14 de septiembre de 2013

La cuestión del sufrimiento en los animales

Muchas personas argumentan que los humanos sufrimos más que los animales a los que esclavizamos y que por eso no hay razón alguna para defender sus derechos. En este mismo sentido, hay otros que afirman que el ser humano moderno se ha convertido o le han convertido en un esclavo más, por lo cuál tampoco habría razón para liberar a los animales también esclavizados o al menos habría que hacerlo después de liberar a los humanos. ¿Hay algo de cierto en estas afirmaciones o en realidad no dejan de ser antes una autojustificación? ¿Hasta qué punto sufren unos y otros? ¿Cómo es posible medir el sufrimiento de los seres vivos y en base a ello hacer comparativas? Efectivamente, no hay, que se sepa, ningún método moderno para medirlo, pero sí hay señales evidentes que nos ayudan a decidir definitivamente quiénes sufren más.

Que los animales sufren cuando son esclavizados de por vida e incluso en el momento en que son matados es algo que casi nadie duda, a pesar de que son pocos los que quieren saber hasta qué punto alcanza ese sufrimiento y si de verdad es evitable. En base a esto, argumentar que es indiferente el nivel que alcance dicho sufrimiento porque los humanos siempre sufrimos más es digno de tener en cuenta. ¿De verdad sufrimos más? Comparemos: ciñéndonos a los animales esclavizados en centros de explotación exclusivamente, podemos afirmar que mientras estos nacen encerrados y mueren encerrados, la inmensa mayoría de humanos, salvo los presos -pero esta sería otra cuestión- viven en un ambiente supuestamente libre o al menos eso creen la mayoría. Pero el encierro no es la única causa del sufrimiento, de hecho no es la más importante. Un animal de granja es expuesto a vejación, humillación, separación de sus crías, tortura, maltrato, mutilación de sus miembros, hacinamiento y por último asesinato. ¿Qué humano padece estos horrores sin al menos ser denunciado por otros humanos? Muchos dirán que en la historia se han producido horrores como estos, y que incluso en la actualidad se seguirán produciéndose, pero incluso estos hechos son denostados por casi todo el mundo como hechos degradantes. ¿Por qué entonces no lo serían los que se perpetran contra los animales con el consentimiento de la mayoría de los que los consumen?

Algunos intelectuales e incluso filósofos -Shopenhauer fue uno de ellos- han argumentado que el hombre moderno ha descubierto un mundo lleno de “magia y de color”, un mundo lleno de posibilidades pero que al mismo tiempo le ha sumido en el vacío y en el aislamiento y por ello sufre sin remedio. En realidad esto no es del todo cierto: el mundo que se le ofrece al humano moderno es un mundo de atracción e influencia desenfrenada, creadas en parte por el poder para hacer personas sumisas y falsamente felices, con el objetivo final de reducir su sufrimiento, ya que el sufrimiento lleva a pensar y a preguntarse de dónde viene dicho sufrimiento. Si, como dicen estos intelectuales, una gran parte del ser humano moderno (queremos incluir aquí no solo a los occidentales, sino a todos los no occidentales que están tendiendo irremediablemente a la modernidad) está sumida en el sufrimiento, hace ya tiempo que esta gran mayoría se hubiera rebelado de forma altamente organizada contra lo que realmente le hace sufrir. Precisamente, el mundo hedonista predominante trata de minimizar los casos de sufrimiento y en los que los haya excepcionalmente, tratarlos como una falta de adaptación social. Por tanto, no hay en realidad tanto sufrimiento extendido como dicen y el que hay es tratado por los psicólogos del sistema para recuperar al sujeto a readaptarse a la sociedad.

Aducen algunos que el sufrimiento del humano moderno se debe a la esclavitud y dependencia a la que somos sometidos, a la falta de libertad y autonomía. Es esta una esclavitud exclusivamente psíquica. Sin embargo, esta falta de libertad auténtica ha sido sustituida por una supuesta libertad distorsionada que sume al sujeto que la padece en un estado de falsa libertad, pero que para él es verdadero; por tanto, en apariencia, este sujeto no tiene motivos para el sufrimiento y de hecho, por lo general, no sufre porque no es consciente de su propia condición de esclavo. La falta de libertad o esclavitud que padecen los animales de granja no es supuesta ni ha sido sustituida por otras falsas libertades, por lo que los motivos para el sufrimiento son reales y de hecho, hay señales inequívocas de sufrimiento por esta razón.

Cuando se recurre al argumento oportunista de que millones de humanos en la historia -y otros tantos en la actualidad- fueron esclavizados para la explotación laboral, se hace para justificar que al fin y al cabo los humanos han sufrido y sufren por igual. Hablamos claro está de una esclavitud predominantemente física. No nos interesan aquí exponer los factores históricos que propiciaron los regímenes esclavistas ni sus causas, sino nuevamente hacer la comparativa entre el sufrimiento derivado de el esclavismo humano y el animal. Claramente la balanza se inclina a favor del esclavismo que padecen los animales por el grado de incomprensión añadida. Dado que un humano que es esclavizado, salvo que sea un niño, sabe de antemano el porqué de su condición, ningún animal podrá comprenderlo jamás, lo que hace que el sufrimiento sea aún mayor. Por otra parte, si bien el esclavo humano de la antigüedad no tenía apenas esperanza de ser liberado alguna vez, a medida que la historia fue evolucionando la esclavitud ha sido condenada y abolida en la mayoría de los países del mundo, lo que hacía que dichas esperanzas de liberación fueran en aumento, algo que no ocurre con ningún animal esclavizado, aún en el caso de que se avanzara para abolir la esclavitud animal.

Otro argumento que se sostiene a veces no tiene que ver con la comparativa entre humanos y animales sino entre animales domésticos y animales salvajes. Dichos argumentos aluden a que en la naturaleza se presenta un alto índice de violencia y por tanto de sufrimiento entre los animales salvajes, que incluso supera al sufrimiento que padecen los animales domésticos, y se llega a decir que en tal caso estamos haciendo un favor a los animales domésticos al tenerlos “protegidos” de la crueldad del medio natural. Claramente, estos argumentos son nuevamente sesgados y autojustificatorios. En primer lugar, ningún ataque perpetrado por cualquier depredador es deliberado, sino que obedece a una cuestión de supervivencia. Al no ser deliberado, no hay posibilidad de tortura gratuita, ni de sadismo, ni de esclavitud, por lo tanto el sufrimiento de la presa se reduce al máximo. El esclavismo que lleva a cabo el ser humano contra los animales es deliberado desde su nacimiento hasta su muerte, lo que eleva la prueba de sufrimiento a dosis muy elevadas. En segundo lugar, las estadísticas nos dicen que un altísimo porcentaje de los animales salvajes morirán de muerte natural, y que tan solo un índice mínimo sufrirá un ataque que le podrá provocar a la presa, en todo caso, como ya hemos probado, un sufrimiento mínimo antes de la muerte.

Como hemos tratado de demostrar, hay sólidas evidencias de que el sufrimiento de los animales domésticos consta de pruebas irrefutables en su comparativa con humanos y con otros animales no domésticos, y por tanto, si anteponemos la ayuda a los más débiles o desfavorecidos en función del grado de sufrimiento que padecen y si rechazamos cualquier consideración especista que hiciera discriminar a otros seres en razón de su especie, claramente llegaríamos a la conclusión de que los animales domésticos, al ser los animales que más sufrimiento soportan son quienes más ayuda necesitan.