29 de junio de 2014

La dependencia de lo material

La sociedad moderna occidental ha desechado el cultivo espiritual hasta el punto de sustituirlo totalmente por el afán de lo material. Así, mientras el consumo ejerce un poder irrefrenable en la psique de los individuos cuyo resultante es una nueva ideología, la atracción por todo lo material viene a completar y moldear el comportamiento y los valores de dichos individuos. Al anteponer todo lo que representa los objetos físicos al desarrollo del espíritu, éstos han ido acumulando a lo largo de la historia tal importancia que añadido al sentido de la propiedad han ejercido un poder sublime sin rastro de comparación alguna.

Como decimos, en la historia, la sustitución gradual de la consideración de lo material por la espiritual ha evolucionado como siempre y hartos de ser reiterativos, con el culto al progreso y la tecnología propias de cada época. Todos y cada uno de los acontecimientos históricos desde la esclavitud hasta las conquistas por parte de los grandes imperios precisaron de un alto poder de invención y despliegue de objetos de todo tipo, que fueron evolucionando hasta la culminación de las máquinas modernas y el sistema productivista. Así, mientras sociedades enteras se afanaban en formar y mejorar sus medios, el cultivo de la psique, a lo que llamamos desarrollo espiritual, ha sufrido en detrimento una drástica involución.

Todo viene de la oposición entre materia y espíritu o el equivalente de cuerpo y alma, y de lo que numerosos filósofos han teorizado a lo largo de la historia. Sobre la teoría no vamos a discutir aquí, pues esto no es un tratado filosófico, pero sí que daremos argumentos para tratar de justificar que dicha oposición existe en la práctica como una seria amenaza de la degradación humana. No obstante, debemos empezar diciendo que dicha oposición no puede darse ni se da en los humanos más primitivos ya que todo espíritu -centrándonos esta vez exclusivamente en los animales humanos y considerando que los animales también poseen espíritu- necesita un mínimo de materia para sobrevivir y que debe proveerse del medio, llámese alimento, agua, abrigo o techo. Es decir, el espíritu no puede desarrollarse sin la cobertura mínima de esta materia, por lo que en este estadio primario la relación entre la materia y el espíritu es complementaria. Es con el paso gradual primero y explosivo después de una economía basada en la subsistencia hacia una economía productivista cuando aparece sin preámbulos e irremediablemente la oposición definitiva entre materia y espíritu.

El problema aparece cuando el ser humano evoluciona del largo tiempo de la supervivencia para entrar con fuerza en el período de la economía productivista, la abundancia o el abastecimiento controlado de los recursos. También influye de forma significativa el definitivo paso hacia el sedentarismo, por lo que el almacenaje de materia prima, herramientas y objetos fabricados es posible, ya que no hay que transportarlos. Así, el nuevo ser humano descubre poco a poco que se puede vivir perfectamente con algo más que la materia mínima necesaria, sin preguntarse dónde se hallaría el límite, algo que en pocas ocasiones se ha preguntado. Las necesidades mínimas van perdiendo su importancia dando paso a miles de nuevos deseos que con el tiempo se convierten en necesidades.

En aquel momento se vivía al día y todo era descubrir e inventar, por lo que es difícil pensar que aquellos seres humanos tuvieran la opción de plantearse las consecuencias de la acumulación ilimitada de materia, que por otra parte obedecía a una serie de circunstancias incipientes como el aumento de la población o la especialización en el trabajo. Tampoco podía llegar a imaginarse nadie el nivel de dependencia que ha alcanzado en la era moderna la acumulación material y más concretamente de objetos tecnológicos que nos sumergen en una forma extraña y aparentemente inocua de atracción virtual. Esta dependencia se ve reforzada por la continua incitación de la publicidad a incrementar el consumo. Por desgracia, pocos pudieron a su vez  preguntarse sobre la involución que sufriría el cultivo del espíritu al dedicar tanto empeño, trabajo y tiempo a la incipiente fabricación de materia prima en objetos.

