12 de junio de 2017

La invasión de los coches (mil millones de vehículos en el mundo)

El vehículo privado representa todo un símbolo para las sociedades modernas y de hecho podría afirmarse que ostenta con diferencia el mayor grado de valor del conjunto de la sociedad moderna, en torno al cuál se ha forjado una inmensa cultura en apenas unos decenios. Del lado de la industria y el lobby automovilístico el vehículo privado aporta señales constantes de bienestar económico, tecnológico y laboral, definiéndolo ellos mismos como el motor de la economía. Para los consumidores o la sociedad en general el coche aporta mucho más que una utilidad práctica: es señal de clase, valor, riqueza, indicador económico, poder, libertad e independencia. Así pues, no es de extrañar que la industria automovilística sea en la actualidad una de las más poderosas e influyentes del mundo, augurada por un crecimiento constante del parque total de vehículos. A partir de aquí entramos en materia con el objeto de desgranar con detalle lo que se esconde detrás de esta industria.

Efectivamente el parque automovilístico supera ya los mil millones de coches (en adelante hablaremos de coches en vez de vehículos, dado que el símbolo del vehículo privado es el coche), concretamente se han superado los 1.200 millones de coches en todo el mundo (aunque esta cifra incluye otro tipo de vehículos como camiones usados con fines exclusivamente de transporte de mercancías, la inmensa mayoría son coches).

De los principales países del mundo, se puede decir que EEUU ostenta el récord de más coches por habitantes (más de 300 millones de coches en total, lo que casi supone uno por habitante). China es el país que más coches fabrica, por tanto el que más crecimiento tiene anualmente, con más de 25 millones cada año y subiendo (aunque por su enorme población de 1.400 millones de personas apenas tiene una densidad de uno por cada diez habitantes: unos 150 millones en total). India le sigue muy de cerca en crecimiento y en número total. En cuanto a los demás países sorprende que España sea uno de los primeros países europeos en crecimiento (de 2 a 3 millones por año, rondando ya los 30 millones) y que Italia sea el primero en densidad (más de un coche por cada dos habitantes, aunque seguido de cerca por el resto de países europeos como Alemania y Francia). Cifras por supuesto aproximadas y extraídas de fuentes de internet no siempre fiables. Pero lo que de verdad importa es que hay en el mundo más de 1.200 millones de coches en circulación, que cada año esta cifra aumenta en unos 80-100 millones y que dicha cifra aumenta a su vez cada año y que de seguir la tónica supondría superar los 2.000 millones en unos 15 o 20 años y los 4.000 millones para el año 2.050, aunque lógicamente estas cifras están sujetas a ciertas variables que podrían darse como un empobrecimiento de la clase media o un más que posible colapso de la sociedad.

Lo más increible de estas cifras es el ritmo de crecimiento de coches en todo el mundo. Aunque en internet no se encuentran datos muy precisos, al parecer se fabrican y venden unos 80 millones de coches al año y que en unos cinco años esta cifra pueda llegar a los 100 por el incremento que se está dando en países emergentes como China, India o Brasil. No obstante estas cifras no indican el incremento real del total de vehículos en el mundo ya que no cuentan las bajas, un dato que ha sido imposible averiguar. Pero si nos ponemos a suponer que el número de bajas está en la mitad de altas, es decir, unos 40 millones, podemos suponer un incremento de 40 millones al año, lo que supondría superar los 2.000 millones en unos 20 años, siempre y cuando la economía se mantenga estabilizada, algo cada vez más improbable dada la tendencia de la sociedad globalizada hacia un cada vez más cercano agotamiento de los recursos.

Para que los coches puedan circular no solo hace falta una poderosa industria que los fabrique y los venda. A la industria que fabrica coches hay que unirle la industria del petróleo, cuyo objeto principal de su producto es este medio de transporte, y además una parte de la industria de las obras públicas, dado que para que millones de coches puedan circular hacen falta miles de carreteras. Por supuesto, no es necesario decir que todas estas industrias están claramente relacionadas. Y cada una de ellas deja una huella ecológica inmensa. Dejando al margen la industria petrolífera que abarca un campo más amplio de actuación y que abastece a otros medios de transporte, es importante centrarse en la relación entre las obras públicas y la industria del coche. 

