9 de diciembre de 2015

Falso ecologismo

La sociedad moderna se engaña continuamente, fingiendo lo que jamás podrá ser. En este intento falaz se insta a los individuos a tratar de alcanzar metas inalcanzables como la felicidad, una ilusión provista de una alta dosis de egoísmo; o como la generosidad con los más necesitados solo en los escasos momentos que dejan de ser competitivos. El ejemplo que propondremos ahora, en la misma línea, tiene que ver con el sentido de falsa protección del entorno que nos rodea y nos provee de sustento, una de las actitudes más ridículas que se han generalizado últimamente entre ciertas corrientes progresistas y en otras que no lo son tanto.

No deja de ser una actitud ingenua el hecho de preocuparse ahora por los innumerables males que la sociedad industrial no ha parado de extender desde sus inicios. Pero peor aún, no deja de ser una actitud patéticamente falaz el hecho de querer preocuparse por salvar el medioambiente de los ataques humanos diarios y al mismo tiempo contribuir a que dichos ataques se incrementen, porque esa es la actitud de los nuevos ecologistas, disfrazados de progresistas, que de manera insensata están haciendo creer a la gente que ciudades, consumo y conservación de la naturaleza son fenómenos compatibles.

Para variar, esta actitud sigue teniendo un carácter eminentemente antropocéntrico. La causa empezó con la preocupación de los científicos y meteorólogos alertando de que estábamos contaminando demasiado el ambiente, cambiando el clima y agotando demasiados recursos -aunque esto último no era tan grave como lo primero según ellos- y esto podía hacer tambalear el sistema global, incluso amenazar el futuro de la especie humana. No había ningún interés en los ataques que estaba sufriendo la propia naturaleza salvaje, la transformación vertiginosa de los ecosistemas, el desplazamiento y exterminio de las especies, incluida paradójicamente, la especie humana, el expolio criminal de los recursos naturales, la falta de moral ante los usos históricos de las vidas orgánicas sintientes. De esta manera, impera entre todo el mundo la idea de que el planeta debe ser cuidado y salvado para el bien de la humanidad y no como un bien en sí mismo que hay que librar de toda agresión -humana, se sobreentiende, porque no hay ni ha habido en la historia ninguna otra especie animal ni vegetal que deteriore tanto la naturaleza, y esto es una certeza innegable-.

Así pues, en defensa de todo lo humano y en contra de todo lo demás, el poder progresista ha secuestrado el ecologismo en su totalidad y lo ha moldeado según su propio interés. De ahí que estos poderes, tanto de ámbito estatales como mercantiles, hayan abanderado la nueva imagen del ecologismo, difundiendo medidas que no pasan de ser falacias limpia-conciencias.

Una de esas medidas se centra en las continuas campañas de los grandes grupos de empresas, interesadas en subirse al tren del ecologismo con el oculto fin de mantener la fidelidad de los consumidores ante una posible desconfianza generalizada. Estas empresas han sabido darle la vuelta a la situación: de resultar grandes responsables del ataque medioambiental a ser grupos “responsables y comprometidos”, inventando límites de no agresión o agresión reducida en sus sistemas de producción para dar a entender que algo están cambiando y que son más responsables con el medioambiente. Ingeniosamente, y aprovechando su alto poder de imagen, desvían la atención de los consumidores en asuntos que realmente carecen de importancia o que representan una gota en un océano, obviando las causas de la agresión generalizada. Tal puede ser el ejemplo que siguieron las grandes cadenas de supermercado con la campaña de la reducción de bolsas de plástico, poniéndolas a un precio ridículo y haciendo gala del gran compromiso medioambiental sólo por el hecho de que se utilizarían menos bolsas de plástico.

Aparte de medidas puntuales como ésta, son muchas las empresas que se suman a iniciativas supuestamente responsables con el medioambiente, realizando mediciones y hasta clasificaciones en cuanto a sus respectivos índices de emisiones de gases, generación de residuos, etc. Y eso lo hacen público en su página web para que todos los clientes fidelizados puedan seguirlo. Si la supuesta mejora de los índices convence mediante argumentos, el cliente mantendrá su fidelidad e incluso la aumentará, comprando más de lo que ya compraba. Por ello, es fácilmente sospechable que estas medidas estén más encaminadas a aumentar el consumo que a reducir las agresiones medioambientales. De hecho, porque una empresa se sume a la moda de la “responsabilidad ecologista y sostenible” no quiere decir ni mucho menos que vaya a renunciar a su naturaleza, que es siempre la de vender más, y por lo tanto si estas medidas contribuyen claramente a aumentar las ventas, entonces por lógica aumentarán las agresiones, por mucho que se empeñen en reducir a un mínimo la tasa de emisiones o de generación de residuos.

Esto pasa porque en realidad no se están analizando las causas de las agresiones, que son claramente las del consumo desenfrenado, motivado por un sistema económico de rapiña y de pura competición. Por supuesto, hacer esto iría en contra de su propia naturaleza y ni las empresas ni el sistema tendría razón de ser. Pero lo que tratamos de demostrar aquí es el cinismo del sistema, no proponer que cambie lo que nunca va a cambiar.

No solo las empresas son expertas en desviar la atención de las causas reales de los problemas, también los estados. Propondremos dos ejemplos que vienen a ser lo mismo pero en diferentes ámbitos: el reciclado de residuos y la promesa de las energías renovables.

El primero, el supuesto reciclado de residuos, se trata de una medida que a priori puede ser interesante para la conservación del medioambiente, pero que con el tiempo se convierte, como era de esperar, en una pérdida de tiempo, dinero, esfuerzo y energía. Y finalmente resulta ser otra forma de desviar la atención.

En primer lugar, potenciando el reciclado de los residuos, independientemente del grado de eficacia que se alcance con ello, estás extendiendo peligrosamente la idea de que dado que todos los materiales desechables pueden ser reconvertidos para fabricar nuevos productos, podemos seguir consumiendo lo mismo o incluso más. Esto estaría bien si el cien por cien de los materiales de desecho pudiera ser realmente convertido en productos, lo que haría reducir drástricamente el expolio de los recursos naturales. Pero todo el mundo sabe que no es así, que el reciclado no podrá proporcionar ni siquiera índices que se puedan considerar significativos para paliar las agresiones naturales. Y eso, solo contando los reciclados reales, tales como el vidrio o el papel, porque el reciclado de plásticos es una farsa ya demostrada. En segundo lugar, por desgracia el empeño de las autoridades por el reciclado obvia dos medidas mucho más cuerdas y consecuentes: por una parte, el reutilizado de los productos, una actitud previa al reciclado que no es tenida en cuenta y por otra, la reducción drástica del consumo. Pero dado que estas dos medidas son por naturaleza opuestas al sistema de rapiña imperante, ni siquiera son planteadas y mucho menos difundidas. Por otro lado, el reciclado solo sirve supuestamente para la reconversión de los recursos destinados a la elaboración de productos, pero no sirve en el caso de la obtención de recursos utilizados como fuente de energía, que contribuye probablemente más tanto al agotamiento de los recursos como a la destrucción natural.

El segundo, el de la promesa de que las energías renovables nos salvarán de la hecatombe no deja de ser un ejemplo ridículo y absurdo en su totalidad. Es irreal porque la amenaza de escasez de las energías fósiles -según bastantes expertos en energía- está tan próxima que no daría tiempo a una reconversión satisfactoria para cubrir las necesidades energéticas de toda la población mundial urbanizada; incluso aunque se hiciera un esfuerzo sobrehumano para su sustitución, la inversión tecnológica debería ser faraónica y las consecuencias ambientales entonces serían peores que un posible colapso por la escasez de las energías fósiles. Además, las energías renovables como el viento o el sol son energías no constantes e irregulares, por lo que no pueden proporcionar una fuente de energía constante, algo que no podría satisfacer las exigencias de los millones de personas urbanizadas. Se necesitarían enormes y potentes equipos para almacenar y transformar energía, lo que llevaría a incrementar la inversión tecnológica a límites inimaginables.

