23 de enero de 2014

Objeción a la competitividad y el ánimo de lucro

Estamos en esta ocasión ante lo que es quizás el pilar menos cuestionado del sistema: la fórmula económica mundial. Efectivamente, la competitividad se ha impuesto como el modo más rápido y seguro que tiene de funcionar la economía mundial, en lo que se viene a llamar sistema capitalista o monetario. Un sistema basado en la competición entre individuos, asociaciones, empresas o sociedades, cuyo objetivo único y exclusivo no es la administración equitativa de los recursos -si es que alguna vez lo fue- sino la multiplicación de beneficios a cualquier precio. Este modelo permite que muchos ganen demasiado, pero que tarde o temprano muchos más pierdan y se arruinen. Este modelo -y a la realidad nos remitimos- lleva inevitablemente a la opulencia de unos cuantos por la miseria de la mayoría.


Una de las consecuencias más funestas que ha creado este modelo económico es la implantación y extensión de una ideología a nivel social, es decir, su aceptación prácticamente inconsciente por parte de las masas. Muchas de las grandes fortunas y negocios de la historia han sido heredados de padres a hijos, y esto al fin y al cabo es entendible (dudosamente justificable), pero otras muchas han sido la culminación de una gran parte de personas que se han aprendido muy bien el modelo competitivo y lo han aplicado en sus vidas. Éstas son aquellas personas motivadas por la ambición que desde la nada han montado un negocio pequeño y con el paso del tiempo han sabido explotarlo. A estos ahora se les llama “emprendedores”, aunque no todos los emprendedores llegan hasta el mismo nivel de resultados. El resto de humanos, es decir, la mayoría, suele conformarse con tener un sueldo más o menos digno que le dé estabilidad para no calentarse la cabeza haciendo números.


El ánimo de lucro, aunque va unido a la competitividad, crea un mayor número de adeptos porque además de competitivo hace falta ser avaricioso y tener mucha envidia, algo que se hace inevitable en un mundo en donde los objetos materiales y novedosos se multiplican por segundo. Es en los trabajos en donde se encuentran los mejores ejemplos de ánimo de lucro. Millones de personas están dispuestas a ascender de categoría o de puesto con el único objetivo de multiplicar su salario, y para ello deben ser competitivos, pero no con otras empresas sino con sus propios compañeros.


Ambas formas siempre van unidas y por su causa es por lo que millones de personas dan un valor esencial al dinero y en especial a su ganancia ilimitada. Poco importa cómo administra cada uno ese dinero, si lo ahorra o se lo gasta, porque el concepto de ganar siempre está presente ya que ambos fines siempre reclaman más dinero. Así, a menudo se escucha aquello de que “el dinero no da la felicidad pero ayuda”. Esto significa que mucha gente identifica dinero con bienestar o incluso dinero con estatus, ya que en un mundo competitivo inevitablemente se crean clases sociales sujetas a consideraciones exclusivas a la posesión de materiales (“tanto tienes, tanto vales”).


La objeción individual al modelo imperante de la competitividad mundial parte de la base de no contribuir a crear más negocios, sean grandes o pequeños, con el fin de evitar precisamente caer en el dichoso juego de la competición. Otra alternativa se basaría en no pretender ganar más dinero que el resto, reduciendo nuestras necesidades y aprendiendo a vivir con menos, es decir, reduciendo nuestro nivel de vida y nuestra dependencia con el sistema. Para ello existen mil y una fórmulas poco conocidas pero de un valor trascendental::


- Como ya hemos dicho, reduciendo nuestras necesidades, empezando por las superfluas -hasta el punto de eliminar la mayoría de ellas-. Esto parece algo difícil de llevar a cabo si uno piensa siempre en términos materiales, pero el desarrollo de nuestra parte más espiritual nos facilitará el camino hacia el desapego y la renuncia.


- Tratar de eliminar nuestras envidias hacia los demás, que solo sirven para aumentar nuestra dependencia hacia lo material.


- Conceder menos valor al dinero como único medio de conseguir cosas. Debemos darnos cuenta de que el dinero como medio de intercambio nos ha sido impuesto de generación en generación y como tal tiene un potencial inmenso corruptivo en las personas que lleva a su abuso en términos de economía básica.


- Pensar y desarrollar economías alternativas válidas, libres de ánimo de lucro como algo esencial, tratando incluso de prescindir del dinero y sumándose al intercambio de bienes o servicios por trabajo.


- Reducir nuestra dependencia laboral, trabajando menos horas aunque ganemos menos dinero. Tender hacia el trabajo autónomo no lucrativo o hacia la práctica del voluntariado altruista hacia los colectivos más olvidados (tanto humanos como no humanos) para acostumbrarnos poco a poco a tener otro tipo de relaciones no competitivas.


Como estos ejemplos, todos los que se nos ocurran, y siempre con el fin de reducir hasta abandonar nuestra dependencia a la economía imperante, a los grandes negocios, a los centros comerciales, al consumismo frenético, a la competitividad, al dinero y al trabajo asalariado.

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