9 de diciembre de 2015

Falso ecologismo

La sociedad moderna se engaña continuamente, fingiendo lo que jamás podrá ser. En este intento falaz se insta a los individuos a tratar de alcanzar metas inalcanzables como la felicidad, una ilusión provista de una alta dosis de egoísmo; o como la generosidad con los más necesitados solo en los escasos momentos que dejan de ser competitivos. El ejemplo que propondremos ahora, en la misma línea, tiene que ver con el sentido de falsa protección del entorno que nos rodea y nos provee de sustento, una de las actitudes más ridículas que se han generalizado últimamente entre ciertas corrientes progresistas y en otras que no lo son tanto.

No deja de ser una actitud ingenua el hecho de preocuparse ahora por los innumerables males que la sociedad industrial no ha parado de extender desde sus inicios. Pero peor aún, no deja de ser una actitud patéticamente falaz el hecho de querer preocuparse por salvar el medioambiente de los ataques humanos diarios y al mismo tiempo contribuir a que dichos ataques se incrementen, porque esa es la actitud de los nuevos ecologistas, disfrazados de progresistas, que de manera insensata están haciendo creer a la gente que ciudades, consumo y conservación de la naturaleza son fenómenos compatibles.

Para variar, esta actitud sigue teniendo un carácter eminentemente antropocéntrico. La causa empezó con la preocupación de los científicos y meteorólogos alertando de que estábamos contaminando demasiado el ambiente, cambiando el clima y agotando demasiados recursos -aunque esto último no era tan grave como lo primero según ellos- y esto podía hacer tambalear el sistema global, incluso amenazar el futuro de la especie humana. No había ningún interés en los ataques que estaba sufriendo la propia naturaleza salvaje, la transformación vertiginosa de los ecosistemas, el desplazamiento y exterminio de las especies, incluida paradójicamente, la especie humana, el expolio criminal de los recursos naturales, la falta de moral ante los usos históricos de las vidas orgánicas sintientes. De esta manera, impera entre todo el mundo la idea de que el planeta debe ser cuidado y salvado para el bien de la humanidad y no como un bien en sí mismo que hay que librar de toda agresión -humana, se sobreentiende, porque no hay ni ha habido en la historia ninguna otra especie animal ni vegetal que deteriore tanto la naturaleza, y esto es una certeza innegable-.

Así pues, en defensa de todo lo humano y en contra de todo lo demás, el poder progresista ha secuestrado el ecologismo en su totalidad y lo ha moldeado según su propio interés. De ahí que estos poderes, tanto de ámbito estatales como mercantiles, hayan abanderado la nueva imagen del ecologismo, difundiendo medidas que no pasan de ser falacias limpia-conciencias.

Una de esas medidas se centra en las continuas campañas de los grandes grupos de empresas, interesadas en subirse al tren del ecologismo con el oculto fin de mantener la fidelidad de los consumidores ante una posible desconfianza generalizada. Estas empresas han sabido darle la vuelta a la situación: de resultar grandes responsables del ataque medioambiental a ser grupos “responsables y comprometidos”, inventando límites de no agresión o agresión reducida en sus sistemas de producción para dar a entender que algo están cambiando y que son más responsables con el medioambiente. Ingeniosamente, y aprovechando su alto poder de imagen, desvían la atención de los consumidores en asuntos que realmente carecen de importancia o que representan una gota en un océano, obviando las causas de la agresión generalizada. Tal puede ser el ejemplo que siguieron las grandes cadenas de supermercado con la campaña de la reducción de bolsas de plástico, poniéndolas a un precio ridículo y haciendo gala del gran compromiso medioambiental sólo por el hecho de que se utilizarían menos bolsas de plástico.

Aparte de medidas puntuales como ésta, son muchas las empresas que se suman a iniciativas supuestamente responsables con el medioambiente, realizando mediciones y hasta clasificaciones en cuanto a sus respectivos índices de emisiones de gases, generación de residuos, etc. Y eso lo hacen público en su página web para que todos los clientes fidelizados puedan seguirlo. Si la supuesta mejora de los índices convence mediante argumentos, el cliente mantendrá su fidelidad e incluso la aumentará, comprando más de lo que ya compraba. Por ello, es fácilmente sospechable que estas medidas estén más encaminadas a aumentar el consumo que a reducir las agresiones medioambientales. De hecho, porque una empresa se sume a la moda de la “responsabilidad ecologista y sostenible” no quiere decir ni mucho menos que vaya a renunciar a su naturaleza, que es siempre la de vender más, y por lo tanto si estas medidas contribuyen claramente a aumentar las ventas, entonces por lógica aumentarán las agresiones, por mucho que se empeñen en reducir a un mínimo la tasa de emisiones o de generación de residuos.

Esto pasa porque en realidad no se están analizando las causas de las agresiones, que son claramente las del consumo desenfrenado, motivado por un sistema económico de rapiña y de pura competición. Por supuesto, hacer esto iría en contra de su propia naturaleza y ni las empresas ni el sistema tendría razón de ser. Pero lo que tratamos de demostrar aquí es el cinismo del sistema, no proponer que cambie lo que nunca va a cambiar.

No solo las empresas son expertas en desviar la atención de las causas reales de los problemas, también los estados. Propondremos dos ejemplos que vienen a ser lo mismo pero en diferentes ámbitos: el reciclado de residuos y la promesa de las energías renovables.