Pero también resulta cínico pensar que aunque fuera posible una sustitución -que solo puede ser radical y rápida o no será posible- de las energías fósiles por renovables, esto solo serviría para paliar el problema de la energía, pero no el de la extracción de los recursos naturales para la fabricación indiscriminada de productos. Peor aún, resuelto el problema de la energía, esto daría pie a que el momentáneo peligro de la escasez desapareciera y millones de empresarios levantaran la mano para multiplicar la producción, multiplicando el consumo y a la vez la extracción de recursos naturales, aparte de la inversión previa en tecnología necesaria para realizar con éxito dicha sustitución. Esto sería admitir que la resolución de un problema mediante parches falsos acentúa otro mayor, con lo que el problema en sí continúa e incluso se incrementa. Por otro lado, el sistema de dominación se perpetuaría y amenazaría con perfeccionarse, no solo estaría extendiéndose a nivel físico con más carreteras, más casas, más edificios, más personas, sino que se estrecharía aún más el control de poder sobre una población cada vez más consumista y con la conciencia limpia por haber resuelto en parte uno de los principales problemas.

Nuevamente, para el problema del abastecimiento energético se buscan soluciones que permitan a la humanidad seguir perpetuando el sistema de dominación en vez de cuestionar la naturaleza invasiva e irracional del mismo, cuestionando sus valores de carácter antropocéntrico, que son al fin y al cabo los que han reinado mayoritariamente en la historia de la humanidad por los siglos de los siglos.

El peor grado de cinismo en este capítulo de falso ecologismo se lo llevan quizás algunas ONGs, que en connivencia descarada colaboran con las multinacionales y estados en su juego de engaño y de supuesto compromiso con el medioambiente y la sostenibilidad, instándoles a entrar en el juego creando incluso ellas mismas sus propias listas de compromiso para con las empresas escogidas, ganándose así al público más concienciado.

Más de lo mismo, el sistema continúa engañándose a sí mismo engañando a sus fieles. Los propios ecologistas abanderados se han vendido neciamente a los estados acatando sus medidas a cambio de la suculenta recompensa de las subvenciones. Esto ha llevado a inspirar un ecologismo exclusivista y claramente antropocéntrico, al cuál le preocupa poco o nada las vidas orgánicas de los ecosistemas, el proceso de domesticación de plantas y animales o la invasión humana hacia el medio natural.

El verdadero ecologismo debe ser aquel que valora la naturaleza salvaje como un bien en sí mismo, no como una fuente de recursos para el ser humano. El verdadero ecologismo debe priorizar y profundizar en las raíces de las agresiones humanas en la historia desvinculándose de toda forma de autoengaño o soborno por parte de los poderes establecidos que anteponen los beneficios económicos a la vida natural. Y todo ello, al margen de si la especie humana es capaz o no de integrarse en la propia naturaleza mediante vínculos sociales cuyos valores fundamentales se basen en el respeto a la naturaleza, algo que por el momento no ha logrado más que de forma excepcional.

25 de octubre de 2015

Cinco mitos de la tecnología

El culto a la tecnología se ha extendido como un virus oculto en las sociedades modernas, más allá que cualquier religión del pasado, pues se propaga a la par que la reinante ideología del  progreso. Es alabado por casi todos los humanos y pocos escapan a su atracción. Pero como todo culto está fundamentado en mitos que resultan fácilmente desmontables:


“La tecnología es neutral, se puede usar tanto para el bien como para el mal”.

La tecnología simple usada por los humanos precivilizados puede ser catalogada como neutral ya que se componía básicamente de herramientas usadas por la mano humana, cuya energía era la que podía imprimir con su fuerza. En cambio, la tecnología compleja no puede ser neutral porque desde su evolución forma parte de un proceso de civilización progresivo, paralelo al proceso del progreso y más adelante del proceso de industrialismo y urbanismo, por ello ha sucumbido siempre al poder de las organizaciones más poderosas y de los técnicos que las dirigían. Un crítico de la tecnología dijo al respecto: la tecnología no es neutral porque aporta su propia racionalidad y el método para su uso. Una red de ordenadores o una fábrica de acero no se pueden utilizar como una simple herramienta; deben utilizarse tal y como han sido diseñadas y en combinación coordinada con una red de procesos complejos de apoyo sin los cuales su funcionamiento es imposible (David Watson).

Lo que fundamentalmente se está tratando aquí es la tecnología compleja, aquella que se compone necesariamente de códigos, medidas y números cada vez más complejos y aquella que precisa de fuentes de energía ajenas al hombre, cada vez más costosas de obtener. Se trata de una tecnología que siempre ha sido dirigida por grandes organizaciones y expertos cualificados, cuyo único objeto ha sido el de crear un mundo más creciente, complejo y dinámico. El proceso para crear cualquier innovación tecnológica es generalmente el mismo y solo es posible mediante la organización de unos pocos expertos sobre millones de personas. Para ello, es necesario un alto nivel de jerarquización y especialización -fenómenos derivados probablemente de la esclavitud- que irremediablemente contribuyeron a la creación de las clases sociales y el sentido del status.

La segunda parte de la frase es desacertada, porque uno de los mayores problemas que conlleva la tecnología no está en el objeto del uso, sino en su propio uso y desarrollo. Cuando alguien dice “la tecnología puede servir para fabricar algo bueno como un coche o para algo malo como una bomba atómica”, en primer lugar, cabría valorar hasta qué punto es mejor una bomba atómica que un coche, pues a la larga los coches han matado muchas más personas en poco más de un siglo que las dos bombas atómicas lanzadas por los americanos en los años cuarenta. Pero aun desestimando los daños colaterales que siempre dejan los coches y considerando que es un medio para transportarse mientras que la bomba atómica sólo sirve para matar, no puede negarse que el coche, al igual que otro vehículo motorizado no puede considerarse como un herramienta aislada, implica la totalidad del sistema (y de la cultura) de producción y de consumo: es una forma de vida (...). Un sistema de autopistas no puede considerarse un instrumento neutral; es una forma de gigantismo técnico y de masificación. (David Watson).



“La tecnología nos proporciona infinidad de posibilidades a elegir”.

Como afirmando que la tecnología nos ha legado la libertad. Pero ¿qué clase de libertad? ¿Aquella supuesta libertad para elegir entre millones de objetos materiales o servicios de toda índole? Con probabilidad este es el mito más degradante en el que se basa la trampa tecnológica, pues se ha confundido la esencia de libertad humana, independiente y autónoma de toda clase de poder o ideas, por aquella ficticia libertad del presente que nos ofrece la tecnología moderna. En realidad es al contrario, según ha avanzado el sistema y se ha hecho por tanto más complejo, el grado de libertad verdadera ha ido en disminución, sustituida por una suerte de libertad ficticia. Otro crítico de la tecnología escribió hace años sobre este problema: el sistema tiene que regular estrictamente el comportamiento humano para poder funcionar. Es necesario e inevitable en cualquier sociedad tecnológicamente avanzada que el destino y decisiones de los que componen la masa dependa de las acciones de personas que están lejos de él y en cuyas decisiones, por tanto, no puede influir. Esto no es algo accidental ni el resultado de la arbitrariedad de burócratas arrogantes (Ted Kaczynski).

Además, las posibilidades a las que se refieren a menudo con este argumento son aquellas que sólo puede conocer la masa en general, es decir, el resultado de todo el proceso tecnológico. El ciudadano común no tiene la menor idea ni interés en cómo se ha fabricado el producto que llega a sus manos ni las consecuencias que ha dejado tras su proceso de fabricación, pues solo le importa el resultado final. En resumen, el ciudadano tiene inevitablemente una dependencia absoluta del experto técnico y por ello se ve obligado a venerarlo.  



