6 de enero de 2015

Una condena rotunda a la dominación humana

Analizado de forma objetiva, la historia de la dominación humana en  el planeta Tierra ha alcanzado con la modernidad su momento más álgido y a la vez el más drástico, dado el nivel de destrucción que trae consigo. De forma gradual se puede decir que el ser humano civilizado se fue extendiendo al mismo ritmo que lo hacía la agricultura y la ganadería, lo que fue el principio de la dominación. Estos dos hechos son dos de los primeros pasos en pos de un control del medio que permitirían a su vez un mayor flujo de migraciones humanas por varios continentes al mismo tiempo que un aumento de la población.

La rueda en forma de cadena giratoria estaba servida, pues a más población más demanda de necesidades, más migraciones, y así sucesivamente. Al mismo tiempo, un mayor contacto entre formas de sociedad distintas trajo no solo una adopción de métodos nuevos de producción sino también un conflicto de intereses. Esto quiere decir que es más acertado pensar en una expansión humana motivada por las circunstancias externas y el instinto biológico de reproducción que por la propia voluntad de guiar su destino. Bien que una pequeña sociedad aislada de humanos pueda conseguir un mayor control de su voluntad pero cuando ya dejan de ser aisladas y se da un continuo contacto entre ellas, sólo puede esperarse una evolución motivada por las circunstancias externas.

A pesar de que se puede afirmar que un cúmulo de hechos motivara en gran medida la expansión, a nivel cultural se derivaron ciertas predisposiciones al control. De alguna forma, el humano antiguo llegó a comprender que intervenir directamente en la producción de los recursos de la tierra en vez de recolectarlos o domesticar animales en vez de cazarlos le proporcionaba supuestas ventajas, y esto hizo que lo viera como una forma de controlar la naturaleza a su voluntad. Por supuesto, lo que no podía imaginarse era el potencial de extensión que podría llevar aparejado. Así, las primeras intenciones de esta especial forma de dominación -que por cierto ni mucho menos ha sido la única ni la más larga en el tiempo: los dinosaurios dominaron durante muchos millones de años- al principio no tenían consecuencias de ningún tipo, pero lo que empezó como una pequeña dominación con idea de control aislado en una zona geográfica del planeta acabó en una forma de dominación devastadora a nivel planetario, absolutamente descontrolada -dado el nivel de destrucción ambiental- y criminal -por el exterminio de millones de formas de vida que supone- y que además es portadora de una seria amenaza de un nivel de destrucción muchísimo mayor pero imposible de determinar.

Si afirmamos que la dominación humana está descontrolada es precisamente por esto, y que además tiene la característica fatal de la depredación exclusiva, esto es, el ser humano se sale de la pirámide trófica porque es una especie de omnívoros que no tiene depredadores y que además tiene un alto poder de reproducción. Con todo, no solo se ha salido de la norma animal por cuestiones biológicas, sino culturales y sociales. Esto sólo puede hacer romper el equilibrio natural, el orden establecido, la vida funcional de los ecosistemas y la pérdida de la biodiversidad, fenómenos que en muchas ocasiones son irrecuperables.

Si la dominación de los dinosaurios - si es que se puede llamar así- duró tanto tiempo es porque no se trataba de ninguna forma de depredación exclusiva. Los dinosaurios sí que estaban integrados en la pirámide trófica, puesto que los carnívoros depredadores eran pocos y los herbívoros eran la mayoría. No modificaban su hábitat ni lo destruían. Solo un hecho fortuito -por el cuál recordemos que estamos aquí- acabó con esta forma de “dominación controlada”, pero no nos confundamos, los dinosaurios sólo eran animales sin intención ninguna de dominar ni controlar nada y es por esto precisamente por lo que duró tanto y duraría todavía.

En comparación, la dominación de los humanos es una mota de polvo en el tiempo, única y especial porque es intencionada y guiada por circunstancias más culturales que biológicas y si decimos que está descontrolada es porque está destruyendo su propio hábitat (y probablemente a sí mismo).  El hecho de tratarse de un animal con un potencial racional creciente y una tendencia hacia la socialización han contribuido a aumentar los riesgos de la expansión y sus terribles consecuencias.  

Sea como fuere, motivada o no, la evolución de los humanos derivó en la dominación natural, tanto de los recursos orgánicos como inorgánicos. De los primeros, las plantas y los animales fueron los dos principales objetivos, ya que proporcionaban alimento, vestido, y otros usos. De la extracción de los recursos inorgánicos derivó la extensa extracción de minerales, metales, fuentes de energía para fabricar todo tipo de armas, infraestructuras y objetos. El avance fue más o menos gradual hasta la era industrial y tecnológica en la que el nivel de destrucción se multiplicó de forma explosiva, porque además permitió a su vez un aumento explosivo de la población humana y por tanto un aumento de la demanda de recursos.

Este panorama que hemos descrito permite hacer un juicio de valor probadamente racional que todavía muchos críticos se empeñan en obviar: no se trata solamente de que la humanidad sea incompatible con la naturaleza salvaje, algo que queda sobradamente demostrado, sino que se puede afirmar con total rotundidad que la humanidad es un error evidente de la naturaleza salvaje. Solamente esperamos que no sea letal y que se pueda recuperar cuando la voracidad humana remita o llegue a su fin.

Los estragos que resultan de la dominación humana sobre el medio natural han influido también drásticamente en quienes han contribuido y contribuyen a la destrucción, que son prácticamente todos los humanos del planeta Tierra. Si la era industrial ha disparado los niveles de destrucción, ha servido también para forjar una ideología milenaria que defienda la dominación que se deriva de ello como una obra sublime. Esta ideología representa la arrogancia humana que se otorga el derecho de dominar y utilizar a su antojo todo recurso natural, y por cierto que no sólo es atribuible a las mentes más enfermas, aquellas que ansían más poder, a mayor o menor escala, sino también al resto de personas que sin darse cuenta la practican en su día a día.

Esta ideología afecta de gravedad a todo el conjunto de la humanidad moderna, civilizada o como quiera catalogarse y se contagia como si de una transmisión genética se tratase. Al fin y al cabo, de forma individual todos los humanos ejercen algún tipo de dominación sobre seres más débiles que ellos -no necesariamente considerados inferiores- a pesar de que no sean conscientes o de que muchos se empeñen en negarlo. Pero admitirlo es un primer paso.

Hoy ya son unas pocas mentes las que se han rebelado contra las cadenas del sistema de dominación dándole la espalda hasta donde se pueda, un reto supremo que bien merece tenerse en cuenta. Un esfuerzo que durará toda una vida y que podría suponer el principio de una revolución a escala mayor.





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