5 de mayo de 2017

Crítica de "Colapso" de Jared Diamond

No es habitual en este espacio hacer críticas ni reseñas sobre ensayos o cualquier otro género literario. Sin embargo esta vez merece la pena hacer la excepción. Recientemente me he leído un libro que tenía pendiente desde hace tiempo, se trata de Colapso. Por qué unas sociedades perduran y y otras desaparecen, de Jared Diamond. Pero he de decir que, después del valorado por muchos, incluido el que habla,  Armas, gérmenes y acero, el presente libro, publicado hace ya más de diez años, se me ha antojado en general bastante decepcionante. Y es precisamente por esta razón, y por la nada sorprendente influencia que tiene Diamond en el mundo académico y procientífico, por la que veo necesario rebatir este libro. 

A mi juicio el estudio tiene dos partes fundamentales, que según el autor guardan una estrecha relación: en la primera se habla de las sociedades del pasado que tras alcanzar un vigoroso esplendor, desaparecieron supuestamente tras sufrir un colapso en su modo de vida. Y en la segunda se establecen posibles analogías y diferencias entre la sociedad actual civilizada -o globalizada- con estas sociedades. Entre medias y como una parte diferenciada, se habla a su vez de sociedades actuales que supuestamente también han sufrido colapsos y de otras pocas que supuestamente han tenido éxito. 

Bien, en primer lugar es importante matizar porqué utilizo el término "supuestamente". Esto es porque cuando uno lee que todas estas sociedades del pasado en las que se habla colapsaron, según Diamond, por cinco factores clave que se reptien casi siempre, le queda cierta duda, máxime cuando la mitad de dichos factores tienen que ver con la voluntad de todos los miembros de la sociedad entre sobrevivir o desaparecer, como si la propia sociedad llevara las riendas de su destino y así pudiera tener éxito o fracasar. A priori los factores medioambientales pueden parecer ciertos y según la mayoría de los estudios arqueológicos debió de darse al menos en algunas de ellas un desequilibrio entre población y recursos naturales o una sobreexplotación de los mismos que inevitablemente llevó al desastre. Lo que quedaría por saber es si estos hechos -no decisiones grupales, como pretende hacernos convencer el autor- fueron causa directa de la acción humana. Rastreando por la red, uno encuentra el libro "Cuestionar el colapso", una obra escrita por varios antropólogos en la que se desmontan con otros argumentos que dichos colapsos no fueron motivados directamente por causas humanas -como el de la isla de Pascua- e incluso que algunos de ellos no pueden catalogarse siquiera de colapsos sino de transformaciones o expulsiones -como es el caso de los mayas o los anasazi del sudoeste de Norteamérica-.

Cabe decir que a pesar de su abundante documentación, sorprende, no de forma muy positiva, el estilo sobradamente subjetivo y pasional del que abusa Diamond. Así, uno no se explica que previamente a esta primera parte se dedican tantas páginas a una parte de la sociedad actual estadounidense, como es el estado de Montana -ni más ni menos que 60 páginas del libro-, al parecer por lo que bien que conoce la zona y la cantidad de amigos que tiene allí. Tampoco es explicable que se dediquen apenas 25 páginas al imperio y ocaso de los mayas mientras a los noruegos de Islandia, Groenlandia y otras islas británicas se les otorgue la friolera de más de 150 páginas. Evidentemente, aunque esto sea algo secundario para el contenido del libro, no deja de ser una decisión arbitraria del autor que deja sin aclarar.

En cuanto a la segunda parte fundamental, y dejando de lado la parte en la que se habla de las supuestas sociedades actuales que han tenido éxito, algo muy relativo y discutible -tal es el caso de Japón- porque ¿quién nos asegura que las sociedades del presente, mayormente dependientes de la globalización, no están en riesgo de colapso? o que de forma arbitraria son presentadas por Diamond como sociedades con un medioambiente frágil, tal es el caso de Australia o China, como si fueran sociedades susceptibles al colapso -cuesta creerlo en el caso de China-, Diamond quiere hacernos mostrar a modo de conclusión que las diferencias y analogías de la sociedad actual globalizada en relación a las sociedades del pasado deberían ser analizadas y estudiadas para no caer en sus mismos errores y con el simple objeto de que perdure la primera. Y he aquí la gran decepción del libro en la que merece extenderse. (Al fin y al cabo, las interpretaciones antropológicas sobre diferentes sociedades, a menudo contrapuestas, pueden ser tomadas en serio o puestas en duda por los lectores a juicio de estos, pero no dejan de ser especulaciones sobre el pasado. Sin embargo el presente es más fácil de analizar y en parte, comprender). 

Diamond insiste reiteradamente en la capacidad o no de aquellas sociedades para enmendar sus errores y sus fatales consecuencias que les llevaron al fracaso. Sin embargo, esto contrasta con su libro anterior Armas, gérmenes y acero, en donde se aseguraba que las sociedades estaban marcadas por un determinismo histórico dominado por los factores materiales y no culturales -yo dudo si los factores materiales no son culturales, y quizás una oposición más acertada sería la de factores ideológicos-. Pero sigamos con el volumen que nos interesa: esta supuesta voluntad de las sociedades por dirigir su propio rumbo se confirma cuando Diamond de forma claramente prosistema lo traslada a la sociedad actual defendiendo a multitud de empresas que según él tendrían la capacidad de revertir la esencia del sistema del crecimiento y el desarrollo ilimitado solamente modificando sus prácticas medioambientales, con el fin de contaminar menos o extraer recursos causando un menor impacto. Sin más, ya está. A su vez, los gobiernos y los consumidores, a su modo, también pueden influir en que estas prácticas mejoren. Una de las cosas que más chocan es cuando afirma que una de las prácticas que podrían hacer los consumidores, además de quejarse o rechazar ciertos productos, es elogiar a las empresas cuando éstas lo hacen bien, como si fuera poco darles tanto dinero comprando sus productos.

