21 de enero de 2013

El culto al cuerpo

Sin ser consciente de ello, la sociedad actual está promoviendo una serie de antivalores como el de la falsa apariencia o la superficialidad. La constante obsesión por acumular bienes materiales se extiende y se observa como una idea que conduce al éxito. Pero a su vez, no solo importa la cantidad de bienes, sino también la novedad y la calidad de dichos bienes. Hoy el cuerpo es considerado y tratado como un objeto más que se debe cuidar y pulir al máximo, siendo éste por supuesto más valioso que cualquier otro. En este contexto, no es difícil llegar a la conclusión de que la obsesión por la imagen se ha generalizado como un vicio más que trae profundos quebraderos de cabeza a muchas personas y que no es más que un reflejo de un mundo hipermaterialista que otorga más importancia a la apariencia física que al pensamiento.

Es lógico que una especie como el ser humano encumbre el ideal de la belleza como un concepto supremo que hay que perseguir. Pero esto no es más que una ley natural. En muchos documentales de naturaleza podemos contemplar como las hembras animales suelen escoger machos fuertes y esbeltos de forma instintiva con el fin de asegurar una descendencia más próspera y multiplicar así las posibilidades de perpetuar el grupo. El animal humano, como otra especie más, no es diferente.

A pesar de que se suele aducir en muchas ocasiones que la belleza es relativa, sí que es cierto que existen unos cánones de ideal que suelen cumplirse estadísticamente y el concepto de cómo debe ser una persona bella se generaliza y se convierte en un estereotipo. En una especie tan numerosa como es la nuestra la variedad de fachadas es infinita; existen personas consideradas físicamente más agraciadas que otras, comúnmente guapos, feos y del montón, pero siempre los rostros y cuerpos considerados más bellos son los que más se valoran. Y he aquí donde nace la imperiosa necesidad de ésta tendencia a ser más bello para ser más aceptado, que se torna en mera competición. Sin embargo no todos pueden entrar en la competición en igualdad de condiciones, y por el camino, se hace inevitable que miles de individuos sean relegados por no cumplir con los cánones comúnmente aceptados. Hoy en día se valoran los cuerpos delgados en las mujeres y musculosos en los hombres, y el que se salga del estereotipo a menudo es desechado, rechazado y marginado. Algunas de las consecuencias que acaban sufriendo estos individuos son la depresión y el aislamiento social. Éste culto, como todas las formas de veneración caprichosa deja secuelas en muchos casos irreversibles: los casos más extremos conducen a algunos individuos a padecer enfermedades como la anorexia o la bulimia por la enorme presión social que están obligados a soportar.

¿Por qué esta obsesión por el cuerpo? ¿Tiene algo que ver con el deseo de la eterna juventud? Es más que posible. Para mejorar nuestro aspecto y aparentar lo que no somos, temporalmente vale cualquier cosa: maquillaje, potingues en la piel, exfoliantes, depilaciones, pestañas y lentillas postizas, pelucas, uñas postizas, rellenos para pechos, etc. (más propio en las mujeres) Otra forma de modelar nuestro cuerpo es mediante la práctica deportiva en los gimnasios, más generalizado en los hombres por el estereotipo del “hombre musculitos”, y menos en mujeres: pectorales, bíceps, abdominales, piernas son algunas de las partes más comunes a moldear para conseguir una figura diez.

Pero la nueva moda para lograr cambios más profundos y permanentes es la de la cirugía plástica. El hecho de acudir al quirófano para retocarse la cara, los labios, los párpados, la nariz, los pechos, la tripa o las nalgas se ha impuesto actualmente, por motivos casi siempre estéticos, como una manera de retrasar el envejecimiento y en consecuencia alargar la juventud, sinónimo de belleza y esplendor, huyendo de lo grotesco. Según muchos testimonios de las personas que acuden a las operaciones plásticas, el motivo por el que se hace es para gustarse a uno mismo. Pero indudablemente esto esconde un doble sentido. En primer lugar, toda necesidad de cambiar una parte de nuestro cuerpo no tiene su raíz en un sentimiento individual, sino social, ya que son precisamente las pautas sociales las que establecen las formas de conducta. Los estereotipos son aquí los que marcan el cuándo, el cómo y el porqué existe dicha necesidad. Y el individuo la adopta como un derecho. En segundo lugar, al ser una necesidad social y no individual, el motivo inexcusablemente también ha de ser social, es decir, un individuo que ha cambiado parte de su figura se gusta a sí mismo, pero siempre en función de cómo lo verán los demás.

Ya sean los cambios físicos temporales o permanentes, el culto al cuerpo se impone como una norma social a seguir, inmanente a las sociedades de masas; un síntoma más del degradante sistema capitalista. La televisión, la publicidad y los estereotipos contribuyen en gran medida a difundir de manera directa el modelo de hombre y mujer ideal, y relega indirectamente a lo más bajo a quienes no entran dentro de este ideal: las personas feas, obesas y tullidas. Como consecuencia de cultivar durante años una serie de valores distorsionados basados en el egoísmo, la arrogancia y la frivolidad, la propagación de este nuevo culto era un hecho inevitable. Y como suele ocurrir, siempre que algo se impone a un nivel de tal magnitud, deja un detrimento, que en este caso es obvio. Tanto tiempo dedicado a perfeccionar el cuerpo nos ha hecho olvidar la enorme importancia del cultivo de la mente.

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