“La tecnología nos proporciona más cosas buenas que malas”.

Nuevamente se obvia que el problema mayor no está en el resultado final del uso que se le dé a la tecnología, sino en las transformaciones sociales y en especial los perjuicios que genera dicho uso. Pero si por un momento diéramos por supuesto que dichos perjuicios no son tales, centrándonos en los resultados finales, tampoco se puede afirmar con rotundidad lo que dice el mito de arriba. ¿A qué se refieren con cosas buenas y cosas malas? ¿cómo se puede dictaminar con rigor si algo es intrínsecamente bueno o malo? Si la mayoría de la gente tiene la certeza de que la tecnología proporciona más cosas buenas que malas es más por una falsa perspectiva de la realidad. La gente solo ve los placeres inmediatos que da la tecnología, gracias a su fidelidad a la ideología del progreso, considerado como bien supremo y en muchos casos, la falsa sensación de que a la larga siempre será un medio de salvación o de solución para todos los problemas.

Sin embargo, la gente no puede ver las verdaderas consecuencias y perjuicios de los que hablábamos antes y que son muchos más y más graves: el vicio que crea la atracción tecnológica, su posicionamiento incondicional hacia el progreso -quizás por ser la principal motivación del mismo-, medio de dominación y control de los poderes fácticos sobre la masa, el carácter dogmático, la sensación de ser un medio de salvación, cuando desde sus inicios solo se ha movido en el marco del sistema económico imperante creando infinidad de necesidades de las que se derivaban infinidad de nuevos problemas (lo que sería el círculo vicioso), adhesión incondicional al urbanismo y la globalidad, transformación vertiginosa de la mente y de las relaciones sociales tradicionales, transformación de la comunicación oral tradicional, alejamiento del medio rural-natural, destrucción del entorno para potenciar un mundo artificial y virtual, etc.  



“La tecnología nos ha dado comodidad reduciendo los trabajos más duros y penosos”

Los trabajos duros y penosos empezaron con la esclavitud y ésta ya se apoyó en la tecnología para perfeccionarse, hace milenios. ¿Y cuál era el objetivo de la esclavitud? El bienestar de los poderosos y su sed de codicia de nuevas tierras y recursos. Para ello, era necesario crear grandes gobiernos y ciudades, lo que demandaba mayor mano de obra esclava y mayor necesidad de emprender guerras para la conquista de tierras y pueblos, que a su vez demandaba mayor poder militar. Los trabajos duros y penosos han sido heredados por años de estas formas de sumisión y han llegado hasta la era preindustrial como un supuesto mal que la tecnología podía suplir con el advenimiento de la mecanización. Todos esos trabajos duros y penosos de los que nos hablan nuestros ancestros directos pertenecen a un siglo creciente y demandante de nuevas necesidades impuestas por una burguesía cada vez más poderosa, que no es más que la continuadora de los antiguos dueños feudales, usurpadores de tierras y de fuerza de trabajo. Allí en donde el poder no era tan férreo ni dependía de un organismo centralizado, las formas de vida comunitarias y locales no eran grandes demandantes de recursos ni de trabajo, ni necesitaban más tecnología de la que pudieran desarrollar con sus propias manos o como mucho, formas de tecnología simple. Incluso las comunidades indígenas recolectoras y cazadoras destinaban al trabajo mucho menos tiempo del que destina el hombre moderno. A pesar de lo cual, la mecanización se extendió como una forma lógica de aumentar el rendimiento productivo en auge, más que por el hecho voluntario de los empresarios para acabar con los trabajos duros y penosos.

Por otra parte, aun admitiendo que la incorporación de las máquinas sustituyera de forma satisfactoria a la fuerza humana en los trabajos más duros y penosos, esto solo se refiere al aspecto físico del trabajo, pero sin duda se ha olvidado el aspecto psicológico. La mecanización trajo consigo el aumento del trabajo sedentario, el trabajo repetitivo y carente de sentido, la fijación de horario y de turnos contra natura, el aumento de las horas de trabajo, presión hacia el trabajador, amenazas de despido, acoso laboral, etc.



“La tecnología nos ofrece multitud de formas para entretenernos”

Este mito no lo parece tanto, porque superficialmente hay algo de cierto en lo que dice, pero analizado en profundidad uno puede percatarse de que sí lo es. La inmensa mayoría de los medios de entretenimiento  tecnológico responden a formas de atracción convertidas a menudo en puro vicio que a formas sanas de distracción lúdica, propias de la cultura tradicional. Muchos de estos medios como los videojuegos, el cine o la televisión permiten y muestran la violencia como algo normal, en una sociedad que administra las formas de violencia y considera de un modo amoral cuáles son justificables y cuáles no (la sociedad normalizada nos exige no usar la violencia unos a otros, sin embargo en la industria del cine o los videojuegos la violencia vende, por no decir que a menudo es su razón de ser; la sociedad normalizada nos exige no usar la violencia en ningún caso, pero exime al estado de hacerlo cuando le convenga; la sociedad normalizada rechaza la violencia física entre humanos, pero consiente regímenes esclavizadores fundamentados en la violencia contra los animales; la sociedad normalizada ha tragado el anzuelo de que la violencia física es la única que hay, porque pocos se dan cuenta de que lo que impera es la violencia psicológica, más peligrosa y criminal que cualquier forma de violencia humana). Además, estas formas de entretenimiento son parte de la transformación de la mente y de las relaciones sociales basadas estrictamente en el potencial de los medios tecnológicos y casi siempre sirven para el control de las masas, su alienación y proceso de irreflexión.

Por otra parte, todas las formas de entretenimiento están controladas por una inmensa industria que es la encargada de hacer llegar dichas formas a los consumidores, transformados en máquinas que buscan ante todo el placer, y cuya capacidad de opinión y decisión ha sido intencionadamente reducida; tan solo vale su necesidad de consumo. Para ello, utilizan medios cada vez más persuasivos que inciden y restringen la capacidad de la mente humana sumiéndola en una única dirección posible, alimentada por la falsedad, el vicio y la atracción patológica. Por supuesto, este proceder de la industria tampoco puede considerarse de ninguna de las maneras como un posicionamiento neutral.


Para aquellos o aquellas que deseen profundizar más sobre la crítica a la tecnología pueden consultar los siguientes autores: Lewis Mumford, Jacques Ellul, David Watson, Ted Kaczynski, John Zerzan, David F. Noble y el colectivo desaparecido de “Los amigos de Ludd”, entre otros.

16 de septiembre de 2015

La sociedad del despilfarro

La Tierra se ha convertido en una gran fuente de recursos para los humanos, muchos de los cuáles aún continúan creyendo que dichos recursos son ilimitados, pese a las teorías de los expertos en diversas materias que empiezan a advertir que no lo son y que la forma en que hacemos uso de ellos se parece más a un saqueo que a un derecho propio. Sin embargo, lejos de juzgar el modo de vida que se nos ha impuesto como antinatural y destructivo, son muestras de alarma y preocupación por el hecho de que el agotamiento certero de los recursos, principalmente los usados como fuente de energía, pueda amenazar seriamente la vida civilizada sumiéndola en el caos o en una época de dictaduras militares y barbarie. Su preocupación principal estriba en el hecho de saber que los recursos naturales que proporcionan todo lo necesario para la sociedad industrial y tecnológica son probablemente limitados -o al menos cada vez es más difícil y costosa su extracción- y que es un error por tanto explotarlos como si fueran ilimitados. (De esto se deduce también que si no se hubiera presentado este problema o si ya hubiera métodos alternativos de energía válidos para abastecer a la inmensa población urbana -las energías renovables se ha demostrado que no pueden serlo- nada habría de lo que preocuparse).

