28 de junio de 2013

Objeción política

Comenzamos esta serie de objeciones al sistema con la objeción al sistema político. Argumentaremos los motivos de dicha objeción y ejemplos de cómo ejercerla.  


La política no es algo que tenga que reducirse, como casi siempre se ha hecho, a elegir un grupo de personas constituidas en partidos que serán los que decidan por todos los demás. Esto no es la política, sino una forma de hacer política, por cierto, no solo bastante funesta, sino fácilmente corruptible. En realidad, mientras sea así, aunque lo hayan mitigado con el derecho al voto, es decir, el derecho a elegir quién decidirá por nosotros, esto no es otra cosa que una oligarquía: unos pocos gobiernan a la mayoría o dicho de otro modo, unos pocos deciden los asuntos que conciernen a la mayoría. Estos pocos no solo se han dedicado siempre a decidir por la mayoría, sino que históricamente se han atribuido por este mismo hecho una serie de privilegios injustificados, solo por la supuesta responsabilidad que llevan encima.


Como digo, la política es algo más que eso. La política es el asunto que atañe a todos y no necesariamente tiene que ser reducida a que la ejerzan un grupo de personas. Ocurre que cuantas más personas hay en una sociedad, más razones encontrarán los políticos de los partidos para autojustificar la necesaria representación, pues su argumentación es que sería imposible que una sociedad de millones de personas pudieran autoorganizarse sin nadie que los dirigiera. Esto quizás pueda venir del apego ancestral que tienen algunas personas por la autoridad y el mando, propios también de organizaciones militares y que se ha ido heredando de generación en generación. Por supuesto, la justificación de la política reduccionista estatal encuentra mayores justificaciones cuantas más personas hay en una sociedad para hacer del centralismo una práctica necesaria.


Se suele pensar que dentro de la única opción que tenemos de intervención política, que analizada en esencia resulta irrisoria porque solo elegimos a quién decidirá por nosotras y cada cuatro años, dos veces dependiendo del país, “es mejor votar que no hacerlo porque al votar al menos podremos elegir al menos malo”. Esto no es más que escoger el mal menor, en vez de tender hacia la lógica. Pero, ¿por qué conformarse con el mal menor? Puede parecer que votar a un partido minoritario tiene su razón de ser, pero analicémoslo. Si este partido tiene la hipotética intención de alcanzar el poder en un futuro, ¿quién nos asegura que no se corromperá como los anteriores? Y por otro lado, si no tiene más intención que conseguir algún diputado para tratar de intervenir en cambiar ciertas leyes -una opción más real-, ¿no es esto una forma de fomentar la creación de multitud de partidos que solo trabajan por el mal menor y que dicen que no aspiran a alcanzar el poder? Al mismo tiempo, todos estos partidos buscan a su vez incrementar sus votantes, luego de alguna forma, también buscan crecer en votos e incrementar su influencia.


En efecto, el beneplácito ciudadano hacia el gobierno y hacia el sistema de partidos es prácticamente total. Quizás todo esto venga del arraigo que se tiene ante la creencia de que siempre debe haber alguien que guíe al resto de personas. Sería bueno investigar el origen de dichas creencias, pero solo basta con saber el resultado que suele imperar ante esta forma de hacer política que por cierto, debemos añadir una vez más que ha sido impuesta en el pasado por la fuerza. Como decimos, es posible que para tantos millones de personas que viven masificadas en ciudades, en donde el parentesco se ha reducido al máximo y por tanto todos son desconocidos para todos, se hace necesario un sistema centralizado, convertidos con el tiempo en sistemas de representación totalitarios -ni muchos menos democráticos- por lo que quizás sería conveniente empezar a plantearse antes las relaciones intrínsecas entre facilidad para organizarse y crecimiento demográfico.


Mientras tanto, en lo que respecta a la objeción política actual, tan solo hay una forma posible de llevarla a cabo, y esa es la de la abstención. El voto a un partido minoritario, el voto en blanco o el voto nulo no es más que una forma de contribuir a la perpetuación del sistema de partidos y al sistema centralizado. Otra cuestión es si la abstención es activa o pasiva -si es más por una cuestión de indiferencia-, pero eso ya dependerá del grado de escepticismo e implicación que tenga cada cuál. Por supuesto, para quien de verdad quiera  una sociedad más libre e igualitaria, no solo es suficiente con negar el sistema de partidos el día que haya que ir a votar, pues esto constituiría tan solo una parte de todas las objeciones posibles.

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