25 de mayo de 2015

Por qué el izquierdismo es prosistema. Sobrevaloración de los valores de justicia e igualdad social

El urbanismo y la era industrial han forjado durante los dos últimos siglos una ideología de aspecto progresista y capitalista en el mundo civilizado; una ideología que se ha extendido irremediablemente como un cáncer al resto de sociedades civilizadas -oficialmente países- en vías de desarrollo. Uno de los estandartes de esa ideología ha sido el izquierdismo en todas sus corrientes, la cuál ha calado en la mente de muchas personas mediante el engaño patológico y persistente. Como mostraremos a continuación, la ideología progresista no solo congenia con el izquierdismo, sino que en esencia puede decirse que ambas cosas son lo mismo.

No entraremos a debatir sobre el surgimiento de las ideas izquierdistas en el pasado, si fue el resultado de una desvirtuación de las luchas obreras revolucionarias o el aprovechamiento de unos cuantos reaccionarios para crear un pseudomovimiento de base progresista tendente a forjar una ideología que justificara el capitalismo en auge. Sea como fuere, en la práctica, todas las corrientes izquierdistas han hecho posible este auge mediante desviaciones, trucos y engaños de todo tipo.

En la actualidad, las ideas y corrientes izquierdistas juegan un papel fundamental para el control de las masas de cualquier sociedad civilizada. Durante años, estas ideas han basado parte de su estrategia en la victimización de los supuestos grupos oprimidos como el colectivo de las mujeres, las minorías raciales, los inmigrantes, y más recientemente otros como el colectivo de gays y lesbianas, una estrategia que tiende irremisiblemente hacia la cohesión, la estabilidad, la ausencia de conflictos y el control social, es decir, una estrategia de carácter reformista que encaja con las pretensiones del sistema.  

Influenciado en parte por la interpretación marxista de la expropiación de los medios de producción por la clase obrera, el izquierdismo continuó esta concepción en sus diferentes doctrinas y las trasladó de forma amplia a todos los grupos de opresión. Pero esta concepción tiene dos problemas: uno, es una concepción muy materialista de ver las cosas, ligada claramente al industrialismo excluyente de la época, y dos, obvia el carácter sistemático que lleva operando en las sociedades civilizadas durante miles de años, lo que Mumford dio en llamar, más acertadamente, una forma de megamáquina; esto es, la forja de un sistema progresivo que tiene una tendencia clara hacia el control social y mental de los individuos que lo componen mediante la complejidad de las relaciones; esta es la verdadera opresión: la tendencia hacia el control psicológico y no físico de los individuos.

El izquierdismo, motivado por una interpretación simplista de la situación y por su falta de análisis histórico, basó su estrategia únicamente en sobrevalorar los diferentes grupos de opresión predominantemente física como clases injustamente oprimidas por estar desposeídas de los medios de producción, lo que les llevó a plantearse metas únicamente de justicia e igualdad social y no de liberación. Pero eso fue darles un motivo suculento para justificar su necesidad de rebelarse. La verdadera rebelión nace de la necesidad de liberación, no de la igualdad social. Cuando un grupo está oprimido o esclavizado ansía liberarse de ese mal, no sumarse a él. Y esto es lo que realmente hizo el izquierdismo con estos grupos, proporcionarles la tentación de la envidia. Así, la mujer se quiso igualarse al hombre, el negro al blanco y el homosexual al heterosexual en toda su nocividad.

El sistema degrada a todos por igual, tanto a los ricos como a los pobres, los imbuye de mitos y creencias falsos que acaban normalizando, tal es el caso de la idea antropocentrista, del progreso, la propiedad y la necesidad de líderes y gobiernos que guíen a las masas, entre otras muchas. En su perfeccionamiento, el sistema modifica paulatinamente las nuevas formas de control social, se modera y se suaviza a sí mismo y donde antes permitía una excesiva opresión física de unos por otros que causaba demasiados conflictos y malestar social, después se adapta a los cambios planteados por ideologías influyentes como el izquierdismo, que finalmente le hace un excelente favor. En vez de atacar al sistema, lo justifica y se acaba adaptando a sus intereses.

El movimiento feminista jugó desde sus inicios un papel interesado con las pretensiones izquierdistas y progresistas: la igualdad de oportunidades mediante la incorporación de la mujer al mercado laboral. Así, este movimiento fue reformista desde el primer momento, ya que no cuestionó el sistema patriarcal como esclavista y degradante, sino que la mujer se quiso sumar a él en todas sus consecuencias, en su obsesión de igualarse al hombre. El feminismo hablaba de no discriminación, no en términos de liberación, sino de igualdad laboral. ¿Qué sentido tiene querer aspirar a la igualdad de un sistema que ya de por sí es nocivo y degradante?

En la misma línea, el movimiento contra el racismo y la xenofobia sufre desde hace décadas una clarísima intrusión del izquierdismo en base a una cuestión de igualdad de oportunidades, discriminación racial e integración social de los inmigrantes, sin profundizar lo más mínimo en las raíces del problema de la inmigración. En lugar de ello, el izquierdismo basa su estrategia en la integración social de los inmigrantes, forzados a abandonar sus tierras por culpa de las guerras que dejan la colonización de los países que ahora los quieren integrar. Para ello, se ha inventado argumentos en torno a un interculturalismo que no es voluntario sino impuesto, y que incluso choca con la naturaleza humana de relación por parentesco o peor aún, queriendo imponer un orden moral universal, como si todas las culturas debieran guiarse por el mismo código moral, en este caso, el código occidental, progresista y cristiano.