Es una cuestión de perspectiva pero también influye el alto grado humanista que llevamos cuando nos ponemos a examen. Si uno pone el énfasis en la cuestión de saber si los recursos son limitados o no, algo que afectaría seriamente la supervivencia de la civilización a corto plazo, solamente lo hará por un motivo humanista: está preocupado por lo que le pasará a la humanidad -en especial, la humanidad más desarrollada, la que vive principalmente en ciudades- cuando empiecen a faltar estos recursos, pero a la vez estará olvidando asuntos mucho más cruciales. No solo se olvida del futuro a medio y largo plazo que afecta a la humanidad, sino que, más grave aún, se está olvidando del presente y también del pasado, de lo que la especie humana ha sembrado y no solo hacia su propia especie sino hacia el resto de especies que pueblan el planeta y que en su mayoría, estaban mucho antes que nosotros. Se olvida de toda la destrucción que hemos dejado atrás y de la que se sigue dejando ahora, al margen de si los recursos son limitados o no.

Con todo, cabe decir que al sistema financiero actual, liderado por las grandes multinacionales y respaldado por los gobiernos y la banca, poco le importa si los recursos son limitados o no, sin duda van a seguir explotándolos como hasta ahora, pues al fin y al cabo, esa es su naturaleza.

En realidad, el debate no debería centrarse en el probable agotamiento de los recursos. Si la perspectiva con la que se analiza se hace de forma no humanista, nos daremos cuenta del enorme perjuicio ambiental que deja tras de sí la civilización en su empeño por despilfarrar los recursos. Pero vayamos por partes.

Cuando hablamos de despilfarro hablamos, en su propia definición, de gasto desmesurado de los recursos. Alguien podría preguntar en qué momento concreto de la historia empiezan a ser desmesurados, pero eso es algo difícil de precisar. Aún así, hay evidentes indicadores que nos dicen que si hubiera que establecer un momento, ese sería a mediados del siglo XIX con el inicio de la extracción de los combustibles fósiles destinados a la energía, en especial el del petróleo. Si bien la humanidad preindustrial ya había consumido una gran cantidad de recursos, la repercusión ambiental que dejaba era nimia comparada con la de la era industrial. Hasta ese momento, se usaban principalmente recursos renovables como los provenientes de humanos, vegetales, animales, agua, sol, viento, etc. Mientras que la extracción de recursos a priori no renovables -o renovables a muy largo plazo-, era insignificante.

El descalabro vino por tanto en la era industrial y en especial en la era de la extracción de los combustibles fósiles, necesaria para hacer que el sistema creciera y avanzara a marchas cada vez más rápidas, actuando en un círculo vicioso, pues a más extracción de energía, más posibilidad de crecimiento de todo, incluido de población y a más crecimiento de todo, mayor necesidad de extracción de energía. Es a partir de este momento cuando todas las gráficas se disparan: petróleo, gas, carbón, metales pesados, minerales, alimentos, población, industrias de todo tipo, etc., pero también, por desgracia, se disparan las agresiones al ambiente y las formas de vida: deforestación, degradación del suelo y del agua, contaminación, desertización, desequilibrio de los ecosistemas, exterminio de especies animales y vegetales, esclavitud,  pérdida de biodiversidad, etc. Es esta la época del gran desastre natural, un despropósito sin parangón alguno, una insensatez en toda regla.

Todo viene a causa del exceso de gasto de los recursos, necesario para justificar la idea del crecimiento y la afianzada ideología del progreso, esa que hace que los alarmistas traten de advertir a los gobiernos del peligro de desabastecimiento energético. Sin embargo, todos estos gastos, desde que empiezan, son casi siempre superfluos y no responden más que a una necesidad de justificar dicho crecimiento. No es necesario para esta reflexión abordar cómo empieza el despilfarro ni sobre qué base está asentado todo invento o innovación que justifique el gasto, sino demostrar lo absurdo de un sistema que fomenta el despilfarro mediante millones de actos cotidianos por parte de todos los individuos que lo sustentan.

Son dos los elementos clave para fomentar el despilfarro y justificarlo: en primer lugar, la cantidad de humanos despilfarrando, pues obviamente, a más personas en el globo, más gasto de todo. En segundo lugar, las técnicas que emplea el sistema para incentivar el consumo en exceso, y que contribuyen definitivamente al despilfarro. Es aquí donde nos vamos a detener, pues dichas técnicas serían las culpables de dicho despilfarro e incluso una de las causas del primer elemento, el del crecimiento poblacional que hará multiplicar siempre el total del gasto.

La obsolescencia programada es una ocurrencia oculta dirigida a incentivar el consumo, multiplicar los beneficios y en consecuencia aumentar el despilfarro irracional. Si la lógica nos dice que cualquier persona que quisiera fabricarse un objeto para sí mismo e incluso para un amigo o vecino, lo haría con el objeto de que durara el mayor tiempo posible, dicha lógica no cuadraba con el sistema industrialista y capitalista que se rige siempre por la eficacia y el rendimiento económico, motivando una economía en continuo movimiento. A pesar de que tardaron en darse cuenta, finalmente los expertos más ambiciosos tuvieron que aplicar de forma consciente que todos sus productos fabricados tuvieran una vida corta de tiempo con el objetivo de hacer una economía dinámica que a su vez justificara las ansias de crecimiento que llevaban años proclamando. Pero el mundo moderno no solo vendía productos físicos, también vendía servicios y para ello debían desarrollarse técnicas que incidieran directamente en la mente de los individuos incitándolos a gastar.

Las técnicas de persuasión están dirigidas a aumentar las necesidades reales de los individuos, promoviendo su deseo de comprar más y más objetos, de querer siempre acumular más y más cosas, dejándolos siempre insatisfechos y en última estancia, de hacerlos totalmente dependientes de ellas. La primera de dichas técnicas empieza con la educación, pues se hace importantísimo formar a los individuos desde edades tempranas hacia el mundo laboral industrial; es aquí donde comienza el proceso llamado socialización, un proceso necesario para que el niño aprenda a normalizar sus actos en relación a lo que la sociedad le exige. Cuando el individuo ya ha sido formado, las técnicas continúan de forma decidida mediante la propaganda política, que ayuda a crear ideologías y establecer pautas convencionales de conducta y la publicidad, encargada directamente de dinamizar de forma continua el consumo de los productos mediante campañas llenas de engaño y falsedad. Otras técnicas no menos eficaces son la moda, encargada de establecer tendencias cambiantes en la forma de vestir y de actuar o los fenómenos de masa, que se encargan de hacer de los individuos seres irracionales y estúpidos, fácilmente absorbidos por la masa alienante e irreflexiva.

La puesta en acción de las técnicas de persuasión y condicionamiento, junto a las técnicas de control voluntario de la vida de los productos han motivado la extensión de una ideología basada en estos principios e ideada por los expertos en el control de las masas, encargada además de arraigar en las mentes todo este proceso sistemático, aumentando la fidelidad al sistema y reduciendo a su vez las posibilidades de cuestionamiento y de reflexión. Se trata de la ideología del progreso que comenzó con la era industrial y que ha tenido su culminación con el desarrollo y visión futurista de la tecnología en todas sus vertientes. Como fenómeno en constante avance, la tecnología imprime al progreso una realización más compleja y una velocidad cada vez más rápida, haciendo individuos cada vez más imbuidos en el sistema y asemejándolos a máquinas robotizadas incapaces de pensar más allá de lo que el sistema les exige ni de evaluar las consecuencias de sus acciones y sus hábitos de vida.