Pero cualquiera podría cuestionar al respecto qué hay de malo en rodearse de cosas materiales e incluso qué significa exactamente eso de cultivar el espíritu y si realmente hay oposición con lo material. Para la primera cuestión debemos ser obligatoriamente objetivos, pues si no, es imposible cerciorarse del problema: si bien para una población rural de hace siglos el gasto de materia prima no era significativo, la acumulación de objetos diversos para abastecer a una población que se cuenta ya en miles de millones de individuos en todo el mundo supone un enorme gasto de materia prima natural, o lo que es lo mismo, la esquilmación extrema de los recursos naturales, su agotamiento y además, la modificación irrecuperable de los ecosistemas con el exterminio de miles de especies vitales para el buen funcionamiento de dicho ecosistema. Esto nos lleva a la conclusión de que la dependencia de lo material del mundo postmoderno es definitivamente incompatible con el equilibrio natural.

La segunda cuestión, concerniente al cultivo del espíritu, es algo complicada de definir, pero lo que sí haremos es delimitar el marco en el que el cultivo del espíritu debe desarrollarse. Como bien nos han enseñado a lo largo de los tiempos algunas de las culturas orientales, únicamente la renuncia a la tentación material puede llevarnos a un estado de paz con nuestra conciencia en nuestra relación con lo que nos rodea, por dos razones eminentemente contextuales: la primera es efectivamente la de no caer en el vicio de la tentación y la dependencia, la segunda es la de llegar a la certeza de que la acumulación y a su vez la incitación por lo material supone en la práctica social un descomunal gasto de recursos, la trágica destrucción de hábitats y formas de vida, y un desproporcionado incremento de la violencia, lo que nos lleva a elegir la renuncia de lo material como uno de los caminos imprescindibles para una futura integración del ser humano en el medio. Por supuesto, hay que añadir que no es la renuncia a lo material el único camino: quizás la continencia reproductiva podría evitar un aumento descontrolado de la población, por poner tan solo un ejemplo, aunque esta sería otra cuestión digna de argumentar de forma más exhaustiva.

En cuanto a si existe una relación inversa entre acumulación de material y descuido de lo espiritual, nos lo suelen demostrar muchas de estas sociedades orientales en épocas más pasadas que actuales -ya que el apego por lo material también tiene la característica aciaga del contagio cultural-. Como decimos, algunas culturas y pueblos orientales han practicado desde hace milenios la renuncia de lo material en detrimento del cultivo espiritual, haciéndonos ver que el desarrollo de lo primero repercute clarísimamente en el desarrollo de lo segundo hasta el punto de que la dependencia de lo material impide de forma definitiva el cultivo del espíritu. Si bien se admite que la vida no es posible sin el consumo de materia mínima necesaria, se admite a la vez que la integración respetuosa de la vida humana en el medio sólo es posible con la continencia o renuncia de los deseos y necesidades subsiguientes.

En la desenfrenada sociedad occidental, el materialismo imperante contribuyó en primer término a la justificación de la propiedad de la tierra, de las viviendas, de los medios de producción y de prácticamente todo. En segundo lugar, supuso un camino fácil hacia la creación de clases sociales y del status, justificando el dicho de “tanto tienes, tanto vales”,  y por último, ha culminado en una aportación insidiosa al culto a la felicidad y el placer, degradando a las personas y convirtiéndolas en máquinas consumistas. Así, el humano occidental se ha rodeado de miles de objetos superfluos de lujo y ha antepuesto su tenencia y conservación a cualquier otro valor humano.

