10 de septiembre de 2014

El turismo también es consumo

La necesidad de conocer nuevos mundos o lugares exóticos ha sido una norma desde los albores de los tiempos en la historia de la humanidad, pero mucho ha cambiado su concepción desde las épocas de las grandes conquistas de territorios de la Antigüedad, pasando por las exploraciones de los famosos descubridores hasta el casi psicótico afán de movilidad de la era moderna. Como decimos, mucho ha cambiado, pues si bien antes, independientemente de la ambición de los grandes imperios y conquistadores, todo estaba por descubrir, ahora, casi todo resquicio de tierra lleva alguna marca humana. No obstante, para la mayoría de la gente todos estos resquicios están por conocer, pues el afán de viajar cuanto más lejos mejor es algo que según parece se lleva muy dentro; el problema estriba en que si antes eran unos pocos cientos los valientes que salían hacia lo desconocido en busca de aventuras, ahora son millones de personas los que tratan de emular sin conseguirlo a aquellos primeros aventureros.

A pesar de que como decimos, para esa mayoría de personas, todos los lugares visitables, ya sean urbanos históricos, culturales o naturales, están por visitar, el hecho de viajar no deja de ser un acto bien preconcebido y guiado previamente en donde las agencias de viajes y los guías turísticos lo dan todo hecho y bien masticado, ofreciendo paquetes de viajes en donde se vende aquello de “todo incluido” (más acorde a la realidad sería decir “todos tus caprichos incluidos”). A menudo, los lugar visitables están preparados, acondicionados y bien delimitados para el grueso de la masa turística en los llamados complejos turísticos, que suelen ser además centros de consumo irrefrenable.

Viajar es tan fácil como ahorrar un poco de dinero y tomar un avión que te plantará en la otra punta del globo en unas cuantas horas. Algo accesible para la gran mayoría de la población urbana, más occidental que oriental. Sin embargo, los vuelos cortos son lógicamente muchos más numerosos, mientras que los desplazamientos en automóvil, tren o autobús lo son todavía mucho más. Esto significa que la gran mayoría de la gente que decide viajar en sus vacaciones escoge destinos cercanos y costeros buscando sol y playa, alojándose en hoteles y comiendo en restaurantes. Este es el turismo por excelencia, aquél del que tanto presumen países como España y que por lo visto reporta enormes cantidades de beneficios. Al mismo tiempo, este es el tipo de turismo que más daño hace al medio natural, pero también a las distintas formas de vida locales y tradicionales.

Una de esas presunciones de las que hacen hincapié los gobiernos como España es que el turismo activa la economía del país, incrementa el consumo y ofrece gran cantidad de puestos de trabajo. Teniendo en cuenta que el 99 por ciento de estos puestos de trabajo son temporales, esto soluciona mínimamente el sustento de los trabajadores destinados al turismo, o sea nada, y sin embargo, enriquece las grandes compañías hoteleras y de comida rápida. Las otras gran beneficiarias son las empresas aeronáuticas y las compañías petrolíferas, por el claro aumento en el número de los desplazamientos.

Por supuesto, el discurso de los gobiernos en defensa del turismo es para quién se lo quiera creer, pues no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Para los gobiernos con alto índice de turismo, éste proporciona una fuente de ingresos importante que solo enriquece a las grandes compañías y al propio gobierno, que además les ofrece una posibilidad de atracción de un público que durante un mes al año y en puentes señalados tendrán más tiempo de relax y dado que están acostumbrados a consumir, en dicho período lo harán todavía más. Los gobiernos se aprovechan de las ansias de búsqueda de placer y descanso vacacional “merecido” tras largos meses de trabajo para ofrecer a los turistas los mejores vuelos, los mejores hoteles y las mejores tiendas y restaurantes. Así, la gente que viaja para descansar en busca de sol y playa, y que repetimos, son la mayoría, se concentran en destinos altamente masificados, en donde todo está acondicionado para un nivel de consumo más alto si cabe que en las grandes ciudades de donde viene esta gran masa de personas.

Como hemos dicho, este es el turismo masivo, pero el resto de tipos de turismo, aunque son menos usuales, están en alza, puesto que están de moda. Así, el turismo rural, el turismo deportivo, el turismo cultural o el turismo de lugares exóticos, no están exentos de un nivel alto de consumo y daño medioambiental y cultural, pues a pesar de que puedan resultar turismos alternativos y menos concurridos, solamente los desplazamientos por coche o avión son inevitables. Salvo contadas excepciones de personas que viajan en bicicleta y se alojan en campings o al aire libre, este tipo de turismos son explotados rápidamente por empresas ávidas por impulsar estas modas pasajeras atrayendo así al mayor número de turistas posibles.

Todo este conglomerado ha permitido que el turismo se convierta en una gran industria que abarca gran cantidad de empresas beneficiarias, empezando por las aeronáuticas, las automovilísticas, las petrolíferas, las agencias de viajes, las compañías hoteleras, los centros comerciales, los restaurantes, las tiendas  de todo tipo, etc. contribuyendo de forma drástica al aumento del consumo en proporciones vastas, pero también a la masificación, al aumento de los desplazamientos, a la obsesión por llegar antes a los sitios, y sobre todo a la idea preconcebida de que vivimos para trabajar y para el placer, independientemente del daño medioambiental o el grave perjuicio hacia las diversas formas de vida tanto humanas como no humanas.