El descubrimiento de las energías fósiles a bajo precio posibilitó el desarrollo global de los transportes y esto a su vez, en connivencia con un sistema mercantil que solo se interesaba en el rendimiento sin importar el gasto, fomentó y extendió que los productos se pudieran fabricar en cualquier lugar del planeta y ser enviados en pocas horas a la otra punta mediante el transporte de mercancías. Pero el transporte privado constituye uno de esos cultos a los que se ha sumado irreflexivamente el hombre moderno, impulsado a desplazarse innumerables veces a lo largo del día, ya sea por cuestiones laborales o de placer y creando una megaestructura de autopistas y carreteras que han invadido hectáreas de territorios no urbanizados -igualmente las líneas crecientes de trenes de baja y alta velocidad-. El crecimiento de las ciudades en extensión agranda las largas distancias motivando la supuesta necesidad del vehículo privado -respaldado por la poderosa industria automovilística que es quien crea la necesidad-  mientras que el sistema laboral no incentiva en ninguna parte los trabajos cercanos a los domicilios, por la misma historia de siempre, solo importa el rendimiento de las personas y sus capacidades laborales.  

Una de las industrias más irracionales la representa la industria agroalimentaria. La imposición del monocultivo frente a los cultivos tradicionales, junto al desarrollo de los transportes posibilitó la readaptación forzosa de variedad de cultivos a zonas lejanas de su lugar de origen y fuera de su temporada de crecimiento, en vez de fomentar el empleo del producto local y los productos de temporada, que por lógica implican un gasto de recursos incomparablemente menor. Además, el monocultivo deja notables estragos con la degradación del suelo y su empobrecimiento, dejándolo estéril en muchos casos. Por supuesto, todo esto degenera en un empeoramiento de la calidad del producto, puesto en condiciones antinaturales en su conservación y transporte, que luego repercute en el consumidor. La tecnología también cumple su papel con avances como el producto modificado genéticamente, el transgénico, justificado a veces como un método para paliar el hambre en el mundo, una paradoja difícil de explicar.

En relación a esto último se haya la industria de la ganadería usada como alimento y la pesca, que sigue incentivando un elevado consumo cuando ya se ha demostrado de sobra lo innecesario e irracional que supone comer carne y pescado, no solo por una cuestión de moral que juzga el régimen esclavista al que son sometidos los animales, sino por ser inmensamente más derrochador que cualquier forma de agricultura -a pesar de que sea industrial-.

Las industrias del entretenimiento han alcanzado a su vez un alto grado de poder, mayor incluso que la alimentación o el transporte, en su empeño por extender por todas partes el culto por el placer. Como ejemplo, la industria del turismo, que transporta millones de personas a diario a miles de kilómetros de sus casas, está enfocada a satisfacer caprichos vacacionales, un derecho del trabajador y concedido por las empresas, que favorece a ambos, ya que tras las vacaciones el trabajador vuelve dispuesto a seguir siendo una unidad productiva, descansada y renovada. Además, la industria del turismo contribuye en gran medida al esplendor del gran negocio de la aeronáutica, uno de los más crecientes de las últimas décadas -incentivado por la ausencia en el pago de impuestos por los carburantes-, y que más contribuye a la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera.

En resumen, todas las industrias generan un gasto descomunal de recursos naturales y son responsables de la gran dependencia que afecta hoy al hombre moderno y urbano, devorador  sin escrúpulos de dichos recursos. Debido a esa dependencia total, si un día esos recursos faltaran, probablemente todo el sistema colapsaría como un castillo de naipes y se vendría abajo, amenazando su propio final y arrastrando consigo a millones de seres que nada tienen que ver con él. Tras esto y de haber supervivientes, muchas cosas podrían pasar, o bien algunos siguieran en su cerrazón de crear otra vez sistemas complejos de sociedad que llevaran de nuevo al despilfarro o bien otros, con más capacidad de aprendizaje, se reinventaran mediante formas de relaciones sencillas basadas en la moderación y el respeto por la madre Tierra.

9 de agosto de 2015

Respuestas para desmontar argumentos carnistas

En la causa por la abolición de la esclavitud animal, muchos defensores de la misma, que aún son muy pocos en proporción a la población humana mayoritariamente carnista, deben aguantar cada día el olvido de una gran mayoría de personas que aún no quieren ver y menos admitir que existe un problema grave en nuestras relaciones con los animales. Se trata de un problema que parte del antropocentrismo ancestral que nos han legado nuestros antepasados, lleno de mitos y mentiras que nos han repetido miles de veces y que se nos ha quedado en la sesera de forma preocupante. Es además un ataque a la dignidad humana y a una parte esencial de la naturaleza salvaje: los seres vivos que durante miles de años han sufrido el abuso de una especie que se empeña en usar a su antojo todo lo que habita este planeta.

Aunque este olvido se debe más a la ostentación y la arrogancia potenciada por la sensación de seguridad argumentativa que ofrece la masa, la inmensa mayoría que inconscientemente contribuye a la esclavitud, holocausto y sufrimiento perpetuo de millones de animales en el mundo, carece además de una base mínima de razones para defender lo que hace y lo que come; -se debe precisar que a quienes nos referimos es a aquellos millones de animales utilizados como recursos alimenticios, que representan más del 99 % del total de animales asesinados para el beneplácito de la humanidad-. Estos animales son -y no por casualidad, por cierto- quienes más sufren, a pesar de que ellos no puedan saberlo, la mayor falta de consideración, indiferencia y respeto hacia su vida y de ahí esa diferencia de consideración con respecto a otros animales usados y asesinados para otros beneficios humanos como puedan ser la vestimenta, la ciencia, el deporte o los espectáculos de todo tipo.

Pero no es el olvido y la indiferencia a lo único que se tiene que enfrentar el defensor de la causa de los animales -casi siempre en minoría- las pocas veces que se presenta la cuestión en cualquier ambiente social. A veces, los defensores de los animales se deben enfrentar al desprecio y la burla de las personas más arrogantes que hacen ostentación del antropocentrismo, los representantes de la ideología carnista, personas con extremo apego por la carne, altamente sistematizadas en esta cuestión o que tienen algún tipo de vinculación directa e interés con la industria cárnica. En su intento de desacreditar los argumentos y razones de los defensores de los animales se dedican a extender un gran número de argumentos falsos y retorcidos que se han aprendido al dedillo.

En este nuevo artículo vamos a desmontar con total seriedad y convicción algunos de estos argumentos a los que aluden no solo estos individuos, sino muchos carnistas inconscientes en favor del consumo de carne, o en honor a la verdad, en favor de la matanza indiscriminada y la opresión que sufren millones de animales para beneficio de la humanidad.


El argumento de las plantas

Aludir a las plantas como seres sintientes es uno de los argumentos más repetidos. Pero es curioso, uno esperaría que quienes aluden a las plantas como seres sintientes con el fin de justificar la legitimidad de comer animales, lo hiciera porque busca defender a las primeras del consumo humano como seres sintientes que dicen ser. Pero todo el mundo sabe que no lo hacen por eso. Si aluden a las plantas como seres sintientes es únicamente para reafirmar que “quien se niega a comer animales porque son seres sintientes debería hacer lo mismo con las plantas y no lo hacen”. Evidentemente, este argumento parte de un error nefasto: las plantas no son seres sintientes, o al menos carecen de las pruebas de la sintiencia que sí tienen todos los animales. Estas pruebas son:

-El movimiento. Las plantas carecen de locomoción, por tanto de una incapacidad de huir ante el dolor o la amenaza de muerte. En la evolución, toda adaptación tiene una función y el movimiento sirve ante todo como una huida ante el dolor, entre otras cosas. Si las plantas sintieran dolor, ¿por qué no han desarrollado el movimiento? Aunque es cierto que algunas plantas han desarrollado un medio de defensa, esto no quiere decir que el motivo haya sido evitar la amenaza por un posible dolor o muerte, sino más bien por una cuestión de preservar sus semillas y su capacidad de reproducción.

-Sistema de comunicación. Las plantas carecen de un sistema de comunicación propio, motivo que les impide alertar a otras plantas de una posible amenaza que implicara dolor o muerte. Es lo mismo que lo expuesto arriba: si las plantas sufrieran, habrían desarrollado medios para ayudarse entre ellas ante posibles amenazas, como sí han desarrollado casi todas las especies de animales.

