17 de junio de 2015

Por qué el izquierdismo es prosistema (2) Adhesión al sistema de partidos

Desde sus inicios, la estrategia izquierdista siempre ha estado ubicada en el sistema  político de partidos, en su deseo inicial de llevar a la práctica la teoría de Marx o los intentos por forjar sociedades comunistas, como la revolución rusa o china. Con el tiempo, la izquierda debió de admitir que aquellas ideas eran demasiado utópicas para llevarlas a cabo en una sociedad cada vez más exigente y compleja, tendiendo claramente hacia posiciones más moderadas y adaptativas. Tras el desastre de la revolución en Rusia y las dos grandes guerras mundiales, el izquierdismo traía una solución más acorde a los tiempos, la cual conciliaba el capitalismo imperante con la miseria del pueblo ante el gran cambio de la era industrial. Para ello solo había una opción posible, la creación de partidos políticos con tendencias capitalistas y estatales que a la vez combinaran políticas sociales. Fue el inicio de lo que llamaron socialdemocracia, una tendencia política en auge en Europa que fusionaba el neoliberalismo más voraz con las necesidades básicas de las masas crecientes.

Así fueron tomando fuerza los partidos emergentes de la izquierda que siempre defendían el capitalismo y que fueron olvidando -si es que alguna vez lo tuvieron en cuenta- la teoría marxista de supuesta transición hacia una sociedad sin clases; aunque dicha teoría no negaba la posibilidad de conseguir aquel objetivo mediante la participación en el sistema parlamentario de partidos. Si bien una mínima parte de la izquierda mantuvo su fidelidad a la teoría marxista, la otra gran parte la obvió y tendió hacia posiciones más moderadas en clara connivencia con la idea capitalista y progresista. Pero la izquierda, a diferencia de la derecha, supo aprovechar su adhesión a esta ideología en su papel de escuchar las necesidades de las masas. Así, el izquierdismo político se sumó a todos los movimientos considerados de opresión y los hizo su portavoz, dándoles la oportunidad de rebelión y protesta que luego traducía en derechos legales conseguidos a base de esfuerzo y sudor.

Poco a poco, la izquierda moderada se convirtió en un oponente digno de la derecha hasta tal punto que en muchos países solo dos partidos, representantes de cada tendencia, se disputaron por años el gobierno de cada país. La derecha tradicional, excesivamente conservadora y retrógrada se vio superada por la izquierda progresista, que se adaptaba mejor a los cambios de la modernidad. Pero la derecha supo a su vez cambiar de estrategia, admitiendo su apego por la inmovilidad y tradicionalismo, tendiendo al mismo tiempo hacia posiciones moderadas que abrían las puertas a los cambios modernos, aunque siempre fiel a sus principios básicos.

Sin embargo, ambas políticas han caminado de forma paralela bajo el yugo del poder financiero, la industria y las leyes del mercado, limitando sus movimientos y su capacidad de intervención. Si bien muchos países se han dado cuenta de que la intervención estatal -mediante el eufemismo de “público”- era necesaria para el contento de las masas consumistas, no quiere decir que dicho poder superara ni controlara las leyes del mercado de la oferta y la demanda. Así, el estado no es más que una gran empresa de tantas que tiene la función de mejorar el control de los ciudadanos mediante un férreo y estudiado sistema legal o dicho de otro modo, sumir a la masa en una especie de atontamiento patológico.

El resultado es que hoy en día, tanto izquierda como derecha se fusionan y se confunden en su adhesión a la modernidad y su ideología culmen del progresismo. La prueba es que ambas tendencias se adhieren sin tapujos a la gran mentira de la democracia, queriéndose atribuir una imagen amable y fiel a las necesidades del pueblo. A remolque de las grandes corporaciones financieras los representantes políticos se limitan a salvaguardar el poder público a la par que dejan vía libre al poder privado que extralimita la intervención de las empresas con el único objeto del beneficio económico. Mientras ambas formaciones dan cabida al poder privado de las corporaciones y empresas sin inmiscuirse en el mismo, posiblemente la izquierda se vea más obligada a dar más cabida al poder público -quizás por su tradicional defensa interesada de las necesidades de las masas-, marcando una diferencia que no es más que pura superficialidad.

La izquierda moderada, al igual que la derecha moderada, siempre mantiene las puertas abiertas a la operatividad extralimitada del poder financiero e industrial. Es más, una gran parte de los representantes políticos tienen a menudo importantes vinculaciones de todo tipo con las grandes corporaciones, los bancos y los medios de comunicación oficiales. Independientemente de quién esté gobernando en ese momento, si la izquierda o la derecha, los gobernantes sucumben al poder de las corporaciones por la cantidad de intereses que comparten. Al fin y al cabo, a las grandes empresas productoras les interesa una masa consumista, adoradora del progreso, feliz e irreflexiva, en la misma medida que al gobierno de turno.

Izquierda y derecha van de la mano en el llamado estado del bienestar, justificado mediante la llamada democracia representativa, haciendo creer al pueblo que interviene decisivamente en sus asuntos votando al partido deseado cada cuatro años. Los partidos políticos, incluidos por supuesto los considerados de izquierda, aprovechan las elecciones para bombardear e influenciar más al votante mediante campañas de publicidad invasiva, al igual que hacen las empresas para vender sus productos o servicios.

Pero el izquierdismo partidista no es representado por un sólo partido, sino que a lo largo de los años se han sumado cientos de formaciones con miles de escusas y motivaciones diferentes que buscan su parte del pastel utilizando los mismos medios farrulleros, aunque realmente a la larga poco o nada obtienen. Solo en ocasiones de crisis económica o descontento más o menos generalizado, izquierda y derecha buscan renovarse mediante la absorción de dichos partidos nuevos ofreciendo otra imagen diferente y remodelada. Al margen de estas cuestiones anecdóticas, el izquierdismo político solo busca otra forma de poder mediante la creación de élites encargadas de forjar adeptos, más sutil si cabe, pero siguiendo el culto del progreso y de la tecnología. En ese aspecto es y seguirá siendo únicamente reformista, obteniendo como mucho, cambios superficiales e inofensivos para el la perpetuación del sistema.

Por otra parte, el izquierdismo reformista excluye a la par que distorsiona cualquier propuesta e iniciativa auténticamente revolucionaria que cuestiona directamente la esencia nociva del sistema. Dichas propuestas que incluyen algunas corrientes anarquistas, de la ecología profunda y de la liberación animal han sido desvirtuadas en su movimiento por gran parte del izquierdismo institucional y reformista, desviando su camino de rechazo incondicional del sistema tecnológico e industrial, así como los valores civilizados como fenómenos degradantes para el género humano y destructivos para la naturaleza y todas sus formas de vida.

Hoy en día el izquierdismo no sirve para derribar el sistema omnipotente que es lo que está acabando con todo resquicio de la naturaleza humana, transformándola a su vez en una suerte de máquina impredecible. No cuestiona la esencia opresiva de los gobiernos, la existencia de “líderes que deben guiar a las personas porque estas no saben autogestionarse”, una idea perniciosa que ha calado en la gente como si fuera esta una necesidad innata al ser humano. Tampoco sirve para derribar ni cuestionar la idea nociva y degradante del antropocentrismo -base del progresismo- que justifica todo abuso del ser humano sobre todo aquello que le rodea.

En conclusión, solo una postura revolucionaria que cuestione todo el sistema en sí y los valores de la civilización puede ser fiel a la idea de liberación humana y de los animales del virus de la dominación. Y si de verdad hay alguna solución, ésta ha de pasar por este proceso necesariamente, por muy drásticas que sean las consecuencias.