3 de febrero de 2015

El terrorismo en toda su magnitud

Les llena de orgullo a los gobiernos de hoy en día hacer creer al personal que existe en la sociedad una lucha no deseada del bien contra el mal. Por supuesto, el bien lo representan ellos, y la base de los principios de dicho bien la han llamado democracia, término confuso con carácter supremo e inviolable. Todo aquel con pretensiones o actitudes atacantes hacia la democracia es tachado inmediatamente de terrorista y éste representaría el mal. Pero esta supuesta lucha es en realidad una de las mayores farsas ideadas por los gobiernos modernos.

Antes debemos aclarar algo. Quién crea que este artículo va a polemizar más aún sobre pueblos oprimidos, radicales y fanáticos, grupos nacionalistas, atentados sangrientos y gobiernos mediadores, ha errado su búsqueda. Si quien crea que tras este supuesto problema existe uno más grande y oculto entonces quizás le convenga terminar de leer.

Debemos añadir a su vez, que no suele ser de la incumbencia de este blog hablar de asuntos de “actualidad oficial”. Si por este tipo de actualidad dominante se entiende aquellas noticias que aparecen en los medios de comunicación de masas, de carácter lineal, sensacionalista y adoctrinador, es necesario recordar que existe otro tipo de actualidad oculta que no está en los medios oficiales. En realidad no nos referimos a noticias de ningún tipo. Se trata de la actualidad cotidiana, la que se ve y se siente en la calle, aquellos hábitos de la gente, comportamientos, desviaciones, adhesiones, cultos y mitos, vicios y por qué no, virtudes. Es ante todo una actualidad sin tapujos, una actualidad que busca la verdad y que no teme juzgar las acciones. Es además una actualidad transformadora (aunque en la práctica no transforme nada).

Por ello, en honor a este tipo de actualidad consideramos oportuno empezar a destapar la farsa del terrorismo porque acumula ya demasiadas mentiras. No se trata ni mucho menos de esa supuesta guerra contra un supuesto terror que empezó Occidente por provocación en nombre de la colonización, el patriotismo y la invasión deliberada de diversos pueblos o religiones. Aunque esto forma parte de la farsa, no sería más que la punta del iceberg. Lo que ha quedado abajo es lo que oficialmente no se ve ni se comenta, lo que no existe. Sin embargo, en este artículo es lo relevante.

Por terrorismo oficial entendemos la lucha violenta y generalmente armada que se ven obligados a ejercer ciertos grupos de personas por cuestiones políticas o religiosas normalmente con objetivos concretos. Aunque desde el primer momento fueron acusados de crear el terror en las calles -también han sido injustamente descalificados como anarquistas- pocas son las veces que de verdad lo han conseguido porque sus medios siempre han sido reducidos y clandestinos. En contraposición, se pueden contar a lo largo de la historia muchas más ocasiones en las que quienes de verdad han sembrado el terror han sido los gobiernos con sus acciones militares a base de golpes de estado o acciones de represión policial contra la ciudadanía. Se llega a decir también y es fácil de deducir que muchas de las acciones terroristas han sido provocadas por las naciones más poderosas como formas de justificar posteriores invasiones o guerras con fines comerciales en países con suculentos recursos naturales.

Un término más amplio de terrorismo es aquel que no hace distinciones, una forma de violencia que trata de sembrar el terror, sin importar dónde ni cómo se lleva a cabo. Pero hemos de ir más allá: aquella forma de violencia sistematizada, destructiva y criminal que no entiende de piedad ni compasión y que deja más daño dependiendo quién la ejerza y respalde. El fino trabajo del ocultamiento de esta forma devastadora de violencia como quitándose el muerto de encima y manipular su significado real culpando a otros es la culminación de la farsa, lo que hace que ésta funcione y sea absorbida por el ciudadano de a pie sin que éste se dé cuenta del engaño.

Pero vayamos desgranando las diversas formas de terrorismo no oficial.

El terrorismo de estado es aquel que perpetran los estados contra los ciudadanos que lo sustentan, a base de freirles a impuestos en gran medida para gastos militares, grandes infraestructuras comerciales y menos para servicios como sanidad o educación. Sus armas son la formulación de un aparato legislativo altamente burocratizado, plagado de incontables leyes a la cuál más compleja y más enrevesada; la creación de un aparato judicial encargado de juzgar el incumplimiento de las leyes; la creación de un aparato policial encargado de hacer cumplir las leyes, de acatar el orden establecido y de intimidar a quienes cuestionan o se rebelan y por último la creación y mantenimiento en la sombra de un ejército para solventar eventuales insurreciones.

El terrorismo laboral e industrial es aquel que ejercen las empresas con el consentimiento de los gobiernos y el amparo de los sindicatos de pastel. Un sistema que esclaviza a los trabajadores a base de horarios antinaturales, jornadas eternas, sueldos miserables, presión por producción, competitividad entre trabajadores, amenazas, despidos, acosos, y en el peor de los casos, accidentes por negligencia y muertes.   