-Sentidos. Las plantas carecen de sentidos propios de los animales: ni ojos para ver, ni oídos para oír, ni nariz para oler, ni boca para degustar, ni tacto para tocar. Esta cuestión evidencia que las plantas carecen de sistema nervioso y por tanto de la capacidad de sentir dolor y menos sufrimiento.

-Conciencia. La carencia de estos tres elementos hace que una planta no pueda tener nada que pueda compararse a la conciencia animal. Pero la ausencia de un órgano como el cerebro lo confirman del todo.

Muchas veces se objeta que las plantas reaccionan a diferentes estímulos externos como la luz, el clima y el viento, o se argumenta a su vez que algunas plantas desarrollan mecanismos de defensa especiales frente a depredadores, hongos o bacterias, lo cual no deja de ser cierto, pero esto no evidencia que las plantas posean la capacidad de sentir dolor y sufrimiento y tampoco conciencia.

Pero aún con estas pruebas observables por cualquier mortal y avaladas por la ciencia, hay quienes siguen preguntando obtusamente dónde estaría el límite. Dicen convencidos que si es ético dejar de comer animales porque sienten, también habría que hacer lo mismo con las plantas. Uno se percata de que en su argumento no hay motivación ética alguna, resulta una autojustificación errada para poder seguir comiendo de todo. Y si lo fuera, deberían ser consecuentes, dejar de comer tanto animales como plantas -seres sintientes según ellos- y limitarse a comer una dieta frugívora.


El argumento de la carne ancestral

A menudo se escucha que los seres humanos llevamos comiendo carne toda nuestra existencia. Este argumento es falso por varias razones:

En primer lugar, el ser humano no desciende de animales carnívoros ni omnívoros, tampoco de hervíboros. El ser humano desciende de animales frugívoros. Por tanto, los primeros homínidos eran recolectores de frutos y excepcionalmente comían animales muy pequeños.

En segundo lugar, las migraciones constantes y las condiciones ambientales adversas pudo motivar una disminución de los frutos que sustentaban a los hombres primitivos recolectores y esto motivó a su vez que algunos grupos de humanos se vieran obligados a alimentarse de la carne de animales más grandes, pero al principio ni podían ni sabían cazar, por lo que eran más bien carroñeros.

En tercer lugar, al cabo de miles de años de carroñear algunos grupos de humanos empezaron a cazar, pero este hecho es más bien tardío en la evolución humana: las pruebas sugieren que ocurrió sólo en los últimos milenios del paleolítico. Con el paso del tiempo, los grupos de humanos que se vieron obligados por las circunstancias a practicar la caza, pudieron perfeccionar sus técnicas y con el tiempo descubrir la domesticación.

Es cierto que llevamos muchos milenios comiendo carne pero las pruebas antropológicas nos confirman que fue un hecho motivado por las circunstancias. Con todo, el hecho de que algo se lleve haciendo muchos años no justifica por ello que deba seguir haciéndose si conlleva problemas de tipo moral.


El argumento de la salud

Las proteínas constituyen un nutriente esencial en nuestra dieta, al igual que otros, pero ello no quiere decir que tengan que provenir de la carne. Muchos vegetales las tienen en cantidad suficiente para cualquier ser humano. Si no, millones de vegetarianos en la India y en otros tantos países del mundo no hubieran sobrevivido. El motivo de que se le haya dado tanta importancia a este nutriente más que a otros no es en absoluto arbitrario, pues existen fuertes intereses comerciales detrás, pero como tantos otros mitos que se han difundido durante años, resulta insostenible. Numerosos estudios de expertos en nutrición atestiguan que las proteínas vegetales son igual de válidas y sanas que las proteínas animales y dicen más, las dietas con poca o nada de carne y pescado son a menudo más saludables que las dietas omnívoras comunes.


El argumento de la opción personal

Aún refutados tres de los argumentos más comunes, muchas de estas personas continuarían en su cerrazón diciendo que aún así, su decisión y deseo de comer carne debe ser respetado porque se trata de una opción personal. No pueden estar más equivocados. Comer carne no puede tratarse de una opción personal en la medida en que dicha opción está fundada en la violencia sistematizada, la esclavitud y la opresión de millones de seres con capacidad de sentir y sufrir; por tanto existe un problema moral grave que nadie debería tolerar y todo el que lo hace es por presión social y engaño. Es la acción de comer carne la que no debe respetarse en la misma medida que no se debe respetar toda acción basada en la violencia y el abuso, y es precisamente esto lo que denuncia todo defensor de los animales. Se respeta al individuo en sí pero no sus acciones si las mismas contribuyen a la violencia y la opresión injustificada de terceros.

11 de julio de 2015

Un análisis excepcional sobre la televisión





En este vídeo, un experto estadounidense analiza de forma acertada las repercusiones de la televisión como aparato tecnológico que modifica la mente humana de forma alarmante y como medio letal para el control de las masas. También existe un libro que desarrolla la cuestión en profundidad.

Aunque el autor expone razones para eliminar la televisión, resulta evidente que la sociedad de masas jamás se planteará tal cosa, pues forma parte de su razón de ser, al igual que el coche, los aviones, la industria, la tecnología, la ciudad, el progreso. Por ello, esta crítica debería entenderse no como un alegato literal para reclamar eliminar la televisión, sino como una reflexión individual de por qué y para qué fue inventada. Por otro lado, la televisión no es más que una parte importante de un todo, el sistema tecnológico, responsable de la degradación humana y la destrucción natural y de nada serviría plantearse eliminar esta parte sin hacerlo con el todo.

17 de junio de 2015

Por qué el izquierdismo es prosistema (2) Adhesión al sistema de partidos

Desde sus inicios, la estrategia izquierdista siempre ha estado ubicada en el sistema  político de partidos, en su deseo inicial de llevar a la práctica la teoría de Marx o los intentos por forjar sociedades comunistas, como la revolución rusa o china. Con el tiempo, la izquierda debió de admitir que aquellas ideas eran demasiado utópicas para llevarlas a cabo en una sociedad cada vez más exigente y compleja, tendiendo claramente hacia posiciones más moderadas y adaptativas. Tras el desastre de la revolución en Rusia y las dos grandes guerras mundiales, el izquierdismo traía una solución más acorde a los tiempos, la cual conciliaba el capitalismo imperante con la miseria del pueblo ante el gran cambio de la era industrial. Para ello solo había una opción posible, la creación de partidos políticos con tendencias capitalistas y estatales que a la vez combinaran políticas sociales. Fue el inicio de lo que llamaron socialdemocracia, una tendencia política en auge en Europa que fusionaba el neoliberalismo más voraz con las necesidades básicas de las masas crecientes.

Así fueron tomando fuerza los partidos emergentes de la izquierda que siempre defendían el capitalismo y que fueron olvidando -si es que alguna vez lo tuvieron en cuenta- la teoría marxista de supuesta transición hacia una sociedad sin clases; aunque dicha teoría no negaba la posibilidad de conseguir aquel objetivo mediante la participación en el sistema parlamentario de partidos. Si bien una mínima parte de la izquierda mantuvo su fidelidad a la teoría marxista, la otra gran parte la obvió y tendió hacia posiciones más moderadas en clara connivencia con la idea capitalista y progresista. Pero la izquierda, a diferencia de la derecha, supo aprovechar su adhesión a esta ideología en su papel de escuchar las necesidades de las masas. Así, el izquierdismo político se sumó a todos los movimientos considerados de opresión y los hizo su portavoz, dándoles la oportunidad de rebelión y protesta que luego traducía en derechos legales conseguidos a base de esfuerzo y sudor.

