20 de enero de 2016

Las víctimas de la civilización

Constantemente los medios de comunicación oficiales nos meten en la sesera la inmensidad de adelantos tecnológicos que ha traído el progreso con la era industrial, mientras las grandes marcas multinacionales nos engañan con falsas campañas de publicidad diciéndonos que sus productos son los mejores; constantemente los políticos nos hablan de democracia como el valor más elevado de cualquier sociedad avanzada y del que se debe dar ejemplo mientras el izquierdismo nos habla de que debemos progresar en el ámbito moral, aún cuando casi siempre lo hacen de forma interesada. Todos ellos y muchos otros encargados de repetir monsergas a la masa coinciden en encumbrar a la vida civilizada y el progreso como la mejor forma de vida a la que puede aspirar cualquier sociedad humana. Aducen que en la pirámide de la evolución, la vida civilizada y el progreso son la meta más alta jamás lograda.

Sin embargo, estos individuos no hablan de los estragos de la vida civilizada, de las fatales consecuencias que ha dejado en el pasado, de las que continúa dejando en el presente y de las que irremediablemente seguirá dejando en el futuro. Por desgracia, estos estragos son infinitamente más numerosos que todos los supuestos adelantos que ha traído la vida civilizada. Pero este no es el momento para desmontar los mitos de la civilización, a pesar de que en este espacio ya se han desmontado unos cuantos. Al contrario de ello, en este escrito haremos un repaso en forma de recordatorio y homenaje a todas aquellas víctimas verdaderas de la civilización y de las que el mundo de los humanos se ha olvidado por completo en pos de su mundo de arrogancia y derroche.

Desde que la civilización de la especie humana comenzó su andadura extendiéndose a través de los años, millones de seres vivos, incluidos los propios seres humanos, han sucumbido a su poder. Probablemente las primeras víctimas fueron no humanas, cuando la domesticación de animales y plantas se hizo realidad, lo que fue un proceso de anulación de la naturaleza de las especies de animales más propensas a ser domesticadas y que duró miles de años. Animales que vivían salvajes y en libertad en la naturaleza fueron sometidos al potencial que desplegaba la inteligencia humana, pues ya en los albores de la dominación, ésta empezaba a pensar en términos de aprovechamiento y eficacia.

Pero este modo de pensar ya había aparecido antes con la especialización de la caza por numerosos grupos precivilizados que ya habían contribuido a mermar un buen número de especies animales, lo que motivó el primer periodo de escasez. Sin duda, esta fue una de las primeras formas de invasión natural; la vida sedentaria, la agricultura y la ganadería lo fue de un modo más vasto, pues a su vez este cambio propició un aumento poblacional y este a su vez una mayor interacción entre grupos humanos que entraban en guerras continuas por la conquista de tierras y recursos. De estas guerras se inventó el crimen de la esclavitud entre los propios humanos invasores, que tampoco tuvieron ningún pudor, como hicieron con animales indefensos, a la hora de someter a sus propios semejantes.  

A partir de aquí, algunos humanos adquieren más poder, mayores propiedades, levantando ciudades e imperios que daban cabida a más personas sometidas y esclavizadas. No hace falta decir que cuanto más grande se hace el poder, cuanta más tierra abarca, más necesidades demanda y por tanto mayor es la intrusión natural, pues mayores recursos de plantas y animales necesita. Pero además, este creciente modo de vida humano se mueve en una continua evolución que provee de mejores técnicas en el modo de vida desarrollando el potencial de la inteligencia y esto a su vez acarrea de nuevo un número de población mayor, mejores técnicas de sometimiento entre los grupos de poder y los súbditos y mayor necesidad de recursos para cubrir las necesidades crecientes de todo el conjunto.

Pero mientras la historia oficial solamente cuenta con detalle los hechos de cómo se ha llegado a formar la civilización humana, justificando la mayoría de las veces cada acontecimiento como un avance de la humanidad hacia el progreso, la mayoría de acontecimientos perpetrados por la civilización contra la naturaleza son ignorados, silenciados y en muchos otros casos desmentidos. Crímenes contra el mundo natural que se llevan perpetrando durante milenios, condenando al exterminio a millones de animales, destruyendo sus ecosistemas, su modo de vida independiente de la humanidad. Nadie en la historia levantó la voz para denunciar estas agresiones continuas que se pueden contar por millones y que no aparecen en ningún libro de historia. El mundo de los humanos estaba muy ocupado en conocer, inventar y crecer sin preguntarse las consecuencias de todos estos actos de los que nadie quiere sentirse culpable pero de los que realmente todos lo son.

