25 de octubre de 2015

Cinco mitos de la tecnología

El culto a la tecnología se ha extendido como un virus oculto en las sociedades modernas, más allá que cualquier religión del pasado, pues se propaga a la par que la reinante ideología del  progreso. Es alabado por casi todos los humanos y pocos escapan a su atracción. Pero como todo culto está fundamentado en mitos que resultan fácilmente desmontables:


“La tecnología es neutral, se puede usar tanto para el bien como para el mal”.

La tecnología simple usada por los humanos precivilizados puede ser catalogada como neutral ya que se componía básicamente de herramientas usadas por la mano humana, cuya energía era la que podía imprimir con su fuerza. En cambio, la tecnología compleja no puede ser neutral porque desde su evolución forma parte de un proceso de civilización progresivo, paralelo al proceso del progreso y más adelante del proceso de industrialismo y urbanismo, por ello ha sucumbido siempre al poder de las organizaciones más poderosas y de los técnicos que las dirigían. Un crítico de la tecnología dijo al respecto: la tecnología no es neutral porque aporta su propia racionalidad y el método para su uso. Una red de ordenadores o una fábrica de acero no se pueden utilizar como una simple herramienta; deben utilizarse tal y como han sido diseñadas y en combinación coordinada con una red de procesos complejos de apoyo sin los cuales su funcionamiento es imposible (David Watson).

Lo que fundamentalmente se está tratando aquí es la tecnología compleja, aquella que se compone necesariamente de códigos, medidas y números cada vez más complejos y aquella que precisa de fuentes de energía ajenas al hombre, cada vez más costosas de obtener. Se trata de una tecnología que siempre ha sido dirigida por grandes organizaciones y expertos cualificados, cuyo único objeto ha sido el de crear un mundo más creciente, complejo y dinámico. El proceso para crear cualquier innovación tecnológica es generalmente el mismo y solo es posible mediante la organización de unos pocos expertos sobre millones de personas. Para ello, es necesario un alto nivel de jerarquización y especialización -fenómenos derivados probablemente de la esclavitud- que irremediablemente contribuyeron a la creación de las clases sociales y el sentido del status.

La segunda parte de la frase es desacertada, porque uno de los mayores problemas que conlleva la tecnología no está en el objeto del uso, sino en su propio uso y desarrollo. Cuando alguien dice “la tecnología puede servir para fabricar algo bueno como un coche o para algo malo como una bomba atómica”, en primer lugar, cabría valorar hasta qué punto es mejor una bomba atómica que un coche, pues a la larga los coches han matado muchas más personas en poco más de un siglo que las dos bombas atómicas lanzadas por los americanos en los años cuarenta. Pero aun desestimando los daños colaterales que siempre dejan los coches y considerando que es un medio para transportarse mientras que la bomba atómica sólo sirve para matar, no puede negarse que el coche, al igual que otro vehículo motorizado no puede considerarse como un herramienta aislada, implica la totalidad del sistema (y de la cultura) de producción y de consumo: es una forma de vida (...). Un sistema de autopistas no puede considerarse un instrumento neutral; es una forma de gigantismo técnico y de masificación. (David Watson).



“La tecnología nos proporciona infinidad de posibilidades a elegir”.

Como afirmando que la tecnología nos ha legado la libertad. Pero ¿qué clase de libertad? ¿Aquella supuesta libertad para elegir entre millones de objetos materiales o servicios de toda índole? Con probabilidad este es el mito más degradante en el que se basa la trampa tecnológica, pues se ha confundido la esencia de libertad humana, independiente y autónoma de toda clase de poder o ideas, por aquella ficticia libertad del presente que nos ofrece la tecnología moderna. En realidad es al contrario, según ha avanzado el sistema y se ha hecho por tanto más complejo, el grado de libertad verdadera ha ido en disminución, sustituida por una suerte de libertad ficticia. Otro crítico de la tecnología escribió hace años sobre este problema: el sistema tiene que regular estrictamente el comportamiento humano para poder funcionar. Es necesario e inevitable en cualquier sociedad tecnológicamente avanzada que el destino y decisiones de los que componen la masa dependa de las acciones de personas que están lejos de él y en cuyas decisiones, por tanto, no puede influir. Esto no es algo accidental ni el resultado de la arbitrariedad de burócratas arrogantes (Ted Kaczynski).

Además, las posibilidades a las que se refieren a menudo con este argumento son aquellas que sólo puede conocer la masa en general, es decir, el resultado de todo el proceso tecnológico. El ciudadano común no tiene la menor idea ni interés en cómo se ha fabricado el producto que llega a sus manos ni las consecuencias que ha dejado tras su proceso de fabricación, pues solo le importa el resultado final. En resumen, el ciudadano tiene inevitablemente una dependencia absoluta del experto técnico y por ello se ve obligado a venerarlo.  



“La tecnología nos proporciona más cosas buenas que malas”.

Nuevamente se obvia que el problema mayor no está en el resultado final del uso que se le dé a la tecnología, sino en las transformaciones sociales y en especial los perjuicios que genera dicho uso. Pero si por un momento diéramos por supuesto que dichos perjuicios no son tales, centrándonos en los resultados finales, tampoco se puede afirmar con rotundidad lo que dice el mito de arriba. ¿A qué se refieren con cosas buenas y cosas malas? ¿cómo se puede dictaminar con rigor si algo es intrínsecamente bueno o malo? Si la mayoría de la gente tiene la certeza de que la tecnología proporciona más cosas buenas que malas es más por una falsa perspectiva de la realidad. La gente solo ve los placeres inmediatos que da la tecnología, gracias a su fidelidad a la ideología del progreso, considerado como bien supremo y en muchos casos, la falsa sensación de que a la larga siempre será un medio de salvación o de solución para todos los problemas.