Poco a poco, la izquierda moderada se convirtió en un oponente digno de la derecha hasta tal punto que en muchos países solo dos partidos, representantes de cada tendencia, se disputaron por años el gobierno de cada país. La derecha tradicional, excesivamente conservadora y retrógrada se vio superada por la izquierda progresista, que se adaptaba mejor a los cambios de la modernidad. Pero la derecha supo a su vez cambiar de estrategia, admitiendo su apego por la inmovilidad y tradicionalismo, tendiendo al mismo tiempo hacia posiciones moderadas que abrían las puertas a los cambios modernos, aunque siempre fiel a sus principios básicos.

Sin embargo, ambas políticas han caminado de forma paralela bajo el yugo del poder financiero, la industria y las leyes del mercado, limitando sus movimientos y su capacidad de intervención. Si bien muchos países se han dado cuenta de que la intervención estatal -mediante el eufemismo de “público”- era necesaria para el contento de las masas consumistas, no quiere decir que dicho poder superara ni controlara las leyes del mercado de la oferta y la demanda. Así, el estado no es más que una gran empresa de tantas que tiene la función de mejorar el control de los ciudadanos mediante un férreo y estudiado sistema legal o dicho de otro modo, sumir a la masa en una especie de atontamiento patológico.

El resultado es que hoy en día, tanto izquierda como derecha se fusionan y se confunden en su adhesión a la modernidad y su ideología culmen del progresismo. La prueba es que ambas tendencias se adhieren sin tapujos a la gran mentira de la democracia, queriéndose atribuir una imagen amable y fiel a las necesidades del pueblo. A remolque de las grandes corporaciones financieras los representantes políticos se limitan a salvaguardar el poder público a la par que dejan vía libre al poder privado que extralimita la intervención de las empresas con el único objeto del beneficio económico. Mientras ambas formaciones dan cabida al poder privado de las corporaciones y empresas sin inmiscuirse en el mismo, posiblemente la izquierda se vea más obligada a dar más cabida al poder público -quizás por su tradicional defensa interesada de las necesidades de las masas-, marcando una diferencia que no es más que pura superficialidad.

La izquierda moderada, al igual que la derecha moderada, siempre mantiene las puertas abiertas a la operatividad extralimitada del poder financiero e industrial. Es más, una gran parte de los representantes políticos tienen a menudo importantes vinculaciones de todo tipo con las grandes corporaciones, los bancos y los medios de comunicación oficiales. Independientemente de quién esté gobernando en ese momento, si la izquierda o la derecha, los gobernantes sucumben al poder de las corporaciones por la cantidad de intereses que comparten. Al fin y al cabo, a las grandes empresas productoras les interesa una masa consumista, adoradora del progreso, feliz e irreflexiva, en la misma medida que al gobierno de turno.

Izquierda y derecha van de la mano en el llamado estado del bienestar, justificado mediante la llamada democracia representativa, haciendo creer al pueblo que interviene decisivamente en sus asuntos votando al partido deseado cada cuatro años. Los partidos políticos, incluidos por supuesto los considerados de izquierda, aprovechan las elecciones para bombardear e influenciar más al votante mediante campañas de publicidad invasiva, al igual que hacen las empresas para vender sus productos o servicios.

Pero el izquierdismo partidista no es representado por un sólo partido, sino que a lo largo de los años se han sumado cientos de formaciones con miles de escusas y motivaciones diferentes que buscan su parte del pastel utilizando los mismos medios farrulleros, aunque realmente a la larga poco o nada obtienen. Solo en ocasiones de crisis económica o descontento más o menos generalizado, izquierda y derecha buscan renovarse mediante la absorción de dichos partidos nuevos ofreciendo otra imagen diferente y remodelada. Al margen de estas cuestiones anecdóticas, el izquierdismo político solo busca otra forma de poder mediante la creación de élites encargadas de forjar adeptos, más sutil si cabe, pero siguiendo el culto del progreso y de la tecnología. En ese aspecto es y seguirá siendo únicamente reformista, obteniendo como mucho, cambios superficiales e inofensivos para el la perpetuación del sistema.

Por otra parte, el izquierdismo reformista excluye a la par que distorsiona cualquier propuesta e iniciativa auténticamente revolucionaria que cuestiona directamente la esencia nociva del sistema. Dichas propuestas que incluyen algunas corrientes anarquistas, de la ecología profunda y de la liberación animal han sido desvirtuadas en su movimiento por gran parte del izquierdismo institucional y reformista, desviando su camino de rechazo incondicional del sistema tecnológico e industrial, así como los valores civilizados como fenómenos degradantes para el género humano y destructivos para la naturaleza y todas sus formas de vida.

Hoy en día el izquierdismo no sirve para derribar el sistema omnipotente que es lo que está acabando con todo resquicio de la naturaleza humana, transformándola a su vez en una suerte de máquina impredecible. No cuestiona la esencia opresiva de los gobiernos, la existencia de “líderes que deben guiar a las personas porque estas no saben autogestionarse”, una idea perniciosa que ha calado en la gente como si fuera esta una necesidad innata al ser humano. Tampoco sirve para derribar ni cuestionar la idea nociva y degradante del antropocentrismo -base del progresismo- que justifica todo abuso del ser humano sobre todo aquello que le rodea.

En conclusión, solo una postura revolucionaria que cuestione todo el sistema en sí y los valores de la civilización puede ser fiel a la idea de liberación humana y de los animales del virus de la dominación. Y si de verdad hay alguna solución, ésta ha de pasar por este proceso necesariamente, por muy drásticas que sean las consecuencias. 

25 de mayo de 2015

Por qué el izquierdismo es prosistema. Sobrevaloración de los valores de justicia e igualdad social

El urbanismo y la era industrial han forjado durante los dos últimos siglos una ideología de aspecto progresista y capitalista en el mundo civilizado; una ideología que se ha extendido irremediablemente como un cáncer al resto de sociedades civilizadas -oficialmente países- en vías de desarrollo. Uno de los estandartes de esa ideología ha sido el izquierdismo en todas sus corrientes, la cuál ha calado en la mente de muchas personas mediante el engaño patológico y persistente. Como mostraremos a continuación, la ideología progresista no solo congenia con el izquierdismo, sino que en esencia puede decirse que ambas cosas son lo mismo.

No entraremos a debatir sobre el surgimiento de las ideas izquierdistas en el pasado, si fue el resultado de una desvirtuación de las luchas obreras revolucionarias o el aprovechamiento de unos cuantos reaccionarios para crear un pseudomovimiento de base progresista tendente a forjar una ideología que justificara el capitalismo en auge. Sea como fuere, en la práctica, todas las corrientes izquierdistas han hecho posible este auge mediante desviaciones, trucos y engaños de todo tipo.

En la actualidad, las ideas y corrientes izquierdistas juegan un papel fundamental para el control de las masas de cualquier sociedad civilizada. Durante años, estas ideas han basado parte de su estrategia en la victimización de los supuestos grupos oprimidos como el colectivo de las mujeres, las minorías raciales, los inmigrantes, y más recientemente otros como el colectivo de gays y lesbianas, una estrategia que tiende irremisiblemente hacia la cohesión, la estabilidad, la ausencia de conflictos y el control social, es decir, una estrategia de carácter reformista que encaja con las pretensiones del sistema.  

Influenciado en parte por la interpretación marxista de la expropiación de los medios de producción por la clase obrera, el izquierdismo continuó esta concepción en sus diferentes doctrinas y las trasladó de forma amplia a todos los grupos de opresión. Pero esta concepción tiene dos problemas: uno, es una concepción muy materialista de ver las cosas, ligada claramente al industrialismo excluyente de la época, y dos, obvia el carácter sistemático que lleva operando en las sociedades civilizadas durante miles de años, lo que Mumford dio en llamar, más acertadamente, una forma de megamáquina; esto es, la forja de un sistema progresivo que tiene una tendencia clara hacia el control social y mental de los individuos que lo componen mediante la complejidad de las relaciones; esta es la verdadera opresión: la tendencia hacia el control psicológico y no físico de los individuos.

