30 de noviembre de 2014

El engaño de las ecociudades

Con la llegada de la moda verde han surgido multitud de propuestas excéntricas que pretenden cohesionar la caótica vida en la ciudad con la conservación del medio natural. Nada más lejos de la realidad, pues es impensable que una especie como la humana que durante siglos ha pervivido gracias a su dominio hacia la naturaleza, pretenda ahora restaurar el equilibrio sin cambiar un ápice su concepción principal de la misma. Aquellas mentes obtusas que quieren cambiar la fachada sin cambiar el interior adolecen de pura soberbia por la humanidad. No analizan los daños ni los peligros y por si fuera poco no solo se engañan a sí mismos, sino al resto de personas que a su vez se dejan engañar.

El proyecto de convertir las ciudades en espacios compatibles con el equilibrio natural es uno de los mayores disparates que se pueden escuchar. No sólo es contradictorio, es insultante. Se pretende hacer creer que se pueden cambiar las nefastas consecuencias de daño ecológico que saben producen las ciudades sin cambiar en absoluto el ritmo de vida de las mismas, sin plantearse aún menos la raíz de todos o parte de los problemas.

Incomprensiblemente se mencionan continuamente problemas de contaminación, calentamiento global, extracción de materias primas o eficiencia energética sin cuestionarse el culto por el consumo, la invasión de la industrialización, el urbanismo o la tecnología, en relación con la dependencia del medio natural o en otro nivel más concreto, el uso masivo del vehículo privado, de la carne industrial, la especulación urbanística, el aumento descontrolado de población, etc. Es decir, se pretende acabar con males como aquéllos, sólo modificando la forma de producir y consumir. No se buscan las causas directas ni se buscan las relaciones entre unas cosas y otras.

Por si fuera poco, el discurso de esta propuesta que por desgracia se ha generalizado incluso a gran parte del movimiento ecologista, muestra evidentes incongruencias como querer compatibilizar un sistema económico cuya base fundamental es el crecimiento tanto de personas como de medios materiales o del vicio de la competitividad con hacer de los lugares físicos sitios sostenibles e integrados en el medio natural. Además, como no podía ser de otra manera, este discurso cae en el ingenuo error de pensar que la tecnología nos salvará del desastre, como dando a entender que en un futuro cercano los recursos tecnológicos se extraerán de la nada por arte de magia sin crear ningún perjuicio a la naturaleza, otro de los grandes disparates de la modernidad.

Desde su concepción, las ciudades son núcleos de crecimiento continuo, tanto de humanos como de bienes físicos y materiales. Además, el proceso de urbanismo, ya sea gradual o explosivo trae aparejados varios fenómenos que resultan inmanentes a toda creación de una ciudad y que a su vez resultan opuestos a toda forma de restaurar el equilibrio natural:

-Artificialismo. Este concepto inventado se define por la obsesiva transformación de materias primas naturales en productos no naturales que se convierten en sustitutorios de la naturaleza, pero que no lleva implícito ni mucho menos una independencia de la misma.

-Crecimiento continuo de todo, tanto de personas como de bienes materiales, lo que lleva a un aumento consecuente de las necesidades y por tanto del consumo.

-Complejización en las relaciones sociales y económicas, motivado por el desarrollo y exceso de sistemas de jerarquización, de normas sociales, etc. Sistema económico basado en la competitividad y el ánimo de lucro.

-Exceso de control de la sociedad por parte de los grandes poderes, culminado en el control mental que requiere un exceso de mecanización y tecnologización.

-Represión y pérdida gradual de los valores humanos esenciales y valores morales, de reflexión, de análisis crítico, de autojuicio y de voluntad para el cambio.

-Fatal combinación de estos procesos con la alienación total de las masas, su degradación espiritual y su sometimiento inconsciente basado fundamentalmente en el hedonismo crónico, en la expansión de masas de autómatas que actúan como si vivieran en un mundo normal y maravilloso.

-Invasión del espacio natural, su inevitable esquilmación, destrucción de ecosistemas y degradación ambiental.

-Expansión global planetaria de miles de núcleos urbanos, que multiplica los problemas a niveles descomunales.

Por lo tanto, ¿cómo sería posible tratar de hacer de las ciudades -lugares que abarcan todos estos fenómenos y más- espacios integrados en el orden natural sin empezar siquiera a cuestionar alguno de estos fenómenos mencionados? ¿Cómo sería posible hacer de las ciudades espacios ecológicos y sostenibles en el tiempo mientras se siguieran produciendo dichos fenómenos? Sencillamente no lo es. Todo responde a una oferta de solución que no es más que un fraude, un lavado de imagen de las empresas y gobiernos -en connivencia con la vanguardia del movimiento ecologista-, responsables directos de la mitificación de las ciudades, ante las advertencias drásticas de las últimas décadas lanzadas por ambientólogos, científicos y paradójicamente por el propio movimiento ecologista.

Sin embargo, no se puede obviar que el propio movimiento ha tenido mucho que ver ante el surgimiento de engaños tan evidentes como estos debido en gran parte a su total falta de cuestionamiento hacia el modo de vida impuesto de crecimiento invasivo, de reproducción humana sin límites, del culto al progreso, signos principales de la civilización; lo que lleva a dudar si estas propuestas absurdas no han salido de la sección más tecnófila del propio movimiento.

¿Qué son las ciudades en realidad? Son núcleos masificados de humanos consumidores descomunales de recursos, movidos por el progreso, las adicciones y la moda, e inconscientes de que mientras crean mundos artificiales y alejados de la naturaleza, lo que hacen es arrasar y destruir gran parte de la misma; sin embargo, dependen absolutamente de ella para vivir y seguir creciendo.

La única forma de conseguir una integración armónica del ser humano futuro -que no humanidad-, en el medio natural, empieza por el cuestionamiento de la esencia misma de las ciudades y todos los nefastos fenómenos socio-económicos que llevan aparejados, el cuestionamiento de su altísimo poder de destrucción, el rechazo de cualquier reforma que no empiece por cuestionar los verdaderos males que las caracterizan.

Pero al mismo tiempo que se cuestiona, se deben fomentar propuestas que aboguen por la autonomía de las personas, la independencia del trabajo asalariado e industrial, acompañado de una intención revolucionaria decrecentista -tanto poblacional como material-, así como propuestas que fomenten una vuelta inevitable a formas de vida rural, indudablemente más sensatas que la destructividad criminal de las ciudades.

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