En la actualidad se da ahora una aproximación creciente y a la vez engañosa sobre la espiritualidad y su relación evidente con las culturas orientales. Si bien éstas, como hemos dicho, han dado muestras de un mayor conocimiento del funcionamiento de la mente humana mediante el desapego y las técnicas del desarrollo y control del interior de la mente, no resulta del todo extrapolable dichas técnicas a la cultura occidental debido a la gran cantidad de diferencias esenciales históricas y religiosas entre una cultura y otra. En realidad, no es absolutamente necesario recurrir a ellas para darse cuenta de las consecuencias entre la oposición de materia y espíritu, pues la renuncia de la dependencia material es un ejercicio que deriva de la lógica contextual y de una perspectiva de lo que nos rodea únicamente objetiva.

Al margen de las enseñanzas orientales sobre el cultivo del espíritu, éste debe ser tenido en cuenta más para lo que sirve en su práctica que por la probable ambigüedad de su significado: el cultivo del espíritu tiende a reducir las necesidades físicas anulando por tanto la tentación de la acumulación material, de la idea de propiedad y del consumo frenético; a su vez, el cultivo del espíritu nos ayuda a ver la relación entre la renuncia material y la compatibilidad de la especie humana con el medio natural; en definitiva, el cultivo del espíritu, libre de todo afán material, es por fuerza un propulsor vital en nuestra relación con el medio, basado en el respeto de todas las formas de vida y en la certeza de que la continencia, la moderación y la renuncia son la base de la integración humana en el equilibrio natural.

12 de junio de 2014

De vueltas con el fútbol (2ª parte). Fenómeno de masas

En la primera parte de esta nueva crítica comparábamos al fútbol con los efectos de las religiones en la historia, hasta el punto que lo hemos considerado como una nueva forma de religión moderna. Ahora es el momento de poner las cosas en su sitio en forma de advertencia: el fútbol no es sólo una religión moderna, tampoco es sólo un gran negocio como pocos formado por miles de empresas que genera y mueve legal e ilegalmente millones de euros en todo el mundo, contribuyendo sobradamente a la perpetuación de un sistema económico corrupto en su esencia. El fútbol es algo más peligroso que eso, es la degradación de todo lo humano, porque es una de las muchas formas de fenómeno de masa que solamente puede darse como tal en las sociedades de masas.

Como acabamos de anticipar, el fútbol es un fenómeno inherente a las sociedades de masas, y esto quiere decir que se ha desarrollado con la formación y evolución de las mismas; aun así, hay que dejar claro que el fenómeno en sí es una consecuencia directa de la sociedad de masas, que sólo puede darse cuando ésta se forma y no al revés.

Como fenómeno de masa dirigida, el fútbol consigue reunir a millones de personas en lugares y momentos concretos pendientes de la televisión y no solo eso, consigue que incluso fuera del horario habitual de los partidos, millones de personas continúen pendientes del fútbol. Es más, la pasión que desata este fenómeno social es tan desmedida que consigue que muchas de estas personas queden atrapadas por él y no sean capaces de analizarlo objetivamente. Esto significa que incluso antes y después de cada partido, millones de personas hablan de fútbol a todas horas, desviando al mismo tiempo la atención de otros asuntos, a buen seguro, más importantes que una competición deportiva. Y no solo nos referimos a asuntos políticos o sociales, asuntos que normalmente son importantes porque suelen afectar directamente a la vida de las personas, sino a otros asuntos igual de importantes pero ocultos como la destrucción medioambiental o el holocausto de millones de animales, motivado en gran parte por los fenómenos de masa. De hecho, queda sobradamente demostrado que todo fenómeno de masa se suele formar por la expresión de la barbarie, la irracionalidad, el exclusivismo hedonista o el culto por el progreso, entre otros factores, sin que tengan que reunir todos a la vez.

Como fenómeno de masa, el fútbol crea el aborregamiento de las personas, que sería el equivalente culto de afirmar que crea su alienación, es decir, su potencial estriba en la dirección de las masas por parte del poder como si fueran rebaños de ovejas fácilmente de guiar hacia su propio interés, distrayéndolas de cualquier asunto crucial, privando cualquier atisbo revolucionario o de simple cuestionamiento  de lo establecido, y lo que es fundamental, alinear adeptos y fieles que no se den cuenta nunca de que apoyar el fútbol es apoyar el poder.