El izquierdismo, motivado por una interpretación simplista de la situación y por su falta de análisis histórico, basó su estrategia únicamente en sobrevalorar los diferentes grupos de opresión predominantemente física como clases injustamente oprimidas por estar desposeídas de los medios de producción, lo que les llevó a plantearse metas únicamente de justicia e igualdad social y no de liberación. Pero eso fue darles un motivo suculento para justificar su necesidad de rebelarse. La verdadera rebelión nace de la necesidad de liberación, no de la igualdad social. Cuando un grupo está oprimido o esclavizado ansía liberarse de ese mal, no sumarse a él. Y esto es lo que realmente hizo el izquierdismo con estos grupos, proporcionarles la tentación de la envidia. Así, la mujer se quiso igualarse al hombre, el negro al blanco y el homosexual al heterosexual en toda su nocividad.

El sistema degrada a todos por igual, tanto a los ricos como a los pobres, los imbuye de mitos y creencias falsos que acaban normalizando, tal es el caso de la idea antropocentrista, del progreso, la propiedad y la necesidad de líderes y gobiernos que guíen a las masas, entre otras muchas. En su perfeccionamiento, el sistema modifica paulatinamente las nuevas formas de control social, se modera y se suaviza a sí mismo y donde antes permitía una excesiva opresión física de unos por otros que causaba demasiados conflictos y malestar social, después se adapta a los cambios planteados por ideologías influyentes como el izquierdismo, que finalmente le hace un excelente favor. En vez de atacar al sistema, lo justifica y se acaba adaptando a sus intereses.

El movimiento feminista jugó desde sus inicios un papel interesado con las pretensiones izquierdistas y progresistas: la igualdad de oportunidades mediante la incorporación de la mujer al mercado laboral. Así, este movimiento fue reformista desde el primer momento, ya que no cuestionó el sistema patriarcal como esclavista y degradante, sino que la mujer se quiso sumar a él en todas sus consecuencias, en su obsesión de igualarse al hombre. El feminismo hablaba de no discriminación, no en términos de liberación, sino de igualdad laboral. ¿Qué sentido tiene querer aspirar a la igualdad de un sistema que ya de por sí es nocivo y degradante?

En la misma línea, el movimiento contra el racismo y la xenofobia sufre desde hace décadas una clarísima intrusión del izquierdismo en base a una cuestión de igualdad de oportunidades, discriminación racial e integración social de los inmigrantes, sin profundizar lo más mínimo en las raíces del problema de la inmigración. En lugar de ello, el izquierdismo basa su estrategia en la integración social de los inmigrantes, forzados a abandonar sus tierras por culpa de las guerras que dejan la colonización de los países que ahora los quieren integrar. Para ello, se ha inventado argumentos en torno a un interculturalismo que no es voluntario sino impuesto, y que incluso choca con la naturaleza humana de relación por parentesco o peor aún, queriendo imponer un orden moral universal, como si todas las culturas debieran guiarse por el mismo código moral, en este caso, el código occidental, progresista y cristiano.

Más recientemente, las ideas izquierdistas han calado de forma decisiva en gran parte de las ONGs de índole humanista, continuadoras del cristianismo redentor y recurriendo a acciones y argumentos de solidaridad y compasión. Por supuesto, se entiende sobradamente que estas acciones son virtudes por sí mismas, pero no cuando se usan como un fin, dado el contexto actual. En lugar de buscar las causas de la miseria, el movimiento izquierdista de las ONGs se ha fomentado que los ciudadanos siguieran victimizando de por vida a aquellos que fueron desposeídos por los países colonizadores que provocaron su migración forzosa. Dichas ONGs que operan desde las ayudas continuas de los gobiernos, se han convertido en empresas de mercenarios que viven de la victimización y que no aportan nada en contra del sistema.

Pero incluso el movimiento ecologista ha sufrido la perversión de las ideas izquierdistas mediante la llamada “moda verde” impulsada por los partidos verdes y ONGs ecologistas, convertidas a su vez en grandes empresas que nunca atacan las raíces de la destrucción humana hacia la naturaleza. Todo lo más que se dedican es a extender mensajes que animan a reciclar, a usar el transporte público, a no tirar basura al monte o sumarse a las energías renovables, cuando no campañas de grandes empresas vendiendo imagen de compromiso medioambiental, medidas ridículas que solo sirven como lavado de conciencias. Jamás se ataca los verdaderos males como el consumismo, la urbanidad, el tráfico de masas, la ganadería industrial o el abuso de la tecnología.

Por último, cabe destacar en las últimas décadas la suma del movimiento contra la homofobia, de carácter izquierdista, y sorprendentemente festivo, en el que el colectivo afectado, con ayuda de otros, ha seguido la línea de los otros movimientos izquierdistas tradicionales, basando la discriminación y represión que han sufrido desde hace años en una cuestión de reclamar más derechos legales, como el del matrimonio homosexual, contribuyendo con ello a justificar todo el sistema legal estatal.
  
En general, todos estos movimientos y tendencias izquierdistas han mostrado durante años una imagen que no concuerda en absoluto con lo que muchas veces promulgan creando una gran confusión social en algunos casos y la adhesión incondicional al sistema en muchos otros. Quienes han criticado males como la pobreza o las desigualdades sociales, al mismo tiempo han defendido el progresismo de forma ingenua. Critican el capitalismo, las guerras por los recursos o la violación de los derechos humanos, pero no la existencia de ejércitos, la superpoblación o la invasión de la tecnología y la relación directa de estos fenómenos con muchos de los males de la humanidad.

En definitiva, los nuevos “progres” son los izquierdistas que inconscientemente o no, están haciendo que el sistema se ablande y se justifique a sí mismo, pasando de los regímenes totalitarios que creaban demasiados conflictos sociales e inestabilidad a las democracias encubiertas de supuesta paz y bienestar social. Están consiguiendo mediante falsas metas de igualdad, solidaridad e integración, forjar un sistema más estable y supuestamente unido por el interés, pero al mismo tiempo, más dependiente, sumiso y deshumanizado.

El izquierdismo jamás ha cuestionado el crecimiento, el urbanismo o el progreso. Jamás ha cuestionado las causas del mal, pues jamás ha admitido ninguna nocividad, tan solo problemas estructurales. Jamás ha cuestionado el sistema como fenómeno altamente peligroso contra la naturaleza humana y la naturaleza salvaje. Jamás ha sido ni será revolucionario porque en realidad el izquierdismo es la cara amable del sistema, disfrazado de supuesta justicia social, derechos e igualdad.

El izquierdismo, desde sus orígenes reformistas, ha perseguido una serie de cambios adaptativos y meramente estructurales mediante una imagen pseudorrevolucionaria que sólo servía a los intereses del sistema, en vez de abordar las raíces del mal, la modernidad, antes de que ésta hubiera calado demasiado hondo en la gente, convertida pronto en masa obediente y conformista. De hecho, se deduce de forma lógica que el izquierdismo nunca tuvo pretensiones revolucionarias, ni de cuestionamiento, ni de transformación. Al identificar a los grupos supuestamente oprimidos como no integrantes del sistema opresor, les dio a éstos un buen motivo para postrarse ante dicho sistema en toda su nocividad. Y a decir verdad, no podía ser tan fuerte la opresión cuando dichos colectivos se dejaron convencer rápidamente por cuestiones como la igualdad o la integración. Un colectivo realmente oprimido, esclavizado, es capaz de identificar a su opresor con el mal, y actuar en consecuencia de la única forma posible mediante el rechazo incondicional.

De ahí que un análisis crítico del papel de la ideología izquierdista en este sentido lleve a pensar en su contribución al perfeccionamiento del sistema. Quizás ahora ya sea tarde y solo queden soluciones drásticas para el papel de la especie humana en el planeta Tierra (sin pretender llegar a decir con esto si las hay). Pero está claro que el izquierdismo no lo es.