8 de junio de 2013

Tentación y contagio en la sociedad de masas

Desde la infancia y hasta la edad adulta somos saturados por una continua repetición de propuestas persuasivas y engañosas que estimulan nuestros impulsos más primarios. Mediante la socialización, el sistema se encarga de mantener un ritmo alto de ofertas de este tipo que condicionan nuestra actitud frente a lo trascendental  y modelan nuestro carácter. Es posible que exista algún mecanismo en nuestro cerebro que tienda a dejarse llevar por aquellas decisiones más cómodas, las que reporten algún tipo de entretenimiento, las que seduzcan o resulten atractivas, y las que prevalecen en el propio individuo sobre el resto; es a esto a lo que llamaríamos la tentación o la atracción irresistible que actúa de forma irracional en nuestra psique con el fin de obtener algo sin tener en cuenta el coste; sin embargo no hay nada instintivo en esto, porque en realidad todo es fruto de la socialización.

A medida que la sociedad aumenta en número y se vuelve más y más compleja debido en parte al incremento de las necesidades superfluas, las tentaciones irracionales también aumentan en proporción. Muchas de las tentaciones a las que somos expuestas las personas son las provocadas por los métodos de persuasión que buscan en un primer intento atrapar al consumidor como si de una tela de araña se tratara para posteriormente obtener su fidelidad y sumisión. En consecuencia, la propagación imparable de las tentaciones se universaliza como si se tratara de un nuevo valor al cuál se debe aspirar; nada más lejos de la realidad: además de que la mayor parte de las tentaciones son adictivas, estas a su vez contribuyen desmesuradamente a multiplicar las decisiones irracionales de los individuos y anular su capacidad de espíritu crítico. No obstante, casi todo lo que no es atrapado por la tentación, lo es por el contagio social. Estos son algunos ejemplos:

-La tentación tecnológica. Sin duda alguna, la más fuerte, irresistible y seductora forma de tentación moderna, convertida ya en dogma. Hoy la tecnología es una trampa en la que han caído millones de personas, incluidas las más cultas y supuestamente empeñadas en que la sociedad cambie. No deja de ser curioso el hecho de que estas últimas no sean capaces de ver las relaciones existentes entre los efectos de la tecnología compleja con la libertad, la igualdad de intereses o la ecología.

-La tentación de las drogas. Desde las drogas legales como las campañas protabaco a las ilegales como el consumo de cocaína, el negocio del vicio se basa en la multiplicación indiscriminada de tentaciones, todas ellas nocivas para la salud humana y que además proliferan en las edades más prematuras de las personas, adolescencia y juventud, en donde el contagio por imitación social es inmensamente más efectivo a la vez que peligroso.

-La tentación de la competición. Ya sea en los negocios, en el deporte, o en el día a día en una fábrica, el mundo materialista y competitivo en el que vivimos deja como resultado la proliferación de envidias de todo tipo y en todos los ámbitos de la vida, desde el deporte hasta el lugar del trabajo, desde lugares de dirección de empresas hasta un bloque de vecinos. Este tipo de tentaciones que abundan por doquier se multiplican por contagio social.

-Tentaciones en la infancia y adolescencia. Las tentaciones a las que son sometidos el público de más corta edad son potencialmente peligrosas dado que el individuo que las padece está en proceso de formación y su capacidad de discernimiento y de juicio es más endeble. De igual manera, el contagio por imitación juega un papel fundamental en estas edades ya que la presión del grupo ejerce un poder extremadamente abrumador para aquellos que son más débiles. Esto no quiere decir que los jóvenes sean los únicos en caer en tentaciones, sino que al ser personas que están descubriendo el mundo en el que han nacido, tienen menos experiencia y por tanto menos opciones de escapar o encontrar alternativas.

Por otra parte, son variadas las formas de contagio social, como el que surge por imitación de la mayoría. Cuando el contagio se extiende tan rápido que enseguida forma una mayoría de personas dentro de una masa, las probabilidades para que un sujeto nuevo se sume se multiplican por mil, ya que la mayoría proporciona seguridad y el sentimiento de actuar en la dirección correcta. Así, la idea errónea de que la mayoría siempre tiene razón sobre la minoría se convierte en un mito que a su vez se extiende por contagio. Otra forma de contagio social sería el que surge por un sentimiento inicial de envidia que es el que lleva a la imitación. Este sentimiento es normal en una sociedad materialista que mira el lujo como una virtud en vez de un defecto. En cualquier caso, no pretendemos argumentar con estos ejemplos que el contagio sea algo intrínsecamente negativo, sino que es su tendencia a difundir antivalores y formas irracionales en vez de las racionales lo que lo convierte en algo pernicioso.

Hemos tratado de exponer los efectos que supone el hecho de vivir en un mundo hedonista en donde se da más importancia al placer de uno mismo que al bienestar y el respeto por los demás, a las tentaciones desenfrenadas e irracionales que a la abstinencia y la moderación, lo que supone una victoria aplastante de la barbarie y la estupidez sobre la cordura. El contagio a su vez se encarga de extender y afianzar que el número de tentaciones sea suficientemente alto para que el sistema consumista pueda seguir funcionando. En definitiva, esto no es más que un síntoma de las relaciones personales y sociales de la sociedad de masas y suponemos que es la razón que explica el hecho de que millones de personas sean absorbidas por las novedosas innovaciones tecnológicas en vez de dedicar más tiempo a investigar las raíces de las desigualdades o buscar formas para paliar la tendencia del ser humano hacia formas de dominación y violencia sistemática que aún perduran en estos tiempos.

Sin embargo, a nivel individual, por mucha fuerza persuasiva y lavado de cerebro que nos inculquen, siempre habrá alguna posibilidad para evitar el vicio o todo aquello que perturba el orden moral del pensamiento, al menos de momento.


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