Aunque no se debe limitar el fenómeno de masa como algo exclusivo de la era moderna, ya que se puede hablar con rigor de que religiones tan antiguas como el cristianismo o el islam ya fueron auténticos fenómenos de masa intencionadamente dirigidos, sí que se puede hablar como algo que se extiende de forma homogénea en la época postmoderna o era industrial, en donde la masificación en ciudades es un signo evidente y propiciatorio. Es además cuando se consolida definitivamente la sociedad de masas mediante un evidente proceso repetido de factores en tiempos muy próximos y en las zonas más opulentas del planeta: desruralización, urbanismo a gran escala, concentración con ritmo ascendente de personas desconocidas en espacios pequeños (masificación), creación y extensión de estados burocratizados, progreso industrial y tecnológico, sistema de competitividad y sistema de productividad y consumo. El fútbol las cumple sin omisión alguna, y a pesar de que se diga que es un deporte, antes que deporte es consumismo frenético, gran negocio, capitalismo, antiecologismo y fenómeno de masas.

El fútbol es una forma evidente de consumismo ya sea viéndolo en directo o en la televisión, medios idóneos para insertar miles de anuncios que incitan a los espectadores a más consumo. Además, el fútbol se nutre de la promoción de miles de artículos que mediante estrategias publicitarias engañosas aprovechan las grandes competiciones para bombardear no sólo a los adeptos, sino incluso a quienes no les interesa lo más mínimo. Por supuesto, cualquier estrategia publicitaria es dirigida a todo el mundo, porque todo el mundo es susceptible de caer en sus garras y el fútbol es un medio con un potencial inmenso.  

El fútbol fomenta el sentido de la competitividad que es a su vez el sentido básico del sistema económico imperante, y esto no puede ser casual. Aunque a priori son equipos y selecciones de países los que compiten entre sí, a menudo, dichos equipos representan auténticos grupos empresariales que además operan en otros sectores económicos. Se podrá decir que todos los deportes tienen en común la competición y así es, pero ¿por qué la competitividad ha llegado a ser en casi todos ellos lo prioritario? El fenómeno de masa lo puede explicar a la perfección, porque sin competitividad no habría rivalidad entre clubes, ni pasiones desatadas, ni fanatismo, ni euforia colectiva, ni patriotismo. Es por tanto el fenómeno de masa el que pide y justifica el sentido de la competitividad olvidando el sentido del deporte por su pura esencia de simple movimiento para el bienestar de la salud física y psíquica.

El fútbol fomenta valores tan retrógrados como la barbarie, la violencia, la euforia colectiva, el sentido de la gloria, de la supremacía y la rivalidad, el poder, el desahogo, el mal menor y el orgullo local y nacional, pero por otra parte contribuye sin duda y gracias al sistema productivista-consumista al culto del progreso. Esto, que podría presentarse como una incuestionable paradoja, explica sin embargo cómo los fenómenos de masa contribuyen de forma definitiva a perpetuar la idea del progreso, precisamente porque las masas pueden expresar la irracionalidad por un lado y las ansias de consumo por el otro, pueden expresar su lado más visceral al mismo tiempo que exigen innovación. Esta dicotomía, que en esencia presenta sentimientos opuestos, es sin embargo una de las características propias de la modernidad, la mezcla repetida de sentimientos de tradición con los de progreso y no tiene porqué anular de modo alguno el culto por el progreso que se viene dando desde hace miles de años.  

