27 de agosto de 2013

Objeción fiscal

Este tipo de objeción está muy unida al uso de las cuentas bancarias, la propiedad de bienes  inmuebles y del trabajo asalariado, pues es por medio de tales por donde el gobierno recauda la totalidad de los impuestos.


Muchas personas que se consideran de izquierdas admiten que la recaudación de impuestos es un bien necesario, siempre y cuando éstos sean destinados para bienes comunes o públicos, tales como las infraestructuras, la sanidad o la educación. En la práctica esto es así en parte, pues jamás ha habido gobierno alguno que haya transigido en esta dirección exclusivamente. El primer fin de los impuestos es y ha sido siempre el mantenimiento del ejército y en menor medida de la policía, ya que históricamente todo gobierno siempre ha necesitado de un cuerpo represivo que sirviera para su defensa ante un pueblo descontento y potencialmente insurrecto. El segundo fin es y ha sido siempre el poder religioso, que en Occidente ha sido siempre la Iglesia Católica, como institución que ejerce aún una influencia hacia la pasividad y el conformismo de las masas que interesan al propio estado. En un segundo plano, los gobiernos deciden hasta qué punto el resto de usos públicos son de interés propiamente público o estatal para decidir sobre la cantidad de impuestos que se destinan a cada uno de ellos. Otra cuestión aparte es la transparencia de los destinos fiscales -algo que un gobierno jamás otorgará- y la necesaria equidad de los mismos en proporción a los bienes económicos de cada ciudadano, que no deja de ser algo secundario. La evasión de impuestos y la corrupción es una cuestión circunstancial que no afecta a la esencia del sistema, ya que son actos que perturban el normal desarrollo del mismo.


El objetivo primero del sistema fiscal como tal es el mantenimiento del estado como fuerza de control social, de represión y de anulación de los individuos. Como tal, el estado siempre tendrá las riendas de dicho sistema, siendo la participación ciudadana una irrealidad ya que iría en contra de sus propios intereses. El objetivo final del sistema fiscal es ofrecer a las masas un estado general de satisfacción y el de dar la sensación de que se están haciendo las cosas para su propio beneficio, para lo cual es importante mantener un buen sistema de sanidad que supuestamente mantenga sanas a las personas físicamente y un sistema de educación que las adoctrine en la dirección que más convenga al estado.


Pero lo que nos interesa aquí es cómo podemos evadir en la práctica los impuestos por objeción ética y sobre todo por una cuestión de rechazo estatal. Por supuesto, la evasión fiscal que hacen las grandes fortunas no entran dentro de esta categoría ya que estas fortunas de por sí van contra toda ética al ser símbolos del capitalismo más feroz. Si echamos la vista al principio decíamos que la forma habitual que tiene el gobierno de recaudar impuestos es por medio de los trabajos y de los bancos, ya que así no hay forma de que ningún trabajador escape a la deducción de los impuestos que le corresponden pagar. La otra forma es por la declaración de la renta dependiendo de cada país en donde se regulan los impuestos que paga cada cuál en función de sus ingresos y de sus gastos. Nos encontramos aquí con que, dado que los impuestos se deducen de las nóminas de los trabajadores y de las cuentas bancarias, para hacer una verdadera objeción fiscal habría que eludir en primer lugar el trabajo legal y asalariado; en segundo lugar, evitar el uso de las cuentas bancarias y en tercer lugar, la propiedad de bienes inmuebles.


Por ello, la verdadera objeción fiscal solo sería posible si estuviera incluida como parte integrante de una transformación social integral, en donde una tendencia hacia la autosuficiencia permitiera el abandono gradual del dinero como medio de cambio, el trabajo asalariado, el recurso de los bancos y que a la vez favoreciera el intercambio o el trueque, así como la bioconstrucción sencilla y libre de deudas.







11 de agosto de 2013

Objeción a los bancos

Los bancos representan una evolución lógica del dinero como medio de intercambio, ya que se encargan de administrar su constante e inevitable tendencia a la acumulación. Si bien el dinero, que por fuerza se debió inventar antes que los bancos, daba una sensación real de poder y estatus proporcionalmente a quién más tenía, fueron éstos posteriormente quienes se hicieron oficialmente con este poder, creando lugares físicos y custodiados para su administración. Los préstamos hipotecarios son su gran negocio, siendo esta la mejor forma de tener esclavizadas a las personas, aprovechando que todas ellas necesitan una casa para vivir. Los bancos, como centros de administración del dinero contribuyen a la vez a afianzar la dependencia de las personas hacia el sistema monetario, y son sin duda la piedra angular de dicho sistema. La objeción que se debe plantear es, por tanto, la de su propia existencia.


