16 de febrero de 2014

El precio de la felicidad

Se podría argumentar que la humanidad ha sacrificado todos sus valores más trascendentales por una vida colmada de placeres. No estamos hablando de individuos personales, sino del conjunto de la masa humana civilizada, la humanidad. Dicho de otra manera, el humano moderno ha desarrollado a lo largo de la historia un camino trivial que ha desembocado en la búsqueda de felicidad o placer infinitos ante cualquier otro valor humano, hasta el punto de sustituirlo por cualquier otro valor esencial y propiamente humano. De primeras, tratar de vivir una vida mejor e incluso feliz no debería de ser algo negativo, pero cuando dicho intento se convierte en un signo de fanatismo, de priorización absoluta, en donde el coste por conseguirlo es inmensamente destructivo a distintos niveles, ya no solo es un acto negativo, sino tremendamente cruel, degradante e inhumano, además de falso.

Una de las preguntas que surgen al respecto sería: ¿es justo tratar de ser feliz a costa del sufrimiento de otros individuos? o a un nivel más drástico pero no por ello menos real: ¿es justo tratar de ser feliz a costa de la muerte de otros individuos? La posible objeción que trataría de echar por tierra el sentido de esta cuestión es justificar que la felicidad de unos es independiente del sufrimiento de otros, pero esto en la realidad es totalmente falso y así se hace notar en el presente análisis, así como en el precedente grito de rabia “falsedad”, publicado en este mismo blog. Si decimos que la inmensa totalidad de búsqueda de felicidad o de placer que se otorgan algunos como derecho deriva del sufrimiento de otros tantos, que además son mayoría, es porque tenemos pruebas que lo demuestran, por lo tanto, no se puede hablar de hechos independientes.

Cabe decir que aquí no estamos debatiendo si la felicidad es deseable o si es posible, si es un hecho alcanzable o es una quimera, sino de cuál es el coste que alcanza su generalización social, pues realmente esto es más importante; hay que añadir que no estaríamos juzgando este hecho si dicha búsqueda no tuviera ningún coste, pero como lo tiene, ha de ser juzgada. Por otra parte, el valor de la felicidad resulta ampliamente ambiguo por su tendencia hacia la individualidad. Un acto de valor humano es aquel que en su consumación no deja consecuencias negativas para terceros. Es decir, valores como el respeto mutuo o la solidaridad son valores intrínsecamente buenos porque otorgan desinteresadamente resultados positivos a terceros, además de que tienden siempre a la equidad y reciprocidad, al contrario que la felicidad que es exclusivamente individualista.

El ser humano moderno ha antepuesto el valor de la felicidad y del placer por cualquier otro valor y lo ha hecho universal. Ante la creación paulatina de una sociedad tan compleja como la actual y en su camino hacia la búsqueda del bienestar ante cualquier otra cosa, los riesgos se fueron incrementando a medida que se iba avanzando y las consecuencias de esta anteposición han sido brutales. El coste ha superado ya todo lo inimaginable. Para que millones de seres humanos aspiren a una vida de bienestar y de felicidad, otros miles de millones de seres humanos y otras decenas de miles de millones de seres no humanos o animales tienen que vivir una vida condenada al sufrimiento hasta la muerte porque así lo han decidido la minoría opulenta.

Como ya hemos hecho otras veces, debemos exponer varios ejemplos que corroboren esta afirmación, tan drástica como real:

Uno de ellos es aquel que empezó como rumor hace algunas décadas y que luego cobró auténtica y pasmosa veracidad sobre la explotación infantil que se venía produciendo en la industria textil. Millones de personas en el mundo se escandalizaron porque mucha de la ropa que compraba y vestía en el primer mundo había sido confeccionada en países asiáticos mediante condiciones esclavas. Poderosas multinacionales fueron señaladas como saqueadoras de mano de obra barata con el fin de incrementar sus cifras de beneficios en varios ceros a costa de la esclavitud de personas y niños. Aquella de las primeras fiebres contra la rapiña capitalista tuvo su interés social, pero poco a poco se fue olvidando y hoy el esclavismo infantil continúa aunque quizás en menor grado.