Más recientemente, las ideas izquierdistas han calado de forma decisiva en gran parte de las ONGs de índole humanista, continuadoras del cristianismo redentor y recurriendo a acciones y argumentos de solidaridad y compasión. Por supuesto, se entiende sobradamente que estas acciones son virtudes por sí mismas, pero no cuando se usan como un fin, dado el contexto actual. En lugar de buscar las causas de la miseria, el movimiento izquierdista de las ONGs se ha fomentado que los ciudadanos siguieran victimizando de por vida a aquellos que fueron desposeídos por los países colonizadores que provocaron su migración forzosa. Dichas ONGs que operan desde las ayudas continuas de los gobiernos, se han convertido en empresas de mercenarios que viven de la victimización y que no aportan nada en contra del sistema.

Pero incluso el movimiento ecologista ha sufrido la perversión de las ideas izquierdistas mediante la llamada “moda verde” impulsada por los partidos verdes y ONGs ecologistas, convertidas a su vez en grandes empresas que nunca atacan las raíces de la destrucción humana hacia la naturaleza. Todo lo más que se dedican es a extender mensajes que animan a reciclar, a usar el transporte público, a no tirar basura al monte o sumarse a las energías renovables, cuando no campañas de grandes empresas vendiendo imagen de compromiso medioambiental, medidas ridículas que solo sirven como lavado de conciencias. Jamás se ataca los verdaderos males como el consumismo, la urbanidad, el tráfico de masas, la ganadería industrial o el abuso de la tecnología.

Por último, cabe destacar en las últimas décadas la suma del movimiento contra la homofobia, de carácter izquierdista, y sorprendentemente festivo, en el que el colectivo afectado, con ayuda de otros, ha seguido la línea de los otros movimientos izquierdistas tradicionales, basando la discriminación y represión que han sufrido desde hace años en una cuestión de reclamar más derechos legales, como el del matrimonio homosexual, contribuyendo con ello a justificar todo el sistema legal estatal.
  
En general, todos estos movimientos y tendencias izquierdistas han mostrado durante años una imagen que no concuerda en absoluto con lo que muchas veces promulgan creando una gran confusión social en algunos casos y la adhesión incondicional al sistema en muchos otros. Quienes han criticado males como la pobreza o las desigualdades sociales, al mismo tiempo han defendido el progresismo de forma ingenua. Critican el capitalismo, las guerras por los recursos o la violación de los derechos humanos, pero no la existencia de ejércitos, la superpoblación o la invasión de la tecnología y la relación directa de estos fenómenos con muchos de los males de la humanidad.

En definitiva, los nuevos “progres” son los izquierdistas que inconscientemente o no, están haciendo que el sistema se ablande y se justifique a sí mismo, pasando de los regímenes totalitarios que creaban demasiados conflictos sociales e inestabilidad a las democracias encubiertas de supuesta paz y bienestar social. Están consiguiendo mediante falsas metas de igualdad, solidaridad e integración, forjar un sistema más estable y supuestamente unido por el interés, pero al mismo tiempo, más dependiente, sumiso y deshumanizado.

El izquierdismo jamás ha cuestionado el crecimiento, el urbanismo o el progreso. Jamás ha cuestionado las causas del mal, pues jamás ha admitido ninguna nocividad, tan solo problemas estructurales. Jamás ha cuestionado el sistema como fenómeno altamente peligroso contra la naturaleza humana y la naturaleza salvaje. Jamás ha sido ni será revolucionario porque en realidad el izquierdismo es la cara amable del sistema, disfrazado de supuesta justicia social, derechos e igualdad.

El izquierdismo, desde sus orígenes reformistas, ha perseguido una serie de cambios adaptativos y meramente estructurales mediante una imagen pseudorrevolucionaria que sólo servía a los intereses del sistema, en vez de abordar las raíces del mal, la modernidad, antes de que ésta hubiera calado demasiado hondo en la gente, convertida pronto en masa obediente y conformista. De hecho, se deduce de forma lógica que el izquierdismo nunca tuvo pretensiones revolucionarias, ni de cuestionamiento, ni de transformación. Al identificar a los grupos supuestamente oprimidos como no integrantes del sistema opresor, les dio a éstos un buen motivo para postrarse ante dicho sistema en toda su nocividad. Y a decir verdad, no podía ser tan fuerte la opresión cuando dichos colectivos se dejaron convencer rápidamente por cuestiones como la igualdad o la integración. Un colectivo realmente oprimido, esclavizado, es capaz de identificar a su opresor con el mal, y actuar en consecuencia de la única forma posible mediante el rechazo incondicional.

De ahí que un análisis crítico del papel de la ideología izquierdista en este sentido lleve a pensar en su contribución al perfeccionamiento del sistema. Quizás ahora ya sea tarde y solo queden soluciones drásticas para el papel de la especie humana en el planeta Tierra (sin pretender llegar a decir con esto si las hay). Pero está claro que el izquierdismo no lo es.

16 de mayo de 2015

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