27 de marzo de 2014

Decidir por los animales

Hoy en día la adopción y tenencia de animales de compañía en las casas se ve como una posible solución al problema de los “animales callejeros”. Pero, ¿realmente lo es? Si lo vemos desde la perspectiva de las posibles molestias que puedan causar a los ciudadanos parece que sí lo soluciona, aunque solo en parte porque los principales animales de compañía que son los perros deben seguir saliendo a la calle para cumplir parcialmente con algunas de sus necesidades naturales, siempre bajo la vigilancia de los dueños y sin causar molestias al resto de paseantes. Hasta aquí podríamos estar de acuerdo.


Veámoslo ahora desde la perspectiva de los propios animales y la cosa no estará tan clara, pues al fin y al cabo y por mucho que un animal casero esté en mejores condiciones que un animal callejero, al menos en cuestión de su propia seguridad, ninguno de estos animales ha tenido la oportunidad de decidir dónde y cómo quiere vivir. Lógicamente debemos decir que el contexto actual no le da muchas opciones, y es precisamente por esto por lo que a lo largo de miles de años su mundo natural se ha visto reducido por culpa de la civilización y su cercanía a los humanos ha sido impuesta, por lo que se han quedado sin opciones. Pero si lo analizamos más concienzudamente vemos que durante toda esta larga cantidad de años se han tomado miles, sino millones de decisiones en torno a estos animales y en general hacia todos los animales domésticos, desde su domesticación más primaria hasta la modificación genética, pasando por la formación en rebaños, su elección de uso, su amansamiento, la división en razas, o su selección artificial. Todas y cada una de estas decisiones han sido exclusivamente humanas y esto se traduce por una limitación de sus opciones de vida.


Pero hagamos una pequeña digresión: ¿pueden los animales decidir por sí mismos? Si tenemos la certeza y esto nadie lo puede negar, de que los animales domésticos fueron un día animales salvajes que desarrollaban sus necesidades primarias en plena naturaleza y en armonía con ella, debemos afirmar que al menos estos animales gozaron alguna vez de capacidad de decisión propia hasta que la especial evolución de un grupo, los animales humanos, utilizaron su creciente inteligencia para anulársela y transformarlo en esclavo. Por tanto, se puede decir que un animal salvaje tiene más opciones de decisión que un animal doméstico en tanto aquél continúa en libertad mientras que éste ha sido esclavizado y su capacidad de decisión reprimida a lo largo del tiempo. El hecho de que un animal doméstico no pueda decidir por sí mismo es por su condición únicamente de esclavitud (animales como recursos) o tenencia vigilada (animales de compañía o animales caseros) y no por otro hecho. En cuanto la condición de esclavitud se redujera empezaría a recuperarse su capacidad de decisión.


Así las cosas, cualquiera podría decir que un animal doméstico no podría sobrevivir en estado salvaje, pero ni falta que le haría en tanto el período de transición hacia la vida salvaje sería probablemente tan largo como ha sido el contrario. Aún así, no es esto lo que nos preocupa en este artículo, sino el hecho de que debemos afirmar que la domesticidad tan solo es un estado de anulación de voluntad animal o esclavitud que ni mucho menos niega la capacidad de decisión de los animales dotados de alma o conciencia. Por descontado, no discutiremos aquí tampoco si los animales tienen o no tienen alma puesto que no dudamos de ello (en este blog hemos dado ya suficientes argumentos que demuestran que los animales poseen alma).


Volviendo a la cuestión principal y centrándonos únicamente en los animales domésticos, que son sin duda los que poseen menos opciones de decisión, es fácil deducir que a mayor grado de domesticidad o esclavitud, menos opciones de decisión y así, los animales de compañía como los perros o los gatos, gozan de una mayor capacidad de decisión que el resto, siendo los primeros en la pirámide en cuanto a trato recibido por los humanos. Las diferencias abismales en cuanto al trato recibido entre los primeros y los últimos de la pirámide -los animales como recursos- guardan relación con el uso que se les ha dado en la historia aunque no en todos los lugares del mundo han sido siempre utilizados de la misma manera. Al margen de las diferencias culturales y religiosas, el uso de animal de compañía -porque no deja de ser uso- otorga a estos una mayor calidad de vida por lo general dependiendo del dueño que le haya tocado, mientras que el uso como recurso, que son la mayoría (vacas, cerdos, ovejas, cabras, gallinas, pollos, caballos, toros, camellos, etc.) están condenados a una vida de esclavitud y enorme sufrimiento incluso hasta en el momento de su muerte. Cabe decir que hay animales como los conejos que son usados tanto como recurso como animal de compañía.


Tantos unos como otros, los animales siguen siendo sometidos a nuestros deseos y exigencias. En el caso de los animales como recurso, el sometimiento es brutal, su capacidad de decisión es nula puesto que ha sido totalmente sustituida por las innumerables decisiones humanas que aún hoy en día continúan afectando a su esencia comportamental, anatómica y genética. El lugar donde nacen, malviven y mueren está intencionadamente alejado de las grandes poblaciones y los métodos empleados son ocultados al público y a los medios de comunicación para que no se sepa la verdad. No se tiene en cuenta su capacidad de sufrimiento ni su capacidad de decisión y la consideración general hacia ellos es de absoluta indiferencia.


En los animales de compañía, el sometimiento se ha relajado más, son mejor considerados y se tiene en cuenta su capacidad de sufrimiento, pero en absoluto su capacidad de decisión, ya que estos animales siguen siendo sometidos al proceso de vida humana social. Se decide el lugar en donde van a vivir, la compañía que tendrán, su alimentación, el deber de ser castrados como un “mal necesario”, las horas para salir a hacer sus necesidades y a jugar, e incluso el falso convencimiento de interpretar sus sentimientos cuando en el fondo son tan distantes que jamás podremos ni siquiera intuirlos. Tras años de esfuerzo por sacar a los animales de su hábitat y de modificar su esencia solo para satisfacer nuestra sed de dominación, incluso los animales que supuestamente viven mejor y sufren menos están sometidos a nuestros deseos de forma egoísta.


A menudo se fomenta la adopción de los animales de compañía para acabar con su tráfico y abandono, pero la adopción no es más que un mal menor que sirve para calmar las conciencias y potenciar el egoísmo humano frente a los animales sometidos a nuestros deseos. Pese a lo que se diga, ni un piso es un lugar idóneo para un perro o gato ni el pienso industrial su alimentación natural. Y a pesar de que muchos dueños se esfuerzan a diario para darles todo su cariño, las condiciones de vida acelerada, el hacinamiento de las ciudades y la falta de tiempo de las personas en una sociedad de masas no podrán ser nunca compatible con las necesidades de ningún animal doméstico de compañía.


Una solución para devolver a los animales domésticos su capacidad de decisión y que tenga en cuenta sus intereses en vez de los de los humanos, pasa exclusivamente por su desadaptación a las exigencias humanas y por tanto su vuelta a la naturaleza, sea ésta de la forma que sea y tarde el tiempo que tarde.

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