29 de julio de 2017

La exploración del espacio como ejemplo de la ambición y el egoísmo humano

De entre las numerosas atracciones tecnológicas modernas, la que se utiliza para la conquista del espacio en todas sus formas es una de las que más dinero invierte pero más recursos gasta y en consecuencia despilfarra. Sin embargo, la industria aeroespacial goza del respaldo de gran parte del conjunto de la sociedad moderna urbanizada, embaucada en la explicación de que la necesidad de descubrir el mundo espacial, incluso aunque dicho mundo esté incalculablemente lejos de nosotros y por tanto nos sea totalmente desconocido, es legítima y prioritaria. No obstante, la exploración espacial representa varios frentes y varios niveles de juicio moral, que han seguido más o menos un orden cronológico según la evolución del conocmiento humano, desde la simple curiosidad por observar las estrellas, hasta el afán de conocimiento más allá de los cuerpos celestes (incluida la búsqueda de supuesta vida remota), pasando por el ambicioso proyecto y realidad de la conquista y explotación de los recursos extraplanetarios por las diferentes potencias mundiales. Los dos últimos frentes tienen el problema de que requieren siempre un grado mayor de tecnología, grado que se vuelve más y más costoso y que no parece tener límite, dada la inmensidad del cosmos.

Antaño, todas las culturas, incluso las pertenecientes a los pueblos primitivos, han mostrado cierto interés por lo que nos envolvía, aquellos cuerpos celestes que cumplían desde siempre una regularidad de aparición y movimiento y que albergaban sin duda alguna una gran influencia sobre la vida en la Tierra y las condiciones atmosféricas, tales como la Luna y el Sol y en menor medida, las estrellas y otros cuerpos celestes menos frecuentes de ver. Pero dicho interés no pasaba de una simple curiosidad en la mayor parte de los casos y en la comprensión de cómo influían los astros a las diferentes formas de vida, tanto vegetal como animal; pero nada más allá. Descubrimientos posteriores que demostraban científicamente la verdad sobre los movimientos de la Tierra respecto al Sol, la Luna y otros planetas que forman el sistema solar, requirieron el desarrollo de la tecnología con la invención de aparatos que permitieran observar largas distancias que la vista no podía alcanzar, cuyo ejemplo más importante es el telescopio. Pero si por un lado el telescopio permitía saber más cosas sobre el lugar del hombre en el universo, a la vez abría la puerta para nuevas investigaciones que requerían mayores adelantos tecnológicos. Desde que comenzaron estos descubrimientos el alcance no fue muy significativo, pero la entrada en el siglo XX y tras el auge del industrialismo, la carrera aerospacial despega de forma considerable con la creación de la industria que lo sustenta y lo desarrolla de forma definitiva. Es entonces cuando  la curiosidad o el mero interés popular se convierten en afán de conocimiento, ambición y secretismo.

En la década de 1950 la sociedad estadounidense desarrolla una fiebre sin igual en relación al mundo del espacio, más concretamente en el interés por el fenómeno ovni cuyo contagio y extensión tuvieron mucho que ver los propios medios de comunicación. Enseguida se asoció ovni con seres extraterrestres pues a pesar de que no tienen porqué tener ninguna relación a la gente le atraía pensar que un ovni fuera algo no planetario y qué mejor que un ser alienígena que nos visita no se sabe para qué. A partir de ahí los cada vez más aficionados podían inventar todo tipo de historias y rumores sobre los cada vez más frecuentes avistamientos alimentados a su vez por un claro carácter de sugestión y por la expansión de la aviación, que multiplicaba rápidamnente los diferentes tipos de objetos que surcaban los cielos. Quizás este fenómeno de masas motivó a los científicos a la búsqueda de vida extraterrestre sin la intervención del mito, los medios o los falsos rumores. La ciencia debía ir por delante en la investigación para transmitir un mensaje de seriedad y firmeza en este campo. Pero para ello era necesario invertir grandísimas sumas de dinero con el objeto de construir enormes telescopios que pudieran ayudar sobre todo a captar señales a millones de kilómetros de la Tierra. Si bien es cierto que la ciencia realiza todo tipo de investigaciones para el estudio de los planetas y los astros, la que concierne a la búsqueda de señales de vida extraterrestre es sin duda la mayor de ellas y la que por tanto más tiempo y dinero se destina.

Los recientes estudios sobre el descubrimiento que potentes telescopios han realizado sobre planetas similares al nuestro que distan millones de años luz han aumentado el interés social por las probabilidades de encontrar vida extraterrestre, un interés que ya no es solamente fruto de la fiebre de un fenómeno social sino el estudio avalado por los científicos, a pesar de que quizás fue dicho fenómeno social quién impulsó a la ciencia a ir más allá. Para el sentido de este artículo poco importa quién fomentara ese interés llevado al negocio, ya sea mitológico o científico. Lo que importa es que la humanidad ha vivido miles de años sin interés alguno por la vida extraterrestre y solo un fenómeno social extendido en las ciudades masificadas han despertado este interés. Todas las alusiones surgidas tras el fenómeno ovni a inscripciones y dibujos pertenecientes a las culturas antiguas no son más que interpretaciones modernas que no salen de la mera especulación. Sin duda este fenómeno convertido en gran negocio podría dar para escribir líneas y líneas con el objeto de desarmar las supuestas pruebas que ufólogos y seguidores de las teorías de la conspiración han maquinado para atraer y sugestionar a millones de personas susceptibles de serlo, pero no es lo que nos ocupa. 