El terrorismo multinacional se aprovecha de la miseria del tercer mundo para situar en enclaves estratégicos empresas filiales de grandes grupos empresariales con el objetivo de acaparar mano de obra barata y multiplicar los beneficios. La industria textil, alimenticia y tecnológica son las más representativas; industrias éstas que además han sembrado a su paso durante años innumerables guerras, esclavitud y millones de muertes innecesarias.

El terrorismo histórico y militar supuso la invasión colonial de los países europeos sobre África, América y gran parte de Asia en busca de tierras y recursos naturales, dejando otros tantos millones de muertos y contribuyendo a un nivel de corrupción interno que sumerge a aquellos países en guerras étnicas interminables por la extracción de las materias primas más codiciadas. Más atrás en el tiempo, el avance de los pueblos civilizados transformó por completo el modo de vida de cientos de pueblos indígenas que vivían de la recolección o de la caza, cuando no los desplazaba y exterminaba directamente. Pero esto está ya tan lejano en el tiempo que para ellos prescribió.

Existe otra clase de terrorismo más sutil, aquel que los grupos de poder, llámese estatal o empresarial, llevan ejerciendo contra la mente humana durante siglos. Mediante armas como la poderosa industria de la publicidad o la tecnología buscan persuadir a la gente, incitar al consumo, crearles una falsa realidad, imbuirles la idea absurda de ser feliz a costa del sufrimiento ajeno, hacerles creer que el ser humano es una especie superior al resto, que ha evolucionado de forma especial y que ha venido al mundo con un propósito, el de avanzar constantemente a no se sabe donde. Y que como tal puede aprovecharse de cualquier recurso natural, incluso de organismos vivos para utilizarlos a su antojo. Claramente es esto una forma de manipular la mente humana haciéndola vulnerable y débil, y en consecuencia, limitar su libertad y autonomía.

Por último, quizás el terrorismo más dañino y olvidado, aquel que lleva la marca de la devastación. Durante miles de años el ser humano ha perpetrado acciones de violencia y destrucción en la naturaleza que muy pocos son capaces de ver, menos de  juzgar, ni siquiera los grupos ecologistas mayoritarios. Un daño inconmensurable que ha supuesto la alteración de muchos de los ecosistemas vitales que mantienen el equilibrio en la Tierra, el exterminio y desplazamiento de millones de individuos no humanos con capacidades sensoriales, la desaparición de especies enteras y de sus hábitats. Todo ello para justificar el sistema de competitividad, el beneficio de los que solo buscan el poder, el beneplácito de los que no quieren saber nada al respecto. Para ser fieles a la verdad, esta acción que se ha repetido tantas veces en el tiempo en tantos lugares del mundo ni siquiera podría llamarse una forma de sembrar el terror en la naturaleza, ya que cuando todo se destruye o transforma, solo queda la desolación más absoluta.

En relación a esto, el terrorismo de especie ha justificado el antropocentrismo por encima de cualquier valor. Como tal, ha justificado la superioridad humana sobre el resto de especies animales para masacrarlas, domesticarlas, someterlas y esclavizarlas por cuestiones de capricho y conveniencia o por cuestiones puramente comerciales, ideando mitos absurdos que defiendan su consumo. Los campos de concentración de producción animal son probablemente los lugares en donde si uno acude puede sentir lo que es el verdadero terror expresado en las víctimas, humilladas y asesinadas a cualquier hora del día.

Todas estas formas de violencia que no parecen existir y de la que nadie se siente responsable son parte del terror sembrado por los más poderosos sobre los más débiles, un terror con miles de millones de víctimas a sus espaldas que han tratado de tapar inventando lo que se podría llamar también el “terrorismo de impacto”, el del tiro en la nuca o el de los atentados sangrientos con coches o trenes bomba, aquel que aparece en las televisiones de todo el mundo, el que es condenado por intelectuales prosistema y que sirve para engañar a millones de ciudadanos como la única forma de terrorismo.

Pero  para el que todavía dude, le invito a comparar. Si el terrorismo oficial ha causado unos cuantos miles de muertos en uno o dos siglos, el terrorismo no oficial expuesto aquí deja la friolera de miles de millones de muertos a lo largo de miles de años, además de miles de millones de  engañados, estafados, desplazados y esclavizados.

Por ello, todo espíritu que se precie a cuestionar el status quo, debe juzgar cuál es el verdadero terrorismo, si las acciones excepcionales de unos cuantos encapuchados, provocados y fanatizados en su mayoría por los propios gobiernos para justificar cierto tipo de intereses o aquellas que perpetramos y consentimos a diario en mayor o menor grado tanto ellos como el resto de los humanos.

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