas al mundo del derecho. Ni siquiera para maestro las posibilidades son halagüeñas. Aún así, la demanda de trabajadores sociales y educadores está en claro ascenso en una sociedad socialmente envejecida y psicológicamente enferma, pero los salarios nada tienen que ver con los de los ingenieros o informáticos, piezas claves para mantener al sistema tecnoindustrial en la cúspide de la pirámide.


Esto en cuanto a los contenidos; pero las formas no difieren en su cometido, como era de esperar. Todo adulto recordará interminables clases soporíferas y tediosas de matemáticas, física o historia, en las que el alumno es obligado a memorizar fórmulas, conceptos o fechas sobre temas que no le interesan lo más mínimo y de los que para colmo, será obligado a su vez a examinarse. El recurso abusivo de los exámenes, como pruebas para seleccionar y empezar a crear la condición del status desde edades tempranas es la prueba más evidente de hacia dónde nos dirige el sistema educativo. Un sistema que quizás haya evolucionado hacia una disciplina más blanda, pero que sigue empleando el método del premio y el castigo creando sujetos que solo valoran el éxito a cualquier precio como forma de triunfar en la vida, mientras queda el residuo de la envidia cuando este no llega. El miedo al fracaso, la incapacidad para desarrollar el espíritu crítico o de poder ver el trasfondo de los asuntos que atañen a las relaciones humanas son otras de las lamentables consecuencias que arrastra la educación tradicional.


Por tanto, el sistema educativo es un proceso doctrinal porque no enseña a los seres humanos a ser humanos de forma libre, sino que los prepara hacia un tipo de sociedad concreta como es la actual sociedad de masas mediante la ideología imperante y el pensamiento único. Se convierte de forma descaradamente dogmática en un proceso de manipulación infalible al igual que despótico, mediante el recurso de contenidos encaminados hacia el futuro laboral. No se encuentran por ningún lado la enseñanza de los valores más humanos, como la igualdad, la solidaridad, la cooperación, ni la libertad de elección, ni el respeto por el medio-ambiente y los animales. Claro, nada de esto podría darse en una sociedad tan compleja y tecnificada como la actual, y sí en una sociedad en donde los seres humanos se dedicaran a ser humanos y no marionetas del poder establecido.


Por suerte, la doctrina educativa no resulta fatal para todos los millones de personas a los que obligatoriamente recluye como si fuera el ejército, puesto que en el fondo la escuela no representa la totalidad de nuestra formación. En la calle, son muchas las mentes que se han dado cuenta de este engaño y se han formado por cuenta propia de forma libre y voluntaria, sin maestros ni imposiciones. Son los autodidactas, mentes críticas e inquietas que han decidido aprender por el simple hecho de conocer, pero sobre todo por el hecho de ahondar en la realidad que nos sume. En esta misma línea de acción, al margen del debate por vanagloriar la escuela pública frente a la privada, cada vez son más los padres que se niegan a reclutar a sus hijos en un sistema educativo tan retrógrado como militante, negando que esa sea la única forma de enseñar,  y deciden formar a sus hijos aparte, utilizando sus propios métodos de enseñanza y aprendizaje, en donde  los contenidos excesivamente técnicos y complejos son rechazados, y en donde se enseña muchas veces en la naturaleza los valores de una vida sencilla, libre e igualitaria.