En referencia a encontrar rastros de vida en otros planetas con condiciones similares a la Tierra por parte de algunos científicos cabe destacar el nivel de derroche de este trabajo por lo incierto que resulta. Comenzando por la improbabilidad de que se origine la vida, pues que sepamos solo se ha originado en el lugar en el que nos encontramos en formas simples bajo condiciones concretas y que solo han evolucionado a formas complejas después de miles de millones de años. Pero aún en el caso de que se haya originado la vida simple de una forma parecida a la nuestra, ¿quién sabe en qué estado evolutivo se hallaría esa forma de vida? Y aún en el caso de que se encontrara en un estado evolutivo avanzado, ¿por qué iba a ser siquiera parecido a nosotros? ¿por qué tendemos a pensar que el estado evolutivo normal es el del desarrollo de la inteligencia? Demasiadas preguntas tan inciertas todas que extralimitan la curiosidad o el deseo de conocimiento. Conocer está bien, pero ha de ser con conciencia y razón.

Lo que se plantea aquí es la necesidad real que tiene el ser humano de encontrar vida extraterrestre, sea inteligente o no, cuando aún no se han descubierto más de la mitad de las especies que pueblan nuestro planeta, cuando cada vez menos gente se interesa en cómo funcionan los sistemas naturales -aquellos pocos que aún quedan intactos o han sufrido en menor medida el impacto humano-. Resulta una frivolidad que crezca tanto el interés en encontrar señales de vida remotas en detrimento del interés por la conservación natural que tanto daño está haciendo el modo de vida que llevamos, incluido el propio afán por encontrar vida más allá de las estrellas. Lo que decimos es que el hecho de satisfacer este deseo resta interés -además de recursos- por otros que se nos antojan mucho más prioritarios.Y esto no responde más que a ese defecto del egoísmo humano forjado desde el inicio de la civilización y tan fomentado por la modernidad. 

Pero la exploración del espacio conlleva otras utilidades mucho más siniestras y ocultas que las propiamente científicas, como la implantación de satélites orbitales para el control de las comunicaciones y el funcionamiento digitalizado de millones de aparatos tecnológicos, tales como móviles, radares, GPS, mapas interactivos, televisiones digitales, información meteorológica, es decir para todas aquellas necesidades inventadas para hacer del mundo un lugar hipercontrolado y artificializado. Lo peor es que estos satélites son instalados y manejados por las grandes potencias emergentes y su uso, cuya exclusividad y secreto es algo conocido, forman parte de la guerra espacial por el control de las comunicaciones en donde la confrontación entre EEUU-Europa vs China-Rusia-India se torna cada vez más evidente.

No obstante la ambición humana por el interés económico juega aquí un papel quizás más perverso que el afán militar o político por el control de las comunicaciones, aunque al mismo tiempo nada sorprendente. Ya son numerosas empresas multinacionales las que planean cómo explotar los recursos energéticos de la Luna o de algunos planetas del sistema solar con el objetivo de transportarlos a la Tierra. Algunos se frotan las manos con esta posibilidad al parecer próxima a ser muy real dada la inmensidad de posibilidades que tiene extraer recursos de lugares vírgenes que aún no han sufrido visita humana alguna. Esto además aumentaría las posibilidades de colonización directa por parte de humanos a planetas como Marte -algo que según llevan anunciando también está muy próximo- e incluso los viajes interestelares en naves nodriza, investigaciones que seguro también se llevan a cabo y que nos dejan la duda de si los más poderosos del planeta planean todo esto como posible vía de escape ante un futuro desalentador e inhabitable en la Tierra motivado por la imposición evolutiva de un modo de vida inmensamente destructivo. 

La llamada conquista del espacio es un ejemplo evolutivo que parte del inicio de una simple curiosidad hasta el extremado interés por conocer, justificado únicamente por el avance tecnológico y seguramente causante de la "necesidad" de conocer cosas que nos extralimitan. El poder tecnológico imbuye la falsa idea de que el hombre es un ser omnipotente que todo lo puede, fomentando el sentimiento materialista y antropocéntrico que impera en nuestros días. Este sentimiento antepone todo lo que puede llegar a hacer el ser humano sin importar los medios utilizados y las consecuencias que puedan derivarse para lograrlo, olvidando la verdadera cualidad humana que es el desarrollo de la conciencia, el respeto por todo aquello que le rodea y el cultivo del espíritu en detrimento de lo material.