17 de diciembre de 2014

Los juegos de azar como forma de alienación de las masas

Entre los numerosos vicios del humano moderno podemos hallar en los juegos de azar uno de los que más atacan los valores morales. Si la creación del dinero tuvo como motivo principal la del intercambio de bienes derivados de crecientes necesidades y punto, su desarrollo ha creado multitud de usos que han desvirtuado absolutamente su esencia. Ejemplos como la creación de los bancos como entes para administrar las grandes cantidades de valores monetarios o la del complejo juego de la bolsa como forma de hacer dinero a partir de dinero, ya puestos, ¿por qué no inventar juegos en los que participara la población como un derecho para ganar dinero y que combinaran la suerte, el azar y las probabilidades?

Desde las apuestas deportivas hasta la gran oferta de sorteos de lotería, pasando por las máquinas tragaperras, las salas de casinos o bingos, todos ellos tienen en común dos alicientes: la competitividad propia del juego y el atrayente premio del dinero, porque sin recompensa por ganar, no habría aliciente y tampoco, mal que les pese a los ludópatas, adicción.

Pero no caeremos en el error de centrar el sentido del artículo en los casos derivados de adicción, que no dejan de ser por otra parte una consecuencia lógica, sino en el riguroso análisis de la esencia del juego en sí y sus peligros en las sociedades modernas.

La base de un juego es la competición y esto quiere decir solamente una cosa, a saber, que el juego como tal solamente puede darse en sociedades con cierto grado de competitividad en su modo de vida. Esto no es óbice para que posea otras motivaciones como la propia distracción, es decir, jugar por el simple placer de pasarlo bien. Lamentablemente, este placer tiene un potencial enorme que tiende a fluctuar dependiendo de la evolución de cada sociedad.

El juego en una sociedad pequeña, simple, sin dinero como medio de intercambio ni competitividad, el juego es pura distracción. El juego en una sociedad creciente, que tiende a lo complejo, que inventa el dinero como medio irremediable de intercambio y que centra su sistema económico en la competitividad entre sus miembros, desarrollará inevitablemente la competición en el juego como única motivación y peor aún, la recompensa del dinero como aliciente.

Sin duda, la competitividad es un motivo de alienación muy suculento para el control de las masas por parte del poder, ya que crea numerosos sentimientos encontrados en quiénes la practican -que suelen ser la mayoría-, ansias de ambición, de llegar más lejos que el resto, de caer en envidias y de hacer cada vez más dinero como signo de incrementar el status. Así, los juegos deportivos y sus respectivas apuestas asociadas o los juegos tipo casinos son un ejemplo de ello.

Los juegos en los que únicamente interviene el azar carecen del sentido de competitividad propio de los juegos ya mencionados, sin embargo no dejan de ser formas alienantes porque de alguna forma extienden la idea de que con el azar cualquiera puede ganar sin que tenga que emplear ninguna técnica para ello, excepto cuando irracionalmente algunos creen que pueden intervenir y controlar los números ganadores. Además, estos juegos son gestionados y administrados por el estado, uno de los grandes estandartes del poder y gran interesado en mantener a las masas alienadas. Basta con echar boletos o marcar números al azar y esperar que toque. Se trata de un juego en el que solo hace falta dinero para poder participar y muchísima gente para aumentar la emoción, ya que uno de los imperativos es la ínfima proporción de ganadores, consiguiendo con esto que millones de personas derrochen enormes sumas de dinero a lo largo de toda su vida.

De hecho, ignoro si habrá estudios sobre esto, pero es fácil deducir que la inmensa mayoría de los que juegan regularmente a los sorteos de lotería, primitiva, once o cualesquiera sean,  habrán perdido a lo largo de sus vidas más dinero del que hayan podido ganar. Unos pocos lo recuperarán y muy pocos se harán efectivamente ricos. Los peores casos, que no dejan de ser muchos, habrán desarrollado una grave adicción a dejar gran parte de su poder adquisitivo en invertir boletos que siempre perderán, así que confiar únicamente en el azar es algo que supone no solo un derroche de dinero, sino una gran estupidez.

La otra parte negativa que dejan los juegos de azar es la aportación que supone al desarrollo de antivalores. La lotería ofrece enormes sumas de dinero a los pocos que ganarán y además ha invertido a lo largo de toda su creación altísimas sumas de dinero en publicidad para extender la idea de cuán importante es hacerse rico sin hacer nada, y cuán importante es el dinero en nuestras vidas porque “con dinero todo se puede alcanzar”. Se crea con ello una contribución a adorar más todavía al dios del dinero fortaleciendo su poder. Y además se fomentan valores negativos como el materialismo, la ambición, la envidia, la estupidez, la histeria y la falsedad, propios de la sociedad moderna.

A nivel de masa, existen en muchos países algunos días al año señalados para que millones de personas desaten la histeria colectiva participando en los sorteos de lotería nacional, como por ejemplo el típico sorteo de la campaña más falsa del año, la navidad, dejándose gran parte de su dinero que utilizará una parte el estado para repartir los premios y para no se sabe qué el resto. Un derroche de dinero descomunal que podría servir para otros asuntos más importantes que repartir premios y de los que muchas veces se habla, pero que nadie dice de quitárselo a este gran tinglado porque “para muchos es la única posibilidad de hacerse ricos” (aunque sepan que es más probable que te mate un rayo a que te toque la lotería). 

Y si uno quiere comprobar el nivel de adoración y adhesión que reciben este tipo de juegos no tiene más que buscar alguna crítica en internet que no hallará ninguna. Todo son alabanzas promocionando “el bien social que promueve la lotería”. Incluso entre aquellos movimientos que pretenden que el mundo mejore, es más fácil y emocionante movilizar a las masas con falsas promesas que esforzarse en desgranar la fuente del mal de raíz; es más fácil dejarse llevar por los fenómenos alienantes que permiten al sistema perpetuarse que buscar la forma de cuestionar la propia esencia de dichos fenómenos y a quiénes interesa. En realidad, inconscientemente o no, estos movimientos supuestamente heterodoxos no analizan nunca la raíz del mal, sino cómo poder absorber mejor el mal sin que nada trascendente haya cambiado.