25 de febrero de 2013

Cómplices de la violencia

Detrás de la aparente normalidad por la que discurre la vida diaria de las personas, existe otra realidad distinta que resulta inapreciable para casi todo el mundo. Es una realidad cargada de violencia y a pesar de la cual, subsiste la “sociedad del bienestar”. Muchos lo saben pero tratan  de relegarlo al subconsciente para poder seguir con sus vidas; otros, los menos, no pueden dejar de actuar en consecuencia. Pero no hay que confundirse, pues hemos dicho que la normalidad que se respira en apariencia no solo subsiste a pesar de la violencia, sino que también forma parte de ella. Es más, se podría decir que todas y cada una de las relaciones que se dan entre las personas han sido establecidas sobre y a pesar de la violencia.

Cuando a las personas se les habla sobre actos de violencia, generalmente se imaginan a dos hombres exaltados peleándose, a otros pegando tiros, asesinando o cometiendo torturas de todo tipo, etc. También creen que es algo de lo que ellos no participan nunca, que no les toca, y por ello está mal visto y tiende al rechazo general. Es por esto por lo que a una persona corriente le costaría creer el hecho palpable de que todo el conglomerado social ha sido constituido en el pasado por actos de violencia y que actualmente lo sigue siendo. Cabe destacar el hecho de que casi siempre estas mismas personas se imaginan actos de violencia física, pero rara vez se imaginan actos violentos que inciden directa o indirectamente sobre la psique humana, actos que atentan  contra la voluntad de las personas con fines claramente intencionados. El egoísmo, la codicia y la competitividad imperante son la causa directa de las desigualdades y de la miseria. Y esto, mal que les pese a muchos, también son formas de violencia.

Si nos atenemos a la historia, encontramos a menudo referencias que aluden a la violencia física, ya sea en forma de guerras, invasiones de pueblos, colonizaciones de países, dominación extrema, dictaduras, torturas, esclavitud, explotación laboral, etc. No obstante, esto no quiere decir que todos estos actos fueran actos de violencia física únicamente, pues también hay gran parte de violencia psíquica. Por lo general, ambas clases de violencia suelen ir ligadas, pero no siempre, como veremos ahora. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han buscado mil y una formas de modificar y anular la voluntad de otros seres humanos y también de animales mediante la violencia por cualquiera de los medios al alcance de su mano.

Así, hallamos en la historia la repetición continua de hechos justificados mediante la extrema violencia y que se han visto influenciados por la evolución de las diferentes culturas. El salto inicial se produjo con la llegada de la civilización, en donde el concepto de dominación empezó a extenderse en forma de esclavitud y domesticación de las múltiples formas de vida que existían por aquella época y que eran ajenas a ésta. La civilización avanzaba paulatinamente y se tragaba todo grupo aún no civilizado, lo sometía a sus costumbres, a sus rápidas y nuevas invenciones y por lo común, lo terminaba por esclavizar. Estos hechos constituyen por sí mismos las primeras formas significativas de violencia organizada entre seres humanos y por los cuáles se sentarían las bases de los sucesivos nuevos actos que tenderían a justificar todos los pasados.

En la era moderna aquellos herederos del poder transmitido de generación en generación encuentran la forma de institucionalizar la violencia y hacerla legítima. Podemos decir que el control de la violencia se hace patente en esta época gracias o a pesar de los métodos de persuasión y engaño, que son exclusivamente formas de violencia psíquica y que tienen el objetivo de legitimizar los actos violentos que justificarán la opresión de una minoría poderosa de humanos sobre la mayoría pobre. Esto no quiere decir que estos métodos fueran nuevos, ya que en el pasado el poder de las religiones y las políticas imperialistas ya hicieron estragos, pero sí que es en esta época cuando se puede hablar de un claro perfeccionamiento. Se puede afirmar con seguridad que la primera y la máxima “institución de la violencia” es el estado, y a partir de este, todos los órganos represores que lo sustentan y casi a la vez, la institución de la empresa,  que se convierte en el máximo estandarte del sistema capitalista.

