22 de marzo de 2013

El poder del lenguaje

El lenguaje es la llave que hace posible la vida en sociedad; como conjunto de signos y normas gramaticales posee una serie de características que lo convierten en un medio idóneo para el desarrollo y el entendimiento básico de cualquier cultura. Así, desde sus comienzos, el lenguaje constituía una forma casi mágica de representación, no solo de los objetos, sino también de las ideas, los deseos o los sueños. Sin embargo, a la vez que las relaciones de los humanos exigían un mayor grado de formas cada vez más complejas, el lenguaje fue muy bien aprovechado como una extensión harto flexible del pensamiento humano.

Sus inmensas posibilidades de uso y probablemente el carácter arbitrario a la hora de designar  nombres a conceptos (Saussure) lo dotan de un gran potencial de efectos indeterminados. Pero el lenguaje per se no es más que una herramienta que sirve para transmitir el pensamiento de un emisor a un receptor, y viceversa, aunque también para modificarlo o incluso ocultarlo. Por eso, dependiendo del uso que se le quiera dar, esta herramienta puede desplegar múltiples posibilidades. Así, dicho uso puede ser honesto, pero también puede ser deshonesto; puede ser fiel al pensamiento, pero al mismo tiempo puede ser infiel; puede buscar expresar la verdad o puede, de forma pícara, buscar la mentira; se trata quizás de una cuestión de elección, puesto que en un principio, el lenguaje es una herramienta imparcial y desinteresada. No hay forma alguna de acotar el lenguaje en lo correcto, lo verídico o lo moral, aunque sí hay formas de encauzarlo en esa dirección. En el contexto de hoy, el uso mayoritario que se le da al lenguaje es infiel -mejor que incorrecto-, es decir, se usa con una patente tendencia hacia la manipulación para obtener fines.

Un rasgo fundamental que ha condicionado que el lenguaje tienda hacia la infidelidad o la manipulación es su susceptibilidad de ser relegado en gran parte al terreno del subconsciente. Antes de que empezara a perfeccionarse la psicología social, ya muchos se habían dado cuenta de esta importante faceta. El arte de hablar para convencer, aquello que llaman política, nos da una muestra clara de esto. Los grandes emperadores y políticos de la historia como Julio César o Napoleón fueron grandes manipuladores del lenguaje, al igual que Hitler en la época de los nazis. Con su cargante verborrea intencionada, los políticos no solo históricos, sino también actuales, han sabido aprovechar el carácter más pernicioso del uso del lenguaje.

Si la seducción que transmitía el lenguaje poético servía sobre todo para encandilar con buenas palabras a quien las recibía, en la política, la seducción adquiere un carácter peyorativo, aunque imperativo, para crear la influencia necesaria en las masas y con el fin último de obtener a su vez la adhesión de todos los receptores posibles. Digamos que la política, llamado también el arte del charlatán, constituye el mejor paradigma de todas las formas de manipulación del lenguaje. Mediante una “metodología” -término, por cierto, muy usado por los políticos- harto estudiada por expertos en la materia de la seducción, esta forma de uso deshonesto se convierte casi en un arte por el cuidado y el empeño que se pone en el manejo de las diversas técnicas que se utilizan para lograr una mayor eficacia. Al fin y al cabo el objetivo final es el de engañar al oyente.

En la política, el lenguaje usado está plagado de términos que sugestionan por su carácter histórico como “democracia”, “libertad”, “justicia”, ...y algunos más nuevos y acordes a los tiempos que corren como “bienestar”, “progreso” o “seguridad”. Miles de frases en forma de promesas se encargan de influir y sugestionar en el oyente para conseguir embaucarlo hacia el voto. Este lenguaje falso y deshonesto se convierte así en la antesala del abuso. El engaño es por tanto su mejor recurso, y además, por cierto, totalmente legítimo.