Los gobiernos gastan una enorme suma de dinero en la red de carreteras y autopistas necesarias para que millones de vehículos puedan circular. El ritmo creciente de coches en circulación ha obligado a construir muchas más carreteras. Y como dicho crecimiento ha afectado sobre todo a las ciudades, grandes poblaciones y sus periferias, supone que la intensidad del tráfico sean una consecuencia lógica, ya que la construcción de carreteras está afectada por un límite espacial y sin embargo la venta de coches aumenta sin que ninguna barrera se interponga. La acumulación de coches en las principales carreteras de entrada y salida de las ciudades, así como las circunvalaciones, provoca embotellamientos y atascos kilométricos en muchas zonas urbanas todos los días laborales. Dado que la inmensa mayoría de coches son conducidos por una sola persona y dado que la inmensa mayoría de personas tienen los centros de trabajo lejos de sus casas, la intensidad del tráfico en las horas punta es inevitable. 

Por tanto en las ciudades y sus alrededores se produce la mayor concentración de coches y de contaminación de CO2 a la atmósfera, pero el tráfico afecta también a largas distancias nacionales y transnacionales a diario de vehículos de mercancía así como conductores en busca de placer en época vacacional, lo que obliga a la construcción de miles de carreteras secundarias que conectan las grandes ciudades con las zonas costeras más demandadas, así como zonas de turismo rural. El transporte de mercancías transnacional supone que miles de camiones recorran a diario autopistas y carreteras para transportar productos a lugares que distan miles de kilómetros con el consiguiente gasto de energía y más contaminación, en vez de favorecer la producción local para evitar tanto desplazamiento. Pero es evidente que el sistema económico es quién ha posibilitado que esto sea así, potenciando que los medios de transporte sean cada vez más rápidos y eficientes.

A nivel social la industria del coche ha creado una influencia brutal sobre las personas, invirtiendo para ello altísimas sumas de dinero en publicidad, aprovechando la supuesta necesidad de transporte privado en las ciudades crecientes pero al mismo tiempo creando toda una cultura en torno al coche que parece ahora indispensable para el buen funcionamiento de la economía y el bienestar de la sociedad. Cualquier persona puede acceder a un coche utilitario para moverse por la ciudad a un precio asequible pero al mismo tiempo la diversidad de marcas y tipos de coche hacen que las diferencias de precio sean significativas, un hecho necesario para fomentar la pertenencia a una clase superior por tener un coche mejor y más nuevo además de la envidia que afecta a quién no lo tiene aún. Los diseñadores de coches estudian continuamente las necesidades de los consumidores y adaptan sus nuevos modelos a las mismas. A veces una simple innovación en un modelo o una nueva campaña publicitaria hace subir las ventas de forma considerable, lo que provoca que ambas partes queden satisfechas. Nada más engañoso porque este continuo nunca tiene fin, y tan pronto están satisfechas como insatisfechas, lo que promueve más compras en un intervalo de tiempo menor, algo que la propia obsolescencia del producto también ayuda, pues es sabido que esta norma es esencial para que el sistema económico de oferta y demanda pueda seguir funcionando.

Todo esto permite que la industria automovilística sume cada año pingües beneficios -a pesar de la crisis del 2008 que hizo que las ventas se estancaran, en 2015 han vuelto a subir-, dando trabajo a menudo estable a millones de personas y que a su vez actúe de motor para el resto de sectores económicos que de alguna forma dependen de ella. Sin embargo, debemos decir que todo esto tiene un coste social que no es tenido en cuenta por casi nadie. El uso del coche en la ciudad se hace universal, hasta el punto que muchas personas hacen de él su forma de vida y no pueden separarse de él. Algunas ciudades de EEUU están diseñadas exclusivamente para el tráfico rodado y permiten de forma normalizada que los ciudadanos hagan toda su vida en el coche cuando no están en el trabajo o en casa, contribuyendo decisivamente al sedentarismo de gran parte de la población. La costumbre antinatural de la velocidad se hace una constante en las nuevas generaciones que ya han nacido en un mundo infectado de coches por todas partes, hasta el punto que mucha gente se vuelve adicta a ella y no sorprende que sea la causa número uno de los accidentes de tráfico. El estrés y los nervios que provocan los atascos es una tónica general a la que se acaba acostumbrando todo conductor y que nadie es capaz de poner solución alguna. El resultado es que muchos conductores tienden a una considerable agresividad al volante.

