29 de junio de 2014

La dependencia de lo material

La sociedad moderna occidental ha desechado el cultivo espiritual hasta el punto de sustituirlo totalmente por el afán de lo material. Así, mientras el consumo ejerce un poder irrefrenable en la psique de los individuos cuyo resultante es una nueva ideología, la atracción por todo lo material viene a completar y moldear el comportamiento y los valores de dichos individuos. Al anteponer todo lo que representa los objetos físicos al desarrollo del espíritu, éstos han ido acumulando a lo largo de la historia tal importancia que añadido al sentido de la propiedad han ejercido un poder sublime sin rastro de comparación alguna.

Como decimos, en la historia, la sustitución gradual de la consideración de lo material por la espiritual ha evolucionado como siempre y hartos de ser reiterativos, con el culto al progreso y la tecnología propias de cada época. Todos y cada uno de los acontecimientos históricos desde la esclavitud hasta las conquistas por parte de los grandes imperios precisaron de un alto poder de invención y despliegue de objetos de todo tipo, que fueron evolucionando hasta la culminación de las máquinas modernas y el sistema productivista. Así, mientras sociedades enteras se afanaban en formar y mejorar sus medios, el cultivo de la psique, a lo que llamamos desarrollo espiritual, ha sufrido en detrimento una drástica involución.

Todo viene de la oposición entre materia y espíritu o el equivalente de cuerpo y alma, y de lo que numerosos filósofos han teorizado a lo largo de la historia. Sobre la teoría no vamos a discutir aquí, pues esto no es un tratado filosófico, pero sí que daremos argumentos para tratar de justificar que dicha oposición existe en la práctica como una seria amenaza de la degradación humana. No obstante, debemos empezar diciendo que dicha oposición no puede darse ni se da en los humanos más primitivos ya que todo espíritu -centrándonos esta vez exclusivamente en los animales humanos y considerando que los animales también poseen espíritu- necesita un mínimo de materia para sobrevivir y que debe proveerse del medio, llámese alimento, agua, abrigo o techo. Es decir, el espíritu no puede desarrollarse sin la cobertura mínima de esta materia, por lo que en este estadio primario la relación entre la materia y el espíritu es complementaria. Es con el paso gradual primero y explosivo después de una economía basada en la subsistencia hacia una economía productivista cuando aparece sin preámbulos e irremediablemente la oposición definitiva entre materia y espíritu.

El problema aparece cuando el ser humano evoluciona del largo tiempo de la supervivencia para entrar con fuerza en el período de la economía productivista, la abundancia o el abastecimiento controlado de los recursos. También influye de forma significativa el definitivo paso hacia el sedentarismo, por lo que el almacenaje de materia prima, herramientas y objetos fabricados es posible, ya que no hay que transportarlos. Así, el nuevo ser humano descubre poco a poco que se puede vivir perfectamente con algo más que la materia mínima necesaria, sin preguntarse dónde se hallaría el límite, algo que en pocas ocasiones se ha preguntado. Las necesidades mínimas van perdiendo su importancia dando paso a miles de nuevos deseos que con el tiempo se convierten en necesidades.

En aquel momento se vivía al día y todo era descubrir e inventar, por lo que es difícil pensar que aquellos seres humanos tuvieran la opción de plantearse las consecuencias de la acumulación ilimitada de materia, que por otra parte obedecía a una serie de circunstancias incipientes como el aumento de la población o la especialización en el trabajo. Tampoco podía llegar a imaginarse nadie el nivel de dependencia que ha alcanzado en la era moderna la acumulación material y más concretamente de objetos tecnológicos que nos sumergen en una forma extraña y aparentemente inocua de atracción virtual. Esta dependencia se ve reforzada por la continua incitación de la publicidad a incrementar el consumo. Por desgracia, pocos pudieron a su vez  preguntarse sobre la involución que sufriría el cultivo del espíritu al dedicar tanto empeño, trabajo y tiempo a la incipiente fabricación de materia prima en objetos.

Pero cualquiera podría cuestionar al respecto qué hay de malo en rodearse de cosas materiales e incluso qué significa exactamente eso de cultivar el espíritu y si realmente hay oposición con lo material. Para la primera cuestión debemos ser obligatoriamente objetivos, pues si no, es imposible cerciorarse del problema: si bien para una población rural de hace siglos el gasto de materia prima no era significativo, la acumulación de objetos diversos para abastecer a una población que se cuenta ya en miles de millones de individuos en todo el mundo supone un enorme gasto de materia prima natural, o lo que es lo mismo, la esquilmación extrema de los recursos naturales, su agotamiento y además, la modificación irrecuperable de los ecosistemas con el exterminio de miles de especies vitales para el buen funcionamiento de dicho ecosistema. Esto nos lleva a la conclusión de que la dependencia de lo material del mundo postmoderno es definitivamente incompatible con el equilibrio natural.

