2 de octubre de 2013

Descubriendo internet

Hoy la tecnología ha revolucionado la mente de las personas, pero también las ha depravado muchísimo más que cualquier otra forma alienante de masas, ya que tiene además el imperceptible efecto contrario al de su nocividad: su atracción irremediable hacia el infinito. Una de las atracciones más irresistibles de la tecnología de masas es sin duda la nueva forma de comunicación: la red de redes, la internet. Pero, ¿qué es realmente la internet?

Muchas cosas se han hablado sobre internet, casi todas ellas han sido elogios y pocas o casi ninguna crítica constructiva, ni mucho menos en forma de advertencia. He aquí una de ellas.

Empezaremos delimitando la internet como sistema de comunicación: internet es ante todo una forma concreta de comunicación propia y exclusiva de la sociedad de masas. Internet es la continuación del invento del telégrafo primero, del teléfono después y la inclusión de la radio, la televisión y la prensa escrita todo junto; internet es la culminación de la comunicación a distancia en un mundo cada vez más numeroso, más móvil, más exigente y más complejo. Debemos reafirmar que internet engloba todas las formas anteriores pues sirve para todo. Como forma de comunicación, internet ha cambiado y en cierta parte sustituido las tradicionales formas de comunicación, siendo el cara a cara la más antigua de todas. Por tanto, internet ha sido creada en un contexto motivado en primer lugar, por una sociedad superpoblada, en segundo lugar, por una sociedad globalizada y en tercer lugar, por una sociedad altamente tecnologizada.

El incremento de la necesidad de comunicación a distancia surge de forma tímida en la revolución industrial en primer término y de forma explosiva a la tecnológica en segundo. Por tanto es un producto paralelo e inherente a la modernidad. Pero, ¿cómo son en esencia las nuevas formas de comunicación a distancia? ¿qué les diferencia de la comunicación tradicional, más cercanas y auténticas? Claramente todo. En primer lugar, la comunicación tradicional, previa a la revolución tecnológica y la gran explosión demográfica es más auténtica porque el único medio es el del lenguaje directo: de hecho, no hay ningún medio entre emisor y receptor. Estas formas tradicionales son más propias de comunidades no excesivamente grandes y más bien aisladas en donde no hay necesidad de comunicarse a distancia. Sin embargo, a medida que las ciudades se hacen más extensas y se masifican, la necesidad de comunicación se hace mayor y solamente hay que esperar el avance de la tecnología para que se vayan sucediendo innovaciones cada vez más perfeccionadas que han desembocado en internet, pero que ni mucho menos han terminado todavía.

¿Qué cambia realmente con esta nueva forma de comunicación? Ciñéndonos expresamente a las formas de comunicación propiamente dichas, y por tanto excluyendo la radio y la televisión, que si bien permiten de forma circunstancial la recepción del interlocutor, son medios creados para la intervención y apropiación exclusiva del emisor, de ahí su carácter claramente peligroso por manipulador y persuasivo, podemos afirmar que cambian radicalmente toda forma de comunicación tradicional por la incorporación del medio tecnológico, gracias al cual es posible dicha comunicación “como por arte de magia”. Al mismo tiempo, el medio contribuye a la degradación en esencia de la comunicación, ya que suprime el cara a cara y potencia el poder de manipulación y engaño. El otro gran hándicap lo hallamos en el hecho de que esta forma de comunicación es inherente únicamente a la sociedad de masas y puesto que la sociedad de masas ha desembocado en la creación de seres autómatas que se guían por patrones degradantes e irracionales, el uso invasivo y omnipotente de internet contribuye a la perpetuación de este tipo de sociedades.

Suele pasar que ante innovaciones tan asombrosas como lo fueron el telégrafo y poco después el teléfono las personas reaccionen maravilladas hacia su faceta cuasi mágica y no se paren a analizar las causas de dichos cambios por un lado ni las posibles consecuencias que pueda acarrear por el otro. Imbuidos forzosamente en la idea de que el progreso es la única meta posible, estos cambios autojustificados por una cuestión de supuesta necesidad son lanzados como verdaderas proezas del ser humano moderno, y adquieren el carácter de incuestionables. Ahora nadie duda de que internet es un gran avance, muchos incluso hablan de que las redes sociales tienen la ventaja de que son inmensamente más democráticas que la televisión, es posible que sí, pero no resuelve en modo alguno la transición hacia una vida más sencilla y tradicional tendente a reestablecer el equilibrio natural. Además, no es la cuestión del derecho global y las facilidades de acceso cibernético lo que planteamos aquí, sino la esencia misma de la comunicación como tal y de sus efectos en las relaciones de las personas.

Tampoco pretendemos reducirlo a una cuestión de elección de uso, que no deja de ser algo circunstancial. Evidentemente, uno puede usar internet de una forma u otra, pues es exactamente esto lo que ofrece la red: una inmensa multitud de posibilidades que responde a una cantidad cada vez más numerosa de usuarios. Efectivamente, hay mucha más información, pero más riesgo de saturación y de malas interpretaciones; más libertad de expresión, pero más posibilidad de control por parte de quienes en definitiva tienen la red bajo su control (Facebook es un ejemplo de esto). No obstante, hay que añadir que el uso general de internet como paralelo al uso tecnológico se ha tornado exclusivo, invasivo y omnipotente, por el cual ya nadie puede escapar a él aunque quisiera. No deja de ser paradójico que un sujeto como el que suscribe esto haga una crítica a un medio que usa por la llana razón de que ya no tiene otro.

El otro punto negro y quizás más relevante que nos deja el uso invasivo de la red de redes es el que afecta más a los medios por los que se desarrolla: igual que el teléfono en su momento, la internet ha sido posible únicamente gracias a la revolución tecnológica. Sin ella, internet no se habría inventado nunca. La revolución tecnológica ha derivado en mayor complejidad, desenfreno y atracción irracional, y ha dejado de lado la sencillez y la moderación. Resulta obvio afirmar que el uso de internet solo es posible con un ordenador, al igual que la evolución del teléfono de más simple a más complejo -el móvil o celular-, pero es necesario recordar al mismo tiempo que estos aparatos son fabricados con materiales especiales y escasos cuya obtención es causante de interminables guerras, esclavitud y destrucción de hábitats y comunidades enteras de humanos y animales; y que además requieren un proceso de especialización del trabajo complejo que empieza desde la extracción de los minerales de forma penosa, hasta su comercialización en el mercado, su engaño publicitario y la compra final del consumidor.

De esto extraemos un corolario trascendental, mal que les pese a muchos, pero la verdad sea dicha: si la tecnología está destruyendo a pasos agigantados los ecosistemas vitales del planeta por culpa de su carácter invasivo y su descontrol en forma de barbarie, la red de redes, la internet, no escapa a esta nefasta osadía de la humanidad.

Por todo esto, consideramos necesario un cuestionamiento de internet como parte integrante de la destructividad tecnológica del medio si queremos construir un mundo más respetuoso con el entorno natural en el que vivimos. Pero también un cuestionamiento que vaya directo a su esencia como forma de comunicación exclusiva de la sociedad de masas, que inevitablemente conduce a la degradación de la comunicación auténtica y verdadera. El invento de internet no solo no contribuye a atajar las miles de deliberaciones perpetradas por la especie humana, sino que las aumenta día a día.


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