Los accidentes de tráfico cuyas causas principales son los dos aspectos mencionados, es decir, la velocidad y las distracciones provocadas por estrés o agresividad, son asumidas por la sociedad y las autoridades como un mal inevitable del progreso que solo puede ser mitigado mediante campañas de sensibilización a los conductores -no siempre efectivas-. Aunque  el objetivo principal de dichas campañas es reducir el número de víctimas también lo es el de reducir el enorme gasto económico derivado de los accidentes. Sin embargo,  otra forma de ver los inevitables accidentes de tráfico en vez de daños colaterales, es como hechos incontrolados del progreso tecnológico que deja consecuencias indeseables y dramáticas, en este caso, víctimas absurdas de la velocidad que no deberían dejar su vida atrapadas entre hierros. Pero como sucede siempre, se enseña que el progreso es más importante que este hecho y como tal se reduce a un mero resultado porcentual que no afecta a que éste siga su curso. En referencia a los accidentes de tráfico cabe destacar la impactante cifra aproximada de 1,25 millones de muertos al año en todo el mundo y otros tantos millones de heridos.

Los accidentes conllevan una serie de gastos en cuestión de reparaciones a familiares por parte de las autoridades, tanto físicas como psicológicas, pero a su vez suponen la inversión de enormes sumas dinero en materia de seguridad automovilísitica para paliar dichos accidentes, algo que supone otra de las trágicas paradojas del mundo moderno, por la que unos cuantos salen beneficiados por el dolor de otros muchos. En las guerras pasa algo parecido, empresas relacionadas con el armamento y la seguridad salen siempre beneficiadas de la muerte de millones de personas. ¿Daños colaterales o crímenes del progreso?

A nivel ecológico el aumento del número de coches en circulación y de las carreteras se traduce en una pérdida y destrucción irreparable del espacio natural así como de miles de organismos que viven en él. La industria de la minería que abastece de materia prima a la indsutria del coche es una de las mayores derrochadoras de recursos, de destrucción de hábitats, erosión y desertificación de los suelos, agotamiento del agua, fomento del esclavismo infantil humano así como provocadora directa de conflictos bélicos y por tanto de desplazamiento forzado de millones de humanos. Le sigue de cerca la industria energética, en especial la del petróleo, causante de numerosas campañas militares de los países occidentales en Orienete Próximo. La otra parte negativa es la enorme cantidad de residuos que producen la fabricación de coches y que acaban en los ríos o mares, así como de partículas contaminantes a la atmósfera que mezclada con otros gases afectan cada vez más a millones de organismos incluidos los humanos, en especial los que habitan en núcleos urbanos aunque también alcanza a los que viven en zonas rurales.  

Si la parte que se refiere a la fabricación de vehículos por parte de las respectivas industrias que lo abastecen se torna inmensamente destructiva, la parte que se refiere al uso del mismo por los usuarios no le queda lejos ni mucho menos. La contaminación atmosférica es la parte que más afecta a los propios humanos receptores de dicha contaminación, pero solo es la parte más visible y últimamamente más tenida en cuenta. La consecuencia más destructiva y exterminadora de la velocidad contranatura del vehículo a motor es la muerte en carretera de millones de animales de todos los tamaños pertenecientes a numerosas especies y poblaciones. 

