9 de enero de 2013

El crimen oculto de la ciencia

Se suele pensar en la ciencia como una bendición humana, una fuente ilimitada hacia el progreso y hacia el saber, observar, medir y cifrar o en otras palabras, el querer explicar; estos son sus fines y en un principio parece que no hay nada malo en satisfacer la curiosidad; así, la ciencia se dedica a investigar para lograr tales fines, pero, ¿quién “investiga” a la ciencia? Maquiavelo dijo en su día que “el fin justifica los medios” y la ciencia, en su viaje hacia el infinito,  ha tomado esta frase categórica y enfermiza, se la ha apropiado y la ha hecho célebre. Este es un breve ejemplo de por qué la “bendita” ciencia debería ser investigada.

En un momento dado, a algún científico se le ocurrió la genial idea de que para que la ciencia fuera más eficaz y precisa se hacía imprescindible probarla en seres vivos, en animales, tanto humanos, como no humanos. Pero como siempre ocurre, son los no humanos los peores parados de esta historia. No nos importa quién ni cuándo, sino el resultado de estas decisiones fatales, aquellas que arrojan en cifras la cantidad de cientos de millones de animales encerrados de por vida en laboratorios de todo el mundo sometidos a pruebas monstruosas, expuestos a una cantidad ilimitada de sufrimiento para comprobar hasta dónde pueden aguantar, vejados, humillados, torturados la mayor de las veces hasta la muerte. Los animales se habían usado como alimento, por su piel, por su lana, para el trabajo, para el deporte, para entretenerse con ellos; pero no bastó con eso, la novedosa aparición y difusión de la ciencia trajo consigo, además de prometedoras expectativas para la mejora de la vida humana y para satisfacer las mentes más curiosas, la práctica monstruosa de la vivisección en animales, un crimen oculto y siniestro que aún hoy sigue perpetuándose.

Es lógico pensar que al principio pudiera surgir la curiosidad de probar, puesto que la idea inicial estaba más enfocada al campo de la medicina. La ciencia argumentaba que si para salvar mil vidas humanas había que sacrificar a un animal, los códigos morales establecían que no solo se podía hacer, sino que debía hacerse en beneficio de los adelantos médicos. Pero es sabido que el método científico no es tan sencillo como eso. La mayoría de los descubrimientos se basan en el método de ensayo y error, y a menudo sucede que los errores se cuentan por miles antes de dar con una demostración concluyente, por consiguiente para hacer un descubrimiento se necesitarían hacer miles de pruebas en animales antes de llegar a algo claro. Entonces ya no estaríamos hablando de experimentar y matar a un animal para salvar mil vidas humanas; lo más probable es que fuera todo lo contrario: matar miles de animales para salvar a unas pocas personas. Pero ¿y si fuera al revés: que miles de animales se pudieran salvar matando a una persona?

El hecho de querer justificar la muerte de tan solo un animal para salvar a mil personas, una afirmación fuertemente atractiva a nivel social y con gran dosis de dramatismo a la par que errónea, surge de una visión antropocéntrica, pues es una forma de decir que “dado que los animales tienen menos valor que los humanos, podemos y debemos utilizarlos para cualquier adelanto en beneficio de la humanidad”. En épocas pasadas puede que esto se viera como algo normal y no se cuestionara; incluso según la teoría de Descartes, por la cuál los animales eran objetos y por tanto carecían de la capacidad de sufrir, se hacía justificable y normal el uso de animales para cualquier cosa. Sin embargo, en el XIX, gracias al hallazgo de la evolución aquellas consideraciones ya no tendrían ningún valor. El homo sapiens era una especie más como otra cualquiera que evolucionaba de otras especies, y por tanto si éste podía sufrir, sentir dolor, placer o miedo, el resto de especies animales también tendrían la misma capacidad de sentir.