No solo en el ámbito de la política se utiliza el lenguaje deshonesto, también el mundo de las finanzas, el periodismo, la publicidad o el deporte se han apropiado de multitud de recursos de este tipo con el sugerente fin de crear un público fiel, y si para ello se hace necesario utilizar técnicas de engaño, no se escatima en gastos. En el lenguaje publicitario se emplea la seducción más sutil acompañada de la comunicación visual; en la televisión se usa un lenguaje claro, correcto y convencional mientras que se evita la crítica y la profundización;  en el fútbol se equipara a menudo con el lenguaje militar para dotarle de machismo, heroicidad y fuerza bruta, con el fin de crear un ambiente de victoria y desenfreno y que definen el sentido de este deporte de masas. Al igual que en la política, muchos recursos son clarísimas formas de persuasión cognitiva: ahora cuando se hace referencia a los triunfos de la selección española, el periodismo más falaz y la publicidad, que van de la mano, aluden continuamente a frases recurrentes como “nuestra selección” o “todos con la roja”, queriendo hacer partícipes a todos los españoles de este ataque contra la libertad de conciencia llamado fútbol.

En economía el lenguaje también es usado con una gran dosis de manipulación. Así nos encontramos ante expresiones que tergiversan y suavizan los contratiempos de un sistema tan tramposo como estúpido: cuando se habla de crecimiento cero o crecimiento negativo (una contradicción en sí ya que el crecimiento nunca puede ser negativo) dirigido al subconsciente del oyente para tergiversar el verdadero significado, aunque resulta fácil detectar la trampa si alguien lo lee con detenimiento. Una empresa tampoco diría que ha sufrido un crecimiento cero, sino que diría “ha registrado” un crecimiento cero, pues sufrir expresa un dato muy negativo. De igual modo, en el mundo laboral, se utiliza por ejemplo el término regulación de empleo para sustituir al más drástico que hace culpable a la empresa “reducción de plantilla” o más grave aún el de “despidos masivos”. Y como estos, podríamos incluir miles de ejemplos.

El lenguaje técnico avasalla mediante trucos a los oyentes para crear un ensimismamiento total. Mediante la abundancia de tecnicismos y de términos indescifrables que se renuevan a una velocidad de vértigo logra la fidelidad del oyente con una facilidad pasmosa, tratando de demostrar que quien controla la oferta es el que tiene la clave para decidir qué rumbo ha de tomar el progreso. No sorprende como este tipo de lenguaje ha sido el responsable directo en cuanto a crear una distorsión del concepto de libertad, por el hecho de poder elegir entre una altísima gama de productos tecnológicos ofertados en el mercado, aunque cualquiera con un mínimo de sentido común sabrá que la libertad auténtica no tiene nada que ver con esto.

En definitiva, el lenguaje de hoy está plagado de contradicciones, invención de términos, recursos lingüísticos nuevos, “patadas” sintácticas y gramaticales, eufemismos, ideas suplantadas, metáforas impertinentes, apropiación de lenguajes, discriminación sexista, racista y especista ,etc.etc. y así lo convierten en una herramienta totalmente desvirtuada y hueca impide su reencauzamiento hacia la fidelidad.

La manipulación del lenguaje está presente primordialmente en el ámbito institucional, pero también en la televisión, en los trabajos y en los centros públicos, así como en las relaciones más íntimas y sinceras entre las personas. Es quizás a este nivel en donde podemos encontrarnos un mayor grado de fidelidad entre las parejas o entre los amigos, aunque tampoco quiera decir que esto ocurra siempre. Con todo, el uso indiscriminado del lenguaje no es más que una extensión del pensamiento humano, a la vez que una distorsión del mismo, pues sabemos que pensamiento y lenguaje no siempre son la misma cosa. De hecho, si la hipocresía reina hoy en día es porque no existe la conexión necesaria entre estas dos abstracciones, dependientes la una de la otra. Por último, tampoco sirve de nada que el lenguaje sea fiel a lo que se piensa si lo que se piensa sigue siendo irracional.

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