13 de febrero de 2013

Súbditos y prosistema

Para que la cadena de una bicicleta funcione, todos sus eslabones han de estar bien unidos entre sí. De igual forma ocurre con la cadena del sistema actual, en la que los eslabones son los ciudadanos consumidores. Pero si la cadena de la bici tiene solo unos pocos eslabones, la del sistema se cuentan por miles de millones, que son los que hacen que esta funcione. Por supuesto, hay más diferencias, ya que si los eslabones de una cadena de bici son iguales y cumplen todos la misma función, los del sistema son de múltiples variedades y no solo no cumplen la misma función, sino que lo hacen en diferentes grados. Aún así, todos o casi todos -ya que habría quienes se salen de la norma-, alimentan en mayor o menor medida al sistema. En otras palabras, todos somos súbditos de la Megamáquina.

Pero una cosa es ser súbdito porque no tienes otra alternativa -estamos como dice el dicho entre la espada y la pared- y otra bien distinta es ponerse descarada o inconscientemente de parte de un sistema que atenta contra toda libertad de sus súbditos. Hay quienes creen que la esclavitud ha sido abolida en su totalidad. Nada más falso: ilegalmente, millones de humanos siguen siendo esclavizados; legalmente, miles de millones de animales también, y extraoficialmente, el resto de personas estamos esclavizados mentalmente, porque nuestra libertad ha sido distorsionada en algunos casos y anulada en el resto. Como dijo Goethe, nadie es más esclavo que aquel que falsamente se cree libre. Una gran frase que bien puede ser aplicada hoy. Al margen de los millones de súbditos que hacemos que un sistema destructivo como este siga operando, hay otros tantos que además, no sabemos si conscientemente o no, se postran de rodillas ante él, y hacen la más absurda apología del mismo, sin saber por cierto que están alimentando el sufrimiento de otros tantos millones de seres vivos. Estos son los denominados prosistema, los que defienden ingenuamente sus tentáculos.

Hay muchas clases de súbditos prosistema:

En primer lugar, podemos reconocer los apologistas del estado: los patriotas, nacionalistas o como se les quiera llamar, independientemente de la nación que defiendan. Naturalmente, el sentimiento de apego por la tierra donde uno ha nacido es algo normal. Pero cuando las tierras tienden a tener dueño de uno o de unos pocos oligarcas que las delimitan dibujando fronteras a su conveniencia, creando así los estados, el sentimiento que se profesa ante estos es lo que llamamos patriotismo o nacionalismo, y esto ya no solo implica un simple apego por las tierras, sino por una bandera, un himno, un gobierno o demás parafernalia propia de estos inventos. El fanatismo que promueven los estados para que los súbditos se crean sus patrañas es su razón de ser, pues sin patriotas, un estado no sirve para nada.

Ayer, el enaltecimiento militar era la excusa mejor montada por los estados para afianzar a los fanáticos. Hoy es el deporte. Así, los prosistema patriotas exhiben sus banderas en los estadios, en sus terrazas o en sus coches porque necesitan expresar sus sentimientos ante los demás, característica por cierto muy propia de cualquier fanatismo: la exhibición exteriorizante -valga la rimbombante palabra-. Pero sin darse cuenta, estas personas lo que realmente están haciendo es exaltar la violencia, los privilegios y las desigualdades, además de estar favoreciendo el odio por lo extranjero, pues eso es lo que es el estado ni más menos: un cuerpo represivo y exclusivo que se impuso en el pasado por la fuerza y que lo sigue haciendo en el presente. Poco importa el lugar de donde hablemos, pues el fanatismo patriótico se da prácticamente en todos los países del mundo, sean americanos, franceses o españoles.

Muy en relación con esto, hallamos la apología por el cuerpo que hace que el estado pueda sostenerse, el aparato militar. Obviamente, quienes defienden el estado también defienden el ejército, pero también los hay que cuestionando el estado si no totalmente, al menos en parte no hacen lo mismo con el ejército, que en el fondo es una parte inherente del propio estado. Pero al margen de esto, defender el aparato militar no es otra cosa que defender el derecho inventado por antepasados y continuado vilmente por nosotros, del derecho a la destrucción masiva, de matar por ser diferente y demás cuentos que nos han imbuido a lo largo de los años.

Otro síntoma de prosistemismo -valga de nuevo la palabreja- es el de aquellos que defienden el núcleo esencial del sistema, el factor económico o el llamado capitalismo. Lógicamente, todo el mundo tiene la necesidad y el derecho de, a falta de otra cosa, ganarse la vida allá donde nazca y crezca, pero como el sistema capitalista se ha impuesto en prácticamente todo el mundo, no hay muchas opciones de buscársela al margen de él. Con prosistemas capitalistas no nos estamos refiriendo a quienes montan sus pequeños o grandes negocios para ganarse la vida o para lucrarse hasta que le revienten los bolsillos, sino a aquellos que sin saber lo que realmente representa este sistema, hacen apología del mismo, porque en realidad están haciendo apología de un sistema tan desigual que podría tacharse de infame y que además fomenta una ideología basada en la competitividad entre las personas como motor de toda relación. Dicho sea de paso que no hace falta ser un gran empresario para ser un apologista del sistema económico (éstos son los mayores apologistas), pues hay muchas personas que sin serlo, ambicionan llegar a serlo algún día.

Por extensión, la ideología capitalista se ha impuesto no solo en lo económico, también en lo social. Vivimos en una sociedad en donde el control social se agudiza cada vez más sobre los ciudadanos, creando un vasto número de apologistas que lo defienden ingenuamente mediante métodos de adoctrinamiento, publicidad, televisión, tecnología compleja que todo junto forma el hipercondicionamiento masivo; proceso que tiende como todo a su perfeccionamiento y que amenaza seriamente con destruir lo poco que queda de humano. Es quizás la apología de la tecnología la más extendida, ya que se trata de un poder tan seductor y  embriagador que atrapa hasta a los más “antisistema”, sin darse cuenta de que este poder, controlado siempre por la élite, es responsable de la destrucción del medio natural y de los millones de formas de vida que lo integran. El poder tecnológico, convertido ya en nueva religión, amenaza seriamente toda posibilidad del ser humano de volver a sus raíces, no a los tiempos de su condición primaria y no destructiva, sino a recuperar sus valores morales, si es que alguna vez los tuvo.

Uno de las formas de prosistema más sutiles es de la apología del humanismo, que representa a aquellos que defienden la dominación del ser humano sobre todo lo demás, es decir, defender aquello que lleva haciendo desde hace unos diez mil años. Esta es la raíz de todo el mal de este sistema, lo que ha hecho desembocar en el propio capitalismo, y es que no hay idea más estúpida que creerse y ejercer el dominio sobre todo lo demás con la excusa de que puede hacerse. Por supuesto, no solo estúpida porque a la larga estás destruyendo tus propios intereses -el entorno natural- sino que es cruel porque estás destruyendo otras formas de vida incluida una parte de la propia. La mayor representación del humanismo es la idea antropocéntrica por la que el ser humano, creyéndose superior a todos los demás seres autojustifica usarlos, esclavizarlos y asesinarlos a su antojo como si fueran suyos. Inconscientemente, millones de personas repiten las monsergas que la idea humanista ha difundido durante siglos para darse importancia, como la idea del progreso, el crecimiento a cualquier precio, sin ética alguna y que tanto daña la esencia humana, convirtiendo a esta especie en el mayor depredador de toda la historia del planeta.



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