La segunda cuestión, concerniente al cultivo del espíritu, es algo complicada de definir, pero lo que sí haremos es delimitar el marco en el que el cultivo del espíritu debe desarrollarse. Como bien nos han enseñado a lo largo de los tiempos algunas de las culturas orientales, únicamente la renuncia a la tentación material puede llevarnos a un estado de paz con nuestra conciencia en nuestra relación con lo que nos rodea, por dos razones eminentemente contextuales: la primera es efectivamente la de no caer en el vicio de la tentación y la dependencia, la segunda es la de llegar a la certeza de que la acumulación y a su vez la incitación por lo material supone en la práctica social un descomunal gasto de recursos, la trágica destrucción de hábitats y formas de vida, y un desproporcionado incremento de la violencia, lo que nos lleva a elegir la renuncia de lo material como uno de los caminos imprescindibles para una futura integración del ser humano en el medio. Por supuesto, hay que añadir que no es la renuncia a lo material el único camino: quizás la continencia reproductiva podría evitar un aumento descontrolado de la población, por poner tan solo un ejemplo, aunque esta sería otra cuestión digna de argumentar de forma más exhaustiva.

En cuanto a si existe una relación inversa entre acumulación de material y descuido de lo espiritual, nos lo suelen demostrar muchas de estas sociedades orientales en épocas más pasadas que actuales -ya que el apego por lo material también tiene la característica aciaga del contagio cultural-. Como decimos, algunas culturas y pueblos orientales han practicado desde hace milenios la renuncia de lo material en detrimento del cultivo espiritual, haciéndonos ver que el desarrollo de lo primero repercute clarísimamente en el desarrollo de lo segundo hasta el punto de que la dependencia de lo material impide de forma definitiva el cultivo del espíritu. Si bien se admite que la vida no es posible sin el consumo de materia mínima necesaria, se admite a la vez que la integración respetuosa de la vida humana en el medio sólo es posible con la continencia o renuncia de los deseos y necesidades subsiguientes.

En la desenfrenada sociedad occidental, el materialismo imperante contribuyó en primer término a la justificación de la propiedad de la tierra, de las viviendas, de los medios de producción y de prácticamente todo. En segundo lugar, supuso un camino fácil hacia la creación de clases sociales y del status, justificando el dicho de “tanto tienes, tanto vales”,  y por último, ha culminado en una aportación insidiosa al culto a la felicidad y el placer, degradando a las personas y convirtiéndolas en máquinas consumistas. Así, el humano occidental se ha rodeado de miles de objetos superfluos de lujo y ha antepuesto su tenencia y conservación a cualquier otro valor humano.

En la actualidad se da ahora una aproximación creciente y a la vez engañosa sobre la espiritualidad y su relación evidente con las culturas orientales. Si bien éstas, como hemos dicho, han dado muestras de un mayor conocimiento del funcionamiento de la mente humana mediante el desapego y las técnicas del desarrollo y control del interior de la mente, no resulta del todo extrapolable dichas técnicas a la cultura occidental debido a la gran cantidad de diferencias esenciales históricas y religiosas entre una cultura y otra. En realidad, no es absolutamente necesario recurrir a ellas para darse cuenta de las consecuencias entre la oposición de materia y espíritu, pues la renuncia de la dependencia material es un ejercicio que deriva de la lógica contextual y de una perspectiva de lo que nos rodea únicamente objetiva.

Al margen de las enseñanzas orientales sobre el cultivo del espíritu, éste debe ser tenido en cuenta más para lo que sirve en su práctica que por la probable ambigüedad de su significado: el cultivo del espíritu tiende a reducir las necesidades físicas anulando por tanto la tentación de la acumulación material, de la idea de propiedad y del consumo frenético; a su vez, el cultivo del espíritu nos ayuda a ver la relación entre la renuncia material y la compatibilidad de la especie humana con el medio natural; en definitiva, el cultivo del espíritu, libre de todo afán material, es por fuerza un propulsor vital en nuestra relación con el medio, basado en el respeto de todas las formas de vida y en la certeza de que la continencia, la moderación y la renuncia son la base de la integración humana en el equilibrio natural.

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