Sin embargo, la gente no puede ver las verdaderas consecuencias y perjuicios de los que hablábamos antes y que son muchos más y más graves: el vicio que crea la atracción tecnológica, su posicionamiento incondicional hacia el progreso -quizás por ser la principal motivación del mismo-, medio de dominación y control de los poderes fácticos sobre la masa, el carácter dogmático, la sensación de ser un medio de salvación, cuando desde sus inicios solo se ha movido en el marco del sistema económico imperante creando infinidad de necesidades de las que se derivaban infinidad de nuevos problemas (lo que sería el círculo vicioso), adhesión incondicional al urbanismo y la globalidad, transformación vertiginosa de la mente y de las relaciones sociales tradicionales, transformación de la comunicación oral tradicional, alejamiento del medio rural-natural, destrucción del entorno para potenciar un mundo artificial y virtual, etc.  



“La tecnología nos ha dado comodidad reduciendo los trabajos más duros y penosos”

Los trabajos duros y penosos empezaron con la esclavitud y ésta ya se apoyó en la tecnología para perfeccionarse, hace milenios. ¿Y cuál era el objetivo de la esclavitud? El bienestar de los poderosos y su sed de codicia de nuevas tierras y recursos. Para ello, era necesario crear grandes gobiernos y ciudades, lo que demandaba mayor mano de obra esclava y mayor necesidad de emprender guerras para la conquista de tierras y pueblos, que a su vez demandaba mayor poder militar. Los trabajos duros y penosos han sido heredados por años de estas formas de sumisión y han llegado hasta la era preindustrial como un supuesto mal que la tecnología podía suplir con el advenimiento de la mecanización. Todos esos trabajos duros y penosos de los que nos hablan nuestros ancestros directos pertenecen a un siglo creciente y demandante de nuevas necesidades impuestas por una burguesía cada vez más poderosa, que no es más que la continuadora de los antiguos dueños feudales, usurpadores de tierras y de fuerza de trabajo. Allí en donde el poder no era tan férreo ni dependía de un organismo centralizado, las formas de vida comunitarias y locales no eran grandes demandantes de recursos ni de trabajo, ni necesitaban más tecnología de la que pudieran desarrollar con sus propias manos o como mucho, formas de tecnología simple. Incluso las comunidades indígenas recolectoras y cazadoras destinaban al trabajo mucho menos tiempo del que destina el hombre moderno. A pesar de lo cual, la mecanización se extendió como una forma lógica de aumentar el rendimiento productivo en auge, más que por el hecho voluntario de los empresarios para acabar con los trabajos duros y penosos.

Por otra parte, aun admitiendo que la incorporación de las máquinas sustituyera de forma satisfactoria a la fuerza humana en los trabajos más duros y penosos, esto solo se refiere al aspecto físico del trabajo, pero sin duda se ha olvidado el aspecto psicológico. La mecanización trajo consigo el aumento del trabajo sedentario, el trabajo repetitivo y carente de sentido, la fijación de horario y de turnos contra natura, el aumento de las horas de trabajo, presión hacia el trabajador, amenazas de despido, acoso laboral, etc.



“La tecnología nos ofrece multitud de formas para entretenernos”

Este mito no lo parece tanto, porque superficialmente hay algo de cierto en lo que dice, pero analizado en profundidad uno puede percatarse de que sí lo es. La inmensa mayoría de los medios de entretenimiento  tecnológico responden a formas de atracción convertidas a menudo en puro vicio que a formas sanas de distracción lúdica, propias de la cultura tradicional. Muchos de estos medios como los videojuegos, el cine o la televisión permiten y muestran la violencia como algo normal, en una sociedad que administra las formas de violencia y considera de un modo amoral cuáles son justificables y cuáles no (la sociedad normalizada nos exige no usar la violencia unos a otros, sin embargo en la industria del cine o los videojuegos la violencia vende, por no decir que a menudo es su razón de ser; la sociedad normalizada nos exige no usar la violencia en ningún caso, pero exime al estado de hacerlo cuando le convenga; la sociedad normalizada rechaza la violencia física entre humanos, pero consiente regímenes esclavizadores fundamentados en la violencia contra los animales; la sociedad normalizada ha tragado el anzuelo de que la violencia física es la única que hay, porque pocos se dan cuenta de que lo que impera es la violencia psicológica, más peligrosa y criminal que cualquier forma de violencia humana). Además, estas formas de entretenimiento son parte de la transformación de la mente y de las relaciones sociales basadas estrictamente en el potencial de los medios tecnológicos y casi siempre sirven para el control de las masas, su alienación y proceso de irreflexión.

Por otra parte, todas las formas de entretenimiento están controladas por una inmensa industria que es la encargada de hacer llegar dichas formas a los consumidores, transformados en máquinas que buscan ante todo el placer, y cuya capacidad de opinión y decisión ha sido intencionadamente reducida; tan solo vale su necesidad de consumo. Para ello, utilizan medios cada vez más persuasivos que inciden y restringen la capacidad de la mente humana sumiéndola en una única dirección posible, alimentada por la falsedad, el vicio y la atracción patológica. Por supuesto, este proceder de la industria tampoco puede considerarse de ninguna de las maneras como un posicionamiento neutral.


Para aquellos o aquellas que deseen profundizar más sobre la crítica a la tecnología pueden consultar los siguientes autores: Lewis Mumford, Jacques Ellul, David Watson, Ted Kaczynski, John Zerzan, David F. Noble y el colectivo desaparecido de “Los amigos de Ludd”, entre otros.