Las referencias que cita se refieren a la industria petrolífera, la de los metales, la de la madera y la de la pesca, efectivamente, unas de las que más daño hacen al medioambiente. Faltaría quizás la industria de la carne, una de las más destructivas. Después de señalar los daños ocasionados por éstas de forma bastante fiel a la realidad, nos recuerda insistentemente y de forma "optimista" cómo deberían hacer las cosas para que los daños no fueran tales o fueran menores. Para ello nos presenta ejemplos excepcionales de empresas que han desarrollado una política medioambiental ejemplar y que debería servir como modelo para el resto, además de la implantación de normativas por parte de las autoridades encargadas de poner límites a la explotación de los recursos y que ya funcionan en algunos países. Para él esto sería suficiente. Otros expertos insisten más en transformar las fuentes de energía de combustibles a energías limpias y renovables, lo que según ellos solucionaría una parte del problema (pero solo una parte). 

Pero lo que realmente esconde esta posición claramente condescendiente es una intención generalizada por parte de ecólogos, biólogos, climatólogos y otros científicos de salvar la civilización a toda costa. Para ellos, el medioambiente tiene algún valor, pero solo si sirve a la humanidad. Una visión realmente antropocéntrica. La esperanza de la que tanto habla Diamond en el libro supone un futuro civilizado más suave, menos invasivo. Es por eso que en esta clase de libros se habla de una esperanza relativa, una esperanza con condiciones. Solamente se alude a los problemas medioambientales -que  es verdad que son muchos y graves-, algo menos a los problemas demográficos y nada en absoluto a otros problemas de tipo estructural de la propia sociedad. 

Ni por asomo se aluden a los problemas intrínsecos del propio modo de vida. No se habla de la degradación de la propia naturaleza humana civilizada, la mera consideración del individuo exclusivamente como un ente consumista, superficial y vacío. No se mencionan en estas obras la total artifialización de la sociedad por medio de la tecnología, la pérdida de la comunicación tradicional. Ni tampoco la masificación en megaciudades cada vez más vastas y los problemas inherentes a éstas. No se habla de la inevitable jerarquización de las relaciones laborales y empresariales en una sociedad altamente compleja donde todo está controlado por máquinas y sujetos-máquinas, así como de la especialización vertiginosamente cambiante de las innovaciones o de lo que Diamond denomina esta vez sí acertadamente proceso autocatalítico (pag.249 de Colapso) en relación a los avances tecnológicos. Tampoco se dice nada sobre la extremada alienación de la sociedad civilizada, del infantilismo al que se relega al individuo urbanizado, siempre inmerso en el exceso, la envidia, la tentación de consumir, el vicio y la estupidez. Por último, tampoco se alude a la falta de moral que hace sostener una sociedad de este tipo cuyo ejemplo más aberrante es el de mantener a millones de esclavos animales en condiciones deplorables y condenados a la violencia y la muerte porque todo el mundo lo consiente. Aquí Diamond demuestra importarle muy poco los animales marinos con su posicionamiento a favor de una industria de la pesca controlada, pero básicamente como el grueso de la humanidad: si los animales terrestres les importan poco, los que habitan el mar no les importan nada. 

En una parte del libro, Diamond admite que es impensable que los gobiernos propongan métodos para reducir el consumo y dado que los consumidores no lo harán por sí mismos, y que como se expone, el nivel de consumo de los países tercermundistas se está equiparando en mayor medida a los primermundistas, el impacto en la naturaleza cada vez será mayor. ¿Qué importancia tendría que las empresas contaminaran menos o fueran menos destructivas si cada vez tuvieran que extraer más recursos o fabricar más productos porque cada vez hay más gente en el mundo consumiendo como lo hace el Primer Mundo? Por lo tanto, ¿de qué serviría que un gran número de empresas implantaran medidas medioambientales o que las normativas fueran más estrictas si la población seguiría aumentando a la vez que lo haría el impacto en el medio? Lo mismo podría decirse si supuestamente las energías renovables sustituyeran a las energías convencionales no renovables. 

Peor aún, si la esperanza de Diamond se cumple y todas estas empresas mejoraran supuestamente sus prácticas medioambientales, se acabaría la gravedad del asunto al menos de forma temporal, con lo que ya no habría razón para preocuparse y los niveles de consumo podrían multiplicarse sin que el ecologismo interfiriera. Esto es lo que podría llegar a pasar si el problema se enfoca únicamente desde un punto medioambiental. Si no se consideran otros puntos de vista de índole social, moral y fundamentalmente estructural, la sociedad seguirá sujeta a los dictámenes del progreso y el crecimiento ilimitado y por mucho que se intenten postergar los ataques al medio natural, el inevitable aumento desproporcional de la población y su impacto acabarán por destruir la mayor parte de dicho medio.