El primero, el supuesto reciclado de residuos, se trata de una medida que a priori puede ser interesante para la conservación del medioambiente, pero que con el tiempo se convierte, como era de esperar, en una pérdida de tiempo, dinero, esfuerzo y energía. Y finalmente resulta ser otra forma de desviar la atención.

En primer lugar, potenciando el reciclado de los residuos, independientemente del grado de eficacia que se alcance con ello, estás extendiendo peligrosamente la idea de que dado que todos los materiales desechables pueden ser reconvertidos para fabricar nuevos productos, podemos seguir consumiendo lo mismo o incluso más. Esto estaría bien si el cien por cien de los materiales de desecho pudiera ser realmente convertido en productos, lo que haría reducir drástricamente el expolio de los recursos naturales. Pero todo el mundo sabe que no es así, que el reciclado no podrá proporcionar ni siquiera índices que se puedan considerar significativos para paliar las agresiones naturales. Y eso, solo contando los reciclados reales, tales como el vidrio o el papel, porque el reciclado de plásticos es una farsa ya demostrada. En segundo lugar, por desgracia el empeño de las autoridades por el reciclado obvia dos medidas mucho más cuerdas y consecuentes: por una parte, el reutilizado de los productos, una actitud previa al reciclado que no es tenida en cuenta y por otra, la reducción drástica del consumo. Pero dado que estas dos medidas son por naturaleza opuestas al sistema de rapiña imperante, ni siquiera son planteadas y mucho menos difundidas. Por otro lado, el reciclado solo sirve supuestamente para la reconversión de los recursos destinados a la elaboración de productos, pero no sirve en el caso de la obtención de recursos utilizados como fuente de energía, que contribuye probablemente más tanto al agotamiento de los recursos como a la destrucción natural.

El segundo, el de la promesa de que las energías renovables nos salvarán de la hecatombe no deja de ser un ejemplo ridículo y absurdo en su totalidad. Es irreal porque la amenaza de escasez de las energías fósiles -según bastantes expertos en energía- está tan próxima que no daría tiempo a una reconversión satisfactoria para cubrir las necesidades energéticas de toda la población mundial urbanizada; incluso aunque se hiciera un esfuerzo sobrehumano para su sustitución, la inversión tecnológica debería ser faraónica y las consecuencias ambientales entonces serían peores que un posible colapso por la escasez de las energías fósiles. Además, las energías renovables como el viento o el sol son energías no constantes e irregulares, por lo que no pueden proporcionar una fuente de energía constante, algo que no podría satisfacer las exigencias de los millones de personas urbanizadas. Se necesitarían enormes y potentes equipos para almacenar y transformar energía, lo que llevaría a incrementar la inversión tecnológica a límites inimaginables.

Pero también resulta cínico pensar que aunque fuera posible una sustitución -que solo puede ser radical y rápida o no será posible- de las energías fósiles por renovables, esto solo serviría para paliar el problema de la energía, pero no el de la extracción de los recursos naturales para la fabricación indiscriminada de productos. Peor aún, resuelto el problema de la energía, esto daría pie a que el momentáneo peligro de la escasez desapareciera y millones de empresarios levantaran la mano para multiplicar la producción, multiplicando el consumo y a la vez la extracción de recursos naturales, aparte de la inversión previa en tecnología necesaria para realizar con éxito dicha sustitución. Esto sería admitir que la resolución de un problema mediante parches falsos acentúa otro mayor, con lo que el problema en sí continúa e incluso se incrementa. Por otro lado, el sistema de dominación se perpetuaría y amenazaría con perfeccionarse, no solo estaría extendiéndose a nivel físico con más carreteras, más casas, más edificios, más personas, sino que se estrecharía aún más el control de poder sobre una población cada vez más consumista y con la conciencia limpia por haber resuelto en parte uno de los principales problemas.

Nuevamente, para el problema del abastecimiento energético se buscan soluciones que permitan a la humanidad seguir perpetuando el sistema de dominación en vez de cuestionar la naturaleza invasiva e irracional del mismo, cuestionando sus valores de carácter antropocéntrico, que son al fin y al cabo los que han reinado mayoritariamente en la historia de la humanidad por los siglos de los siglos.

El peor grado de cinismo en este capítulo de falso ecologismo se lo llevan quizás algunas ONGs, que en connivencia descarada colaboran con las multinacionales y estados en su juego de engaño y de supuesto compromiso con el medioambiente y la sostenibilidad, instándoles a entrar en el juego creando incluso ellas mismas sus propias listas de compromiso para con las empresas escogidas, ganándose así al público más concienciado.

Más de lo mismo, el sistema continúa engañándose a sí mismo engañando a sus fieles. Los propios ecologistas abanderados se han vendido neciamente a los estados acatando sus medidas a cambio de la suculenta recompensa de las subvenciones. Esto ha llevado a inspirar un ecologismo exclusivista y claramente antropocéntrico, al cuál le preocupa poco o nada las vidas orgánicas de los ecosistemas, el proceso de domesticación de plantas y animales o la invasión humana hacia el medio natural.

El verdadero ecologismo debe ser aquel que valora la naturaleza salvaje como un bien en sí mismo, no como una fuente de recursos para el ser humano. El verdadero ecologismo debe priorizar y profundizar en las raíces de las agresiones humanas en la historia desvinculándose de toda forma de autoengaño o soborno por parte de los poderes establecidos que anteponen los beneficios económicos a la vida natural. Y todo ello, al margen de si la especie humana es capaz o no de integrarse en la propia naturaleza mediante vínculos sociales cuyos valores fundamentales se basen en el respeto a la naturaleza, algo que por el momento no ha logrado más que de forma excepcional.