31 de marzo de 2013

Las causas de la emigración

Desde tiempos inmemoriales los movimientos migratorios han representado una tónica bastante habitual para millones de personas. Estos movimientos, a menudo impuestos por las circunstancias, no son, por lo general, algo que se haga con agrado, ya que obligan a las personas a dejar su casa, su familia, su tierra en busca de un mundo mejor. Lógicamente, nadie que esté bien en un lugar decide marcharse a otro sin una sólida razón, aunque a veces y dado las cada vez mayores posibilidades de comunicación por todo el globo, estas razones surgen cada vez en más número. Pero no son migraciones propiamente dichas cuando alguien se dedica a viajar o a trasladarse de casa por cuestión de amores. Las migraciones forzadas por las guerras, la miseria o la mala economía de un país son situaciones extremas que dejan más víctimas que otra cosa.

Por desgracia, muchos de los que emigran no saben que allá a donde van las cosas no están mucho más boyantes que en su país. El principal escollo que encuentran es el de las fatídicas leyes de extranjería, cada vez más rígidas, impuestas por los países para controlar la inmigración. A menudo, estas leyes impiden a una persona extranjera entrar siquiera en un país porque carece de permiso de trabajo, cayendo en la paradoja de que muchas empresas no contratan inmigrantes sin papeles, con lo que se cumple el “sin papeles no hay trabajo y sin trabajo no hay papeles”, y la deportación resulta muchas veces inmediata. Esto es solo un ejemplo de estas leyes absurdas, pero no es a nivel legal por el único problema por el que pasan millones de inmigrantes, también sufren el del rechazo a nivel social.

Es el movimiento migratorio entre países en donde más problemas se dan. Lejos quedan en la historia los éxodos rurales que se producían normalmente dentro de cada país y que afectaban más a una situación nueva económica y social por la que pasaban gradualmente prácticamente todas las personas, aunque bien es cierto que todavía hoy se siguen produciendo éxodos de este tipo en países menos urbanizados como China. Pero los movimientos forzados migratorios entre países adolecen de una cantidad de problemas que generalmente pagan aquellos que tienen menor culpa ante esta situación: los propios inmigrantes.

Como decíamos, el rechazo social del que son blanco los inmigrantes que buscan oportunidades en Occidente o EEUU proviene a menudo de la ignorancia y de no querer saber      por qué emigran realmente las personas. Si nos centramos en los emigrados africanos comprobamos que la gran mayoría huyen de un continente desangrado por décadas y siglos de colonizaciones europeas, americanas y asiáticas, abandonados en las guerras por la lucha transnacional de los recursos, endeudados por la compraventa de armas, etc. que condena a tantos países a la miseria y el hambre perpetuos. Para colmo, cuando abandonan su país a la desesperada, motivados por el hambre, cruzando parte del océano en una mísera y destartalada patera, si tienen suerte de salir vivos, pasarán el calvario de las trabas de la ley de extranjería y posteriormente del rechazo social, solo por el hecho de pertenecer a otro país. No deja de ser curioso que un extranjero proveniente de otro país europeo y que suele venir con su empleo bajo el brazo es acogido con los brazos abiertos y tratado de extranjero, mientras que el subsahariano que viene sin nada y que por esto mismo necesitará de mayor grado de ayuda y comprensión, sea rechazado socialmente y tildado de inmigrante, imponiendo con el tiempo a este término el carácter peyorativo que hoy lleva consigo.

Muchas personas del país de acogida tratan con indignidad a los inmigrantes, solo por el hecho de que vienen con lo puesto. Así, en vez de tratar de averiguar su pasado y sobre las causas que le han empujado a emigrar, prejuzgan sin saber y dando forma a una serie de estereotipos sobre estas personas altamente infundados. El hecho de venir sin nada y que busquen una oportunidad, siembra el miedo entre aquellos que deberían acogerlos, e irracionalmente tienden a pensar que vienen a “quitarnos el trabajo”. No deja de ser paradójico el hecho de que muchas empresas que representan el principio capitalista, por el contrario, se benefician directamente a la hora de contratar a inmigrantes, pues son mano de obra que trabaja más y que se queja menos, es decir, mano de obra más fácil de someter. Es quizás por esto por lo que erróneamente se difunde entre los trabajadores residentes el hecho de que “nos quitan el trabajo” y en vez de culpar al verdadero responsable, el empresario, cargan el pastel al inmigrante que solo se dedica a trabajar siguiendo la rutina laboral de largas jornadas de trabajo que le han enseñado en su país -algo que por otra parte no es tampoco un ejemplo a seguir, ni mucho menos-.

Lógicamente, se da en esta situación un choque de hábitos laborales casi antagónicos practicados por unos y otros en sus respectivos países. Así, los emigrados de países pobres o en vías de desarrollo, muchos controlados por tiranos que mantienen al pueblo oprimido y esclavizado, con el tiempo son obligados a huir a países en donde los trabajadores están, o creen estar, en un proceso algo más avanzado en cuanto a la consecución de sus derechos, por lo que muchos no están dispuestos a echar más horas de lo que consideran las mínimas para lograr algo de dignidad. A pesar de lo cuál, ni mucho menos se trata del ideal, sino de un grado más avanzado dentro del proceso de lo que creemos -aunque quizás soñando demasiado- debería culminar en la liberación de las personas de este sistema laboral, pero aún esclavista del que adolece el capitalismo. Por supuesto, esto ha tenido mucho que ver con el hecho de los propios movimientos migratorios, ya que es este sistema de rapiña el que ha contribuido enormemente a dejar en la miseria a decenas de países en detrimento de la opulencia de unos pocos.

Así, nos encontramos  con que un sistema nefastamente ideado por unos cuantos ideólogos del pasado y continuado por los interesados de ahora, que han contribuido enormemente a su implantación y extensión, son exculpados por sus súbditos de asuntos tan graves como la emigración. Lejos, por descontado, de indagar en las verdaderas causas de porqué se producen realmente tantos movimientos de personas, no solo emigrantes, sino también refugiados de guerras o expatriados, se dedican a imponer leyes represoras contra estos colectivos que solo buscan comprensión, aunque bien debieran pedir además una explicación. En cuanto a los súbditos, en vez de acoger a los inmigrantes con los brazos abiertos y ayudarlos por ser quienes menos culpa tienen, tras haber pasado por un calvario ante las autoridades y poder por fin entrar en el país de forma legal, carga su ira racial y xenófoba contra ellos una vez que se han establecido.

Si tener que emigrar de tu país, desangrado por las guerras o arruinado por la colonizaciones ya de por sí es una desgracia, el hecho de que además el país de destino sea un lugar de discriminación y de culpa constante es el colmo de los colmos. Quizás en otro modo de vivir, en donde no existieran los países ni las fronteras -imposiciones violentas de unos pocos individuos en contra de la voluntad de la mayoría-, en donde la economía fuera justa para todos y en donde la violencia y el saqueo no fuera la norma, las personas no se verían obligadas a emigrar a otros lugares por cuestiones como éstas. Tan solo habría movimientos interculturales en donde los motivos fueran otros bien distintos: el intercambio entre culturas, el aprendizaje racial y social,  la difusión del conocimiento y ante todo, el respeto por lo diferente.

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