26 de julio de 2013

El sistema educativo como adoctrinamiento

Hoy día se suele contemplar la educación como una de las partes esenciales en el desarrollo de las personas y el sistema educativo como uno de los servicios públicos básicos. No es de extrañar por tanto que el proceso de socialización tenga tan buenos resultados. Este consiste especialmente en crear individuos aptos para la sociedad existente. Es en la educación en donde empieza este proceso y en donde se afianza la conducta deseada de los niños que posteriormente serán adultos. Es en esta fase en donde empieza el complejo proceso del control social.


Ya desde la escuela nos van marcando cómo será nuestra vida futura. Las señales son evidentes: asignaturas como matemáticas están ideadas con el fin de preparar al sujeto hacia el mundo empresarial y de las finanzas. No era suficiente con que alguien aprendiera a contar, sumar o restar, también había que enseñarle a multiplicar y dividir, operaciones básicas para una economía formalista y productivista. Por supuesto, a medida que el sistema tecnoindustrial  avanzaba en complejidad, asignaturas como matemáticas, física o química también debían avanzar y enredar a las personas en un mundo de abstracciones ¿Coincidencia? Ni por asomo.


Otra de las pruebas palpables de adoctrinamiento desde la niñez es el inglés, lengua universal que ha sido impuesta arbitrariamente por los países anglosajones al resto del mundo; tanto que hoy en día en cualquier país el inglés está sobrevalorado. Pero lejos de enseñarnos otra lengua de forma opcional como medio para fomentar la interacción cultural, lo que nos repiten exclusivamente una y otra vez es que el inglés te abre muchas más puertas para el mundo laboral. Es decir, no hay señal más explícita para imbuirnos una idea tendente a mantener el statu quo. No es por hacer una defensa apasionada del castellano, pero dicha lengua contiene sobradamente una mayor riqueza estilística que el chapurreante inglés. Aún así, esta no es la cuestión. Para los que hayan tenido la suerte de nacer aprendiendo dos lenguas y una es el inglés, mejor para ellos, pero darles ventajas a estos en detrimento de los que simplemente no desean aprender una segunda lengua distinta a la suya, es una forma de imposición por la fuerza.


Llegado a un punto crucial en el proceso de enseñanza, al alumno se le da la opción de elegir entre ciencias o humanidades. No es casualidad que en el ámbito de las ciencias se enseñe a los alumnos a perfeccionar experimentos mediante el método científico, y que apliquen su objeto en su vida diaria, es decir, que sean exactos, lógicos, meticulosos y utilitarios, que son las claves para el buen desarrollo de las profesiones más técnicas y exigentes. Una sociedad que no admite errar a sus individuos es una sociedad que se autoengaña y que pretende ser lo que no es. En cuanto a las asignaturas de humanidades prevalece la oficialidad, las versiones sesgadas, el ensalzamiento del estado, la patria o el ejército y la omisión descarada de los problemas relativos al sistema capitalista, al mundo del trabajo en cadena, al culto tecnológico e industrial y sus consecuencias medioambientales y un largo etc. Así, el sistema doctrinal aprovecha estas ventajas parcialmente para su conveniencia de crear autómatas capacitados para los empleos mejor considerados y pagados, y dejando al margen a los sobrantes, relegados a ocupar los puestos más precarios e insalubres, el desempleo o en los peores casos, la marginalidad o la delincuencia.


Con todo, el gran descalabro viene cuando el infante supera la primaria y empieza a ser encauzado directamente en el mundo laboral y empresarial. Obviamente, un mundo competitivo, artificializado y tecnologizado hasta la médula precisa un gran equipo de ingenieros, arquitectos, informáticos, contables y empresarios, carreras además con abundantes y prometedoras salidas laborales. Por el otro lado, en lo que respecta a las ciencias sociales, las pocas salidas que es sabido ofrece el mundo laboral son reservadas al mundo del derecho. Ni siquiera para maestro las posibilidades son halagüeñas. Aún así, la demanda de trabajadores sociales y educadores está en claro ascenso en una sociedad socialmente envejecida y psicológicamente enferma, pero los salarios nada tienen que ver con los de los ingenieros o informáticos, piezas claves para mantener al sistema tecnoindustrial en la cúspide de la pirámide.