Después de multitud de experimentos sobre cómo dirigir a las masas de la forma más eficaz posible, el estado, que no olvidemos que se ha constituido mediante el uso de la fuerza por la violencia, buscará ansiosamente la fórmula ideal para proclamarse a sí mismo la condición de inexpugnable y hacer creer a las personas que su misión es la de su protección y bienestar. Es a base de difundir mitos cuando se consigue engañar al pueblo y hacerle creer que el estado es un cuerpo legítimo, formado por hombres buenos que solo buscan el bien para ellos y que por tanto tiene la potestad absoluta de crear las leyes y normas necesarias para el mantenimiento del orden establecido y la supuesta paz mundial. El objetivo de todo esto es crear una herramienta útil que tienda al condicionamiento como método de control infalible. Estratégicamente, estos individuos se dieron cuenta de que para controlar a una población en acelerado crecimiento en todo el planeta se hacían necesarias técnicas de control mucho más refinadas y sutiles, es decir, dirigidas a la anulación de las conciencias y por tanto de las voluntades de las personas. Así, esta clase de violencia, inapreciable para casi todo el mundo pero más dañina a la larga que cualquier forma de violencia física, es la que rige hoy en día en nuestras vidas.

A partir de aquí, todos y cada uno de los procederes de un estado se fundamentan mediante la violencia. En primer lugar, aquel que es destinado a difundir la idea de la legítima potestad para gobernar de forma soberana. En segundo lugar, una vez engañado al ciudadano de lo que es y representa el estado y sus secuaces represivos, el control sobre el pueblo se ejerce mediante el sometimiento de sus esfuerzos y sus necesidades, es decir, nuevamente mediante formas de violencia. En un primer momento, se le engaña creando los sistemas de valores a los productos, el dinero y los encargados de administrarlo, los bancos; después, se le exprime a base de pagar impuestos, es decir, se le roba parte de su trabajo para supuestas obras o servicios públicos estatales, o sea, de la propiedad del estado, pero sobre todo para sufragar gastos militares y cuerpos represivos encargados de su defensa  frente a posibles ataques de los ciudadanos que previamente fueron oprimidos. Otro de los sistemas clave y provisto de otra forma de violencia camuflada, es el adoctrinamiento desde la niñez -lo que llaman la educación- imprescindible para encauzar a las personas en función de sus intereses.

La fase final y más destructiva consiste en hacer de éstas instrumentos del consumo y del entretenimiento, sentando las bases para crear una sociedad irracional y hedonista. Es en este momento -en el que supuestamente estamos actualmente-, cuando el proceso de condicionamiento externo de las conciencias empieza a ser perfeccionado, es decir, la violencia psíquica se hace independiente de la violencia física porque ésta ya no es necesaria para el poder, al ser apreciable a simple vista por los ciudadanos y al mismo tiempo contraproducente. Ya no es el estado el principal estandarte de este nuevo sistema, sino las corporaciones. A medida que el condicionamiento avanza, la libertad individual disminuye y su esencia se distorsiona. La ocultación de la verdad resulta una realidad, pero ésta deja de ser relevante cuando la hipocresía que gobierna la mente de las personas y las enormes tentaciones a la que son sometidas por el método brutal de condicionamiento, la engulle de tal manera que pierde todo su valor; es por esto que muchas personas que descubren la incomodidad de las verdades que les afectan a ellos mismos, se muestran indiferentes y prefieren seguir imbuidos en sus mentiras habituales, ya que al menos éstas les proporcionan seguridad y bienestar.

Este es el mundo que nos han vendido. Un mundo que ha sido creado sobre la violencia y que se mantiene no gracias, sino a pesar de ella. Pero las consecuencias externas son trágicas, pues este modo de vida repercute directamente en la suerte de millones de individuos, que se ven obligados a pagar los excesos del mundo civilizado. Así, para que cualquiera de nosotros pueda utilizar el coche y cambiarlo como quien cambia de calzoncillos, millones de personas fueron asesinadas en guerras sangrientas por culpa del petróleo; para que podamos utilizar internet con nuestro ordenador o mandar wasaps por el móvil última generación, millones de congoleños son esclavizados en busca del coltán necesario para su fabricación o asesinados en la guerra que provoca su tráfico; para que podamos vestir a la moda, millones de niños son explotados en países orientales bajo condiciones humillantes e insalubres; para que puedas comer tus preparados a la parrilla, tus bocadillos de embutido o un simple café con leche, millones de animales, utilizados como recursos, son esclavizados desde que nacen hasta que son asesinados. ¿Por qué nos horrorizamos más cuando nos hablan de la lapidación de mujeres en la televisión, un hecho abominable pero con el que no tenemos ninguna relación y sin embargo ante este otro tipo de actos encubiertos en los que participamos indirectamente actuamos como si no fuera con nosotros? Son verdades éstas que no es que sean ocultadas por los medios intencionadamente, sino que son olvidadas por falta de interés, de empatía o de moral por parte del ya condicionado ciudadano de a pie.