Tan solo en un país como España se calculan aproximadamente 10 millones de animales asesinados por los coches al año, y decimos asesinados sin ningún tipo de reparo porque la incipiente construcción de carreteras en espacios salvajes que albergaban la morada de los animales que lo poblaban para el tráfico rodado de humanos constituye uno de los mayores crímenes contra la naturaleza y al mismo tiempo una contribución nefasta a la pérdida de biodiversidad y reducción de poblaciones silvestres. Sin embargo se me antoja que esta cifra no incluye a insectos, lo que sería muchísimo más elevada. La forma en que son matados animales inocentes ajenos a la expansión de la especie dominante es cruel y rastrera porque mueren aplastados, destripados y despellejados sin que nadie se moleste en recoger sus restos en un gesto de desprecio por la vida que no debe tener parangón alguno en la historia de la humanidad, más si cabe que los otros tantos millones de animales esclavizados para comerse, pues al menos mueren por un motivo, aunque este es claramente innecesario. Los animales salvajes obligados a cruzar carreteras en su rutina de buscar alimento o socializarse con otros miembros de su especie han visto como se ha estrechado su hábitat cada vez más y las alambradas que se instalan en algunas carreteras para su supuesta protección a menudo sirven también de una muerte atroz por atrapamiento. La cifra total de animales que dejan la vida en la carretera en todo el mundo debe ser incalculable y sin duda constituye otro de los numerosos ecocidios perpetrados por el "necesario progreso humano" contra la vida natural.   

Lejos de reflexionar sobre los alcances reales del problema, algunos sectores de la sociedad empiezan a plantear posibles soluciones del tráfico rodado. Pero su motivo es básicamente que resultan muy contaminantes para los ciudadanos. No se tienen en cuenta ni el problema que se deriva de su fabricación, sin duda mucho más grave, ni las terribles consecuencias que tiene para otros animales habitantes del planeta porque en cualquier caso ambos problemas están sucediendo lejos de las ciudades. Así pues, las supuestas soluciones solo abordan problemas que atañen a los ciudadanos que además son demandantes insaciables de más coches porque la industria solo busca beneficios sin tener en cuenta los costes sociales o ecológicos. Y por ello una vez más se demuestra que este sistema está tremendamente enfermo de egoísmo incluso en el diágnóstico de algunos de sus síntomas. Pero al fin y al cabo las autoridades actúan supeditadas al enorme poder de las grandes industrias.

El desarrollo del coche se impuso como un hecho ineherente al progreso, por tanto resultó ser algo supuestamente positivo para la sociedad, sin darle la oportunidad a ésta de plantearse los costes del mismo, los riesgos de su peligrosidad y los males ecológicos derivados de su fabricación excesiva. Esto forjó una ideología que defendía el coche como un bien necesario y útil en las ciudades. Así pues, cien años después se sigue venerando al coche como un bien supremo,  en vez de plantear un debate en la sociedad sobre la supuesta necesidad del coche como símbolo de un sistema económico creciente y no como un instrumento mortal así como perjudicial para la salud humana -y animal, como hemos demostrado-, extremadamente antiecológico y derrochador de recursos. El símbolo del sistema social marcado por el materialismo y el progreso ha demostrado ser un invento maldito y destructivo, un arma que mata millones de animales, incluidos humanos (probablemente muchos más que cualquier arma al uso). 

Una vez más en este espacio no tenemos posibles soluciones para este gran problema porque de haberlas pasarían por un cambio tan radical y global que creemos de una tendencia improbable dado que chocaría con los intereses de la industria, las autoridades y los propios usuarios inconscientes del verdadero problema. Y porque además, la historia de la humanidad ha demostrado que la voluntad humana nunca ha provocado cambios de significancia alguna sino que son aspectos externos a ella los que han provocado dichos cambios. 

Tan solo la consciencia individual de las personas que se hallan en el camino de recuperar la cordura podría hacerles replantearse cosas como renunciar al uso del coche por ser un invento nefasto; decisión que formaría parte de un todo integral que cuestiona al mismo tiempo el disparatado modo de vida urbano y tecnologizado.