Esto no quiere decir que el fútbol forme parte de la naturaleza humana por la cantidad de valores retrógrados que fomenta, como parece que quiso decir alguien en uno de los comentarios que se hicieron defendiendo este fenómeno. De hecho, es muy difícil hablar a estas alturas de que pueda existir una naturaleza humana concreta, debido a la cantidad de desviaciones evolutivas culturales que gracias a más por las circunstancias que por la voluntad se han dado en la historia de la humanidad. Y en caso de existir es más factible encontrarla en estados primarios de evolución ausentes prácticamente de cultura que no en estados modernos, en donde el ser humano se empeña constantemente en alejarse de la naturaleza creando mundos virtuales que extrañan cada vez más su esencia más natural. Al caso quiero añadir que en este blog se distingue claramente lo que puede definirse como naturaleza humana -aquí no lo haremos por la propia duda de su existencia, salvo en el estado más primario- y la naturaleza de las diferentes especies animales que apenas han sido influenciadas por circunstancias tan especiales como las de la especie humana.

Por supuesto, el fútbol no es el único fenómeno de masa moderno ya que existen otros como la el consumismo en general, la televisión, la tecnología, la moda, el tráfico rodado, el turismo, otros deportes o incluso la religión tradicional, que aunque es un fenómeno muchísimo más antiguo no deja de conservar y mover a millones de fieles en todo el mundo. Con todo, y a pesar de lo cuál, estamos en situación de afirmar que el fútbol es uno de los fenómenos de masa más extendido y que afecta a un mayor número de países en el mundo, pero además es uno de los fenómenos de masa más dañino que afecta gravemente la transformación de una nueva sociedad humana que pueda integrarse en el medio natural y que esté fundada en su respeto absoluto, cuestionando la idea del progreso en todas sus formas. Dicha sociedad, aunque resulte obvio decirlo, debe tender a cuestionar y eliminar la formación de sociedades de masas y de los fenómenos que las sostienen como aspecto de incompatibilidad con el equilibrio natural y como contribución drástica de la degradación humana.

a.

1 de junio de 2014

De vueltas con el fútbol (1ª parte). Una forma moderna de religión

En una de las primeras entradas que publicaba en este blog hacía una breve introducción de   por qué se puede hablar con todo rigor de que el fútbol es el “nuevo opio del pueblo”. Dos años después he comprobado que de todas las entradas que he publicado, ésta ha sido la más visitada con casi mil visitas y numerosos comentarios, de los que la muchos de ellos estaban en claro desacuerdo. Es por este hecho por lo que he creído oportuno volver a sacar el tema con el objetivo de demostrar por qué se puede hablar una vez más y con más argumentos si cabe de que el fútbol es hoy en día el opio del pueblo o lo que es casi lo mismo, una nueva forma de religión.

¿Y por qué se puede equiparar esta frase a la formulada por Carlos Marx allá por el siglo XIX refiriéndose a la religión? Sencillamente porque el fútbol crea los mismos efectos que la ésta, además de otros. El fútbol, al igual que la religión, tiene millones de adeptos que adoran con cánticos y gritos a sus equipos, tiene millones de fanáticos que adoran con la máxima pasión a dichos equipos, y que humillan y desprecian a quienes no piensen como ellos.

Al igual que la religión tiene sus dioses, el fútbol también, aunque eso sí, de carne y hueso: los jugadores, que son tomados como ídolos, modelos a imitar desde la infancia. Al igual que la religión tiene curas y obispos, el fútbol tiene emisarios, representantes que se dedican a formular toda una serie de teorizaciones que justifiquen al populacho la necesidad que tienen de fútbol y al igual que lo hacía la aristocracia más opulenta de la edad dorada de la iglesia católica, por citar un ejemplo de religión, estos emisarios se llenan los bolsillos a costa de los socios y de toda la publicidad que rodea al fútbol, que no es poca.

El fútbol, al igual que las religiones tienen las iglesias, las mezquitas o demás centros de culto, tiene también lugares inmensos donde reunir a los adeptos y fanáticos, los estadios de fútbol, las ciudades deportivas, salas de socios y medios de comunicación, y aunque en principio no sean para eso, multitud de bares se han creado para reunir a los adeptos durante los partidos, ofreciendo televisores gigantes en donde se pueden ver los partidos y donde los adeptos pueden desahogarse tranquilamente.