Pero lo verdaderamente horrible no es que se sigan produciendo en el mundo atrocidades indignas como estas, sino que un gran número de personas que se benefician de ellas continúen permitiéndolo. Esto es lo que nos lleva a preguntarnos el grado de responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros ante el mantenimiento de la violencia. ¿Acaso nos exime de toda culpa el hecho de que estemos hipercondicionados? ¿o aún tenemos la capacidad para discernir y valorar la búsqueda de la verdad que nos ayude a encontrar el camino correcto y actuar en consecuencia? Tolstoi dedicó su vejez a sentar los caminos que llevarían al hombre en su deseo de llegar a ser libre, y entre ellos se dio cuenta del enorme obstáculo que supone que nuestras conciencias estén en continua contradicción con nuestros actos, sumiendo al mundo en la más burda hipocresía. Así, se dio cuenta de que para salir de esta situación, la búsqueda de la verdad -hoy no solo la búsqueda, sino de la valoración de su esencia- no solo era una alternativa más sino la única posible. Suyas son estas palabras sabias de finales del siglo XIX: “La gente inventa los medios más ingeniosos a fin de mejorar la situación que los oprime, pero olvidan el más sencillo de todos: que cada uno dejara de hacer todo aquello que genera esta situación”.

Pero claro, esto equivaldría hoy a dejar de tener móvil, tirar la televisión, no usar coche, ni metro, ni avión, no pagar impuestos, sacar el dinero del banco, consumir lo estrictamente necesario, no comer animales, tener menos hijos, y a poder ser, irse mejor a vivir al campo; algo que no es probable que suceda, porque “siempre será más cómodo y placentero vivir en la hipocresía de la modernidad”.



13 de febrero de 2013

Súbditos y prosistema

Para que la cadena de una bicicleta funcione, todos sus eslabones han de estar bien unidos entre sí. De igual forma ocurre con la cadena del sistema actual, en la que los eslabones son los ciudadanos consumidores. Pero si la cadena de la bici tiene solo unos pocos eslabones, la del sistema se cuentan por miles de millones, que son los que hacen que esta funcione. Por supuesto, hay más diferencias, ya que si los eslabones de una cadena de bici son iguales y cumplen todos la misma función, los del sistema son de múltiples variedades y no solo no cumplen la misma función, sino que lo hacen en diferentes grados. Aún así, todos o casi todos -ya que habría quienes se salen de la norma-, alimentan en mayor o menor medida al sistema. En otras palabras, todos somos súbditos de la Megamáquina.

Pero una cosa es ser súbdito porque no tienes otra alternativa -estamos como dice el dicho entre la espada y la pared- y otra bien distinta es ponerse descarada o inconscientemente de parte de un sistema que atenta contra toda libertad de sus súbditos. Hay quienes creen que la esclavitud ha sido abolida en su totalidad. Nada más falso: ilegalmente, millones de humanos siguen siendo esclavizados; legalmente, miles de millones de animales también, y extraoficialmente, el resto de personas estamos esclavizados mentalmente, porque nuestra libertad ha sido distorsionada en algunos casos y anulada en el resto. Como dijo Goethe, nadie es más esclavo que aquel que falsamente se cree libre. Una gran frase que bien puede ser aplicada hoy. Al margen de los millones de súbditos que hacemos que un sistema destructivo como este siga operando, hay otros tantos que además, no sabemos si conscientemente o no, se postran de rodillas ante él, y hacen la más absurda apología del mismo, sin saber por cierto que están alimentando el sufrimiento de otros tantos millones de seres vivos. Estos son los denominados prosistema, los que defienden ingenuamente sus tentáculos.

Hay muchas clases de súbditos prosistema:

En primer lugar, podemos reconocer los apologistas del estado: los patriotas, nacionalistas o como se les quiera llamar, independientemente de la nación que defiendan. Naturalmente, el sentimiento de apego por la tierra donde uno ha nacido es algo normal. Pero cuando las tierras tienden a tener dueño de uno o de unos pocos oligarcas que las delimitan dibujando fronteras a su conveniencia, creando así los estados, el sentimiento que se profesa ante estos es lo que llamamos patriotismo o nacionalismo, y esto ya no solo implica un simple apego por las tierras, sino por una bandera, un himno, un gobierno o demás parafernalia propia de estos inventos. El fanatismo que promueven los estados para que los súbditos se crean sus patrañas es su razón de ser, pues sin patriotas, un estado no sirve para nada.