Esto en cuanto a los contenidos; pero las formas no difieren en su cometido, como era de esperar. Todo adulto recordará interminables clases soporíferas y tediosas de matemáticas, física o historia, en las que el alumno es obligado a memorizar fórmulas, conceptos o fechas sobre temas que no le interesan lo más mínimo y de los que para colmo, será obligado a su vez a examinarse. El recurso abusivo de los exámenes, como pruebas para seleccionar y empezar a crear la condición del status desde edades tempranas es la prueba más evidente de hacia dónde nos dirige el sistema educativo. Un sistema que quizás haya evolucionado hacia una disciplina más blanda, pero que sigue empleando el método del premio y el castigo creando sujetos que solo valoran el éxito a cualquier precio como forma de triunfar en la vida, mientras queda el residuo de la envidia cuando este no llega. El miedo al fracaso, la incapacidad para desarrollar el espíritu crítico o de poder ver el trasfondo de los asuntos que atañen a las relaciones humanas son otras de las lamentables consecuencias que arrastra la educación tradicional.


Por tanto, el sistema educativo es un proceso doctrinal porque no enseña a los seres humanos a ser humanos de forma libre, sino que los prepara hacia un tipo de sociedad concreta como es la actual sociedad de masas mediante la ideología imperante y el pensamiento único. Se convierte de forma descaradamente dogmática en un proceso de manipulación infalible al igual que despótico, mediante el recurso de contenidos encaminados hacia el futuro laboral. No se encuentran por ningún lado la enseñanza de los valores más humanos, como la igualdad, la solidaridad, la cooperación, ni la libertad de elección, ni el respeto por el medio-ambiente y los animales. Claro, nada de esto podría darse en una sociedad tan compleja y tecnificada como la actual, y sí en una sociedad en donde los seres humanos se dedicaran a ser humanos y no marionetas del poder establecido.


Por suerte, la doctrina educativa no resulta fatal para todos los millones de personas a los que obligatoriamente recluye como si fuera el ejército, puesto que en el fondo la escuela no representa la totalidad de nuestra formación. En la calle, son muchas las mentes que se han dado cuenta de este engaño y se han formado por cuenta propia de forma libre y voluntaria, sin maestros ni imposiciones. Son los autodidactas, mentes críticas e inquietas que han decidido aprender por el simple hecho de conocer, pero sobre todo por el hecho de ahondar en la realidad que nos sume. En esta misma línea de acción, al margen del debate por vanagloriar la escuela pública frente a la privada, cada vez son más los padres que se niegan a reclutar a sus hijos en un sistema educativo tan retrógrado como militante, negando que esa sea la única forma de enseñar,  y deciden formar a sus hijos aparte, utilizando sus propios métodos de enseñanza y aprendizaje, en donde  los contenidos excesivamente técnicos y complejos son rechazados, y en donde se enseña muchas veces en la naturaleza los valores de una vida sencilla, libre e igualitaria.





10 de julio de 2013

Objeción al consumo

Este tipo de objeción como forma de combatir al sistema establecido es esencial, pues el consumo frenético se ha convertido en una de las piezas clave para que éste siga funcionando. No se trata de dejar de consumir, sino hacerlo de una forma más racional y con moderación. Para ello se hace inevitable un descenso significativo en el consumo per cápita.

Si analizáramos concienzudamente de donde viene este afán enfermizo por el consumo y en especial por el consumo superfluo, claramente nos tendríamos que remontar al gran emerger de la era industrial y publicitaria, en donde la producción empezó a sufrir un proceso que se ha llamado catalizador, por el cuál, ésta se aceleraba a velocidades cada vez mayores. Pero para que la producción pudiera mantenerse y acelerarse se hacía estrictamente necesario que el consumo se desarrollara al menos a la misma velocidad, de ahí que los analistas más retorcidos buscasen los métodos más apropiados para estimular el consumo. Y para ello valía cualquier cosa, siendo la publicidad uno de los recursos más valorados a nivel competitivo.