Al igual que casi todas las religiones tienen sus celebraciones periódicas como días de culto especial en donde millones de fieles exaltaban y exaltan a seres fantásticos como la Virgen o reales como el Papa, el fútbol celebra asimismo cada cuatro años como mínimo los mundiales en los que se enfrentan los países de todo el mundo y que también sirve como una forma de exaltación de la patria, además de otras celebraciones continentales entre clubes de diferentes países en los que se exaltan a los propios clubes o jugadores y en donde el conjunto de símbolos es exhibido como signo de culto. Si bien es cierto que el fútbol es una celebración cuya esencia es la competición entre diferentes equipos, la esencia de la religión es otra cosa muy distinta. Pero aquí lo que estamos analizando son los efectos que comparten como fenómenos de masas dirigidos y controlados.

El último ejemplo de semejanza es de tipo social: la religión desacreditaba y señalaba a aquel que osara rebelarse contra ella y en los casos más extremos, que eran muchos, acusaban de herejes a quienes se rebelaran, los torturaban o los quemaban en la hoguera. Ciertamente en la edad moderna la nueva forma de religión del fútbol no quema a las personas en ninguna hoguera pero los fanáticos desprecian y humillan a quienes se deciden valientemente a criticar con razones la lacra del fútbol. Y para demostrar esto, me remitiré a dos de los comentarios más rabiosos que me llegaron tras el artículo “fútbol: el nuevo opio del pueblo” y que define muy bien a dónde quiero llegar. No deja de ser casual que cuando haces críticas al gobierno o a los bancos o incluso a otro fenómeno de culto moderno como es el progreso o la tecnología pocos o nadie te responde o bien porque están de acuerdo o porque no les importa tanto, pero cuando pones al mismo nivel la religión del fútbol son numerosas las voces que salen en su defensa, eso sí, solo mediante insultos, acusaciones hacia la persona que critica, sin argumentos, sacando de dentro la rabia y el fanatismo, lanzando pobres palabras necias inconscientes de que el fútbol no es más que un obstáculo hacia la transformación social. 

Caer en la demagogia es extremadamente fácil, pero aún así es no excusa si quieres manifestar una opinión mediante argumentos. Hablas como si de no haber forofismo y fanatismo futbolístico las desigualdades sociales, las hambrunas, las guerras y todo tipo de lacras que campan en este planeta cobrarían importancia capital en la sociedad. La culpa de esto no es el fútbol, es del ser humano y su sociedad, que no tomará en importancia algo que no le afecte directamente, y menos si es a miles de kilómetros. El fútbol no es más que una afición exagerada que posiblemente sea más tomada en cuenta de lo que se debe, pero culparle a él del aborregamiento social no es correcto.

Palabras sin sentido y pobres que demuestran no haber entendido nada de lo que se quería expresar en el artículo. Y aunque al primero ya respondí en su momento, vuelvo a aclararlo ahora: nadie culpa al fútbol de los males de la sociedad, porque el fútbol ya es un mal en sí mismo: como he dicho antes, el fútbol impide la transformación de la sociedad porque tiene la capacidad omnipotente de absorber a las masas, de sumirlas en el fanatismo y la ignorancia, de desviar lo trascendental que representa el respeto por la naturaleza y las formas de vida, de no darnos cuenta del desastre del progreso y de la arrogancia humana. Para corregir la frase final del comentario, habría que decir lo siguiente: el fútbol, mal que les pese a los adeptos, contribuye directamente al aborregamiento social.


El texto es demagogia pura y dura.

Igual se puede hablar de los adeptos intelectuales, cada vez más numerosos, que abogan por borrar de la especie humana cualquier atisbo de su esencia, de su naturaleza.

Alguno debería existir sin cuerpo ni alma, su existencia impresa en un circuito o chip que lo hiciera eterno, seguro que sería más feliz que entre tanto "animal y borrego" como nos llaman estos "seres superiores al resto".


