4 de enero de 2014

El lastre de las drogas

Mucho se ha escrito y hablado sobre el consumo de las drogas en nuestra sociedad (entiéndase las drogas en su sentido literal y en el contexto actual como sustancias adulteradas químicamente que alteran de alguna forma nuestro comportamiento para bien o para mal). No entraremos aquí en debatir sobre cuestiones como su legalidad o ilegalidad, pues sobre esto ya se ha polemizado mucho. Tampoco nos desviaremos  de la cuestión analizando el origen de las drogas en la naturaleza, una evidencia que pierde todo su sentido en la sociedad occidental ya que por desgracia el uso adecuado de la droga natural, sin adulterar, no se suele dar, aunque sí en otras sociedades primitivas. El objeto principal por tanto es preguntarnos en base a si las drogas pueden favorecer actitudes de cambio o si por el contrario resultan ser un obstáculo constante en este sentido.

¿Son las drogas un obstáculo constante en detrimento de la transformación social? La respuesta no parece sencilla a priori, pero si analizamos algunos de sus efectos, puede que sí lo sea. En primer lugar, cabe señalar que el uso de las drogas se da mayoritariamente entre las personas jóvenes, precisamente aquellas más predispuestas a desarrollar cambios significativos a nivel social. Evidentemente esto no es casual, pues el recurso de las drogas tiene el efecto de lo desconocido y misterioso en un adolescente que está ávido por conocer y a quién influye de forma determinante la presión del grupo. En contrapartida, el uso y abuso de las drogas resulta incompatible, por razones obvias, con cualquier tipo de acción social ya que crean efectos adversos y en muchos casos adicción.

Otro punto que demuestra sobradamente que sí resulta un obstáculo es el propio hecho de la legalización histórica de ciertas drogas por parte del estado como el tabaco o el alcohol. Cuando uno va creciendo y escuchando referencias sobre la legalización, se pregunta porqué unas drogas son legales y otras no, o porqué muchas veces se identifica a las drogas legales con drogas blandas y se utiliza para justificar su propia legalidad. Esto tampoco es casual, con el tiempo uno descubre que si el estado decide legalizar unas drogas e ilegalizar otras es por propio interés. El principal es el económico dado el gran negocio que hay detrás, pero existe otro interés más difícil de ver y es el de desviar el debate hacia una cuestión de mera legalidad y de prohibición, que los movimientos de izquierdas han confundido con una cuestión de falta de libertad. Tener o adquirir libertad para drogarse no solo es una tremenda incoherencia, sino una forma de hacer que el estado siempre tenga el control sobre el gran negocio de las drogas, ya sean éstas legales o ilegales. Es significativo el hecho de que esta lucha se haya centrado básicamente en la legalización de la marihuana y su inclusión como droga blanda, excluyendo las otras supuestas drogas duras.

Podría decirse que es este uno de los mayores intereses del estado en cuestión de uso de drogas entre la juventud, pues ya que ésta representa el posible motor del cambio social, dicho uso es favorable al resultar incompatible e incluso contradictorio con cualquier forma de cambio. No solo eso, el uso masivo de las drogas aleja cualquier posibilidad de cambio social y crea un ambiente de atontamiento cuando no de falsa búsqueda de placer y presión social. Tampoco es casual que las edades de mayor riesgo de enganche se dan entre la adolescencia y la primera juventud, justo antes de entrar en la edad adulta en la cuál se asumen normalmente un mayor número de responsabilidades y se da una mayor tendencia al conformismo.

Dicho esto a modo de apunte, lo que nos interesa aquí es argumentar porqué realmente el uso general de las drogas influye negativamente en la necesidad de transformación social. Mencionaremos dos razones básicas. La primera es contextual: por motivos de imagen mediática, las drogas adulteradas han tenido siempre muy mala prensa entre la sociedad, han sido catalogadas como destructivas y nocivas para el individuo y su desarrollo en la sociedad, pero al mismo tiempo han supuesto un gran negocio para muchos o el medio de vida para otros tantos, algo que resulta paradójico. Esta razón hace que la asociación de las drogas con actitudes de cambio social o movimientos sociales sea siempre nefasta y por lo tanto incompatible.

La otra razón y más importante si cabe es la cuestión física entre los efectos del consumo de drogas y las actitudes de cambio social, la cuál suele ser siempre incompatible por las mismas razones que han esgrimido los medios y que son ciertas en parte aunque muchas veces son manipuladas por interés: las drogas adulteradas por lo general alteran el comportamiento humano de forma determinante además de que crean un deterioro demostrado en la salud, ya sea a corto o largo plazo, algo que indudablemente merma las posibilidades de los individuos, no solo a la hora de emprender el cambio social, sino en su vida normal, con el añadido de que la adicción -muchas veces potenciada por los interesados- que llevan algunas de estas sustancias multiplica el tiempo de desenganche de los afectados y en el peor de los casos los lleva a padecer secuelas de por vida o incluso la muerte. (Nótese que aquí no estamos haciendo diferencia de cuáles son las drogas que peores efectos causan ni cuáles las que más matan, ni si son las legales o ilegales).

Es necesario concluir que en esta entrada nos hemos referido exclusivamente al consumo de drogas que han sufrido distintos grados de adulteración, es decir, que mediante procesos químicos han sido alejadas de su pureza natural, hasta el punto de que muchas de las drogas de hoy en día ya no tienen ningún tipo de pureza y son en su totalidad drogas sintéticas o como han sido llamadas “drogas de diseño”. El porqué las drogas han evolucionado de esta forma en este contexto es algo que podría dar para hablar en otro artículo. Básicamente podemos resumir al respecto que no es sorprendente el hecho de que las drogas se hayan adulterado dada la inmensa cantidad de productos que se comercializan masivamente y que también han sufrido innumerables procesos de selección, modificación y adulteración de su esencia natural, ya sea en el ámbito de la medicina, la alimentación o la industria textil.

Así pues, en la sociedad de masas, el consumo de drogas, tan antiguo como la vida misma, se ha adaptado al contexto artificializado por decirlo de alguna forma, predominando un uso enfocado en el placer y la alteración de la mente y el comportamiento en detrimento de su uso más natural y que está asociado sobre todo a cuestiones  terapéuticas. Lejos quedan aquellas épocas en las que las tribus primitivas gozaban de un amplio conocimiento chamanístico sobre los efectos de ciertas plantas y su alteración con el comportamiento, con absoluto respeto de las mismas, de sus beneficios y de sus riesgos. No cabe irse tan lejos en el tiempo, ya que en la actualidad aún muchas tribus indígenas o incluso con grados de civilización parcial aún practican ritos chamánicos en torno a estas plantas.

Por supuesto, no podemos hacer asociaciones entre estas prácticas y las fiestas desenfrenadas occidentales en donde se consumen todo tipo de sustancias químicas sin control alguno, ni falta que hace. Ambas prácticas no pueden sacarse de su contexto a nivel social. Lo que sí podemos hacer es extraer el aprendizaje básico, que siempre suele ser el mismo: el ser humano, cuanto más trata de alejarse de la naturaleza, más crea un universo de invención y falsa espiritualidad. El consumo de drogas de diseño es otro más de los efectos nocivos que demuestran lo dicho. Si realmente se desea cambiar de rumbo, deberíamos plantearnos si el consumo de drogas adulteradas ayuda o no ayuda en dicho camino. Aquí hemos dado tan solo algunas pistas, pero sin duda faltaría mucho por hablar.

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