La era industrial y tecnológica, que potenciaba por seis todas las cosas humanas multiplicables, no solo no ayudó en nada, sino que contribuyó a acrecentar las agresiones físicas a la naturaleza, añadiendo además nuevas formas de destructividad y estrechando cada vez más el hábitat de los animales salvajes que morían en incendios provocados por humanos en sus bosques, cruzando carreteras que limitaban sus trayectos o envenenados en sus aguas contaminadas. Así, muchos de estos animales salvajes que vivían en plena libertad perecieron en bosques, praderas y campos que fueron arrasados para extender monopolios de cultivo; otros animales marinos que fueron y son atrapados a millones en los océanos, y animales terrestres capturados para ser convertidos en domésticos con el fin de servir de alimento, vestido o para el divertimento de la masa engañada. Nada de esto aparece en los libros de historia si no es de forma arrogante o autojustificatoria. Veamos muy resumidos algunos ejemplos de tantos:

Las miles de muertes deliberadas que ocurren a diario en los campos de concentración de animales son sin duda mucho más horrendas que cualquier otra época del pasado, pues si antiguamente muchos de los animales que morían a manos humanas eran cazados para comer, al menos lo hacían en libertad y por una causa de supervivencia; incluso los primeros en ser domesticados puede decirse que llevaban una buena vida hasta que caían bajo el cuchillo de su amo, pero con el advenimiento de la era industrial y urbana, el régimen esclavista que padecen hoy miles de millones de animales es el resultado de una abominación fatal carente de ningún tipo de compasión y empatía por quienes desde siempre han compartido nuestra tierra. El cambio brutal y a peor acaecido en el trato a los animales domesticados desde los albores de la civilización hasta la llegada de las máquinas nos demuestra hasta qué punto llega a ser arrogante la especie que domina, relegando al olvido a millones de animales por el supuesto beneficio de la humanidad, o peor aún, del progreso.

Al margen de las muertes sistematizadas de la ganadería industrial, miles de animales pierden su vida y su libertad por culpa de los actos cotidianos de miles de humanos; muchos, destrozados por el paso vertiginoso de los coches en carreteras que han sido construidas en lo que era la morada del conejo, el ciervo o el jabalí, mientras sus tripas y demás desechos corpóreos ya triturados son contemplados con indiferencia por la mayoría que pasa una y otra vez por encima; crímenes -no accidentes- que ocurren a diario, que no salen en ningún telediario y que son vistos todo lo más como un mal necesario; pero, ¿necesario para qué? ¿para cubrir nuestras ansias de ir más rápido a todos los sitios?

Pero igual que la invasión dramática del tráfico de vehículos destrozavidas en los hábitats de animales salvajes, otros muchos caen por la propia extensión de la industria y de las ciudades, que de forma arrogante han invadido los territorios que eran suyos, por los que podían transitar con plena libertad. Pero incluso después de haber sido desplazados a territorios lejos de las ciudades, con el tiempo, la extensión de éstas les ha ido desplazando o limitando más aún hasta el punto de que muchos ya no han podido sobrevivir. Muchos de esos desplazamientos han sido la consecuencia del fuego perpetrado por el propio humano para extender los núcleos urbanos, acabando no solo con los árboles sino con cientos de formas de vida que habitan gracias a ellos. En esta misma realidad de avance tecnológico, hasta hace bien poco los animales que más libertad gozaban y que supuestamente no podían ser alcanzados por la demencia humana, las aves, han visto como miles de ellas han caído en sus vuelos por culpa de las aspas de los parques eólicos, otro drama silenciado y que además es promovido como una energía limpia y ecológica -por supuesto desde una perspectiva únicamente humana-.