Por desgracia, aún hoy en día, a nivel social el turismo se ve como un bien necesario para que las personas puedan descansar y divertirse tras un largo tiempo de servicio al sistema, además de conocer “nuevos mundos” sin dar importancia al hecho de que es en estas épocas cuando se hace más gasto de todo. Evidentemente, si uno está acostumbrado a escuchar a todas horas en los medios de comunicación que el consumo es bueno, nadie pondrá pegas ni se parará a analizar cuál es el problema. Se da por otra parte y de forma asombrosa una total falta de crítica de los medios considerados antisistema, de los grupos ecologistas, los movimientos sociales y menos de los partidos denominados de izquierda contra la invasiva industria del turismo, su inherente alto índice de consumo y sus aparejadas consecuencias.

Pero, ¿cuáles son esas drásticas consecuencias que venimos anticipando durante todo el texto y que muy pocos se han puesto analizar?

Primera: falsa concepción del consumo. Es necesario cuestionar de una vez por todas lo que repiten los gobiernos continuamente de que el incremento del consumo es un bien porque incrementa la producción y por tanto los puestos de trabajo. Aún admitiendo que la primera parte puede ser cierta, sólo lo es en favor del sistema, pues analizado en el fondo no deja de ser un tremendo despropósito muy bien urdido por quienes más se aprovechan del beneficio a corto plazo. El aumento del consumo provoca ante todo dependencia, apego a lo material, acumulación, despilfarro, agotamiento de los recursos naturales, indiferencia social, alienación, sometimiento a los líderes y en última instancia precariedad laboral, eventualidad y adhesión incondicional al trabajo esclavo. En compensación, la reducción del consumo implica un cambio espiritual que llevaría a las personas que lo practicaran a ser más autónomos y buscar medios económicos alternativos al sistema.

Segunda: desplazamiento cultural. Las explotaciones turísticas durante décadas en determinadas zonas costeras o en muchas islas de conocida atracción turística provocan un enorme desplazamiento en los medios de sustento locales y tradicionales hasta el punto de que en muchos sitios focalizados, estos medios son sustituidos por la invasiva industria del turismo, la cuál promete en un corto período de plazo suculentos puestos de trabajo e ingresos altos a la población local, acabando parcial o totalmente en la mayoría de los casos con las economías locales y tradicionales, además de todo su valor cultural.

Tercera: daño al medio natural. Quizás sea este daño el más trascendental, pues empezando por el enorme gasto de recursos que conllevan los desplazamientos por aire o carretera, además de la contaminación, hasta la destrucción directa de hábitats a causa de la urbanización turística, tanto en zonas costeras como en zonas rurales o de montaña, el impacto ambiental que crea el consumo del turismo puede ser catalagodo como catastrófico. Talas masivas de los bosques y selvas, desequilibrio en los ecosistemas vitales, pérdida de la biodiversidad, exterminio y desplazamiento de miles de especies, modificación del paisaje, desperdicio y contaminación del agua, etc. son muchas de las consecuencias de este daño, que en muchas ocasiones suele ser irrecuperable; daño que muy pocos son capaces de apreciar por la falsa creencia de que no afectan a la vida cotidiana y de que sucederían a largo plazo.

Al margen del egoísmo que nos ofrece la vida civilizada, no sólo resulta necesario sino prioritario replantearse todas estas cuestiones referentes a la industria del turismo; cuestiones sobre si realmente es una necesidad movernos tánto como lo hacemos, coger aviones como quien compra en un todo a cien o visitar lugares exóticos y culturas diferentes con el argumento de aprender de ellos, cuando resulta imposible aprender nada de nadie en quince días. Desengañarse y desarraigar el mito que supone el hecho de viajar, más sabiendo el enorme despilfarro que supone, es uno de los objetivos de dicho replanteamiento. En contraste, defender los viajes culturales no vacacionales que creen el menor impacto en el medio y en las diversas culturas, preferiblemente en bicicleta o caminando y usando alojamientos locales o al aire libre.

Quizás sean este tipo de viajes, más largos y pausados, y sin duda más auténticos, los que más se podrían comparar a las antiguas expediciones de los grandes aventureros de siglos pasados, en donde primaba el instinto por conocer nuevos mundos sin nada preconcebido. Obviamente, muchos de aquellos aventureros quizás hubieran preferido que todo hubiera sido más fácil, pues no fueron pocos los que dejaron su vidas en el intento. Otros valorarían por encima de todo la libertad que tenían al recorrer aquellos lugares vírgenes. Hoy en día, cuando ya no queda nada por conocer, cuando ya está todo territorio invadido por el ser humano, incluso los paraísos naturales más ricos en vida animal, el auténtico sentido de viajar como forma de explorar y de buscar la libertad se desvanece y sucumbe a las garras del consumo y del progreso.