Una de las primeras técnicas era la multiplicación infinita de las supuestas necesidades, más allá de las necesidades básicas. Lógicamente, esto no fue explosivo, porque a lo largo de la historia invenciones de todo tipo ya habían hecho sus pinitos para este fin. Sin duda, la era industrial y tecnológica trajo consigo el triunfo de lo superfluo. No solo se trataba de incrementar el consumo -algo que por otra parte era inevitable porque la población estaba creciendo-, sino de multiplicar hacia el infinito las necesidades que venían aparejadas con cada invento. Por tanto, no es, como falsamente se ha difundido, que cada invento o innovación responde a una necesidad, sino al revés; por lo general, los inventos crean no una necesidad, sino miles de necesidades derivadas de ellos.

En un lapso de tiempo relativamente corto, las necesidades básicas lo siguen siendo, pero ahora se le han sumado millones de necesidades más. ¿Por qué? Porque en una sociedad que cada vez se vuelve más compleja y exigente, el modo de vida requiere un incremento de las necesidades y prácticamente todos los inventos que se incorporan responden a estas nuevas necesidades creadas previamente. Pondremos un ejemplo: el invento final, tras varias pruebas, del vehículo motorizado, responde a una necesidad creada de moverse a mayor velocidad en un mundo que cada vez exigía mayor producción. Hablar del transporte de mercancías por tierra o por aire solo cambia la forma y la velocidad, pero el objeto es el mismo. Posteriormente el transporte privado de personas y no solo de mercancías se hace igual de imprescindible, ya que además tiene el filón de que reporta una supuesta libertad a los utilitarios. 

Siguiendo los pasos de este mismo ejemplo en este punto, el vehículo privado se irá perfeccionando creando nuevas necesidades y comodidades como por ejemplo el aire acondicionado. Lógicamente, nadie podía resistir un viaje en un coche a cuarenta grados en los lugares más calurosos del planeta y entonces se hace necesario introducir pequeñas innovaciones como esta que se acaban convirtiendo en necesidades básicas. Para terminar este ejemplo y justificar este argumento, el desarrollo del coche privado motivó el incremento de los sistemas de seguridad debido al alto índice de siniestralidad, lo que posibilitó un mundo nuevo para la producción automovilística, la tecnológica y también por cierto para las empresas aseguradoras. Todas juntas hacen inevitable el aumento desproporcionado de las necesidades y por tanto del consumo.

Podríamos escribir miles de ejemplos procedentes de miles de inventos, pues al final todos siguen el mismo esquema: la creación de la necesidad, la creación de las necesidades derivadas y la recombinación entre necesidades no relacionadas a priori, todo con el objeto de incrementar el consumo. La publicidad se encarga de estimular todo el proceso. Por supuesto, aquí no hay espacio suficiente porque esto no es un libro.

Para quien no se haya dado cuenta todavía, este proceso es parte básica de la cadena del sistema que nos gobierna y del cuál ya adelantamos cuáles eran sus repercusiones más nocivas. Solo nos queda por tanto poner sobre la mesa las formas de objeción por las que debemos romper o intentar romper esta parte esencial de la cadena: consumir menos de todo, empezar a practicar el consumo moderado y ético, evitar las grandes superficies, que no son más que centros de formación de masas y anulación del pensamiento, tratar de no despilfarrar lo que se compre, y por supuesto, tratar de evitar la publicidad allá donde nos la encontremos. Esto en cuanto a la objeción, pero también hay fórmulas activas y equivalentes de actuar: fomentar el intercambio de objetos usados, el trabajo independiente y moderado, la vuelta a las actividades rurales y sencillas, con el fin de reducir las necesidades,etc.

Habrá quién diga que si se reduce el consumo demasiado, inevitablemente se reducirá la producción e inevitablemente se incrementará el paro. Esto por desgracia es una verdad que gusta mucho de difundir entre los prosistema, pero en el fondo no es más que una fórmula para alertar a la población de que no debe dejar de consumir. En el fondo no es más que una treta para que el control social siga anulando a las personas y frustrando su libertad y su espíritu crítico. Para quien de verdad desee ver un mundo más libre e igual se hace necesario el decaimiento de la ideología irracional del consumo. Pero por descontado se hace necesario que vaya acompañado de una transformación integral de todo, una transición del enredo en el que nos sume esta sociedad compleja hacia una sociedad sencilla.