En el reino vegetal ha habido todavía menos escrúpulos a la hora de arrasar con violencia e indiferencia miles de hectáreas de terreno, cuyo objeto ha sido el de incrementar los monocultivos: la deforestación a nivel mundial representa una de las mayores agresiones al mundo natural perpetradas jamás en la historia de la humanidad. Millones de árboles han sido talados indiscriminadamente en todo el planeta para convertir el bosque en tierra cultivable, ya sea para humanos o ganado y ya de paso para extraer madera y papel. Pero, ¿cuánta vida se ha perdido por culpa de estas conversiones trágicas e insensatas? Los bosques no son solamente lugares donde moran árboles, son lugares ricos en vida orgánica tanto vegetal como animal, cuya función es imprescindible para el buen desarrollo y equilibrio del ecosistema que sustentan. Y lo más triste es que ahora nos damos cuenta de que incluso los ecosistemas que forman los bosques son vitales para el devenir del planeta y por tanto de todos sus seres, incluidos los humanos. El destrozo de miles de hectáreas de estas enormes superficies en nombre del progreso es otro de los crímenes silenciados por la humanidad.  

Pero una buena parte de la población humana también ha sufrido y sufre las consecuencias dramáticas del avance industrial, ya que aún hoy millones de humanos son esclavizados y asesinados en guerras, “necesarias” para la extracción de recursos que necesita el mundo civilizado opulento. También debemos recordar todas aquellas comunidades indígenas que se resistieron a aceptar el mundo invasivo civilizado, pero que finalmente fueron forzados a la adaptación, mientras que si la resistencia era tenaz y molesta para el colonizador, eran desplazados o exterminados. Aún hoy perviven y resisten cada vez menos grupos tribales en América y África, amenazados por el avance irremisible de la civilización. Por supuesto, tampoco esto suele aparecer en ningún libro de historia oficial ni en los telediarios, si no es para justificar la versión del invasor.

En el presente de la atracción tecnológica y de la postración a las máquinas, la masa de humanos civilizados parece justificarse cada vez más en la arrogancia sin querer saber nada de las verdaderas víctimas que trae consigo este proceder carente de sentido, pues hoy más que nunca demandan más recursos de todo tipo, y peor aún, más humanos nacen y se suman al consumismo irracional. Y para justificarlo, los grupos de poder se encargan de engañar a la mayoría consumista mediante técnicas de persuasión haciéndolos creer que todos sus actos son inocentes y libres de cualquier crimen, y que pueden entregarse a la vida hedonista y opulenta sin ningún tipo de remordimiento. En determinadas épocas del año como las fiestas navideñas este estado de supuesta felicidad se intensifica y todos aparentan ser más humanos entre ellos, dibujando sonrisas falsas, fingiendo normalidad y solidaridad para con el prójimo. Este es el “mundo feliz” ya vaticinado por un visionario hace más de setenta años, el peor de los mundos habido y por haber.

De hecho, hoy más que nunca, la suma de todos los actos cotidianos diarios de los humanos modernos que viven en Occidente junto a los que están en vías de occidentalización provocan un mayor número de daños en la naturaleza que cualquier acontecimiento histórico llámese guerras mundiales o civiles e incluso que cualquier catástrofe natural focalizada.

Pero por suerte para el planeta y para las distintas formas de vida no sometidas, el sistema industrial perpetrado por la humanidad tiene visos de terminar más pronto que tarde, por un modo de vida tan insensato como suicida, y todo parece indicar que lo hará de forma drástica y dejando consecuencias que no pueden siquiera intuirse, tanto más graves cuanto más tiempo se alargue la osadía humana contra el mundo natural, una osadía que se pagará muy cara. Cuando lo haga, todo el equilibrio se reestablecerá, la vida brotará de nuevo en toda su plenitud. Ya no morirán más animales arrollados por la indiferencia de los coches y quienes los conducen, ya no más animales se quemarán en incendios provocados por criminales pagados por otros criminales, ya no más peces morirán envenenados por petróleo o axfisiados fuera del agua. Y si quedan humanos, los más cuerdos se darán cuenta por fin del valor del respeto hacia el medio que nos rodea pudiendo vivir armónicamente con los demás seres vivos, mientras que los más insensatos se devanarán los sesos pensando en cómo levantar de nuevo una civilización arrogante y despiadada.