Ayer, el enaltecimiento militar era la excusa mejor montada por los estados para afianzar a los fanáticos. Hoy es el deporte. Así, los prosistema patriotas exhiben sus banderas en los estadios, en sus terrazas o en sus coches porque necesitan expresar sus sentimientos ante los demás, característica por cierto muy propia de cualquier fanatismo: la exhibición exteriorizante -valga la rimbombante palabra-. Pero sin darse cuenta, estas personas lo que realmente están haciendo es exaltar la violencia, los privilegios y las desigualdades, además de estar favoreciendo el odio por lo extranjero, pues eso es lo que es el estado ni más menos: un cuerpo represivo y exclusivo que se impuso en el pasado por la fuerza y que lo sigue haciendo en el presente. Poco importa el lugar de donde hablemos, pues el fanatismo patriótico se da prácticamente en todos los países del mundo, sean americanos, franceses o españoles.

Muy en relación con esto, hallamos la apología por el cuerpo que hace que el estado pueda sostenerse, el aparato militar. Obviamente, quienes defienden el estado también defienden el ejército, pero también los hay que cuestionando el estado si no totalmente, al menos en parte no hacen lo mismo con el ejército, que en el fondo es una parte inherente del propio estado. Pero al margen de esto, defender el aparato militar no es otra cosa que defender el derecho inventado por antepasados y continuado vilmente por nosotros, del derecho a la destrucción masiva, de matar por ser diferente y demás cuentos que nos han imbuido a lo largo de los años.

Otro síntoma de prosistemismo -valga de nuevo la palabreja- es el de aquellos que defienden el núcleo esencial del sistema, el factor económico o el llamado capitalismo. Lógicamente, todo el mundo tiene la necesidad y el derecho de, a falta de otra cosa, ganarse la vida allá donde nazca y crezca, pero como el sistema capitalista se ha impuesto en prácticamente todo el mundo, no hay muchas opciones de buscársela al margen de él. Con prosistemas capitalistas no nos estamos refiriendo a quienes montan sus pequeños o grandes negocios para ganarse la vida o para lucrarse hasta que le revienten los bolsillos, sino a aquellos que sin saber lo que realmente representa este sistema, hacen apología del mismo, porque en realidad están haciendo apología de un sistema tan desigual que podría tacharse de infame y que además fomenta una ideología basada en la competitividad entre las personas como motor de toda relación. Dicho sea de paso que no hace falta ser un gran empresario para ser un apologista del sistema económico (éstos son los mayores apologistas), pues hay muchas personas que sin serlo, ambicionan llegar a serlo algún día.

Por extensión, la ideología capitalista se ha impuesto no solo en lo económico, también en lo social. Vivimos en una sociedad en donde el control social se agudiza cada vez más sobre los ciudadanos, creando un vasto número de apologistas que lo defienden ingenuamente mediante métodos de adoctrinamiento, publicidad, televisión, tecnología compleja que todo junto forma el hipercondicionamiento masivo; proceso que tiende como todo a su perfeccionamiento y que amenaza seriamente con destruir lo poco que queda de humano. Es quizás la apología de la tecnología la más extendida, ya que se trata de un poder tan seductor y  embriagador que atrapa hasta a los más “antisistema”, sin darse cuenta de que este poder, controlado siempre por la élite, es responsable de la destrucción del medio natural y de los millones de formas de vida que lo integran. El poder tecnológico, convertido ya en nueva religión, amenaza seriamente toda posibilidad del ser humano de volver a sus raíces, no a los tiempos de su condición primaria y no destructiva, sino a recuperar sus valores morales, si es que alguna vez los tuvo.

Uno de las formas de prosistema más sutiles es de la apología del humanismo, que representa a aquellos que defienden la dominación del ser humano sobre todo lo demás, es decir, defender aquello que lleva haciendo desde hace unos diez mil años. Esta es la raíz de todo el mal de este sistema, lo que ha hecho desembocar en el propio capitalismo, y es que no hay idea más estúpida que creerse y ejercer el dominio sobre todo lo demás con la excusa de que puede hacerse. Por supuesto, no solo estúpida porque a la larga estás destruyendo tus propios intereses -el entorno natural- sino que es cruel porque estás destruyendo otras formas de vida incluida una parte de la propia. La mayor representación del humanismo es la idea antropocéntrica por la que el ser humano, creyéndose superior a todos los demás seres autojustifica usarlos, esclavizarlos y asesinarlos a su antojo como si fueran suyos. Inconscientemente, millones de personas repiten las monsergas que la idea humanista ha difundido durante siglos para darse importancia, como la idea del progreso, el crecimiento a cualquier precio, sin ética alguna y que tanto daña la esencia humana, convirtiendo a esta especie en el mayor depredador de toda la historia del planeta.