Al mismo tiempo se nos plantea un gran problema para llevar a cabo la objeción a los bancos. Entre el banco y el dinero reside una relación evidente: en tanto exista el dinero como forma de dar valor a las cosas, sea en moneda, papel o electrónico, lógicamente deberán existir lugares que al menos lo guarden. Por desgracia, aplicando el mismo argumento, el propio hecho de tasar los objetos, motiva que los bancos se lucren mediante el crédito para las posesiones más grandes, costosas y esenciales, como las casas. Esto nos dice que ya de por sí no tiene sentido alguno querer acabar con los bancos o al menos hacer objeción si no lo hacemos al dinero, pues una cosa lleva inevitablemente a la otra; digamos que son dos cosas correlacionales. A pesar de lo cual, objetar a los bancos o reducir nuestra colaboración para con ellos es mucho más fácil que tratar de reducir nuestra dependencia del dinero. Centrémonos en los dos usos mayoritarios de los bancos.


Cuando se dice que “las hipotecas nos esclavizan” estamos hablando de forma literal. El problema es que es muy difícil escapar al gran negocio de los bancos: los créditos. Cualquiera podría prescindir de un coche, una moto o un avión privado, objetos que requieren casi siempre de la concesión de un préstamo bancario, pero nadie puede escapar de la necesidad de una casa, a no ser que quiera vivir debajo de un puente. Alguien podría decir que sí que hay una forma de escapar al hecho de hipotecarse, y esta es la del alquiler. Craso error, pues al fin y al cabo el arrendador está hipotecado y si bien es cierto que el arrendatario no está acudiendo al banco a solicitar una hipoteca está contribuyendo a que otros lo hagan.  En otras palabras, a no ser que sea el estado o un organismo inferior quienes nos alquilen la casa, fomentar los alquileres fomentaría al mismo tiempo las hipotecas y no solo eso, también la especulación.  Conclusión, la objeción hipotecaria, sea o no directa, parece que a priori no es factible. No obstante, existe ya la posibilidad de que uno se haga su propia casa no convencional por un precio tan bajo que no necesitaría más que ahorrar unos años y conseguir evitar así hipotecarse.


Veamos ahora la otra función de los bancos: la custodia del dinero.


El desigual reparto de la riqueza, de los salarios y por tanto del dinero como medio de cambio de los productos, implica que haya personas que acumulen mucho y otras poco. Así, quienes acumulan mucho, ahorran ese dinero en los bancos porque saben que al menos allí estará seguro. Quienes, por el contrario, viven al día, no solo no pueden ahorrar sino que apenas tienen para vivir. Con todo, puede darse el caso de personas que ganen mucho y que tampoco ahorren porque lo gastan todo hasta el punto de que lo único que tienen son deudas (“el dinero llama al dinero”).  Para estos últimos sería fácil evitar los bancos directamente si vivieran de alquiler, pero aún así lo tienen difícil porque casi todos los trabajos, la oficina de desempleo o el sistema de pensiones funcionan mediante el ingreso del salario en una cuenta bancaria, y si bien uno está en su derecho de reclamar el pago en metálico, las trabas que te suelen poner son numerosas, y esto es lo que obliga a abrir una cuenta en el banco o no poder deshacerse de ella. Aún así, mientras uno no tenga ingresos de ningún tipo, puede perfectamente sacar el poco o mucho dinero que tenga en el banco y guardarlo como antaño se hacía, debajo de la almohada. Obviamente, si es poco no pasará nada, pero siendo mucho, la inseguridad de robo es patente y esto hace que la gente tienda a buscar la seguridad del banco.


Por esto queremos decir que la objeción a los bancos carece de sentido si no se objeta al mismo tiempo al uso mismo del dinero, pero también hacia el nivel de consumo, ya que si una persona que trabaja poco porque no hay trabajo y por tanto tiene pocos ingresos a lo largo del año, apenas consume y por tanto vive al día; en este caso apenas necesitará de los bancos. ¿Cuál es la mejor forma entonces de objetar a los bancos? Trabajar lo justo, reducir al máximo el consumo y no ahorrar, por ejemplo, donando el dinero que nos sobre a aquellos que más lo necesiten.