14 de diciembre de 2013

Huir de la muerte

Pocos humanos modernos afrontan la muerte con naturalidad. De hecho, existe una clarísima intencionalidad de negación de la muerte en la sociedad civilizada en general y más concretamente en la occidental. ¿Por qué pasa esto? La respuesta es sencilla, si se niega la muerte, que no es más que una fase natural por la que todo ser orgánico ha de pasar, es porque se da un culto a la vida desmesurado. Consecuentemente, ante este error, solo queda temer la muerte y por tanto morir mal, morir en soledad y con sufrimiento añadido.


La evolución humana del sedentarismo a la urbanidad, y posteriormente hacia el avance de la tecnología y la ciencia para lograr una vida repleta de comodidades y seguridad, han motivado una serie de cambios profundos en favor del culto por la vida, así como del culto por la eterna juventud o el culto al cuerpo. El resultado de todo esto es un total desconocimiento, mito, rechazo y miedo irracional ante el hecho de la muerte. Dado que a ningún animal humano -ni tampoco al resto de animales- le gusta vivir con miedo, éste ha inventado miles de maneras para huir de la muerte, en vez de afrontarla con naturalidad.


Así, ha avanzado en medicina para alargar la esperanza de vida y retrasar la muerte, ha fomentado el valor físico del cuerpo en detrimento del valor psicológico de la mente e incluso ha llegado a querer vencer a la muerte con técnicas avanzadas de crionización pero que resultan al mismo tiempo tan inciertas como antinaturales. Todo con la intención única de burlar a la muerte cuando todos los humanos saben que llegará el día que tendrán que morir. Suena absurdo querer burlar algo que se sabe de antemano inevitable. Y suena absurdo también temerlo toda la vida hasta el punto de que se convierta en miedo irracional.


Sin embargo, han existido y existen otras sociedades que sí que han sabido afrontar la muerte de la forma más natural, principalmente porque no se suele dar en ellas este culto por la vida, pero también porque en estas sociedades existe un contacto más directo con la propia naturaleza y sus procesos, y por ende existe una facilidad mayor de comprensión y aceptación de la muerte. Bien es cierto que las circunstancias también son un atenuante para que muchos de estos grupos de personas puedan asimilar mejor el momento del fin. Por ejemplo, los ancianos de las ancestrales tribus nómadas eran conscientes de que llegado su momento de su muerte no eran más que una carga para el grupo, con lo que fácilmente aceptaban detenerse y no caminar más .


Con el sedentarismo, esta práctica ya no tendría razón de ser, pero la consciencia humana hicieron que otras sociedades postcivilizadas aprendieran a afrontar la muerte sin miedo, tal es el caso de algunos pueblos orientales en donde los ancianos que saben llegado su momento se dejan morir en paz. Por lo general, los pueblos orientales han dado durante su historia una importancia espiritual no solo a la vida, sino también al momento de su muerte.


Con el paso del tiempo y el triunfo de los mitos que se instauraron con la civilización, la aceptación de la muerte se tornó en algo innecesario y no solo eso: algunas instituciones religiosas contribuyeron decisivamente a incrementar el miedo a la muerte aprovechando el poder que daba esta sobre las masas más ignorantes. Así, este miedo se ha ido transmitiendo de generación en generación y si bien en la actualidad la religión tradicional no actúa directamente para incrementar el miedo, son las otras formas de culto modernas que hemos expuesto las que lo hacen de una forma mucho más engañosa.


A nivel social, los medios de interactuación entre las personas no contemplan la aceptación de la muerte como algo natural y se rechaza instintivamente toda alusión hacia ella hasta el punto de ser tabú para casi todo el mundo. Por otra parte, la permanente búsqueda del placer o la ilusión de la felicidad contribuye a incrementar el rechazo.


A nivel institucional, la mayoría de los gobiernos echan por tierra cualquier iniciativa encaminada a cambiar nuestra perspectiva ante la muerte para poder morir mejor. Increíblemente, son pocos los seres humanos los que tienen la libertad absoluta sobre cuándo y cómo desean morir porque los prejuicios religiosos continúan vigentes hoy en día y más específicamente la idea de que “solo Dios tiene el poder de decidir cuándo nacemos y cuando morimos”. La eutanasia está prohibida en la mayoría de países supuestamente avanzados básicamente por la misma razón, lo que lleva al paciente moribundo a tener casi siempre un final trágico y no libre de alguna forma de sufrimiento. Para colmo, el miedo a la muerte que se alberga durante toda la vida y del cuál todo el mundo intenta huir pero nadie logra escapar, se intensifica cuando llega el final precisamente porque sabemos que está llegando el final, incluso en personas que creen que tras la muerte no hay nada.


En la juventud, a pesar de que ya sepamos que como seres vivos que somos algún día moriremos, nos enseñan a apartar todos los pensamientos sobre la muerte y a verlos como pensamientos negativos. La muerte queda como algo tan lejano y distante que no debe perturbar nuestras vidas. El suicidio, salvo en casos excepcionales, no es ninguna forma de aceptación consciente de la muerte, sino más bien el fruto de la desesperación que motiva la presión social.


Dejar de tener miedo a la muerte y afrontarla sin tabús se torna una tarea harto complicada en una sociedad como ésta pues las condiciones no son nada propicias para ello, dada la cantidad de sustitutos artificiales que existen y que se multiplican día a día; solo quizás una vuelta a nuestras raíces podría hacer cambiar nuestra perspectiva ante el momento del fin. Mientras tanto, seguiremos sin saber morir.