Otro ejemplo menos conocido pero no menos cruel es el de la industria tecnológica en su relación con las guerras ocurridas en las últimas décadas en el Congo y también con la esclavitud infantil y no infantil en la obtención del coltán para la fabricación de teléfonos móviles, televisores, portátiles, gps y otros aparatos electrónicos altamente sofisticados. Por desgracia, esta relación es desconocida por la mayoría de los consumidores del primer mundo que sucumben a las exhaustivas campañas de marketing persuadiéndolos para que compren más aparatos e incrementando a la vez las necesidades de este mineral escaso y maldito. El poder de la tecnología, en continuo crecimiento y su arraigo cada vez mayor en las nuevas generaciones, que son las que más consumen, es lo que posiblemente haya contribuido a que esta fatídica relación no haya sido tenida en cuenta de igual modo a la de la industria textil.

El último ejemplo que citaremos, a pesar de que hay muchos más, es aquel menos conocido todavía que el anterior hasta el punto de que es ignorado por la inmensa mayoría de la población occidental: la esclavitud y asesinato de decenas de miles de millones animales, necesarios para que millones de humanos disfruten comiéndolos o vistiéndose con sus pieles. La relación aquí es más fácil de ver, pues es directa. La diferencia es que ya no son humanos los explotados sino animales que no pertenecen a la especie humana, por lo que la mayoría de dichos humanos no se plantea esto como problema y aún así, el especismo imperante no excluye la verdad de que existe una altísima dosis de sufrimiento en cada uno de los individuos animales condenados y sacrificados para el bienestar humano. Sin embargo, y por lo general, el consumo de carne o pescado está relacionado más con la satisfacción de placeres que con la búsqueda de felicidad. Este culto por el placer tiene además una adicional dosis de autoengaño, pues son muchos los estudios que demuestran que el consumo de carne perjudica seriamente la salud física, algo que resulta incompatible con una vida sana y feliz.

Todos estos hechos y muchos más que obviamente no podemos incluir están claramente relacionados entre sí y tienen relaciones evidentes en algunos casos más que otros entre sufrimiento y búsqueda de felicidad o de placer. Por ello, no deben tomarse como hechos aislados, sino que es el conjunto de todos ellos lo que ratifica la continua búsqueda de placer de la masa opulenta frente a la miseria de la masa mal parada. Quererse vestir a la moda o cambiar de teléfono móvil cada año porque el que tenemos ya está anticuado no garantiza a nadie la felicidad perpetua, ni mucho menos atiborrarse de hamburguesas a diario, pero nos sumerge en un clima de falsedad social porque mediante la publicidad nos convencen para saciar nuestros deseos ante todo y se nos incita a comprar más objetos, lo que lleva irremediablemente a perpetuar el sufrimiento de las víctimas. Sin embargo, y al margen del análisis de las consecuencias del coste del placer, esta forma de condicionamiento mental jamás podrá aspirar a que ningún individuo pueda alcanzar la felicidad plena aún sin perjudicar a otros, pues si se lograra dicha felicidad las personas ya no necesitarían consumir más que lo justo y la trampa se acabaría. Sentimientos como la decepción, la envidia y el vicio son necesariamente mezclados entre la masa con la falsa búsqueda del placer buscando el objetivo de crear un clima de envidia y ambición generalizada y esto no tiene nada que ver con la felicidad.

Si ya de por sí la búsqueda de la felicidad es un valor con riesgos por su clara individualidad, la realidad que nos venden lo desborda ya que lo sitúa en la cúspide de los todos los valores. Que alguien logre ser realmente feliz o no es algo secundario pues lo importante es “vender que tenemos que colmar nuestros deseos a cualquier precio”. Por otra parte, ¿qué clase de mundo es aquel que sacrifica la libertad del individuo o el respeto mutuo por la felicidad y el placer?

Como dijo el filósofo hindú Krishnamurti, “no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Cuerpo y mente están incluidos en esta frase y efectivamente es esta falsa adaptación, la cuál nos venden como signo de felicidad e incluso de estatus, la que supuestamente lleva a una vida llena de placeres y posiblemente a la felicidad suprema, cuando en el fondo esto no deja de ser más que un síntoma evidente de la degradación humana. Por supuesto, los elevados costes que conlleva este engaño son siempre omitidos y aquí los hemos sacado a la luz.