Hoy ha pasado un siglo y medio y todavía no solo no se entiende esto, sino que no se quiere entender. Al menos en el ámbito de la alimentación siguen imperando prejuicios antropocéntricos que justifican el consumo de animales -¡y paradójicamente aquí podemos estar seguros de que no es para salvar vidas humanas, sino más bien para deteriorarlas! -. Aún así, tanto hoy como ayer, cualquier razonamiento discriminatorio por cuestión de valor de especie es además de antropocéntrico, inmoral, aun tratándose de una vida para salvar mil (algo que como ya hemos dicho dista mucho de ser fiable); porque, ¿quién establece cuánto vale una vida? Ya puestos a comparar entre vidas humanas ¿vale lo mismo la vida de un preso que la de alguien en libertad? A menudo, como refuerzo justificatorio, se recurren a situaciones hipotéticas como “si tuvieras que decidir entre un perro o una persona...”, pero en realidad éstas situaciones no suelen sacar nada en claro, dada su poca probabilidad de suceder en la vida real.

Pero es necesario decir que el problema no quedaba solo limitado al campo de la medicina, pues suele ocurrir que la ambición humana y su manía de imitación trasladaran la posibilidad de los métodos del plano de la medicina a cualquier ámbito, ya sea militar (aquí los experimentos para pruebas de armas biológicas eran absolutamente “necesarios”), o en el ámbito comercial, como para las pruebas en cosméticos, alimentación o incluso para el tabaco, algo que sobrepasa cualquier consideración condescendiente hacia dichos métodos y que provoca un lógico resentimiento hacia cualquier avance científico. Hoy la gota ha colmado el vaso, pues apenas un porcentaje mínimo de las pruebas es destinado a medicina, mientras que el resto se aplica para uso comercial y militar. Además, es en estos usos en donde se llevan a cabo las pruebas más abominables, donde animales son quemados, radiados o gaseados. Pero es quizás precisamente este hecho por lo que la experimentación en animales siga produciéndose a gran escala, pues lo comercial no entiende de ética, solo de beneficios.

Al margen de todas estas consideraciones morales básicas, el crimen del que es responsable la ciencia por la experimentación en animales es más grave todavía hoy, puesto que los adelantos y las pruebas contrastables de científicos que se han dedicado a desmontar este controvertido asunto, han venido a confirmar lo que ya se sospechaba: el hecho de que aquellas pruebas tan prometedoras no solo son beneficiosas sino que han sido perjudiciales para miles de humanos dada su falta de aplicación motivada por las fuertes divergencias entre la anatomía humana y la animal, tanto fisiológicas como químicas. Más lógico sería pensar que dichas pruebas serían más fiables si se hicieran con humanos, pero claro que esto provocaría el inmediato rechazo de la opinión pública. Por otra parte, un elevado porcentaje de las enfermedades que afectan a animales no suelen presentarse en los humanos, con lo que hacen el método del todo inaplicable.

Aún hay más, pues los adelantos que suponen los métodos alternativos como la investigación in vitro y en tejidos sintéticos o la disección en cadáveres humanos (o animales) echan por tierra cualquier argumento que justifique la vivisección animal, y estos podrían estar más adelantados si todo el dinero invertido en los métodos experimentales con animales se hubieran destinado para métodos alternativos, libres de crueldad y violencia.

La experimentación en animales, que es sin duda otro holocausto silenciado, es un asunto olvidado, no solo por los científicos responsables que han perdido ya la poca dignidad que les quedaba y siguen lucrándose incomprensiblemente, sino por todo el conjunto de la sociedad que ha mirado y mira para otro lado ante este grave problema. Tan solo la voz de unos pocos, dentro del movimiento por la liberación de los animales ha comenzado a denunciar tamaña atrocidad. La ciencia podrá o no ayudar al ser humano a mejorar su calidad de vida, y puede que hasta le ayudara a mejorar como especie, pero jamás lo debería hacer con el perjuicio y asesinato en masa de otras formas de vida, pues el fin no siempre justificará los medios. No puede existir jamás la ciencia sin moral y si existe entonces es que ya no es ciencia.



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