El siguiente comentario demuestra una mayor dosis de rabia que el anterior. Las primeras palabras son una copia: aludir a la demagogia es un patético recurso utilizado cuando nada se tiene que decir. Pero la cosa tiene su miga: en este comentario se trata inútilmente de darle la vuelta a la tortilla, diciendo que los “adeptos intelectuales” pretenden borrar la naturaleza humana, pero no aclara a qué se refiere con esto. ¿Cuál es la naturaleza humana? ¿Acaso está sugiriendo que el fútbol forma parte de dicha naturaleza? En el siguiente párrafo, tan escueto como absurdo, es en donde viene la acusación -sin argumentos, claro está- recurriendo al sarcasmo: es la ignorancia la que lleva a sentirse ofendido cuando se hacen críticas comparativas. Si el fútbol es una forma de aborregar a las masas es porque lo es, pero bien dignas que son las ovejas que siguen a un indigno pastor que las amansó, lo mismo se puede decir de los engañados futboleros que no hacen más que seguir a quienes los dirigen en su beneficio, los gobiernos y las empresas de los que, para más inri, luego se quejan. La diferencia es que las pobres ovejas jamás alzarán su voz contra la opresión a las que son sometidas, pero los humanos encima patalean y defienden a quienes los oprimen. El colmo de todos los colmos.

Al margen de estos comentarios que bien podrían generalizarse, citaré como ejemplo dos de las defensas más lamentables que se escuchan por parte de los adeptos. La primera es aquella que dice que “el fútbol une a las personas” (se sobreentiende “une en la amistad”) y que no deja de ser una gran mentira. Esto bien merece una nueva aclaración: entendiendo que el que ha difundido esta majadería no especifica nunca dónde se unen las personas, iremos desgranándola por partes:

Si se afirma que se hacen amigos en los estadios, resulta del todo imposible que miles de personas desconocidas puedan hacer amigos en un lugar en donde solo se va a gritar y despotricar.

Si se afirma que se hacen amigos en las casas en donde se queda para ver los partidos, normalmente con quienes se quedan en estos lugares íntimos es con amigos previos o con familiares, luego no se suelen hacer nuevos amigos.

Si se afirma que se hacen amigos en los bares, hay que reconocer que quizás sea este el lugar más propicio para ello, y posiblemente se harán, pero en el fondo no dejarán de ser casos puntuales y anecdóticos.

Por tanto, podríamos concluir que el fútbol como mucho podrá unir en el fanatismo y en el borreguismo, pero no en una verdadera relación de amistad. Y si hay casos que de verdad se dan, habríamos dado un paso atrás ya que precisamente es lo que quieren los directores de orquesta, que la gente se una por cosas tan nimias como el fútbol y para el fútbol. Esto demuestra quién es el autor de la difusión de esta dichosa frase. A buen entendedor...

Aludir a este recurso tan pobre para defender lo “bueno y maravilloso” que es el fútbol es obviar la realidad, recurrir a lo inrecurrible y encima mentir con alevosía.

La siguiente defensa es mucho más sutil, pero igual de lamentable: se ha difundido la idea de que a quienes no les gusta el fútbol es porque no lo entienden, como queriendo decir que este deporte es una ciencia o un arte, solo apto para quienes se apasionan con él. En primer lugar,  la práctica del fútbol no es más básica y sencilla que cualquier otro deporte de equipo o de pelota y cualquiera puede entenderlo si se lo propone. Pero en segundo lugar, este recurso solo demuestra la arrogancia de quienes lo utilizan porque sirve para darle más importancia de la que realmente tiene, con la intención añadida de despejar cualquier duda al respecto, puesto que no entender de algo no tiene por qué equivaler a no gustarte ese algo. De hecho, a la mayoría de las personas que no les interesa el fútbol no tienen necesidad alguna de entenderlo, ni quieren. Mucho menos a quienes analizan con rigor lo que de verdad representa. En el fútbol, el juego es lo trivial, el poder que ejerce en las personas es lo sustancial. O como dijo Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.